La ciudad se ha ido alejando de la que conocimos,
las calles no parecen tener el mismo color
ni las mismas camisas ofrecidas al viento,
apenas quedan vidrieras en las que reflejar nuestras emociones
y nuestra añoranza de lo que nunca ocurrió,
caminamos entre las cenizas de un pensamiento
que no llegamos nunca a poseer,
aunque no se haya marchado
entre árboles extraños que perdieron sus raíces
y que ya no distinguen
la sombra de un sentimiento herido
que lento rema en la mirada del crepúsculo
de los estantes que arañan el antiguo resplandor
de la huella de Camus sobre los adoquines
plegada en el papel que nunca llegué a enviarte.
Unos besos atravesados, que se ocultan en las ramas
de las arterias caídas que sufren
las direcciones abandonadas de los puentes,
me recuerdan
que los amantes que fuimos se fueron a buscar otra espesura
cuya penetrante melancolía
se derrama en el jarrón denso de los himnos elegíacos
que no encuentran unos labios para que tornen
a ser tomados en la túnica desierta
de los paseos cenicientos que los sauces aroman,
para que puedan entonar en las herrumbres una palabra de amor
que ahogue un lánguido pasaje
de hiedra retorcida
en la tarde más triste adonde huía el invierno más cruel.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.