jueves, 9 de junio de 2022

Memorias de Hydra

 

I

 

 

El destino de un poeta

Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista,
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
 

Ideales perdidos

1

La nueva revolución


Luché en la vieja revolución
al lado de un fantasma y un rey.
(Leonard Cohen)
 
 

El amor nunca llega cuando hierve mi cuerpo
y no veo tu rostro en la sección de cultura
de una revista apagada en el quiosco de la esquina
y no puedo pedirte 
que actúes cuando te siento 
en la vitrina perseguida por la lluvia de agosto,
en la memoria errante de una rosa tatuada,
que traigas a mis pasos las calles perdidas del recuerdo,
la nube ensoñadora que envolvía tu barrio,
que liberes a los guionistas que yacen en el sótano 
de todas las represiones,
que muestres orgullosa la huella 
de lo que nunca he sido 
en el laberinto irresistible de tu piel,
que abras la revolución que aún espera al hombre 
por quién nadie pregunta en la oficina
y el corazón que no creía en la muerte de los ángeles
pero pensaba en ti cada vez que llegaba
la oscuridad del silencio a su latido,
la angustia de un viernes quebrantado en el tormento
de un profeta vencido y postergado
que no volvió nunca a caminar sobre las aguas.
 
2
 
 
 
Vuelvo al tiempo de los besos
 acorralados, 
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera,
al laurel de la India que nunca se marchita,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos;
no recogen la firma de tu mano nerviosa
pergeñando los vuelos profundos de una rima.

Vuelvo al patio romano
como si quisiera gritarles a las rosas
que no serán nunca tempranas
cuánto te quería
en los recovecos de los jardines de las murallas, 
en el pequeño foso del suicida
que aún guarda los calvarios negros de nuestra nube
en el velo del mar que atravesaba
la pulpa del naranjo que oscurece
en el paseo crepuscular de Independencia,
y me estremezco
como si quisiera abrazarte de nuevo
en los surcos nostálgicos del agua 
que se adentra en la noche de las incomprensiones,
de las barcas perseguidas
que gimen en la canción de tus arenas
como una sirena que ha renunciado al canto
y horada con los ojos la amargura de sus piernas 
entre los espigones derruidos por el salitre y su silencio
donde la luna araña al mediodía
tu sombra sobre la tierra del olvido,
el corazón sediento que aún rememora la caricia
del clavel caprichoso que tuviste en la boca. 
 
3
 
Costana de Ribalta
 
Una mujer con sombrero,
como un cuadro del viejo Chagall,
corrompiéndose al centro del miedo
y yo, que no soy bueno, me puse a llorar.
(Silvio Rodríguez - Óleo de mujer con sombrero)
 

 

Llega un rumor
de silencio que se abraza a tu figura
cuando pasa el último autobús de la frontera
y mantengo en la memoria
de tu mirada el misterio del olivo silvestre,
me miro en un espejo asustado
y los muelles se alejan entre la bruma de la noche
y la muerte de los besos
que se hunden en el asfalto de la carretera herida
y en la huella de las farolas
que se imprime en los nombres de las fábricas.

Te amo en este rincón de la ciudad que duerme
y aprisiona los sueños perdidos de un pasado
que sería distinto
sin tu aliento en los carteles y los cristales,
sin la caricia que guardas en el regazo de la luna;
yo no hablaría de los faros que nublan la garganta
con la huella estridente de un canto sobre las tejas,
no hallaríamos las portadas escondidas
en la humareda cargada
de los lunes cenicientos sin papeles y sin rastro,
te acosaría el alma de la primera sonrisa
que no supo esperarte
en la herrumbre que llora la sed de las cancelas
de tu puerto desencajado en los bosques de ladrillo
vencidos por la nostalgia
de tus manos ardientes en el suelo y en las tizas
cuando jugar era serio y nunca hacía daño.

Vago en la quietud atormentada
de los muros encalados
que suben la implacable costana de Ribalta
y en el temblor errante
de las luces encalladas que rezan en los umbrales
de la última puerta que se abre en el olvido.

En ese momento que has llenado de estrellas furtivas
me levanto como un hombre desmaquillado
que se abraza a la cola que tiembla en otra luna
intentando encontrar
tu destello en la noche del índigo caído
que hiere su soledad con una lágrima oscura
para llevar tu timidez antigua a un rincón de los lienzos
que esbozan un corazón amortajado
en una cometa inocente y desnortada
que nunca llega a alcanzar el lugar alto en donde vibras,
aun así te persigo en un norte sin brújula
que se pierde en el marco del óleo que tú amabas,
te abrazo en la cortina que desgarra el clamor de tu vestido
entre las sombras de los gatos que resisten
en los colchones viejos y en las sillas rasgadas
de la colonia desnuda del taller arrasado,
en el poema que hablabas de la libertad en el viento.
 
 
4
 
 
Modern Times
 
 
       Y de repente parecía que aquel mundo podía acercarse a nuestras manos, que había un lugar para nuestro sueño en el marasmo de las multitudes, que florecía la tarde cada vez que sonreías. ¿Por qué lo hacías tan poco cuando yo te miraba? ¿Por qué llegó la noche sin percibirlo apenas? ¿Te dije alguna vez que si hubiéramos podido ir a Nueva York la Estatua de la Libertad se habría arrodillado ante ti?
(Conversaciones con Laura)
 
 



Somos cartas sin norte esparcidas en el viento,
islas sin recuerdos en un archipiélago aislado,
una rosa sin pétalos en el jarrón del olvido,
un grito en las tinieblas,
somos la mirada abstracta
de un sueño figurativo que no ha nacido,
el despertar de un monstruo inocente que muere
entre las pesadillas del hombre de la calle.

Ya conozco los latidos de estos tiempos modernos,
ya he bebido la sed de un amor
que no brilla ni se apaga,
se derrumbaron los muros, me dijiste,
pero sigue la barrera entre tú y yo
cuando hablamos del silencio,
de las incomunicaciones telemáticas,
de tu tarjeta sin firma que se pierde
en la nube querida de la infancia.

Somos la arena violenta que golpea
en el rostro de un niño dormido para siempre
en el cementerio de la playa,
aquellos que no escuchan a los muertos
que vagan por los periódicos,
llegamos siempre tarde al último combate
sosteniendo en los ojos que se cierran
una sonrisa amplia que bendice
los fusiles de la gloria, la libertad encadenada,
el hacha sin mango que agita el guante del verdugo.
 
 
       Ámate a ti misma, Laura; tengo la seguridad de que encontrarás a mucha gente que te quiera, pero cabe la posibilidad de que no encuentres a nadie que te ame. Todos queremos compartir la gloria de Occidente, pero solo unos pocos amamos su vulnerabilidad. Si encuentras a alguien bueno que te ame, aunque solo sea un poco, gozarás en cinco minutos lo que los perversos no disfrutan en toda una eternidad, por mucho polvo que dejen en la vereda, o sea, camino sin camino.
(13 de mayo de 2019)
 
5
 
 

 

La eternidad del amor dura lo que un recuerdo, 
el recuerdo lo que una vida, 
una canción permanece mientras haya alguien 
que quiera escucharla, 
unos labios que mantengan su promesa, 
un templo que haya querido ser profanado 
con todo el deseo de sus blusas de papel,
con toda su alma…

Aquí estoy, de rama en rama
 sin saber descender al suelo de tu enigma
 telúrico en un cielo callado y sin destino, 
edificando un sentido rítmico con palabras. 
 
Soy yo quien enciende un cigarro 
en una habitación cerrada 
para pergeñar en el humo el primer verso 
que desencadene en un poema sin luz 
que termine en tus brazos, 
quien transita ansioso por los caminos 
abiertos de tu memoria, 
quien no podrá sentir nunca más la tristeza 
de tus ojos de levante altivo 
mientras te refugies en el dique de los besos 
para que no sea borrado por la noche y el agua, 
quien sobrevuela la belleza 
mórbida de tu cuerpo 
cuando amanece confuso y maquillado 
en la cabecera de tu cama, 
quien huye del amor porque desea sentirlo siempre 
como si acabáramos de conocernos 
y nunca hubiera escuchado el latido de tu pecho, 
la libertad gritando en tus entrañas.
 
6
 

 
 
 La eternidad del amor dura lo que un recuerdo 
cuando todo se ha perdido, 
cuando agonizan las calles atormentadas 
de Hydra y se apagan las farolas 
porque se levantan los postes con la lentitud del abandono 
y no hay sueño que anide en los cables 
o se arrastre por la tierra que sigue esperando 
su pavimento y sus aceras. 
 
Una canción permanece 
mientras haya alguien que quiera escucharla, 
un salmo si lo escribe un refugiado 
en unos labios que mantengan la ruptura de su promesa 
o un templo con tus mórbidas columnas 
que haya querido ser profanado con toda su alma 
y se sostiene en la luz crepuscular mientras se derrumba 
para acariciar sus ruinas en la oscura colina 
por la que nunca caminaron los dioses.
 
 
 
7
 
 Aquí estoy, yendo de las flores al silencio
capturado por el instante de una fotografía
 que olvidó, al revelarse, que tú no estabas, 
en las ramas de la inconsciencia 
advertida sin saber descender al suelo
 de tu enigma telúrico que aún juega 
con la golondrina que se adentró en el cielo oculto
 por la niebla que derramaste en el último tugurio
 del puerto donde soñaba una guitarra 
mientras la vida se detenía para escucharte
 y contemplar las sienes de tu olvido. 
 
