sábado, 11 de junio de 2022

Prólogo de Carta a un rehén

 

I - Carta a un rehén y otros escritos

 

I – 1.- Un hombre del Renacimiento atrapado en unos tiempos sin alma.

 

            Acercarnos a Antoine de Saint-Exupéry[i] y además hacerlo en tres de sus facetas menos celebradas; un ejemplar ensayo epistolar, unos soberbios artículos periodísticos y un  delicioso relato costumbrista y exótico basado en la realidad dramática de la insurgencia en el Marruecos de los protectorados y la amenaza de Abd-el-Krim, no es fácil y menos aún si se pretende acompañarlo con un intento sincero de comprometer un poco su imagen de místico sin Dios[1] y, para ello enumerar, junto a sus muchas virtudes, los puntos más comprometidos y menos edificantes de su comportamiento en el período de tiempo que comprende, en gran parte, desde los primeros días de octubre  de 1938 a mediados de junio de 1943. 

Estas fechas son las que van desde algunos de sus últimos artículos periodísticos, y la publicación de “Carta a un rehén”, cuando ya estaba luchando junto a los aliados por la libertad de su patria y hacía unos tres meses que había dado fin a su complicado y tortuoso exilio americano.

No es fácil indagar en esta experiencia sin evitar el temor a las equivocaciones, ya que estamos ante un autor implicado, aunque no lo quisiera, con su tiempo[2], uno de los más exaltados y turbulentos que se conozcan, en el que se cometieron los crímenes más espantosos contra la humanidad que recuerde la historia, en el que la mayoría de los hombres no entendían ni respetaban las posiciones que no fueran las suyas propias y las de sus correligionarios. La indecencia de ser diferente que Ortega y Gasset observaba que se decía en Norteamérica en “La rebelión de las masas” había pasado a ser poco menos que un delito; Saint-Exupéry  soportó críticas acerbas por su independencia de criterio. 

Saint-Exupéry no quiso entretenerse en los entresijos enrevesados de la política, desilusionado y aburrido como estaba con el tipo de hombre que la representaba, pero hubo un momento en el que pudo jugar un papel importante en ella[3].

Sus inquietudes como escritor le exigían perseguir la perfección en la que creen los idealistas, llevado por el convencimiento de que el lenguaje por sí solo no podía transmitir un mensaje sin que perdiera sustancia por el camino. Por ello intensificó en sus últimos años el uso de la poesía, el predominio de la metáfora sobre lo comparado y la presencia de la musicalidad en su enunciado, ya que la música habla directamente al corazón. Un último paso lo daría en “El pequeño príncipe” añadiendo la imagen gráfica de sus acuarelas.

            Él solía decir que no forzaba cuando traducía, con brillantez y sentimiento, un mundo plagado de imágenes[4], que se limitaba a reproducir fielmente lo que veía desde el avión. Creaba alegorías[5] con los elementos naturales que destacaban por su carácter simbólico y que parecían cobrar vida y se asociaban  con fluidez con lo que querían representar cuando se contemplaban desde las alturas.

La aviación aparece poco en las obras que hemos elegido, pero cuando lo hace está revestida de un simbolismo trágico que trasciende en mucho aquello que describe, destacaría cuatro pasajes por la significación que tienen; la muerte de Henri Guillaumet[ii], la masacre que sufre su escuadrilla cuando pierde tres cuartos de sus efectivos durante una sola incursión alemana en la Batalla de Francia en 1940, la pasión por cumplir su cometido de Jean Mermoz[iii], cuando ya había muerto y se sirve de ello para enaltecer su memoria en los Andes, escenario de sus grandes hazañas, jugándose la vida sin importarle si llevaba en la saca del correo solo una carta intrascendente dirigida a un tendero. Para terminar dejamos el desasosiego destructivo de los bombardeos sobre la población civil de Madrid y Barcelona con el objetivo de quebrarle la moral y hacerla partícipe de la propagación de la sombra de los aviones que llevaban muerte en sus alas, tan  lejos de aquel mundo ideal que había soñado en el que serían un instrumento idóneo para crear lazos entre los hombres.

