sábado, 11 de febrero de 2017

Resaca - II


En la lengua el sabor amargo que persiste
y en la cabeza las voces que no acaban,
los reflejos de los vasos que se rompen,
el alcohol derramado por los suelos.

Las farolas encendidas aunque sin luz,
en la primera hora de resaca,
en estas peñas que incitan al suicida,
este mar que recoge los cuerpos que soñaron.

En la falda del Hacho, el cementerio
sigue abriendo oquedades
que serán ocupadas por esquelas,
por nombres y jarrones, por pétalos marchitos.

Y los barcos cruzando el Estrecho,
y las almas vagando en la deriva
de una ciudad que muere en el perfume
que ayer la embadurnaba,
que se abre a un rumbo cierto
de plegaria en otra lengua que no entiende. 

Esta ciudad que fue refugio de Camoens
en el ocaso de su sangre se debate,
ebria en su fracaso, confundida
por no haber compartido la miel en el pasado,
por no querer escuchar la voz de los que sufren
cuando sólo pedían caricias con los ojos.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.