lunes, 28 de agosto de 2023

Palabras a Constance V

 

La muerte tiene ojos color avellana.
(Manuel Vicent)




1

Me equivoqué, Constance, al pensar que tus ojos
eran el cielo oculto de una lenta mañana,
un soplo de poniente de ideas peregrinas,
una alcoba pequeña,
sincera, atormentada
con sombras desiguales en mi ceño fruncido,
en mi gesto severo,
en mi sonrisa amarga,
un estanque nervioso con los ejes anclados
de fotos cenicientas y heridas en grisalla,
de un hombre dolorido
con páginas ausentes
que seguir no quería nublando las palabras
graves que te escribí en mi ardiente condena.
 
Ha pasado el amor por las calles varadas.
El marco que ahogó la rima pasajera
que brota de un silencio lleva nuestras miradas,
la escena que sentía nuestra sonrisa errante,
la soledad de un triste en lucha con su alma.

Los recuerdos, las fechas, las notas, los esbozos
se pierden en los labios que insisten en la nada.

2

Ha pasado el amor, la muerte tiene ahora
lo que fue del silencio y busca su vacío,
desde su abrazo yace tu voz en esta noche,
tus ojos de avellana son el leve sudario
de un sueño interrumpido
que he transitado en vela
por la angustia y las lágrimas.

Y no pude evitar la hora del dolor,
y no supe mirarte en el desván del miedo
cuando las procesiones lloraban con mi rostro,
cuando todas las flores sabían qué te amaba,
qué tú no me querías.

3

¡Cuántas veces
tendió el amor los brazos
hacia mi cuerpo trémulo
y abrazó solo arena,
(a)* una mujer sin nombre,
mientras yo sonreía en otra parte!
A mis mejores amigos
los perdí en algún recodo del camino
antes de haberlos encontrado.

(Anna Ajmátova - Mi vida ha transcurrido en algún sitio... - Traducción - María Teresa León)

*- Adaptándolo a Pavese y su perdida sonrisa de la noches romanas.


Así muestra en tus ojos la muerte su mirada,

el pesar de la vida,
cuando sueñas que entonas
un cántico que arranca con una melodía
lo frágil de la noche de un hombre adolescente
 con lluvia en los huesos
en su primera cita,
así la primavera parece recortarse
en el grito lejano cuando pasa el tranvía

que nunca llegará,
así vuela tu olvido por remotos senderos

que llevan en su vientre la extensión de mi herida,
por ruinas majestuosas que ya no te conocen,
que sufren con tu paso y alargan mi agonía.

4

Ya no habrá queja alguna
al colgar en tu muro
un deseo que piensa en una despedida,
el sol hierve despacio sobre la plaza muerta
y sonríe sin pulso
al signo de tu aliento
estancado, distante, de una pena que grita
amarga como un gesto que postrara al amor
a los pies de una nota
sin ritmo que no encuentra
su sitio en los estrechos de las manos dolientes
como el sollozo lánguido de una vieja guitarra
que no encuentra su música
y cumple su destino
entre las cuerdas rotas y un corazón que sufre
la desesperación de las sombras que pasan.




5

Ya no podré negarte mi firma sonriente
de aquellos días,
ni el atavío extraño para acercarme a ti,
ni la risa forzada que moría en mi boca.
 
  Ya no podré fingir el ardor que sentía
viviéndome en tu rostro, vagando entre las súplicas
de una angustiosa carta
que no encontró destino, rostro de primavera


Este limo del Tíber se olvidó de las cruces
que vigilan sin pausa los siglos de deriva,
la torpe incomprensión de un sabio sin escudo,
un corazón sin nombre,
la triste soledad de las fontanas
cuando llegan los besos abortados, 
los gigantes de piedra,
cuando llega la muerte de la tarde.
 
6

Pienso en mi pueblo quieto, párvulo en la llanura
de lento respirar,
embriagado de una infancia triste y sus colinas
de lejos evocando las velas apagadas
que avivan los misterios
de los Mares del Sur que aún nos mecen,
allí recordarán a un hombre huidizo,
tierno y apasionado
que no se echó a los montes;
murió con esa pena entre remordimientos
y una victoria oscura sin gloria ni alegría.

7

Callas, y en torno a ese silencio
se derrama la herida
que las columnas del pórtico vacío no sostienen,
el amor que los transeúntes torturan y arrinconan
pues no lo reconocen
en la luz de una fiesta
lúgubre que crepita en mi dolor ardiente
cuando planeas morir en otro vuelo,
pues temes los suspiros funestos y desolados
de mujeres perdidas
que siguen en la guerra, estallan, se enamoran
de ángeles caídos, de hombres extraviados,
y no tienen noticias que lleguen de algún frente,
de una camisa blanca ondeando en la aurora,
de una fecha que marque la huella del olvido.

8

Eres como una isla que se aleja y susurra
con el perfume ciego de una rosa marchita
que no conoce a nadie.
 
Yo soy como el ayer perdido e implacable
de una comparsa herida
que se oculta en la máscara angosta e indefensa
de un carnaval caduco y extinguido
que sigue, con su queja, llorando en la memoria.

Azul no era el cielo que descubrí en tus ojos,
roja no era la herida que esbozaste en el aire,
quizás solo el deseo me arrastra cuando vago
cansado de latir,
quizás solo los gatos sepan cuánto he querido
el color de tus medias, la huella de tu piel,
el perfume de versos que gimen en la brisa.

Ahora llega el dolor, y la melancolía,
y la muerte que siempre me encontrará en tus ojos.

9

Escucho en la penumbra de este cuarto sin vida
mis últimos requiebros, tu orgullo enmarañado,
tu cabello impoluto y quieto de esas noches
de maquillaje y laca, de cortinas y atrezos.

Tu determinación de hundirme en el olvido,
de arrastrarme en la voz que hieres y destruyes,
quedará en mi memoria susurrando en la piedra,
tu imagen volverá en archivos sin dueño
aunque cambies de nombre y avives mi dolor.

Estarás en mi mente y serás un espejo
en la llama de agosto, en las calles monótonas
de un Turín que cansado bosteza su rutina
en el rumor del río, en la queja del viento,
en la niebla del sol que me empuja a la muerte.



10


Es preciso encontrar, en la maraña de lo que nunca escribiste, las palabras que mejor te representen para encontrar una salida a tus equivocaciones, para decirle a los vientos cuando recorran su calle que pasabas por allí, que, aunque nadie lo recuerde, alguna vez viviste, que tuviste una amante aunque nunca yacieras con ella.


Ya no puedo ascender
al alfiler prendido de la falda plisada
que cierra tu cintura como una despedida
en un broche angustiado.

Tu huella se perdió en la última fuente
y otros pasos arrastra,
otra rosa de nube cenicienta
hacia un camino incierto que ilumina tu rostro
en parcas direcciones que rompen nuestros hilos.

Entre los calendarios olvidaste mi fecha;
ya no hablaré de amor
cuando diga tu nombre;
han bordado las sombras el color de tus ojos,
me equivoqué, lo sabes, y no me lo dijiste,
me dejaste soñar en un azul confuso
y me quedé en la calle de la sonrisa amarga.

Sé que ahora la muerte
lleva otro vestido,
miente con otros labios,
tiene otra mirada.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.