No desearíamos pasar por alto aunque sea de forma somera ningún tema controvertido que hayamos podido encontrar en la etapa final de su vida, en ninguno de ellos carecía Saint-Exupéry de justificaciones razonables aunque no se compartan; Vichy y su obstinación en mantener cierto respeto por el viejo mariscal Pétain[iv], el general de Gaulle que nunca le perdonaría que no acudiese a su llamamiento desde Londres para unirse a la Resistencia que encabezaba y cuyos partidarios fueron responsables, con sus acusaciones de que pertenecía al Régimen de Vichy o de que era espía a su cargo, del período más oscuro de su vida pública en el que llegó a tener serios problemas con la bebida, la Guerra Civil española, los Acuerdos de Múnich y su posicionamiento firme contra los totalitarismos, su relación difícil con la colonia de exiliados franceses de Nueva York a la que empezó comparando con un avispero y la acabó tildando de nido de víboras, y las mujeres[v]... planean entre los asuntos más espinosos a los que tuvo que enfrentarse y a los que, alguna vez, desanimado y triste, contestó con el silencio. Tampoco podemos obviar, aunque sus experiencias fueran anteriores al período del que hablamos, su visión un tanto etnocéntrica e inconsciente sobre los efectos devastadores del  colonialismo europeo[vi] contando con el conocimiento de la situación en la Indochina francesa (actual Vietnam) donde realizó reportajes y, sobre todo, en el Norte de África o su labor como periodista en la Unión Soviética de Stalin cubriendo las celebraciones por el 1º de mayo en 1935.

 El asunto de su matrimonio con Consuelo Suncín es volcánico como se decía que era el carácter de esta mujer menuda, atractiva, seductora y con una innegable inclinación artística y debilidad por el placer. No puede calificarse sino de milagro que este matrimonio tan peculiar se prolongara hasta su muerte, trece años con innumerables peleas e infidelidades, separaciones y reconciliaciones a consecuencia de un modus vivendi aceptado o soportado por los dos; cada uno iba por su lado, tenía amistades distintas con las que ocupaban su tiempo y algunas de ellas se convertían en amantes. Sorprendentemente había una dependencia real dentro de aquella locura, que afectó más a Antoine que a Consuelo, significativamente en el suplicio de su periplo neoyorquino que se acentuaría en sus últimos días en  África del Norte y Córcega[vii]. No dieron el paso hacia una separación definitiva que hubiera satisfecho a familiares y amigos[6].

Sin que se llegue a comprender las razones, dados los muchos motivos que hubo en aquella relación tormentosa[viii], solo nos ha llegado un intento serio de divorcio. Fue a cargo de Consuelo que desistió de llevarlo adelante por indicación de su abogado. Sabemos que contaba con la negación rotunda de Antoine. Mientras él, por su parte, escuchaba impertérrito los consejos de su madre, de sus hermanas y la más perseverante de sus amantes, Nelly de Vogüé,  de que se divorciara.

Saint-Exupéry, en unas declaraciones que le honran, reconoció, al final de su vida que había sido un pésimo marido, que había dejado demasiadas veces a Consuelo sola y desprotegida. En su cabeza debería desfilar la sucesión continua de amantes y el remordimiento por  no haber disfrutado algo más de su sensibilidad marcada por la esterilidad consecuencia de una enfermedad que contrajo de niña[7] y su proclividad sincera hacia el arte. Hubiera sido aceptada en los círculos literarios más rigurosos[8] donde nunca dejó de ser la mujer de Saint-Exupéry y, a veces, ni siquiera eso, ya que su persistencia en asistir solo a los eventos y reuniones hizo pensar a más de uno que no era un hombre casado. Los que lo sabían obviaban su valía como mujer refinada, independiente y culta, no olvidaban su pasado licencioso y su origen centroamericano; comentaban despectivamente el acento español que tenía cuando hablaba en francés, algo que a él le encantaba porque le parecía sensual[ix].

Quizás la canción[9] que mejor defina a esta pareja que mantenía una relación que no estaba acorde con las convenciones ni con los tiempos y nos recuerde el sentimiento de culpa que se apoderó de Antoine cuando sintió cercana la presencia de la muerte[10] sea “La canción de los viejos amantes” de Jacques Brel. Antoine no llegó a conocer la franqueza con la que el genial y apasionado cantante hurgaba en las llagas de un prolongado amor con infidelidades porque desapareció cerca de las costas de Marsella mientras pilotaba un avión de reconocimiento sin más armas que su cámara fotográfica[11] el 31 de julio de 1944. Un suceso que no ha podido aclararse del todo o, más bien, no se ha querido aceptar una explicación que tiene todos los indicios de ser cierta. La legión de seguidores de Saint-Exupéry, la mayoría más bien de "El pequeño príncipe", no ha sido muy proclive a admitir que su desaparición perdiera el halo romántico de la insistencia agónica en el esfuerzo, como imperativo categórico, de este incomprendido y vilipendiado judío errante[x] que no ofendió nunca a Cristo aunque lo despojara de su divinidad.