Aquí estoy con un lápiz y un sombrero,
 esperando que llegue la magia al papel, 
desierto, sin espejo ni destino, 
navegando en la resaca que me dejó la marca 
permanente de tu piel en los pasillos, 
edificando un sentido rítmico con acordes 
que pasaron por mis manos y no pudimos 
pronunciarlos mientras cantabas el himno 
que atenuaba nuestra culpa por haber dado la espalda a los edificios 
que alentaban el aullido que había salido a la calle 
y llevaban escrito en sus paredes 
la rabia de haber dejado escapar 
los poemas perdidos en las manifestaciones.
 
 

 
Unos versos caídos en el cielo de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no puede desplegarse
cuando no encuentra el camino de tus labios.


No volveré a ser aquel que te esperaba
en el sol declinante de los embarcaderos
con la gracia de los dioses en la frente
con la esperanza atada a tu cintura,
seguiré otro camino entre los matorrales
y las ansias de vivir
en las arterias lentas de una isla
que avanzaba en la memoria de los mitos
con el reloj de sombra aletargado.

No somos los primeros
que se dijeron adiós mientras se amaban,
que plegaron las velas
sin esperar que llegaran los vientos favorables,
que invocaron el infierno durante los días dichosos
mientras fundían las risas con las lágrimas.
Nuestros besos no son los únicos
que se borraron
en las mejillas caprichosas del alma de los tiempos,
en el polvo del interior de las Siete Colinas
que perdieron el camino en el vientre del agua.

Pero nuestro dolor de espinas atravesadas
no conoce a los mártires
que desgarraron sus huellas en el altar de los verdugos;
volveremos a sonreír
cuando el ocaso ascienda en la remembranza de la muerte.

El amor que ilumina, a veces encadena
y hace que te sientas
un faro apagado en la distancia
cuando llega el silencio a tu rostro afligido
y te enfrentas al dolor cinerario de la urna
de Keats arrebatada en la tormenta de la calma.

No somos los únicos que pecaron por amor,
que enfilaron su barca contra las escolleras
de los versos enmarañados,
que escribieron sus promesas en la puerta de la playa
mientras subía la marea del deseo de los perdidos.

No somos el paradigma del peregrino ciego
que murió en la vereda
y siguió caminando,
voy hacia aquel vestido rasgado en una fiesta taciturna,
hacia el clavel de cenizas que tuviste en la boca
como un recuerdo que no encuentra su rostro,
que ha olvidado su nombre
en una cuesta abrupta
que no puede subir entre los cables y los pájaros
aunque se acuerde de tu olvido
y llore en la noche profunda del fulgor en tu mirada.
 
9
 
Cuando mueran los poemas
 
Me dejó a solas con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)
 
 
Ya escucho tu sonrisa en el mar que se aleja
y busco en otra playa de tu arena la orilla,
vivo como un olvido flotando entre las aguas
que se alejan de ti, sin poder detenerte.
(Ya escucho aquellos versos)

Cuando mueran los poemas en mi cuaderno
y aparezcan contigo en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que llore entre los muros
sino mía
para siempre, solo mía y derramada
como un templo abandonado
en el crepúsculo
que ya no escucha la caída de los dioses,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
fijarla en los tabiques densos y supurantes
de una sombra profunda y corrompida
que no supo cerrarse en mi memoria;
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un amante sepultada
por las cenizas de un jardín y un limonero,
un sueño agonizante
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el último tranvía
con el corazón de Chopin en una urna túrbida
envuelta en el levante, las notas y los recuerdos,
en una queja que se movía bajo la sangre de una verja.

Allí seguía latiendo perdida y pesarosa
la huella que borraste en la luz de mi mirada
que sufría el gesto caprichoso,
las ansias peregrinas
que dejaste que anidaran en un balcón de mi costado
y nunca los arrancaste del laberinto de mi alma.

Te quise y no sé si me arrepiento
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos
 
10
 
Bachata negra
 

 
 
Regreso a los escombros confusos del pasado,
a la acera desierta en donde te esperaba
regreso a las estelas de la herida
que se adentra en el llanto de las ninfas varadas
y mece tu tristeza por la arena
como un héroe ciego que ha perdido la gracia
de la sangre en su rostro
y se encierra en la luz siniestra de una jaula.

La lira temerosa del olvido
no sostiene las cuerdas, no escucha la bachata
que muere en el recuerdo negro de los cipreses
y golpea las venas de mi isla acosada
como una bailarina en una noche fúnebre
del suelo misterioso las entrañas
y levanta las urnas de cenizas ardientes
que vierten con los ojos su amargura en el alba,
en el camino roto por el viento y las olas
donde las hojas secas se derraman
sobre el lecho de tierra que acoge tu memoria
y convierte tus labios en una encrucijada
de caricias errantes y perdidas
que nunca se han movido de mi boca angustiada;
te llaman con mis manos, riegan mi soledad,
atraviesan las flores muertas de la ensenada.
 
11
 
El muro de las lamentaciones
 
 

 
Comprendiste con dolor que los hombres nunca lloran,
después llegó el diluvio,
aprendimos a naufragar en la orilla
pero no sabemos lo que hemos aprendido;
el amor siempre es un sueño que nos despierta
y la vida nos sorprende durmiendo
cuando soñar es un privilegio de los atormentados
que no cierran los ojos cuando aparece el destino.

No puedes tener de mí lo que no me pertenece
no puedo tener de ti lo que perdiste
y aún conservas
en un poema de amor que nadie leerá nunca
aunque esté escrito en el muro de las lamentaciones
 
12
 
La esperanza vana
 

 
 
 Con la voz de los rezos vuelven los crisantemos
y abrazan la campana retraída
que no llega al balcón de una promesa muerta
que no cumple su pacto con las sombras
ni al requiebro angustiado de un amante sentido
que no sabe horadar
las venas de tu sangre,
no corre por sus ojos la herida de tus campos,
tus ríos se le escapan roncos entre las piedras
pero hunde en su pecho cubierto por tu velo
tu lágrima ahogada en una fiesta lúgubre,
la dibuja en tu aroma con un monstruo asustado
que espera en el rincón
donde grita el deseo que tuviste en el alba.

He matado tu acento en los vidrios cortados
que retan a la muerte
en la alcoba que tiembla en el aire dolido
que muerde los recuerdos
y el canto de tu lengua que nunca se ha apagado.

Tu desierto en la lluvia, la sed de tu garganta,
el alma de tus besos hieren en los escombros
y arrastran los vestigios
de la amarga cadena que forjó tu alegría.

La cortina rendida de los escaparates
suspira en tu mirada
con un verso extraviado que sufre los agravios
del lenguaje opresivo que impone el corazón
que siente tu latido en la espesura,
en la esperanza vana
que se enfrenta sin arte, espejos ni medida
al suspiro más hondo de tu ausencia
presente
en el pétalo negro de tu jazmín dormido,
en el tatuaje azul que no encontró la piel
que tuviera mi olvido
en tu noche más larga.
 
13
 
 
 He dejado en tus manos luctuosas
la palabra oprimida
que firma la crueldad de los acasos
que nunca se han movido de la lengua sombría
que se burla del sino taciturno
y esparce los destellos
de un mundo perturbado que nos hiere y se acerca;
inunda la bahía solitaria
con un marasmo inquieto y persistente
que siempre has paseado en tu locura
prendido en la añoranza húmeda de tu rostro
que navega en las nubes
lúgubres y temibles de tu velo,
surca la soledad de los mendigos
con las aves nocturnas que rezan en tu cruz
y sufren virulentas la amargura
que golpea tu puerta cerrada y subjuntiva
con un ardor confuso
que perece en la muerte de los puertos varados
en tu alma quebrada que susurra en la sombra
y se enciende en las horas
vencidas que traspasan la fecha arrugada
de una cita perdida
en una luna blanca
que vaga en la escollera de una blusa menguante
y penetra en tu boca con un turbio suspiro
que mueve los andamios tormentosos
de un sentimiento errante que agoniza
llorando en los balcones,
arrastrado en tu playa por la ira de los vientos.
 
14
 
Los cines y las fábricas
 
 
La canción que componía quedó sin terminar.
Aún no sé por qué malgasto el tiempo
escribiendo canciones en las que no creo
con palabras que se rompen y estiran para rimar.
(Paul Simon - Kathy's song - Variación - F.E. León)
 
 

 

 
 
Llevas en la mirada el soplo del Poniente,
en los labios la herida
tierna y ronca del pájaro que tiembla
en la acera ensangrentado
entre los transeúntes silenciosos
que asaltan el vacío y rutinario
cristal de la memoria en los escaparates,
el halo transparente de los cines,
el humo de las fábricas,
el rayo que ilumina la caricia distante
de la huerta que muere
y se cubre con lirios de pureza
para hablar de los bancos con un nombre grabado,
con un libro perdido con la letra borrosa
y una firma sentida y olvidada
que no advirtiera nadie en un cuerpo que espera
la llama de tu amor, la magia de tus manos.

Llevas en la mirada el mito del exilio
de las nubes canoras que nunca se han movido
de tu eterna esperanza en los jardines,
del viento de tu imagen venerada
y ardiente
que llena las paredes con un nombre,
que rompe los adagios con un verso medido
y atormentado
que hierve en las esquinas teñidas de silencio,
divaga en la mañana, y sonríe a la muerte.
 
15
 
 Cuando cada respuesta sea un ruego,
cuando Dios esté lejos
y no pueda acercarse a nuestra estrella,
cuando la angustia sea dueña de nuestro pecho,
cuando los profetas se enamoren
de cualquier mujer que mienta
y lleve el carro de la compra
lleno de promesas vacías,
cuando no quede refugio en las sombras
para un poeta vencido y adulterado
y no quede pañuelo
para ocultar la vergüenza
de haber nacido triste y oprimido,
bendeciré la luz que me diste con tus ojos,
recordaré el calor de tus brazos en cruz.
 
