Hay un tiempo de amar que ya he vivido
y otro de soledad, olvido y nada.
(Albérico Mansilla)
En el amplio salón donde actuabas
las cortinas cubrían la luz de aquella tarde,
¿Por qué sería tan tímido? ¿Por qué no te abordaba?
Aquel miedo al rechazo tan áspero, tan mío,
hizo que se enfriaran los roces primigenios.
La dulce avenida del enamoramiento
se teñía de gris por no saber hollarla,
y yo me maldecía por haber convertido
en nube aquel encanto,
en sueño el desvarío.
(11 de abril de 1950)
Estos
poemas no pretendieron otra cosa que ser un homenaje íntimo a un poeta
crucial en mi vida, y en el que acabé reflejando mi repulsa hacia el
perfil más perverso y brutal del hombre medio que deja naufragar en
sus islas a aquellos que no entiende aunque lo reconozca bellos, la
soledad en el amor cuando se convierte en una necesidad que no se alcanza, la
incomprensión en la poesía en una Europa herida por la trivialidad
pragmática de la prosa en verso (ejercida con maestría por unos
pocos que, además, le quitan los ropajes de la intrascendencia), por
las citas breves, bienintencionadas pero que no miran a la cara a la
realidad tortuosa y mística del amor, solo aroman unos segundos y
después se convierten en humo.
Es
difícil saber si hemos interpretado bien a nuestros poetas, aunque
creo que lo importante es abordar con sinceridad lo que se nos ha
quedado en la memoria y sigue vivo en nuestro deambular por los
recuerdos inextinguibles de las calles vacías de nuestra infancia, ese lugar donde transitarían las frustraciones que determinaron su carácter reservado y taciturno; su madre era severa hasta la inflexibilidad, llevada por la amargura de tener que arrastrar sus celos ya que su marido la engañaba frecuentemente. Nada hace a un hombre más vulnerable con las mujeres que haber tenido a un padre mujeriego.
En Cesare Pavese yo veo la soledad de un hombre bueno e íntegro que
no podía comprender los intereses mundanos porque nunca tuvo lo que
cualquiera tiene, la dificultad extrema en entablar una relación
amorosa del solitario que amaba a las mujeres con una devoción
enfermiza, lastrado como estaba por la timidez de su impotencia, sus
remordimientos por no haberse echado a los montes donde algunos
amigos murieron y otros no regresaron nunca aunque conservaran la
dirección y el nombre, la poesía que buscaba como un sueño
indefinido que solo le visitaría de tarde en tarde a raíz del
desengaño, la desaprobación y la indiferencia que le supuso su
único poemario, uno de los más destacados que se recuerden. Supongo
que él no hubiera podido imaginar que se le recordaría por sus
últimos versos, esos que surgieron de un deseo no realizado, esos
que no nos advertían que trabajar cansa, pero sí nos decían que la muerte tiene los ojos color avellana.
ResponderEliminarSí, es una de las cosas más terribles que le puede suceder a una persona,encontrarse totalmente sola en el amor,amar y no ser correspondida,escribir y no ser entendido...son frustraciones que marcan o pueden marcar toda una vida.
No conozco a este personaje y he buscado su nombre en internet y me dice que fue compositor y músico argentino,pero no habla para nada de poesía a no ser que sus composiciones fueran auténticos poemas...
Tampoco me quedó claro si el poema que hay bajo la frase de Falú lo escribiste tú o él,me despistó mucho la fecha que aparece debajo.Mis disculpas por no saber interpretar la entrada.
Me has hecho indagar, Joaquín, y me has sacado de un error, Eduardo Falú era un payador argentino que ponía voz y música a poetas, el autor de estos versos es Albérico Mansilla, la canción se llama "Tiempo de partir", te dejo unos versos que me recuerdan a ti.
ResponderEliminar"el rigor del invierno justifica
el ansia de gozar la primavera;
si no pude encontrar la buena senda
prefiero equivocarme a mi manera…
Quiero quedarme, aún, cuando me vaya,
en la memoria de quienes me han querido,
en los versos triviales que repita
con su cantar algún desconocido;"
En cuanto a la otra cuestión, es sencilla, Cesare Pavese murió convencido de que nunca había sido amado por una mujer, ahí hay una inconsistencia en la cita, pero pienso que es seguro que estaba equivocado y que el gran amor de su vida, Battistina Pizzardo lo amó durante un tiempo aunque volviera con su antiguo novio mientras él sufría un exilio a consecuencia de los riesgos políticos a los que ella le sometía.
Ya sabes, Joaquín, la alegría que siento de volver a tener tu palabra. Los dos primeros versos de ese poeta desconocido se ajustan a ti tal como yo te siento, están cerca de tu voz tierna y dolida.