Un colofón a su aventura humana triste pero elevado. Acabó como algunos de sus compañeros más queridos y la muerte le sorprendió en las alturas mientras se enfrentaba a sus ansias de superación y a la contradicción eterna de los hombres.

La declaración de un antiguo periodista de 88 años llamado Horst Ripper, que sirvió en la II Guerra Mundial como piloto, venía a desvelar el misterio en 2008 cuando confesó que él había abatido a Saint-Exupéry y que en el momento de hacerlo no sabía que la víctima de su ataque certero había sido el gran escritor a quien admiraba, que empezó a sospecharlo con el transcurrir del tiempo. No lo confesó en cuanto fue consciente de ello porque sentía vergüenza y arrepentimiento. Quizás porque sea más sugerente y atractivo mantener el misterio que ahonda en su leyenda esta confesión no ha sido aceptada como concluyente.

I – 2.- “33 días”, el humanismo irrenunciable de Léon Werth contra las cuerdas.

En octubre de 1940 Saint-Exupéry, ante la situación insostenible que vivía Francia[xi], tenía ya decidido, con el aliento de sus amigos, trasladarse a los Estados Unidos para una estancia que preveía de algunas semanas y que se prolongaría en una agonía moral de veintiocho meses que no haría más que crecer y mostrar sus síntomas; en su transcurso se negaría a aprender inglés[12] después de haberlo intentado, tendría serios problemas con la bebida y llevaría hasta unos límites insospechados su tormentosa relación con Consuelo Suncín, su esposa.

Antes de dar el paso se dirigió a Saint-Amour, en pleno corazón del Jura, donde estaba refugiado Léon Werth, su mejor amigo. En un encuentro lleno de emoción que se vivió con la sensación de una despedida definitiva, recibió su aprobación por su marcha a los Estados Unidos, un país que lo admiraba y que lo acogería con los brazos abiertos y en donde podría desarrollar la misión que se le había encomendado de hacer todo lo posible para que este país interviniera en la guerra, no había nada más importante que pudiera hacer por su país en esos momentos. Era la mejor solución para su situación y la de Francia. Estados Unidos era el único país que podía cambiar el curso de los acontecimientos.

Desde su primer encuentro en 1931 hubo un entendimiento mutuo extraordinario entre los dos hombres, Léon Werth era veintidós años mayor que él y se convirtió en un padre espiritual para su formación intelectual y responsable de la evolución de sus ideales hacia un humanismo abierto y universal que hallaría conclusiones razonadas sobre el fin último del hombre y acabó borrando cualquier atisbo de elitismo y un pensamiento elaborado a la medida de los elegidos que sus detractores vislumbraron en "Correo Sur" y "Vuelo nocturno", precisamente escritas antes de aparecer Léon Werth en su vida y cuando la aviación y la lucha agónica con ribetes heroicos por cumplir con su obligación de los pilotos eran, casi en exclusiva, los temas centrales de su obra.

Léon Werth le entregó el manuscrito de "Treinta y tres días" un relato crudo y lleno de tensión en el que narra el éxodo lento y multitudinario en el que se vio atrapado junto a su mujer, Suzanne y su empleada, cuando salió de París, tras ser ocupada, para llegar a su destino donde permanecía oculto. No olvidaría las carreteras atestadas de millones de franceses[13] que huían sin rumbo en plena conmoción, víctimas del desconcierto y el miedo de caer en poder de los alemanes, y con recelo hacia los vencidos militares franceses.

