La Revolución cubana me parece una de las grandes pantomimas de un
tiempo que se nos está escapando sin que hayamos sabido desentrañarlo y que
nunca será nuestro. Pero no pude evitar sentirme fascinado durante años por
este David que mostraba su orgullo y el de su lengua ante el gigante
babilónico. Nicolás Guillén, en cambio, me apasiona, lo comprendo, también yo pienso
en mis largos días.
... ... ...
Este
mulato no reniega de su piel ni del estigma de haber nacido pobre en un país
que, antes de Fidel, se arrodillaba ante los ricos del norte. Hay que reconocer
los méritos vengan de donde vengan. Pero no puedo perdonarle al Comandante que
ejecutara a muchachos para ejemplarizar ni la duración de sus discursos.
Desde mi punto de vista, Pablo Milanés no supo ponerle
música a los poemas de José Martí, quizás se salve "Es rubia el cabello
suelto" y, sin ninguna duda, la prodigiosa "Abril". Pero
consiguió entrar en una comunión profunda con Nicolás Guillén. Tengo la canción
sonando en una etapa de mi vida y se me viene Cádiz y el Observatorio
Meteorólogico al que daba la ventana y la melancolía; "De qué callada
manera / se me adentra usted sonriendo / como si fuera la primavera / yo
muriendo..."
Ahora sé que cuanto más bello me veías más me despreciabas y para demostrármelo elegiste el camino del halago. Nunca podré mirar a la cara al cómico sin gracia que surgió de aquella mentira. Me alegro de no ser tu hermano, el día que me lo dijiste sentí un malestar inexplicable, no sabes cuánto lamento no haber tenido la fuerza ese día de romper la cuerda que tú habías logrado que yo mismo me pusiera en el cuello. Tienes la condena del odio, yo la de no haber sabido amar. No sé cuál de las dos es más dura.
Aunque, sin duda alguna, la obra maestra de Antonio Machado es Campos de Castilla (1912) en la que con una regularidad y una voz propia inigualables (sencilla, clara, directa, punzante y con imágenes propias sutiles y constatables) dibuja como nadie el corazón de un hombre en la búsqueda eterna de la verdad, esté o no esté de su lado, y el destino quebrantado de su patria y sus contradicciones, el amor hacia ella le lleva a reflexionar sobre el atraso, el cainismo, el alma del mundo rural desgarrada por el caciquismo, la emergencia irrefrenable de los nacionalismos periféricos, causantes en buena parte, por su burguesía industrial que exigía obstinadamente mantener el ficticio mercado cautivo cubano para dar salida a sus productos, del desastre del 98, y tantas otras cosas. Pero difícilmente hubiera podido llegar ahí sin el paso previo de Soledades, Galerías y otros Poemas (1907); todavía atado a la rima consonante y a adornos de inconfundible estética decadente y colorista, lo hace de tal forma algunas veces que apenas se puede percibir y nos regala algunos de los mejores poemas de la lengua castellana.
Destaco el poema que viene a continuación, con una magia y una nostalgia que sobrepasan el límite de cualquier calificativo nos sumerge en el hombre bueno, sincero y tendente a la hondura y a la meditación, a la soledad de una sensibilidad herida por el paso del tiempo y la pérdida de ilusiones que conlleva y el destino melancólico y errático del poeta que clama pero, rara vez, es escuchado.
Machado hiere de muerte uno de los tópicos del Modernismo; no hay desgana vital desde la elegancia y la clase del poeta que vive en otro mundo, inalcanzable para aquellos que no lo entienden, sino el alma desgarrada de un hombre que, casi sin aspavientos y con una mesura exquisita, se acerca al hombre de la calle, de cuyo destino no quiere desligarse. Rubén Darío ya había superado con creces ese “spleen” en los momentos de amargura y ansias de resistencia personal y, también, colectiva, en su “ Cantos de vida y esperanza”. Buenos amigos ambos, ambos geniales, cuanto más desnudos se muestran más imprescindibles se hacen, cuanto más crecen como personas, más sienten como poetas.
Es una tarde cenicienta y mustia, destartalada, como el alma mía; y es esta vieja angustia que habita mi usual hipocondría. La causa de esta angustia no consigo ni vagamente comprender siquiera; pero recuerdo y, recordando, digo: —Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
* * * * * * * * * * * * * * * Y no es verdad, dolor, yo te conozco, tú eres nostalgia de la vida buena y soledad de corazón sombrío, de barco sin naufragio y sin estrella. Como perro olvidado que no tiene huella ni olfato y yerra por los caminos, sin camino, como el niño que en la noche de una fiesta se pierde entre el gentío y el aire polvoriento y las candelas chispeantes, atónito, y asombra su corazón de música y de pena, así voy yo, borracho melancólico, guitarrista lunático, poeta, y pobre hombre en sueños, siempre buscando a Dios entre la niebla.
Ya sé que a él le traerá sin cuidado, que no le interesa para nada convertirse en una reliquia, pero Paco Ibáñez merece un monumento, por esa constancia, ese buscarle música con tanta paciencia a cada poema hasta hacernos creer que no podía tener otra, por ese amor a los poetas. Uno de los recuerdos más grandes que tengo es haber ido a sus conciertos cada vez que ha venido a mi ciudad. Comprendo que Georges Brassens se sintiera orgulloso de él.
