Hace tiempo que
encabezo mis opiniones con el "creo", el "pienso" o el
"quizás", y eso es así porque he aprendido a reconocer que me había
equivocado en cosas de las que me sentía muy seguro, porque he comprendido que
creer en Dios no es hermoso si no se tiene una duda sobre su existencia. Creo
que el Sabina que despedía un milenio y se asomaba a otro ya había dejado
canciones para que se le recordara, pero es en este período en el que forja el
resplandor de su leyenda de hombre derrotado pero no vencido aunque no haya dedicado una canción a los samnitas o a Pirro. Desconozco, como
tú, los entresijos de una canción que siempre encontrará a alguien que la
quiera escuchar sabiendo que habla de sí mismo y de su propio desconcierto ante
el paso de los años. ¡Qué no daría el viejo y ya entrañable Joaquín por volver a sentir el temblor de asomarse a los cincuenta!
Sabina estuvo años
forjando una leyenda de libertino urbano, tierno en las asperezas, rebelde hasta con su propia estampa, iconoclasta del jueves con Joaquín e inmisericorde con Sabina, y lo hizo francamente bien con canciones que todos tenemos en la
cabeza que les niega que se desplieguen en el olvido como una bandera que se enamora del aire y no representa a nadie. Después estuvo años intentando sin
contemplaciones deshacer esa leyenda que no era verdad ni mentira y llegó la
inmortalidad con tres discos irrepetibles. Es un privilegiado que alcanzó su
plenitud a la edad que muchos habían plegado sus velas incapaces de manejar los vientos que habían cambiado, supo encontrar un rumbo
incierto en la deriva con la humildad forzosa de aquel que solo sabe que no puede
engañarse a sí mismo y encuentra el arte en la belleza mórbida y decadente de sus propias ruinas.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.