16
 
Cartas para rezar
 
 Somos dos almas sueltas por distintos caminos
que han olvidado encontrarse,
que ya no se conocen.
(Peter Pan - julio de 1974)
 
 
Cartas para rezar, rogar y enternecernos
con la palabra humilde
perdida en una estrella,
¡oh libertad sin luz, de amor tibio y ausente
que reposa en el cuarto del niño que velamos!

No vino la verdad. El coraje, la fuerza
recorren los delirios
de amor que no vivimos,
los versos que abrigamos con una hoja inerte.

Somos almas sin fecha danzando en los estanques
que no quieren dejar huella de nuestro signo,
ni levantar sospecha de nuestras esperanzas
en espejos que hieren los surcos de una herida,
en cristales fingidos que traspasan las venas
de voces que no hablan,
y seguimos jugando sin decir quiénes somos,
sin querer arriesgar a extraviar lo perdido
en la larga partida sin mano con la muerte.

17
 
Playa de la Almadraba

He prendido una herida que recuerda tu nombre en la playa,
he bajado a las arenas y oído el rumor del muro
en la rendija donde anidan los aviones
y el clamor de tu paso alborota el agua
que golpea en los riscos limosos
y penetra en el muelle que solo conserva una hilada
tortuosa que muestra
la fragilidad de los costados invadidos
por la memoria acordonada que nunca llega a la orilla.

Vuelvo a un poema esparcido en la arena
que llega de otro tiempo
como una promesa que no ha perdido el aliento
de la procesión callada y dolorosa
que incrusta los claveles en los regueros de tu alma,
al campanario que se olvidó del vuelo y se arrodilla,
al Vía Crucis
que impregnaba de dolor los derrumbes en el camino
y arrancaba la espina de cada pensamiento del arroyo
cuando vivir era un pecado,
un cilicio sujeto a la ceniza posada en tu frente,
el estigma de un amor que nunca abandonó
las pulsaciones nerviosas de tu pecho
ni el bálsamo de luz que me turbaba en tu mirada
 
 
18
 
Recuerdos de Barcelona
 
1

Estuvimos tanto tiempo juntos
que hasta llegamos a amarnos
en el crepúsculo de los dioses que morían
porque sufríamos
la estulticia faraónica de los viejos gobiernos,
las cadenas libertarias de las nuevas revoluciones.

He comprendido que no puedo engañarte,
que cuando te miento
sobre los himnos y consignas de nuestra juventud
el amor se derrumba
en el infierno de las explicaciones,
en las palabras gloriosas que no tienen sentido
cuando se funden en un beso sin recuerdos ni labios,
en unos brazos cuya esperanza se pierde
en una calle de sombras con farolas apagadas,
en una barca que no llega a la orilla de los templos,
a los estigmas candentes de los mártires postergados.

Estuvimos tanto tiempo juntos
que comprendo que tenga tu cuerpo bendecido
aunque no estés a mi lado,
que sea tu herida la sangre de mis venas,
las llagas de mis manos, las uñas de mi derrota.

2

Y ahora, solo, triste, sin amor
voy del puerto hacia la niebla.
(En el Poblado Marinero)

Me humillas como si de repente
te acordaras de que no soy el amigo
infatigable del viento
que murió en tus brazos y te llamaba,
como si hubieras enterrado en una flor
los pétalos marchitos
y el sueño del poeta que adoraste en la alborada,
como si ondearas tu lúbrica bandera
diciendo que no puedo acariciar
su aliento y sus mejillas
cuando despliega su emoción en ráfagas abiertas
y llega a tu recuerdo
y te ilumina,
como si me mintieras cada vez
que me dices te quiero
y me llevaras como una carga de soledad y espinas
entonando el himno fugitivo
que nació entre tus manos y se perdió en el mástil
y ya no puede ser mío
sino para la boca
que navega en tu tristeza y gobierna tus adentros.

3

Que me acoja el dolor
humano de los vivos,
que me lleve la suave
tristeza de los muertos.
(El fajador)

Ni siquiera alguien como yo
podrá salir indemne del dolor que me causas,
cayeron otras torres sobre la soledad
del Metro por la noche,
otros muros acogieron el amor que te daba
y guardan tu recuerdo como una flor que siente
en el papel que tiembla y busca mi candor.

Cambiaron los espejos del mar que nos miraba
y el aire no es azul
entre el himno de los coches
y el rumor del tabaco en labios juveniles
que nunca aprendieron
a creer en el ayer y no creen en el mañana.

Y supe encajar los golpes en el ring de la vida,
refugiarme en tu rostro
ante la incomprensión del mundo enrevesado
de las rosas de plástico y las canciones fingidas
que atravesaban calles sin melodía y sin voz.

Ni siquiera yo, que fui el aroma
de la resistencia de los perdidos sin causa,
que sostuve en la deriva
el alma del perdedor que no sabe rendirse
e insiste en evocar cada derrota,
que atravesé el desierto de tu indiferencia,
la cruz de aquellos ojos que suben el Calvario
y no pueden rezar con palabras que niegan
un pasado festivo que marchitó tu mano,
las garras de tu olvido para volver a amarme,
podré alzar los brazos
ante esa serpiente sonriente que me muerde en el rostro
alentada por el veneno de tu rencor,
por el sabor lejano de la fruta que mordiste en secreto.

Terminó todo, después vendrá la noche
a despejar las sombras de los claros,
a enamorarse de la tristeza de los días dichosos.
 
19
 
No volverás
 
Y durante un instante, en su rumor,
regresa el latido del primer poema
de una vida
como una música lejana que se apaga en la noche.

(Constantino Cavafis - Voces - Versión: F.E. León)

*** *** ***

Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vuelo
en la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.

No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.
 
II
 
Fotografías de Hydra
 
1
Siempre quise saber a quién miraba
la chica de la foto,
de quién lleva en las cejas un umbral de flores amarillas
y por dónde respira el fanal de su inocencia,
su candidez exacta.
(Vicente Martín - La chica de la foto - II)

1

Fotografías de Hydra Cohen_10


Regresé de la muerte para hablarle a la soledad
y sentir en tu desierto
el miedo y el aullido de un profeta olvidado,
para hundirme en las islas abandonadas
que emergían
entre los edificios ruinosos y exangües
de una ciudad antigua que no podía acogerme
sin las sábanas húmedas
que acogieron nuestros cuerpos,
ni creer en la esperanza de los santos amortajados.

Escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu nombre
y no esperaba a nadie entre la gente solitaria
que pasa por la calle
y no encuentra calor ni fuerza en el camino.

Sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa
por el desapego que sentiste
de tu propia imagen en el cuarto de mi desvelo,
por las ideas
que ya no cultivabas en el jardín
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba
entre las notas de una canción perdida en el olvido
y un corazón roto y desesperado.

2

Fotografías de Hydra Cohen_11


Ya no conoces el rumor del viento
en el alma fugaz de los jazmines,
la sangre clara y nueva que brota en los veneros,
ya no miras las nubes
mientras la tarde se pliega en tu rostro
y esa niña en grisalla con lazos en el pelo
siente con amargura nuestra derrota anunciada,
sufre la soledad del hombre ante la muerte,
solloza en los relojes
por la eterna crueldad de Saturno con el tiempo;
ya no escribe mi nombre en el camino
devastado en los bordes de tu huella
y en su candor
no vuelve a las sandalias profundas de tu canto,
a la sonrisa tierna que llora entre los sauces. 

III

Presencia de Lady Day

1


Fotografías de Hydra Billie10


Cuando alcances el instante de aquella fotografía
que jugaba en las arterias de las sombras
llegarás a la soledad de un pensamiento
que se aleja en el mar,
de una mirada
que se cierra entre los muros con tristeza
y encontrarás la huella del rimmel encarnado
de una cantante callejera
que derrama su melancolía en los escaños
abruptos que perdieron los laureles
y vuela con la torpeza en la sangre
de una mariposa que se embriaga en el silencio
con el último verso de un poema angustiado
que podría ser el mismo que recitaste
mientras te amaba
y que sigue cayendo
en tu alma cada vez que vuelvo a amarte
con la desesperación de una estrella que entona su amargura,
con la agonía  de las farolas que se refugian en el olvido
de los muelles torturados por las aguas y el tiempo.
 
2
 
La mujer de la tristeza
 
 



Cuando alcances el instante de aquella fotografía
que jugaba en las arterias de las sombras
 llegarás a la soledad de un pensamiento 
que se aleja en el mar, 
            de una mirada
que se cierra entre los muros con tristeza
y encontrarás la huella del rimmel encarnado
de una cantante que derrama su melancolía en los escaños
abruptos que perdieron los laureles
y vuelan en la sangre 
de una mariposa que se embriaga en silencio
con el último verso de un poema perdido
que podría ser el mismo que recitaste 
mientras te amaba
y que sigue cayendo
en tu alma cada vez que vuelvo a amarte
con la desesperación de una estrella que canta su amargura,
con la agonía  de las farolas que se refugian en el olvido de las brumas. 

(23 de junio de 2019)
 
IV
 
Elegías 
 
1
 
Elegía urbana
 

 
La ciudad se ha ido alejando de la que conocimos,
las calles no parecen tener el mismo color
ni las mismas camisas ofrecidas al viento,
apenas quedan vidrieras en las que reflejar nuestras emociones
y nuestra añoranza de lo que nunca ocurrió,
caminamos entre las cenizas de un pensamiento
que no llegamos nunca a poseer,
entre árboles extraños que perdieron sus raíces
y ya no distinguen
las sombras de los geranios blancos
que reman lentas en la mirada del crepúsculo
de los estantes que arañan el antiguo resplandor
de la huella de Camus sobre los adoquines
plegada en el papel que nunca llegué a enviarte.