En el amplio salón donde actuabas las cortinas cubrían la luz de aquella tarde, ¿Por qué sería tan tímido? ¿Por qué no te abordaba? Aquel miedo al rechazo tan áspero, tan mío, hizo que se enfriaran los roces primigenios. La dulce avenida del enamoramiento se teñía de gris por no saber hollarla, y yo me maldecía por haber convertido en nube aquel encanto, en sueño el desvarío.
(11 de abril de 1950)
Estos
poemas no pretendieron otra cosa que ser un homenaje íntimo a un poeta
crucial en mi vida, y en el que acabé reflejando mi repulsa hacia el
perfil más perverso y brutal del hombre medio que deja naufragar en
sus islas a aquellos que no entiende aunque lo reconozca bellos, la
soledad en el amor cuando se convierte en una necesidad que no se alcanza, la
incomprensión en la poesía en una Europa herida por la trivialidad
pragmática de la prosa en verso (ejercida con maestría por unos
pocos que, además, le quitan los ropajes de la intrascendencia), por
las citas breves, bienintencionadas pero que no miran a la cara a la
realidad tortuosa y mística del amor, solo aroman unos segundos y
después se convierten en humo.
Es
difícil saber si hemos interpretado bien a nuestros poetas, aunque
creo que lo importante es abordar con sinceridad lo que se nos ha
quedado en la memoria y sigue vivo en nuestro deambular por los
recuerdos inextinguibles de las calles vacías de nuestra infancia, ese lugar donde transitarían las frustraciones que determinaron su carácter reservado y taciturno; su madre era severa hasta la inflexibilidad, llevada por la amargura de tener que arrastrar sus celos ya que su marido la engañaba frecuentemente. Nada hace a un hombre más vulnerable con las mujeres que haber tenido a un padre mujeriego.
En Cesare Pavese yo veo la soledad de un hombre bueno e íntegro que
no podía comprender los intereses mundanos porque nunca tuvo lo que
cualquiera tiene, la dificultad extrema en entablar una relación
amorosa del solitario que amaba a las mujeres con una devoción
enfermiza, lastrado como estaba por la timidez de su impotencia, sus
remordimientos por no haberse echado a los montes donde algunos
amigos murieron y otros no regresaron nunca aunque conservaran la
dirección y el nombre, la poesía que buscaba como un sueño
indefinido que solo le visitaría de tarde en tarde a raíz del
desengaño, la desaprobación y la indiferencia que le supuso su
único poemario, uno de los más destacados que se recuerden. Supongo
que él no hubiera podido imaginar que se le recordaría por sus
últimos versos, esos que surgieron de un deseo no realizado, esos
que no nos advertían que trabajar cansa, pero sí nos decían que la muerte tiene los ojos color avellana.
Que yo sepa, no suelo saber muchas cosas, Camilo Sesto nunca ha dicho que sea homosexual, sea como fuere respetaría su silencio, pero esta historia de amor adúltero de una belleza turbadora hubiera sido un monumento perdurable a las relaciones entre personas de un mismo sexo y, a través de ella, un acercamiento al Lorca de "Tu infancia en Menton" o a "She must be beautiful" de Janis Ian.
"Piel de ángel" no está entre las canciones más conocidas de Camilo Sesto, lo mismo ocurre con la desgarradora y sincera "Memorias", la desesperada "Algo de mí" o la tierna y frágil "Sin remedio".
El soberbio y trascendente "Solo un hombre" cayó en mis manos cuando entraba en la adolescencia y nunca pudo salir del todo de mi alma, aconsejaría "Una mujer" que llegó a mis oídos cuando todo se escucha lentamente.
No sé si
volveré a sentir la emoción con una canción como cuando Billie Holiday cantaba,
creo que no hay palabras que puedan definir mejor la amargura, se nos perdió en
los torbellinos de la vida, pero nos dejó un rincón en el que podemos
encontrarla. La esperé aquella noche, pero pasó de largo, ocupada como estaba
en satisfacer al hombre que la maltrataba y en entregarse al polvo blanco que acabaría con su
vida.
Este
poema es un diálogo intenso con Lady Day, evidentemente ella no me escuchaba,
no había nadie más en el puerto, nadie más en la mente, su fracaso
gestionado con admirable precisión desde el éxito más rotundo y dentro del más
caótico desorden y el mío por no saber cómo hacer para que se den cuenta de que
existo se fundieron en la hiel, en un canto quejumbroso y cortante para aquellos que tuvimos el amor
delante de nuestros ojos y no supimos verlo.
Desencanto nocturno
Ahora con estos años y con este silencio y con este
pesar,
no sé como volverme, como entregar las flores
que cuidó mi arrogancia, en este puerto ingrato,
lleno de indiferencia,
su cobardía ha hecho que dos buenas personas no se
quieran hablar,
que pasen, no se miren.
No se escucha el flamenco profundo del quejío
en la noche desierta sin Billie Holiday,
te esperaré en el alba, reina de la tristeza,
en el muro que para el mar, las emociones.
Cuando caigan los cuervos y alienten los suspiros,