No sé si
volveré a sentir la emoción con una canción como cuando Billie Holiday cantaba,
creo que no hay palabras que puedan definir mejor la amargura, se nos perdió en
los torbellinos de la vida, pero nos dejó un rincón en el que podemos
encontrarla. La esperé aquella noche, pero pasó de largo, ocupada como estaba
en satisfacer al hombre que la maltrataba y en entregarse al polvo blanco que acabaría con su
vida.
Este
poema es un diálogo intenso con Lady Day, evidentemente ella no me escuchaba,
no había nadie más en el puerto, nadie más en la mente, su fracaso
gestionado con admirable precisión desde el éxito más rotundo y dentro del más
caótico desorden y el mío por no saber cómo hacer para que se den cuenta de que
existo se fundieron en la hiel, en un canto quejumbroso y cortante para aquellos que tuvimos el amor
delante de nuestros ojos y no supimos verlo.
Desencanto nocturno
Ahora con estos años y con este silencio
y con este pesar,
y con este pesar,
no sé como volverme, como entregar las flores
que cuidó mi arrogancia, en este puerto ingrato,
lleno de indiferencia,
su cobardía ha hecho que dos buenas personas
no se quieran hablar,
no se quieran hablar,
que pasen, no se miren.
No se escucha el flamenco profundo del quejío
en la noche desierta sin Billie Holiday,
te esperaré en el alba, reina de la tristeza,
en el muro que para el mar, las emociones.
Cuando caigan los cuervos y alienten los suspiros,
te esperaré sabiendo que no regresarás;
como un amor sin pulso vives en el silencio
de lo que no dijiste y, acaso, no recuerdas.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.