Unos besos atravesados que se ocultan en las ramas
de las arterias caídas que sufren las direcciones de los puentes
me recuerdan
que los amantes que fuimos se fueron a buscar otra espesura
cuya penetrante melancolía
se derrama en la urna oscura de los himnos elegíacos
que no encuentran unos labios para que vuelvan
a ser besados en la túnica abierta
de los paseos cenicientos que los sauces aroman,
para que puedan entonar en el pasado una palabra de amor
que ahogue un largo poema de resentimiento
en la tarde más triste adonde huía el invierno más cruel.
 
2
 
Nueva Elegía urbana
 
Permite que me duerma sobre el césped
lejano del jardín ya clausurado
que yo llamé alegría...
(Arturo Maccanti)



No sé si volveré desde esta tristeza
a mirar los lugares que frecuentabas por la tarde,
si podré escribir sobre la imagen de tu vuelo
ahora que no la reconozco
en las mismas mareas que remontamos,
ahora que estoy perdido en una nube que no sueña
como un espejo roto que se ha quedado sin luna,
como una mirada que no puede ver la aurora por el llanto,
un candelabro sin luz en un pasillo sin ventanas.

Porque la ciudad se ha ido alejando de nuestros pasos
las calles ya no tienen la misma dirección
que tuviera la alegría
y el viento parece soplar siempre del Este
con el ritmo espeso y anodino de los poemas mutilados
entre la sombra entrecortada
de una carta de amor que no encuentra
sentimiento en el remite y un corazón de papel
con su ruido de cristal entre los cortes de la tierra.

Caminamos por aceras
que ya no levantan la voz de una memoria
entre los pétalos de los claveles consumidos en las rejas del pasado,
entre veleros que buscan la sangre
renovada y esparcida en los rumores de otros atracaderos.

Unos versos caídos en el alma de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no encuentra tus labios.
 
3
 
Lady Day en el recuerdo
 
Te diré que te quiero;
nunca llegó el olvido
al corazón que aguarda y no tiene esperanza.
(Conversaciones con Laura - 17 de mayo de 2019)


 
I

Cuando alcances el instante de aquella fotografía
que jugaba en las arterias de las sombras
llegarás a la soledad de un pensamiento
que se aleja en el mar,
de una mirada
que se cierra entre los muros con tristeza
y encontrarás la huella del rimmel encarnado
de una cantante callejera
que derrama su melancolía en los escaños
abruptos que perdieron los laureles
y vuela con la torpeza en la sangre
de una mariposa que se embriaga en silencio
con el último verso de un poema angustiado
que podría ser él mismo que cantaste
mientras yo te miraba
y que sigue cayendo
en tu alma cada vez que vuelvo a amarte
con la desesperación de una estrella que entona su amargura,
con la agonía de las farolas que se refugian en el olvido
de los muelles torturados por el agua y el viento.


II
Me dejo la fe en cada palabra, en cada equivocación, pero me apuntan con las tijeras.
( Conversaciones con Laura - 31 de mayo de 2019)


Solo puedo acercarme a ti para volver al silencio
y decirte
que eres el itinerario que perdieron las flores de la esperanza,
que tus velas se despliegan indefensas ante cualquier sonrisa,
que no quieres volver
a la frialdad de un requiebro innortado
hundido en la humedad de una almohada,
que tu maleta encalló en el armario de los rieles del olvido,
y tu carmín se deshace en las fuentes ahogadas
de otra mustia melodía
cuando fluyen la penumbra y el pesar de los escombros.

Ahora eres un poema cubierto por las hojas,
una resistencia amortajada
que vaga en los andenes de los pasajes oscuros
con un llanto desesperado
porque has perdido la llama oscura de los puertos
donde aún tiemblan las llagas escondidas
cuando cae tu voz en los dominios
descontrolados y perversos de la nieve de la noche.

Aún sostengo tu acento brotando en la cadencia
profunda y transparente
del fraseo que hierve en cada quiebro afligido,
aún espero que vuelvas desde ningún lugar
con un verso en la boca, la gardenia en el pelo.

He buscado tus zapatos en el techo de los parques,
en el rincón de los rastrojos
que juntos recorrimos con el alma estremecida,
con el vestido que aún vibra en la palabra que muere
tierna entre tus labios, el bolso y la linterna.
 
V
 
Abyla
 
1

Temporal de Levante en Abyla

 

 
Te besaré en la herrumbre
de los vuelos ruinosos
para llevarte los pulsos que transitan por la muerte
de una ciudad declinante y arbitraria
que no desea
que sigamos su aliento,
nos colguemos sus himnos y sus medallas,
para abrir la cortina que encierra los mensajes
en el rumor del mar que nos castiga
y nos aleja,
en la verja de brumas vaporosas
del Mare Nostrum mustio y desteñido
que extiende un pensamiento por el muro olvidado,
por una prédica que emerge
saturada, perversa y alicaída
que se arrastra en la cumbre lastimera
de una carta caída que ha borrado tu nombre
en mi libro de ruta innortada
y no encuentra medida ni presencia
en mi rostro de lunes que sigue en su cilicio
aletargado y cruel de una oficina.

Tú nunca me dejaste la sombra de las nubes,
la dirección de tu bolso, 
el camino con ligas de tus medias ardientes,
ni el rincón de los lirios sin blancor que agolparon
los fracasos prendidos en un lance
de amor que procesiona
en el templo devorado por las olas y  el viento
que azotan tus caricias y tu vestido 
en el zaguán sin rumbo que las aceras arrastran.   
Recuerdo del Yebel Musa Mujer_10



                                          A Gallardo Chambonnet, por haber llevado tantas veces a Abyla en su pensamiento.




No volverá la savia a recorrer
la profunda estalagmita de las arterias del puerto,
oscurecerá el vestido gris que llevabas en la esquina del otoño,
el gemido taciturno de Machado ante la muerte
en la canción crucificada
de un hombre confundido que no creía en el amor
porque no te conocía
y sigue en la espesa niebla de las ramas que lloran en el pasado,
en la soledad de una gente
que no recuerda dónde está su memoria,
dónde la excavadora que se llevó las flores del Campillo
y la sonrisa del sol que derramaba su miel
sobre los cabellos escarpados de una mujer amortajada.

3
 
El Parque

Ahora siento el frío,
correr sobre mi rostro,
frío sobre los tejados
en donde anida un loco.
(1981)
 

 
 
Se derrama en la noche el lirio de tu ausencia
como una carta amarga que no puede escribirse
y sigue en la mesita
donde teje la angustia de un amor disidente
que lucha con los monstruos sombríos del rencor.

Muere el parque de siempre con el alma
de un banco que no espera
al viajero cansado que escruta el horizonte
de los viejos amantes que perdieron la rima.

Rompen los coches roncos la frontera y los muros
murmuran en la savia de las flores
que murieron en el rostro del último verano,
y no vuelve tu aliento sobre mi nombre errante,
no tengo tu caricia como si fuera mía,
como si me abrigara
el viento del pasado que recorre tu pelo,
y volviera el estigma de tu piel al jazmín.

Yace abierta una llaga que brilla en el futuro
que nunca llegará a los labios de Abyla
cuando mueran los faros que abrazan otros mares
para seguir desiertos en las noches de luna,
cuando ya no se vea tu lengua en el teatro
de la acera que escucha del naranjo la rabia,
el grito del poeta
que guarda en cada encuentro con la sombra
un papel apagado que hierve en el olvido.

He sentido en mi pecho el pulso de los astros,
las palabras del loco que escribe en las paredes
de una noche romana que agita la memoria
de un libro amortajado
que arrastra la amargura de un verso interrumpido,
y no puedo tener la luz de tus columnas,
el sueño de vivir
la magia de tu piel tersa entre mis manos,
el ansia de sentir tu túnica caída
que llora en la deriva espesa de los puertos,
que ve partir los barcos que no regresarán
y no quiere perder la huella de tus alas.
 
4
 
Ciudad dormida
 
 Estoy triste y busco la causa de mi tristeza.
Quiero saber por qué es tan dulce tu palidez, amiga mía.
Por qué, como nieve en el lago, es tan hermosa tu mirada.
Por qué me acuerdo de tus ojos si no te he conocido nunca.

(Leopoldo Panero – Ciudad sin nombre)

A Phil Ochs; ¿Encontraste la paz que tu inmenso corazón te negó siempre?


Caen las flores sobre el tejado
que baja a un paraíso oscuro y ceniciento,
cae la noche
como el recuerdo de un hombre gris
que se quedó colgado en el árbol del camino.

¿Por qué no siento la libertad
bajo el manto transparente de tus alas caídas
sobre su quietud errante?
¿Por qué encuentro en mi puerta la sombra tenebrosa
que ha quedado de mí mismo?
¿Por qué amo a la que fuiste en tus momentos amargos?


Como una toalla arrojada desde una esquina
la ciudad me muestra su cuerpo adormecido,
entre los gritos, las banderas y el mar
se hunde en la camisa vestida de un domingo carcelario,
y tú no vuelves
para impedir que me convierta en la estatua
que gime ante la altura de tu encanto
o en la orquídea que derrama su aliento y su dolor
sobre el olvido de una palabra antigua y harapienta.

Detenida, como la carta de un amante
que no encuentra un mensajero en su deriva,
tu mirada se pierde en las líneas de un poema mutilado
y escrito con torpeza,
en los coches abandonados junto a las muñecas rotas
y en las fábricas sin pulso cuyas chimeneas
tienen la misma dirección
de unos labios que huelen a licor y a despedida
mientras reconstruyo el requiebro
que no sabré decirte cuando vuelvan las hadas,
cuando la nube roja se apodere del levante
y detenga la elegancia de tu rostro
en el cielo que surcan los halcones
cerca del Mirador que mece el barco perdido
del arroz que agoniza
desde entonces en la lengua de los marineros
inundando la tierra empinada
y dura que mira con fijeza
a los ojos temblorosos del Estrecho.
 
