domingo, 23 de noviembre de 2014

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      La fama ya no es aquello por lo que venderías tu alma sino aquello que maldices porque te impide tomar un café en el bar de la esquina mientras escribes algún verso de amor en una servilleta que acabaría manchada por el cerco que dejara el vaso sobre la mesa. Precisamente porque la chica a la que le diste tu número de teléfono el otro día debió perderlo, te acuerdas de María C., ya no sabes quién es, quién se esconde detrás del enigma de unas piernas y el fulgor de unas medias desgarradas por las manos de la lumbre y del deseo, por el pañuelo agitado por la fragilidad de las ramas descarnadas que duermen en los brazos de una presencia ausente.

   ¿Quién evocará los acordes inaudibles de la nada cuando le pregunten por Robert Zimmerman? Bob Dylan es distinto, todavía mira la acera donde cantaba las preocupaciones de un joven que se había dado cuenta de que la música estaba cambiando, que pensaba con determinación y coraje que no debíamos bailar al ritmo doctrinario de los dueños de la fiesta, estaba bien proclamar la rebeldía con la gabardina nihilista de James Dean soportando el aguacero o evocar con una lágrima sentida la frescura y la sonrisa de Buddy Holly cuando cantaba cada día, pero hay que hablar de problemas que afecten al conjunto de la sociedad y que nos implican en el perverso mundo de los mayores, dejamos atrás a Peter Pan, hay demasiadas reinas de corazones y este mundo nuestro no es el país de las maravillas.


       Hay quien pasa a la historia por escribir un solo himno, hay quien años después maltratará sus prístinas canciones cada vez que las interprete diciendo que le pertenecen, como ella que se quedó dormida para siempre, sin identidad, su nombre sepultado por el paso de las horas que no se marcan en el reloj de la plaza abandonada donde los recuerdos lloran, así suelen ser los sueños cuando los dejas escapar. Es muy difícil tocar con las manos el Paraíso y comprender que no eres Dios, despertar para darte cuenta de que tu pesadilla más perversa y difícil de dejar atrás eres tú mismo; lo peor que le puede pasar a un genio es encontrar el triunfo y tener que gestionar una encrucijada de inspiraciones entre una maraña de seguidores enfervorizados y enloquecidos. ¿Cómo puede ser de uno una canción que se escribió hace ahora cincuenta años y permanece en la memoria de un tiempo que no es de nadie y es el nuestro? ¿Llevaba razón David Bowie cuando te decía que tus poemas habían quedado para siempre escritos en las paredes de nuestras conciencias?



(23 de Noviembre de 2014)


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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.