Léon Werth conoció en el camino lo mejor de la condición humana; un soldado alemán rústico y amable que les echó una mano en una situación comprometida ante los suyos o granjeros que ofrecían alimento y descanso a sus compatriotas fugitivos, y lo peor, cuando describía con precisión y asombro a algunos franceses que simpatizaban ideológicamente con los invasores y sentían satisfacción por la llegada redentora de los alemanes. A todo ello se unió la angustia de no tener noticias de su hijo Claude[14] que había salido unas horas antes. Un viaje que, en circunstancias normales, se cubría en una jornada se prolongó dramáticamente por el período que indica el título, convirtiéndose en una penosa odisea encontrar alimento o abastecerse de gasolina para completar el trayecto, morando continuamente en el miedo que planeaba en cualquier imprevisto que acabara en la detención y en la violencia.

La idea de Léon Werth era clara, ante la imposibilidad de publicarlo en Francia en esos momentos por razones obvias, ya que ni los alemanes ni el régimen de Vichy hubieran pasado por alto el tema que trataba y, menos aún, la forma insobornable y franca en que lo hacía, todo empeorado sensiblemente por el origen judío de su padre, su militancia sentida en el librepensamiento, su izquierdismo[15] y su antimilitarismo.

Le pidió a Saint-Exupéry que se llevara el manuscrito con él, escribiera el prólogo que creyera adecuado y, una vez en Nueva York, le entregara ambos a su editor Brentano's para que los publicara juntos como un testimonio hermoso y perdurable de la comunión que había entre los dos amigos.

Saint-Exupéry cumplió su parte y se permitió dar una opinión muy favorable de la obra de su amigo, "un gran libro" dijo de forma concluyente. Pero, aunque no dudaba de la calidad literaria de "Treinta y tres días", era un poco reticente a su publicación por su crudeza al describir las diferencias y los cambios que se estaban produciendo en el comportamiento de los franceses en relación a los invasores alemanes y, sobre todo, una de sus preocupaciones más constantes y sombrías en la que insistiría hasta su muerte, entre ellos mismos, no podía evitar la marca de la moderación exquisita de Montaigne en su pensamiento. Temía con disgusto y con pavor que se reprodujera entre los suyos el mito del cainismo que había conocido en sus experiencias españolas o que había asolado Francia en las Guerras de Religión de las que tenía una referencia obligada de una orgía de sangre entre hermanos divididos por sus creencias. Aun así, mantuvo su palabra e hizo lo que estaba en su mano para publicarlo.

            Por lo que nos llega de la sinceridad inquebrantable de Saint-Exupéry podemos afirmar que, indudablemente, pensaba que era un gran libro, por mucho que fuera una opinión favorecida por el gran amor que le profesaba a su maestro. Hubo una firma de contrato e, incluso, se le entregó un anticipo ridículo de productos comerciales para Werth. Todo parecía marchar en la dirección adecuada.

Pero Treinta y tres días no habría de publicarse hasta 1992 gracias al entusiasmo de Viviane Hamy una joven editora que quedó impresionada por su lectura y por la lucidez dentro del caos que su autor mostraba en uno de los momentos más terribles y oscuros que Francia recuerde, convirtiéndose de paso en una difusora ardiente del resto del legado literario de Léon Werth.

            En 2014, un editor neoyorquino, Austin Denis Johnson, lo tradujo y volvió a publicarlo y, en un proceso de deslumbramiento similar al de su colega francesa, quedó rendido ante este autor casi olvidado, siguió las huellas de "Treinta y tres días" interesándose vivamente por todo lo que pudiera estar relacionado con un relato que se hundía con crudeza y sin miramientos en la debacle moral  resultante de la derrota francesa y acabó encontrando en una biblioteca de Quebec el prólogo que Saint-Exupéry había empezado a escribir en diciembre de 1940 y conocido como “Carta a un amigo”, y, al fin, pudo publicarlos al año siguiente tal como sus autores hubieran querido desde un principio. Un auténtico acontecimiento literario que ha pasado bastante desapercibido.

            Ante el silencio que se levantó sobre el proyecto de “33 días”. Saint-Exupéry se decidió a madurar la obra que había ido preparando a partir de aquel prólogo publicándose en junio de 1943 cuando ya había abandonado el suelo americano.

 

I – 3.- Carta a un rehén

 

            “Carta a un rehén” es una obra marcada por el exilio americano y la última que publicaría Saint-Exupéry en vida. Es probable que, aunque empezara a escribirla antes de llegar a los Estados Unidos, ya que se admite que su origen estaría en “Carta a un amigo”, su forma definitiva se la dio en ese país y debe ser considerada un producto de esa etapa desgraciada desde un punto de vista humano y fecunda desde un punto de vista creativo[16].