5
 
Muchacha del recuerdo
 
 
Tú eres la muchacha que busqué
cuando aún no existías.
(Joan Margarit)

Anochece en mi rostro
cuando pasa por la alfombra de tu calle
la muchacha de ayer que todavía te busca,
lleva al cuello tu cruz,
brilla en el recuerdo donde apenas sonreías
y lanza pétalos de ensueño a los claveles
de un futuro
enclavado en una estatua que guarda una mirada
de amor hacia los tristes
a pesar de los fusiles, el mostaza y las cadenas
que no pueden devastar la palabra
de los santos descreídos
que emergen de las brumas cada día
para seguir viviendo la fe en nuestra sangre.
 
6
 
 Y durante un instante, en su rumor,
regresa el latido del primer poema
de una vida
como una música lejana que se apaga en la noche.

(Constantino Cavafis - Voces - Versión: F.E. León)
 
 Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vuelo
en la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.

No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.
 
7
 
Llanto por dos poetas
 
 
Yo seré aún joven,
con la camisa clara,
y los dulces cabellos lloviendo
sobre el amargo polvo.
(Pasolini - El día de mi muerte - Versión de Delfina Muschietti)


Para ver que todo se ha ido
dame tu mudo hueco, ¡amor mío!
Nostalgia de academia y cielo triste.
¡Para ver que todo se ha ido!
(Lorca - Nocturno del hueco)
 
 
Te escribiré mis deseos en los pétalos marchitos
cuando se apague el resplandor
de la ventana abierta
y vuelva la soledad en los recuerdos de la brisa,
cuando aparezca en tu cuaderno
la proclama que hierve en la frente de un profeta
abandonado y muerto
en el misterio corrompido de una playa violenta ,
cuando mida el calor de la luciérnaga perdida
el paso de los amantes mutilados
que envuelven
en una queja plagada de sombra y polvorienta
el mástil de las farolas que declinan
acogiendo en una prédica angustiada los nocturnos de los huecos
de una mirada oscura que nos halla en los escombros
de un Pierrot apasionado y triste,
de un mártir que se emociona con la gravedad de una pluma,
con el recuerdo de tu voz,
con la mirada de una gacela herida
detrás de unas rejas,
con un llanto desnudo a los pies de una guitarra desangrada.


*** *** ***

Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vuelo
en la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.

No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.

8

Playa de la Almadraba

He prendido una herida que recuerda tu nombre en la playa,
he bajado a las arenas y oído el rumor del muro
en la rendija donde anidan los aviones
y el clamor de tu paso alborotando el agua
que golpea en los riscos limosos y angustiados
y penetra en el muelle que conserva, solo, una hilada
tortuosa que muestra
la fragilidad de los costados invadidos
por la memoria acordonada que nunca llega a la orilla.

Vuelvo a un poema esparcido en la arena
que llega de otro tiempo
como una promesa que no ha perdido el aliento
de la procesión callada y dolorosa
que incrusta los claveles en los regueros de tu alma,
al campanario que se olvidó del vuelo y se arrodilla,
vuelvo al Vía Crucis
que impregnaba de dolor los derrumbes en el camino
y arrancaba la espina de cada pensamiento del arroyo
cuando vivir era un pecado,
un cilicio sujeto a la ceniza posada en tu frente,
el estigma de un amor que nunca abandonó
las pulsaciones nerviosas de tu pecho
ni el bálsamo de luz que me turbaba en tu mirada.
 
9
 
Pétalos sentidos
 
.. en mis brazos estás cuando duermes,
en el deseo de amarte por encima de las parras,
del muro encalado y de la muerte,
cuando respiras en mis labios,
en mi sombrero, en el olvido de mi camisa.
(Fotografía)
 

 
 
La  noche se sumerge en las luces que se ahogan en el agua,
apenas una palabra me acerca al amor
profundo que me diste
y que camina entre el miedo y los rescoldos
que marcan la travesía imponente de la Piedra del Pineo.

Quiero volver al mundo de tus manos temblorosas
y escribir sobre tu falda
pétalos sentidos en la densidad del humo
que se hunde en la techumbre de caña de los bares
y rodea los candiles de los huecos
que se apagan en la orilla donde agoniza la espuma.

Era todo más cálido bajo la sombra de tus alas,
más abierta la vida en el corazón de la calle
que llenaste de caricias, miradas y canciones
mientras las gaviotas graznaban su rabia entre las olas
y el muelle nos acogía encadenados
a una farola que luchaba con su grito de luz adormecida
contra el llanto de la luna que viajaba entre la niebla.
 
10
 
Los amantes desconocidos
 
 Quiero llevarte el amor que queda
en una ciudad abandonada
y erigir una canción en los labios del viento
que recuerde una caricia sobre un muro derruido
con la presencia de un nombre que nunca supe escribir
y que nunca sabré borrar.
 

 
 Cuando llegue el corazón perdido de la noche
te preguntaré
si queda un beso para que te recuerde,
para saber cómo llamarte
cuando la escena haya concluido
en la oscuridad profunda que se anuda
a los árboles torcidos de las aceras
mientras tiembla en los pasajes el alma de los pájaros
que perdieron las notas, la caricia, los refugios
y las sombras celestes de los vuelos de ayer.

Te abrazaré en las herrumbres de las calles ruinosas
para llevarte el amor que encuentre
en una ciudad torpe y abandonada,
para abrir una cortina que deje tu mensaje
en una enredadera
que lleve una caricia sobre el muro enternecido
por un canto angustiado
que se arrastre en el suelo desierto de una hoja caída
en la que nunca me dejaste la dirección de tu voz y tus poemas.

He arrancado palabras en las esquinas del silencio para buscarte,
he clavado un lamento sobre un recuerdo derruido para tenerte,
una rosa en la ventana donde la luz se quiebra
ante las cruces quejumbrosas,
ante la soledad de las alas
que no encontraron en los labios la quietud de la brisa.
 
 
11
 
Miro los edificios
 
 
Cuando lleguen los días de una nueva derrota
y vuelvas a llevar aquel vestido nuevo
te esperaré en la esquina de la última cita.
(Cuando lleguen los días)
 
 

Miro los edificios de nuestra adolescencia
sabiendo que las mariposas no regresan
a los pupitres de las calles,
a las sobrias arcadas de la librería
donde apareciste como un prodigio entre la lluvia,
que los amigos no siempre lo fueron;
no cruzaron la acera
cuando Bruce Banner lloraba de rabia
enfrentándose al engendro
que había brotado de sí mismo,
no lamentaron
que Kafka no volviera a las vitrinas,
que mi amante no me esperara en el arco de papel
inabordable de su triunfo, inexorable de mi derrota;
ella nunca admitió que las flores mueren
cuando llega la noche
al lamento marchito de sus pétalos destronados,
que cada héroe lleva un monstruo en las entrañas
y el tiempo nos devora
aunque hayamos vivido el despertar de un sueño,
aunque aliente su sonrisa los anhelos de una mirada extraña
y se despliegue
como una danza entrañable
en el candor de los labios que tuvieron su tristeza y su alegría,
aunque persistan los derrubios
edificados por la profundidad de las terrazas,
por las reminiscencias de los paseos en la palma de los rostros
y el pesar perfumado de la adelfa en su agonía,
por el estanque enclavado en la fosa del misterio
de un sentimiento vivo y enajenado que vibra en la nostalgia
de las verjas abiertas en los senderos del mar.

El corazón del mundo que tuvimos
solloza por el llanto esparcido
en las ventanas infinitas que miran al silencio,
a los ojos vacíos que llenan el dolor
sombrío de la angustia, amargo de la ausencia.

12
 
El rumor del puerto
 

 
 
Quizás vuelva algún día a pasear
mi desesperación por este puerto,
y derrame el licor en vestidos de fiestas,
y busque un qué sé yo entre sombras que hablen,
y recuerde el amor que alguna vez me diste.
 
 
Estuve en la oscuridad mucho tiempo,
no puedes pedirme ahora que me asome a tu mirada
y salga a las calles
con una rosa blanca en la mano de tu espejo,
que desee volver a la niebla
luminosa de tus mares,
a las velas encendidas de un naufragio anunciado.

Salgamos por la noche; busquemos lo perdido
en el rumor del puerto,
en la soledad de la taberna cuando la música se apaga,
pensemos en la espuma que azotaba la escollera
cuando me amaste sin saberlo
ese agosto que encallaron tus encantos
en la cálida lujuria de mi alma atormentada.

La voz de las farolas ya no podrá dañarme,
desvelaré que tuve el resplandor
de tu vestido ardiente en una esquina,
el silencio de tu piel mortificando mis labios
cuando podía mirarte en el zaguán de los deseos
con la esperanza firme
de que tus pensamientos me buscaran
y las nubes me llevaran al encaje caído de tus medias.

Ahora vuelven los vientos al llano escarpado
que emite tu latido más denso y entrañable,
a la verbena desgajada de tu barrio
que recoge el pergamino
de tu mensaje ahogado por las olas y las lágrimas
en los acantilados donde el mar busca la muerte.

Y no encuentro la cruz de tus brazos en el camino,
no se ha tejido un manto de recuerdos
para entregarte las manos que acariciaron tus copas,
para cubrir la capilla desangrada de tu culto.
 

