Aunque, sin duda alguna, la obra maestra de Antonio Machado es Campos de Castilla (1912) en la que con una regularidad y una voz propia inigualables (sencilla, clara, directa, punzante y con imágenes propias sutiles y constatables) dibuja como nadie el corazón de un hombre en la búsqueda eterna de la verdad, esté o no esté de su lado, y el destino quebrantado de su patria y sus contradicciones, el amor hacia ella le lleva a reflexionar sobre el atraso, el cainismo, el alma del mundo rural desgarrada por el caciquismo, la emergencia irrefrenable de los nacionalismos periféricos, causantes en buena parte, por su burguesía industrial que exigía obstinadamente mantener el ficticio mercado cautivo cubano para dar salida a sus productos, del desastre del 98, y tantas otras cosas. Pero difícilmente hubiera podido llegar ahí sin el paso previo de Soledades, Galerías y otros Poemas (1907); todavía atado a la rima consonante y a adornos de inconfundible estética decadente y colorista, lo hace de tal forma algunas veces que apenas se puede percibir y nos regala algunos de los mejores poemas de la lengua castellana.
Destaco el poema que viene a continuación, con una magia y una nostalgia que sobrepasan el límite de cualquier calificativo nos sumerge en el hombre bueno, sincero y tendente a la hondura y a la meditación, a la soledad de una sensibilidad herida por el paso del tiempo y la pérdida de ilusiones que conlleva y el destino melancólico y errático del poeta que clama pero, rara vez, es escuchado.
Machado hiere de muerte uno de los tópicos del Modernismo; no hay desgana vital desde la elegancia y la clase del poeta que vive en otro mundo, inalcanzable para aquellos que no lo entienden, sino el alma desgarrada de un hombre que, casi sin aspavientos y con una mesura exquisita, se acerca al hombre de la calle, de cuyo destino no quiere desligarse. Rubén Darío ya había superado con creces ese “spleen” en los momentos de amargura y ansias de resistencia personal y, también, colectiva, en su “ Cantos de vida y esperanza”. Buenos amigos ambos, ambos geniales, cuanto más desnudos se muestran más imprescindibles se hacen, cuanto más crecen como personas, más sienten como poetas.
Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
—Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
* * * * * * * * * * * * * * *
Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
—Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
* * * * * * * * * * * * * * *
Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
Ya sé que a él le traerá sin cuidado, que no le interesa para nada convertirse en una reliquia, pero Paco Ibáñez merece un monumento, por esa constancia, ese buscarle música con tanta paciencia a cada poema hasta hacernos creer que no podía tener otra, por ese amor a los poetas. Uno de los recuerdos más grandes que tengo es haber ido a sus conciertos cada vez que ha venido a mi ciudad. Comprendo que Georges Brassens se sintiera orgulloso de él.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.