            El relato comienza en Lisboa, el capítulo más largo y mejor articulado, con un valor intrínseco inmenso que avalaría su sentido absoluto como texto independiente, y, sin embargo, simbólicamente relacionado con los otros.

            Saint-Exupéry vive en el desasosiego y se siente corroído por la culpa, incapaz de expresar las verdaderas razones por las que ha decidido dejar atrás Francia.  Así nos lo refleja el presentimiento que tiene en el barco, en el que mira con tristeza a sus compatriotas que huyen para poner a salvo su fortuna en la mayoría de los casos y se pregunta, con un alto grado de exigencia, sobre sí mismo, si es lícito que abandone su país en esos momentos tan delicados donde hay tanta gente que sufre y pasa hambre y hace la bella reflexión sobre las diferencia entre ser un viajero y un emigrante[17].

            Emocionante y lleno de calor humano es el recuerdo que tiene hacia su amigo y compañero en los años dichosos de la Aeropostal, Henri Guillaumet, abatido en noviembre de 1940 en el Mediterráneo, a través de él intenta transmitirnos su convencimiento de la vigencia de los valores que nos pueden transmitir aquellos que mueren luchando por los demás. No se muere cuando lo que has hecho prevalece, pero es inútil y vano fingir que no te has muerto, parece evocarnos en un tono emocionado.

            También narra con pesar inmenso el destino de su escuadrilla, Saint Exupéry tuvo una primera participación en la guerra que fue interrumpida por la derrota sin paliativos en junio de 1940. La 2/33, ese era el nombre operativo de su escuadrilla, fue destrozada en una sola incursión germana. A través de su caída proyecta la de todo un país, poco dado al efectismo aparatoso que esgrimían otros escritores al escribir sobre la guerra, lo narra desde el sentimiento que le producen las pérdidas  y hace un llamamiento profundo a la tristeza contenida.

            Intentando enlazar de alguna forma lo que ve con el recuerdo y buscar el sentido del verdadero desierto hace del Sahara el lugar simbólico donde todo se polariza. La visión que nos entrega del desierto, al contrario de lo que hizo otras veces con singular acierto al situarlo como marco de una historia de superación al límite, está despojada de toda anécdota, de toda aventura, no entra en la lucha desesperada que adornara de tensión y drama la prodigiosa "Tierra de los hombres". Busca la esencia del desierto en sí mismo, sus oasis, sus vientos, sus señales, sus silencios, tan distintos todos entre ellos que nos pueden transmitir las sensaciones de los acontecimientos más diversos que se aproximan, y que acaban provocando que el desierto pueda estar más lleno de vida que la ciudad más bulliciosa que ha perdido su pulso porque no quiere ver la realidad.

            Saint-Exupéry prescinde aquí, como ya hemos dicho, de las aventuras y los sucesos para utilizar el desierto en su geografía concreta y en su realidad espiritual. Nos recuerda, para que no nos olvidemos de lo que hemos visto en Lisboa, que "el verdadero desierto puede estar en un barco lleno de pasajeros".

            Aparece Léon Werth y con él uno de los momentos más emocionantes que nos haya dejado Saint-Exupéry en la memoria. No puede dar su nombre y lo rejuvenece, dice que tiene 50 años, cuando bien sabe que tiene 62, para evitar dar pistas sobre la persona que está detrás de ese amigo.

            El almuerzo de Fleurville a orillas del Saona, poco antes de la guerra, está lleno de luz y esperanza, es un encuentro entrañable que ambos amigos comparten con dos marineros extranjeros que suponen que están allí porque han huido, perseguidos por su religión o sus ideas o no importa lo que sea, porque van a sentir el placer de ser convidados sin más garantía que sus sonrisas.

Fue un día que quedó para siempre en el recuerdo de ambos amigos porque hacía renacer la certidumbre por su recuerdo, ya que Léon Werth lo había comentado extensamente, destacando su calidad de especial con palabras emocionadas, en una carta de febrero de 1940 que le había escrito a Saint-Exupéry.

Todo parecía estar en armonía; el sol sobre los árboles, el aire y la presencia. Hasta la camarera se unía a la fiesta ejerciendo como maestra de ceremonias en la comunión dichosa que se había establecido entre los hombres, se habían creado vínculos sinceros a través de la alegría de compartir un almuerzo. La sonrisa volvía a obrar el milagro de que no eran necesarias las palabras para que los hombres se entendieran y crearan lazos.