VI
Meditaciones dolidas 

 
1

Sigo donde estaba después de atravesar
la encrucijada densa y plomiza de la tarde
que no habla, nunca espera
y cierra su cortina frágil de luz en el ocaso,
después de agrietar las linternas cansadas
en la niebla nocturna
de los mares perseguidos que persisten en mi alcoba
y nunca besaron el puerto de mis dudas
cuando penetraba en las líneas verdes, en las pupilas
de unos soles añorados,
de una esperanza angustiosa en la calma.

Porque, después de haber intentado
acometer nuevas empresas, inútiles hazañas
en otros huertos, en otras latitudes,
he comprendido que no sé hacer otra cosa;
escribo
en los pétalos efímeros de la hiedra desprendida
que se abraza a los muros postergados
de la ermita solitaria,
en la huella de la luna que no podrá borrarse,
rubrico
epitafios de amor con un tono lastimero,
con un ritmo desesperado
que arrolla la vereda de un verso subversivo
y una tierna romanza en los labios de una hoja,
respiro
en el aliento de la fuente de la infancia
que se retuerce en las alambradas que fluyen
y cierran su mensaje en las manos del acero
que han ido sembrando en el agua los relojes de humo
que me llaman, me empujan, y se alejan del niño
que no puede esconderse en el espejo
menguante de mi esfera,
ni en la estancia que sufre la ira de un desahucio,
ni derramar las flores que aromaron
el milagro fugaz de una sonrisa en el alba.

2

Me abruma un mundo que juega en los andamios
con el error y la fatiga de poseer la verdad,
yo sé que estoy equivocado.
He roto la cuerda de mi esperanza
pero sigue oprimiéndome la garganta y la sangre
cada vez que se escribe mi rostro en un pañuelo,
reniego del pasado
con una plegaria sincera cada noche
que me asusto de mí mismo
pero vuelve a aparecer en la lengua de la sierpe
escondida en la piel de una manzana que persiste
en el hombre que afronta la marea y la rutina
y no cree en el ángel que anuncia la mañana,
no he dejado atrás al cómico que fustigó a la risa
y llegó a una meta, que marcada no venía
en el libro de ruta, con la montura reventada,
que creía que el talento redimía de la culpa,
mas no apagó el dolor
sin tregua arrinconado en los surcos
que el maquillaje de los escenarios apagados
exponía la herida en la trastienda de una sesión
vacía, sola, triste, desesperada.

Me dejaré llevar por las raíces
hacia la blanca orilla de la sombra de los álamos.

3

He bajado a la playa oscura de las matas
que gritan en las piedras y en los muros
donde habita para siempre la muerte de un cometa
con la bufanda raída que arrastra una ventana de misterio
en el índigo profundo que oscurece
la fábrica abandonada en la escollera,
el muelle destrozado por la lengua del levante,
los escombros en el barranco de la fragua,
para vestir de silencio a la luna
que vuela en la memoria de las nubes,
para liberar del lazo al painico de una infancia
feliz y acorralada entre los arenales de los pasos sonrientes
que juegan en el olvido a las ansias de vivir
entre los crisantemos
que colman la escalera de los días más lentos y más amargos.

4

No conozco los motivos
por los que me rebelo contra el discurso airado
de una queja adolescente que aún me llama,
por los que sigo en pie después de tantos sueños
en el frente de la vida masacrados por la rabia,
impresos para encadenar mi nombre a una oficina,
después de tantos poemas malogrados,
después de tanta farsa y de tantas caídas.

He olvidado las razones por las que vuelvo a una calle
temible y opresiva que solo cambia
el mástil de su bandera
mientras sigue el puñal agazapado
en la placa escondida en un rincón de sus entrañas1.

Ya no sé por qué suelo hablar con los ojos,
por qué confío aún en los pecados de la virtud,
en las flores perdidas
que me llevaron a las arterias del Infierno,
por qué busco la verdad
entre los edificios amontonados y las redes vacías,
por qué siento tu nombre entre las sombras,
la libertad entre las rejas de un anhelo que sufre.

1 - Calle Jáudenes, ya en Ceuta, propiamente dicha. Sus moradores actúan como si pensaran que tienen el amor a España en exclusiva.

5

He roto los espejos

Me he levantado entre las violetas
mientras aclaraba
cantando un canto olvidado
en la noche serena.

(Pasolini - Versión: Delfina Muschietti)

He roto los espejos que rezan al pasado
en la alcoba que tiembla en el aire dolido
y muerde la querida remembranza
de una lágrima densa caída en tu mirar
y el canto de tus manos
que busca en el desierto la multitud que espera
la sed de tu garganta
herida en las caricias que arrastran los vestigios
de la larga cadena forjada por tu piel.

La cortina rendida en los escaparates
suspira en tu mirada
con un verso extraviado que sufre los agravios
del pensamiento lógico que perdió la razón
y siente tu latido en la espesura
cuando llega la noche profunda de tu ausencia
a los pétalos negros de mi bosque medroso.

He roto la añoranza de un mundo malogrado
que no quiso quererme en su vacuo latido
ni que yo lo quisiera;
ya no soy quien pasó con la luz en la frente,
quien escribe un poema en los labios del viento.
 
VII
 
Fotografía de púgil pensativo
 
 Te amo y te odio al mismo tiempo.
Me preguntarás cómo puede ser así.
No lo sé.
Pero es lo que siento, lo que me crucifica.
(Catulo)
Imagen

1

No guardaste el libro de latín
con tu firma en la solapa,
con mi nombre perfilado
en los trapos rojizos de la muñeca polvorienta
que dejaste arrumbada en la sangre perdida
del bosque de los miedos.

Entonces sonreías, a ese soldado desarmado
que no supo amarte, a pesar de que el Leteo
había desembocado para siempre
en los ateridos labios del puerto de Algeciras.

Después llegaron los días cenicientos
del marasmo
mientras mi sonrisa fracasaba en las ruedas obstruidas
de un vagón empeñado en destrozar los carriles
de la ineludible y asertiva ruta que se hunde
en la oscuridad del tren de los acasos.

2

Ya no asoma en tus mejillas la hora
de los besos irreflexivos
ni te embarga la muerte
del pajarillo tierno que volaba dichoso a tu regazo
mientras yacía en las brumas de las reminiscencias
un tembloroso y solitario corazón
con un soplo venerado que resistía en la esquina
la agresividad de los segundos
esperando que los golpes se olvidaran de su rostro
y tus lúbricas plegarias,
implorando que sonara, entre las cuerdas,
el ansiado crepúsculo del último combate,
el halo redentor de una campana compasiva
que detuviera el sufrimiento
de un amor extinguido junto a los Baños árabes,
la levedad de un siglo de martirio prorrogado
por el silencio de la catedral
cuando se marchaban los muertos
y volvía la sombra de la humedad a los estancos
que vendían las caricias
convertidas en telúrico humo de alquitrán en la mañana
movida por la resaca ahogada por el Levante,
en himnos sagrados forjados a golpe de uniformes laicos
y toques militantes de nostálgicas cornetas.

3

Derribaron el ring en cuyo nítido centro
danzábamos como niños entre las vides
con un juego de piernas grácil y despreocupado
que esquivaba la caída de los sueños,
de la elegancia y la ternura
cuando no podía la vida sepultarnos en su tristeza,
cuando arrojábamos la herida desde el rincón
de los triunfos dolorosos, abrasivos y amargos
que caminan en el óbito del verdor y no se olvidan.

4

Las estatuas de mármol han perdido su placa
y no saben a qué dios invocar
para calentar las balaustradas agrietadas
que resisten el abrazo inclinado al desencuentro
de los mares antiguos en el Paseo de la Marina,
para detener la imagen surgida de una copia rutinaria
que agrede el dramatismo patético, sangrante y obnubilado
que se entrega,
como el sauce de las hojas que amabas,
a la noche y al dolor
como una hetaira que no encuentra
la frescura de su rostro,
la firmeza de sus senos,
el hechizo de su voz
y frustrada por el tiempo castiga enritada
la soledad de un eterno perdedor hundido en su pensamiento
y la agonía
de unos ojos hinchados
que no pueden ver la oscuridad de los soles entre la niebla.
 
 
 
 
VIII
 
Nocturno en la escollera
 
Me dejó solo con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)
El ayer que proyecta su sombra en el futuro
empaña las vidrieras
y destroza los labios yertos sobre las algas
que anhelan que regresen
los amores perdidos en nuestras tempestades,
los besos que cayeron en los labios cerrados
de los viejos fantasmas que lloran en la esquina.
1

En las imágenes que se cubren ante mis ojos,
en los recovecos de la brisa que no tengo
y nunca se ha perdido,
en el camino sinuoso donde dejaste la lluvia y hundiste los deseos
mi amor se desespera
como un caballo que gime en la cuchara de madera que lo arrastra
a la soledad de la neblina que no quiere leer las sombras que te escribo
en los arbustos que resisten en el desierto
y funden en una lágrima
el discurso sin voz de las antorchas
cuando aparecen las cadenas perversas de algodón
sobre el paisaje roto, hueco y acordonado
que contagia el gris a los ojos que sufren en los párpados de las arenas.

2

Busco ese algo que perdí y nunca tuve,
una canción que me llegó adentro navegando
en el flujo de las venas
de una memoria ausente, apartada y deprimida,
busco la poesía que los dioses me entregaron
y no pude atravesar
en el desván sin puertas de un vestigio inerte, seco y amortajado
para dejar que mi barca se hunda en la melancolía de las sirenas
que perdieron las ansias viajeras de tu canto
y me alejo del hombre que cruzaba la avenida con la luz en el costado,
en las vetas azules de la sangre derramada sobre las azucenas
que levantaste con el perfil de tu mano y un pañuelo afligido
en los hilos sedientos de caricias de tu jersey de plumas apenado.

3

Tu corazón un sueño sin latido,
mi alma la ilusión de una quimera,
por la cuesta del Gallo van penando como una lumbre oscura
que alienta la mirada del sol entre las nubes
con la nostalgia ardiente que se adueñó de los roces peregrinos de tu gesto,
con la alondra que sufre la muerte del mañana
y muestra en la tristeza mórbida de su vuelo
la gracia de una sonrisa que sufre en la cadencia de los brazos
que imprimieron la arcilla de tu huella en el destierro del mar de mi alegría.

Ahora tiemblo como un romance abortado en la alborada,
como si no volviera la risa a los hondos veneros de tu boca,
como si las antenas, el mundo, los milagros,
la noche y las revistas
cubrieran mi cintura y no quisieran verme,
y los pájaros aullaran encadenados a los espinos
que rasgaron tu falda plisada en la amargura sentida
de la frontera imprecisa entre tu voz, mi alma y tu silencio.
 
 
 
4

Aquí, donde rompo las canciones que mostramos en las esquinas
y solo queda un grito que empaña las paredes con un resplandor de tierra,
sufro como un pastor que no eligió su paso y no encuentra sus montes,
como un árbol que llora en los bordes del camino.

Te veré alguna vez cuando la golondrina ahogue su amargura en el polvo
de un salón mortecino agazapado en la oscuridad de una lira,
cuando la alambrada se abra a una bandera que represente a los perdidos,
cuando no hayas muerto
en la misma manzana que muerde
las llamas del Paraíso,
la piedra helada que arde en las entrañas del Infierno.

5

Aún espero que vuelva tu nombre entre la yedra
de la casa encalada,
tu corazón al puerto que moría con los mitos
de tu imagen transida
sobre la carretera de las calas dolientes,
de tu sombra en los labios que aguardan la palabra
que sigue en el recuerdo como si fuera tuya
y siempre inundará las garras del olvido.

6

Hay una estatua de cera en el patio que aún te espera
en la cortina transparente de luz al mediodía,
hay un libro caído donde se yergue un sueño interminable,
un ciprés con un recuerdo en sus raíces enredado,
un cuarto oscuro donde asusta la nada y la muerte
se adueña de mi rostro
cuando te alejas de mí y no miras la cuerda
que se ha roto y me desgarra la frente y la garganta

 IX
 
Sombras de la Bahía Sur
 
 A Pascual López, por su Humanismo sincero y su bonhomía.

"...hablarle a las nubes
es abrir un balcón donde se escucha el silencio de los pájaros."
(Vicente Martín - La Chica de la foto (II))


1

Es triste que no vuelvas a mover el destello
tibio de la colina en tus brazos que sienten
la voz apasionada
que muere entre los álamos heridos
camino de la Huerta cada día
y el cálido capricho de unas manos desiertas
en tu camisa clara entre los pensamientos
que arrastra la miseria del arroyo
aventando las ramas profundas del azul,
la palabra que sufren los labios de los vientos,
la humildad entrañable de la higuera
donde juegan sonriendo los niños que perdimos.

Es triste que no vuelvas con tu sonrisa amplia
a dejarnos la imagen
cansada y fugitiva de la muchacha oscura
que ahoga la verdad, la fuerza y los sentidos
del forzado que nunca tuvo alas
y vuelve a sus caídas relatando la crónica
nocturna del amor cada mañana
abrupta como un paso que lo espera
en un Estrecho extraño que vierte su amargura
al Poniente que acecha a la alegría
cuando la tarde muere entre las rampas,
palidece y no llega a la orilla del templo
mientras muge en el Hacho la sirena
en el taró de agosto que se arrastra en diciembre
cuando las niñas penan la copla del naufragio
que gime en sus entrañas
y mustia volotea en la puerta descubierta
que empuja Punta Almina hacia los duelos
en las ruinas del faro, en la voz de la muerte
que se adentra en los ojos vacíos de la sombra.

2

Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
(Lorca – Paisaje de la multitud que orina)


Pienso que esa muchacha del alba que no llega
llevará entreabierta en el regazo
la sábana de un mártir que no supo morir
entre los muertos
y vuelve a su dolor en sus pupilas,
el grito de una hoguera que rompe los vestigios
de la luz de los presos torturados
que aparecen llorando en la voz de la Luna,
el drama del atún que tiembla en la bodega
y tiene el mismo nombre de un torpe marinero
y colgada en el mástil
la misma dirección que lo delata
y siente Europa cerca, amarga y sumergida,
y la turbia marea se mueve en el arroyo,
en la Laja inundada
por la nube y los sueños de un poeta
que busca las palabras de amor en las orillas
y encumbra la añoranza de un aliento en los charcos,
en la arena desierta
con un decir de ritmo alargado que hiere
y atraviesa la huella que mora en una rada
y muere en la memoria
del almacén de redes que aprendió
otra plegaria
que prende en el recuerdo y no ilumina,
y la sonrisa estrecha que añora su pasado
en la fuente callada
y no puede alentar un barrio moribundo
arrastrado en la alcoba de los niños
mientras las barcas buscan del monte la bandera
que no tiene color, y mueve en los periódicos
los látigos del mundo,
y un cementerio blanco por la rabia azotado,
por la yerba, la cal y la injusticia
que ahoga en el misterio del cante su quejío
en las velas que sufren su letargo en la Fragua
del dios de los gitanos que proclama en la senda
de la noche su agonía y vaga en el destierro,
la angustia del viajante
que no halla la puerta de los lazos
que puedan amarrar las soledades
en los signos borrados por el vientre del agua,
en el delfín que sufre las dagas de los botes
que huyen de la ruina,
y el aullido del puerto perdido en los papeles
inunda y acorrala
la evocación sentida de los nichos sin nombres,
de los santos de piedra que pasaron
entre flores y lágrimas meciendo la locura.

3


He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.
Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.

(Lorca - Navidad en el río Hudson)

Esa niña que muestra el manto de su olvido
y su ignorancia,
el vuelo desvelado de su imagen rendida,
el llanto de la Virgen
acosada por el fervor postrero
de salmos que acorralan su capilla
recogerá las sábanas de los cuerpos ardientes
y el rumor de eucalipto que embriaga la Bodega
donde sufren los lirios y el graznido
torvo de los cuervos el doce de diciembre,
bajo el púrpura gris que envuelve a los fenicios
que rompieron su ruta en la esquina de un beso,
de los requiebros rotos, sumisos y angustiados
que sus venas no encuentran en el pulso
callado de las olas
donde vagan los pobres que no muerden,
ni hablan en la orilla
cuando las amapolas abandonan los trigos
y arde negra la copla en la noche más densa.

Esa niña que agita su bandera en el agua
se enamora del hombre
que acude cada día a la oficina
y archiva los misterios de la muerte temprana
pensando que el amor no se ha perdido
aunque hunda sus lágrimas en el mástil
de un Wall Street sonriente y satisfecho
mientras los tiburones socavan los cristales
y escupen el cemento en las fronteras,
en el regazo roto del Hudson que se encoge
y gime por la estatua que entregó las cadenas
al Cristo que no encuentra su camino en el hombre,
aunque los crisantemos
mueran cada noviembre mirando las gargantas
rasgadas por los rastros perdidos de los vientos
en las Piedras Mellizas que anuncian el ocaso
y acogen la ternura y el olvido
de un niño amortajado que juega en la playa
con un sudario oscuro que le cierra los ojos
como si fuera un sueño
y le rompe la frente en un lienzo sin marco,
aunque la espuma ahogue los brotes de esperanza
y la sonrisa pierda su fulgor
en un íntimo lamento, aunque en el Tarajal
resucite la sangre de los muros
y una novia no busque los deseos que gimen,
la senda enamorada de los labios
ni el templo de la arena que rema en el levante
donde posó sin manos, sin saberlo
una frágil corona de alhucemas en la tumba vacía
donde los altos vuelos encallaron
y los castillos recios de vanos enlucidos
cayeron en el rostro descarnado de la Parca celosa.

Epílogo

Ahora solo queda ladrar contra el olvido,
encender una vela en el vientre
de los versos que pasaron
mientras sonaban los remos de los luceros en el alba
cegados por las voces de la luna,
mientras la golondrina se adentraba en la tinta que nos aleja
y la muerte escribía una plegaria con sus alas
trémulas sobre la sangre
donde cantaron su última soledad los náufragos
que se ahogaron en el desierto de las aguas.

 X
 
No me llames en la noche
 
 No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
(Joaquín Sabina - Amores eternos)

1

No me llames en la noche
callada de tu olvido,
no me dejes soñar la luz de la alborada
que transita por la estrella que te cubre
con el último grito de un monstruo enajenado
porque en tus entrañas he vivido
la cruz de tu silencio,
la cadena amarrada en los leves esteros de tu nombre,
en una vieja soledad que no envejece,
en una barca sin destino varada en la memoria
de los días dichosos que se fueron.

2

He pisado la isla entre el cielo y las matas
y tengo miedo,
he cantado a los hijos perdidos de la noche
como si fuera un sueño interrumpido
y atracado en los astros de los dioses que penan
en caminos de polvo que perdieron tu nombre.

Ya no puede pensar en ti sin un aullido,
ya no puedo olvidar la furia de tu brisa,
la soledad del mundo que brota en tu mirada
cuando dejas atrás la huella del amor
en tu vestido,
y el silencio del búho que recorre la playa
de mis caídas bruscas y tu muerte
suspendida en el aire, en el leve latido
de la marea tibia, que al alba se recoge
cuando no halla mi alma, perdida en la tristeza.

3

Vives en otro mundo
que para mí
era el más querido de los últimos rayos
que bañan las acacias de tu esquina.