            A través de Léon Werth, a quien ve especialmente en peligro por sus circunstancias específicas, Saint-Exupéry se dirige a cualquier francés que ha permanecido en su patria y resiste, a ese amigo cautivo con más de cuarenta millones de almas es a quien, en definitiva, termina por dedicar este canto desesperado que busca la reconciliación y quiere creer que la alegría no se ha perdido para siempre.

            El vínculo con la evocación del Sahara se establece, otra vez, por el recuerdo de los salvamentos que se desarrollaron cuando Saint-Exupéry era jefe de escala en Cabo Juby en el actual Marruecos, entonces bajo la administración española.  La sonrisa articula los sentimientos humanos más hermosos, todos podemos ser náufragos y rescatadores y no hay recompensa más taumatúrgica y reveladora de los valores universales que una sonrisa en un momento crucial.

            Siguiendo en el estilo y en el tipo de experiencias que desarrolló admirablemente en sus artículos periodísticos nos relata el episodio angustioso cuando fue detenido en Barcelona[18] por unos milicianos anarquistas durante la Guerra Civil, reproduce la técnica brillante utilizada en situaciones similares con anterioridad y, si cabe, la supera, este capítulo se encontraría, sin duda, entre los más inspirados artículos periodísticos de Saint-Exupéry, y eso significa mucho más de lo que en un principio pudiera parecer.

            En su desarrollo insiste en condenar la verdad irrefutable de las ideologías, en dudar del sentido de una revolución que reproduce, sin diferencias apreciables, los rasgos más siniestros de aquella tiranía con la que quiere acabar, el fanatismo insano que se apodera de aquel que unos días antes apenas sabía distinguir las diferencias ideológicas entre un bando y otro y, una vez captado por uno de ellos, se cree poseedor de las verdades absolutas y sigue sus enunciados como si fueran un evangelio infalible. Reflexiona, acercándose a los existencialistas, sobre el absurdo protocolario y burocrático que, sin poder defenderse, le lleva al borde de la muerte, sin importar en absoluto que pueda ser ejecutado por el bando al que apoya[xii]. La negación absoluta y displicente que tienen sus guardianes a querer comunicarse con él[19] es paradigma del desprecio que puede tener cualquier persona que apenas tiene nada en la vida civil y se siente importante porque tiene la suerte de otras personas en sus manos y parece gozar con ello y lo fuerza hasta llegar algunas veces a las últimas consecuencias, cuando en circunstancias normales sería seguramente un ciudadano ejemplar que sufriría dócilmente la injusticia de los poderosos.

El milagro, cuando los peores augurios sobrevuelan su cabeza, volvía a producirse a través de una sonrisa, consecuencia de la petición de un cigarro que rompía la sordidez exasperante de un sótano mal iluminado, difuminaba la indiferencia robótica y carente de alma con la que sus guardianes respondían a cualquier intento suyo por hacerse entender. Todo cambia por esa sonrisa que recuerda el perfil más amable, entrañable y esperanzador de la naturaleza humana.

            Difícil como lo tenía, Saint-Exupéry aborda el último capítulo con la intención de superar el nivel evocativo, a veces sublime y entre lo más turbador  que  escribiera nunca. Lo que exponía se iba abriendo paso a través de la comunicación directa con Léon Werth que sufre hambre y frío, que resiste porque sabe que las guerras acaban un día y que habrá que elevarse y convivir por encima de todas las miserias.

            Termina con un pequeño discurso dirigido a todos los franceses. Vibrante y admirable con un grado de emoción que nos recuerda la que nos transmite el del “Gran Dictador”. Aconseja, exhorta, aplaude a unos hombres que para él son verdaderamente los imprescindibles y, desde el sufrimiento y las privaciones, son los que sostienen el espíritu de un país acorralado pero que, con su actitud obstinada, mantienen vivo.

 

II - ¿La paz o la guerra? Un magnífico ejemplo del periodismo de Saint-Exupéry.

 

II - 1.- Entre vuelo nocturno y Tierra de los hombres.

            El periodismo en Saint-Exupéry no fue vocacional, el comienzo de esta actividad estuvo ligado a problemas económicos que afectaron a su aristocrática familia[xiii] y al estrepitoso fracaso comercial de la Aeropostal, compañía con la que soñaba alcanzar las posibilidades que la aviación tendía al progreso del hombre y a sus comunicaciones[20]; tras una desastrosa gestión que la llevaría a ser absorbida por Air France, perdiendo en ese camino el espíritu pionero que la había alentado y sustituyendo sus valores míticos por la frialdad técnica de una compañía con fines meramente comerciales.

Aunque, felizmente templado por sus experiencias y en un proceso de transformación continua que le iba acercando cada vez más al mundo sensible sin abandonar su espiritualidad, Saint-Exupéry era un idealista y donde más lo demostró era en todo lo que rodeaba al mundo de la aviación; el compañerismo abnegado, la superación de los obstáculos, hombres capaces de extraer hasta el último gramo de sus fuerzas para cumplir un servicio. Lo que más le costó conciliar con los postulados universales que iba creando fue convencerse de que estos pilotos con los que compartía fatigas y satisfacciones no eran héroes sino que demostraban la capacidad del hombre en sobreponerse a las adversidades.

            Su labor como periodista comenzó en 1932 y se extendió hasta finales de 1938, durante ese tiempo escribió algo más de cincuenta artículos, mientras orientaba su pasión por la aviación colaborando en revistas especializadas[21], una labor que no le satisfizo como piloto de pruebas, ya que le alejaba de la imagen poética y aventurera que tenía de la aviación, y en intentos por establecer marcas o abrir nuevas rutas cuyos logros reportaban una  compensación económica, empresas que le proporcionaban el espíritu de aventura en los que había que enfrentarse a las adversidades y alentaban el ansia de superación.

Gravísimos accidentes jalonaron esta actividad, el más dramático fue el que tuvo lugar en el desierto de Libia en diciembre de 1935 cuando intentaba batir la marca de la ruta París-Saigón y el avión se estrelló en una meseta rocosa en el desierto de Libia. Fue rescatado, junto a su copiloto y mecánico André Prévot, por un beduino cinco días después del accidente, tres de ellos con un poco de vino y apenas sin comida, sufriendo severas alucinaciones que le hacían pensar en la presencia cercana de la muerte.

También de una gravedad extrema  y con repercusiones que arrastraría toda la vida fue el que se produjo en 1938 en el despegue de la escala en Guatemala en el intento de enlazar Nueva York con La Tierra del Fuego, cinco días en coma y una larga convalecencia en Nueva York que aprovecharía para ultimar la redacción de "Tierra de los hombres[22]", el mayor éxito que gozaría en vida y  que supondría su primer libro en ocho años tras el aclamado, por crítica y público, aunque controvertido ideológicamente, "Vuelo nocturno"[xiv] en 1931.     

En este punto deberíamos resaltar que, por una u otra razón, Saint-Exupéry, no pudo nunca disfrutar de la increíble recepción que su obra iba teniendo, sobre todo a nivel popular. La crítica especializada era muy buena, pero no faltaron colegas que, sinceramente o con un poco de resentimiento por el éxito de un aviador en la literatura, hicieron comentarios en los que se ensañaban con su heterodoxia, ya fuera con su estilo, ya con la forma de plantear las tramas.

Pero lo que realmente le produjo una gran amargura fue la reacción negativa por parte de algunos compañeros pilotos que se quejaron de que se había aprovechado de sus esfuerzos y revelado sus intimidades en su lucha en beneficio propio agriaron los laureles de "Vuelo nocturno". Poco podía afectar tanto a Saint-Exupéry como un rechazo por parte de compañeros de su querida "Aeropostal". La publicación de "Tierra de los hombres" pocos meses antes del inicio de la II Guerra Mundial hizo que se concentrara totalmente en la tragedia humana en la que se había convertido su mundo, poco pudieron hacer para alegrarle los premios de la Academia Francesa y el National Book Award[23] en Estados Unidos compartido, ni más ni menos, que con "Las uvas de la ira" de John Steinbeck y, por último, a pesar de la fe que tenía en "El pequeño príncipe", en los días anteriores a su desaparición se acompañaba con un ejemplar de su obra más conocida que entonces distaba mucho de serlo, ya que no pudo, ni de lejos, imaginar la repercusión que iba a tener.