No he dejado de amarte
a pesar de la hondura del proceloso viaje
que me encierra, nos cubre y nos separa.

Volveré a los huecos de tu olvido
para gritar tu noche tensa y larga,
a los caminos grises para encontrar tu paso.

4

Quizás vuelva la noche profunda de las calas
y camine en tu rostro
la luz por los estrados y muestres el deseo
de vivir en la tierra
que anidara tus pasos cuando te perseguía
y te entregué los aires queridos de mi voz.

Llevas en la mirada el soplo del Poniente,
en los labios la herida del pájaro que tiembla,
los soplos que iluminan
en la huerta que muere y vuelve en el recuerdo
para hablar en los bancos de la luz apagada,
del capricho que acoges en tus alas caídas.

5

He querido la sombra inquieta de tu blusa,
la nube de tu canto,
la hiedra de tus muros,
he escrito un poema en el atracadero,
viste su melodía
la farola en la piedra de un quejío pasado
en la taberna lúgubre de canciones sin rumbo,
en los juegos malditos
que llenaban tu boca y encendían los deseos,
en los mástiles rotos
en la herida de niebla cercenando las calas.
Solo puedo buscarte como un sueño perdido
que escucha en la mañana la voz de ese silencio
que se apodera de Hydra
que grita que aún me amas en su quietud vencida.

6

No he podido dejar tu pensamiento, Georgia,
en el anochecer
que cubre la presencia de tus brazos,
entregarte el camino del Llano de las Damas,
la higuera que talaron y sigue en tu memoria,
el último autobús que cruza la frontera,
las canción olvidada que te busca en las sombras
y aún escuchas loca
llenando de emoción a la niña que duerme
en un rincón preciso de tu rostro y tu danza.

Porque vuelvo al portal de los besos perdidos,
porque tomo tus labios y te robo la calma,
y sonríes al sol
llegas con el Poniente
que atraviesa las lágrimas de las muñecas rotas
y me llevas al mar de la agonía
para dejar tu huella en la Peña del Toro,
para romper la nube sumergida
en un trozo de cielo tormentoso,
en un rayo de luna que vive para el Orco
y no entrega esperanza al pajarillo herido
que acunaste en tu espiga y en tu falda
en el viento de marzo
que tú amabas. 
 
XI
 
La balada de Bruce Banner
 
 
Desgajado de amor,
ebrio de sangre,
¿Hacia dónde camino
ora que he madrugado,
para escuchar al pájaro
enjaulado de muerte,
para desvanecerme
de mí que no me hallo,
y quedarme sin ti,
que mentías sonriendo?
Imagen
1

Bruce Banner siempre lo estropea todo,
intenta solucionarlo pero no puede.
sentado en el monte, ensimismado,
con una lágrima que brota
en sus ojos asustados.

No tiene inteligencia
y quisiera morir,
como un monstruo de feria
atormentado.

Una vez más, ha perdido el control;
hiere a quienes ama
sin saber lo que ha dicho,
sin medir lo que ha hecho,
y quisiera morir,
no escuchar sus pensamientos.

Cuando necesité que fueras
grande y poderoso
y me apartaras de esta gente y sus risas,
un frío intenso barrió
el simulacro portuario
donde los borrachos nostálgicos lloraban
el alcohol en la sangre derramado.

2

Pregunté a Bruce Banner
y al monstruo de Frankenstein
por qué tenía que odiarme a mí mismo,
por qué tiraba en una sola noche
lo que mi corazón había guardado con esmero.

Pregunté a Bruce Banner
y al monstruo de Frankenstein
por qué veía sus caras en el fondo de mi espejo
cuando me miraba
después de cada fiesta.

Yo que apenas puedo hablar de mi ansiedad,
sé que está aquí,
que no sabe esconderse cuando me reclama
con lazos verdes y oscuros
en el aire flotando,
abriendo las heridas
como una madrugada que no puede llegar,
donde sangra el recuerdo de la errática noche.
Yo sé que está aquí para quedarse.

Tras la fiesta no hay rabia
sino melancolía
y el más profundo
desconocimiento de mi ser.

Ambos siguen en silencio en el fondo
del espejo que rompí para no verme,
en los trozos adheridos a mi lejana
adolescencia
cuando leía con frenesí aquellos comics,
historias de monstruos que no sabían reír,
sueños de poeta que retaban a la muerte,
fiestas sin freno orilla un lago helado
donde el monstruo inventaba al hombre
y el hombre era miembros desgajados.


3

Enganchado a una sonrisa de amor
que encontré en el olvido y ahora no recuerdo.
Apartando el pensamiento de mi esterilidad,
consolándome en lo que ha entrado en duda
y antes era cierto,
estrechando el cerco sobre lo que creía que era mi vida entera
y ahora se derrumba sin saber adónde va
o cómo se presenta en el bar de los intentos.

Tengo por cierto que algo ha cambiado, que los profetas
nos hablaban de esta amarga recaída buscada con empeño,
y reímos, reímos.

Ha llegado el instante de empezar a llorar,
a llorar por los hombres, el mundo y los momentos.

16/03/2011

4

Respirando II

Respirando en la calle que mira a los barrancos
y ha cambiado de esquinas que no te reconocen,
sosteniendo la sombra del paso del cometa
y arañando el recuerdo de los niños sin rostro
vuelves a la tristeza de tus ojos perdidos.

Teñida la verdad por el verde ambulante
del oscuro fundido en la hiedra del muro,
te acercas al rincón donde tiemblan los besos
y la noche se mueve como una calma inquieta.

Se acabaron las farsas
cuando el fin se aproxima
y vivir es fingir el sueño de la muerte,
te precipita el tiempo a golpe de navaja
sin opción a que el pecho
quiera ser traspasado.

Se pierde el maquillaje cuando Betty te llama
como si fuera otra la misma que ha venido.
Luchas contra los vientos donde el mar palidece
y ella sigue rimando el llanto de las olas.

Ya nadie reconoce que pasaba el amor;
era su pelo largo, extraño era su acento,
respiraba su boca como una estrella ausente.

Se pierde el maquillaje y en un arbusto queda
un jirón de tu aurora enredado en espinas
y tu alma se pierde en espejos sin luna
como una alondra herida que no aprendió a volar
y agoniza en los cables
o una romanza antigua que sepultó el silencio. 
 
5

Canción deslavazada de amor y guerra de Robert Bruce Banner.

Perdido, sin saber que te duele y se asoma,
en esta alma errante que te acunó en sus manos.
En estos días que pierden su nombre y su racimo,
en esta enredadera oscura que crepita
en tu noche de amor que no encuentra consuelo.

Y siguen los anuncios, las poses, los estilos
en la ciudad que fue y extiende su cabello
para esconder la rabia de los niños oscuros.

!Ay, Robert Bruce Banner,
los muertos siguen quietos
hurgando en el camino;
listas en los periódicos que nunca se publican
para que sean leídas por almas que se mueven
lentas como la tarde,
miran, no reflexionan.
Los ángeles rebeldes buscan otro destino
para cuando regresen la verdad y el acanto,
no hay arrepentimiento, dolor simple en grisalla.

Ya no sabes leer, escribir o pensar
¿En qué bando luchaste, tú que amabas la risa,
qué rey quiso alistarte
siendo republicano?

Ya no buscas la playa batida por las olas,
ni el monte de la infancia vencido y amputado
no queda una palabra que te hable de amor,
sólo viejas canciones rotas que te persiguen.
Una sonrisa loca en los brazos de otro
te dice que tu barrio se adentró en la tormenta
y este viento de marzo arrancó tus malvones
para escribir la lluvia que chorrea en tus sienes.

¡Oh, tú que fuiste bravo y ungiste al vencido,
no puedes ir al frente sin saber por quién luchas,
quién disfruta en las guerras,
quién es el enemigo¡

6

Cuando lleguen los días de una nueva derrota
y lleguen los harapos
a las piernas que vagan, a edificios derruidos,
cuando lleguen los ojos
que doblen las esquinas y el ruido silencioso
que daña los oídos.

Cuando llegue la noche que no sea una tregua
y se instale en el árbol sin hojas del camino,
cuando no quede estrella para pedir deseos
y el verso se deshaga en el cielo de tu boca.

Cuando lleguen los días de una nueva derrota
y vuelvas a llevar aquel vestido nuevo
te esperaré en la esquina de la última cita,
con flores en la mano y brillantina en el pelo.
 
7
 
Último canto de Bruce Banner

Pasará el albo pájaro de la noche en silencio
entre los edificios, los cables, las antenas,
porque será en lo oscuro
de un temor primigenio para que se vislumbre
el ascenso al abismo de una estrella que tiemble.

Arderán los deseos
de remover la huella del pasado sonriente,
de prolongar los besos y romper lo pactado,
perseguir tu recuerdo,
reclamar lo perdido.

Me alcanzará la muerte en una callejuela
de una sola salida que no pueda encontrarme
cuando se ahogue el último resplandor en mi huerto
y acabe la agonía de haber sido distinto.

Ya no abriré los párpados
lentos aunque lo intente
y luche con las sombras que firmen mi sentencia
como el toro orgulloso que no mira las tablas
y reta a los tendidos que celebran su muerte


No hubo un tebeo que me gustará más durante la adolescencia, hablaba de aquel que detestaba la violencia y acababa usándola para defenderse; un drama con tintes trágicos que atrapaba a un científico brillante, reputado y amado por la mujer de sus sueños en la piel de un gigante de color verde con el corazón y la inteligencia de un niño de cinco años y una fuerza descomunal. Es acosado continuamente por su apariencia y acaba perdiendo a su chica en el camino que las circunstancias le ha marcado; una sonrisa loca en los brazos de otro...

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.