 

II – 2.-  El periodismo en la obra de Saint-Exupéry

 

            Los escritos periodísticos de Saint-Exupéry demuestran que no pensaba modificar la idea que tenía sobre el arte de escribir, no olvidando, desde luego el asunto para el que había sido contratado, los llevaba a su terreno personal sin tener en cuenta las reglas periodísticas, experimentando y mejorando su estilo narrativo mezclando frases cortas producto de conversaciones con historias elaboradas y largas que sustentaban el peso de su reflexión con una relacionada estrechamente con el espejo concreto que quería que se comparara. Estos artículos son siempre profundos, originales, asentando su propuesta por el hombre, fiándose más de su comportamiento que de sus palabras, afinando el estilo, cada vez más metafórico y poético, y las fórmulas narrativas que culminarían en "Tierra de los hombres".

La paradoja es que hay quien no duda, dado su carácter alimenticio, en situar sus artículos muy por debajo de la consideración que merecen, cuando Saint-Exupéry no dudó, aconsejado por André Gide, en reproducir literalmente pasajes de sus artículos en su magistral ensayo[24] con contenido autobiográfico en unos casos y, en otros, con ligeras modificaciones. Estos artículos que nos ocupan están, precisamente, muy bien representados en lo que decimos, inserto uno de ellos en la luminosa introducción de dicho libro y el resto en la parte final donde nos cuenta el sobrecogedor encanto del anhelo enfermizo de libertad de las gacelas que refleja el ansia irracional de volar de los pilotos en unos tiempos plagados de percances que la muerte visitaba con frecuencia. No era el amor al peligro lo que les impulsaba a buscar las extensas llanuras sino el deseo de ascender y cumplir con su destino o el bellísimo pasaje de la madre provenzal mientras se apaga y su ejemplo de la transmisión de valores en el mundo tradicional en oposición al embrutecimiento alienante en la sociedad industrial ha provocado que algunos críticos hayan querido ver un sesgo reaccionario en el moralismo de Saint-Exupéry.

II – 3.- Resaca dolorosa de los Acuerdos de Múnich

            Estos tres artículos a los que su autor tituló genéricamente "¿La paz o la guerra?" fueron publicados los días 2, 3 y 4 de octubre de 1938 en el diario vespertino "Paris-Soir." Saint-Exupéry se encontraba cubriendo la noticia en Alemania donde tuvo que vivir la resaca dolorosa que le impedía discernir el verdadero alcance de los Acuerdos (o Pacto) de Múnich[xv], entre la euforia de una buena parte de la población alemana que se veía moralmente fortalecida y recuperaba, por un mal camino, su orgullo ante los años de privaciones y humillaciones provocados por la excesiva dureza de los Tratados de Versalles[xvi] y que se había abandonado a los deseos de un líder carismático a quien apoyaba ciegamente en sus políticas xenófobas y exclusivistas y en sus ansias imperialistas más agresivas sustentadas en un indisimulado culto a la fuerza.

            “¿La paz o la guerra?" representa fielmente un momento en el que todo el mundo tiende a posicionarse, apoyándose más en cuestiones ideológicas que en el uso de la razón.

            Juzgado desde una perspectiva histórica no nos queda la menor duda de que tanto Chamberlain como Daladier, los máximos dignatarios de Reino Unido y Francia, cometieron un grave error ya que no firmaron una paz sino que expidieron un permiso de ocupación sin una negociación previa que provocaría una sucesión en cadena. Así hubo países que se aprovecharon de la debilidad extrema de Checoslovaquia y, siguiendo el ejemplo alemán, se anexionaron zonas de este país con el pretexto de que había en ella una población importante de su nacionalidad, lo que, ni siquiera, era cierto en algunos casos, y culpando de todo a los cambios territoriales sin sentido que impusieron los Tratados de Versalles, y, peor aún, llevaba al paroxismo la voracidad de los nazis por devolver su extensión territorial al Imperio por el uso de la fuerza.

             En "¿La paz o la guerra?" Saint-Exupéry se ve obligado, gajes del oficio, a expresar su opinión[xvii] sobre un hecho que habría de tener consecuencias funestas en el futuro sin poseer unas perspectivas de la gravedad del asunto, sin vislumbrar claramente la pertinencia de decantarse por una opción u otra. Por eso no es fácil extraer el mensaje que desea transmitir, ni la opción por la que se decanta.

No se distinguió nunca por una excesiva implicación ideológica, no dedicó un gran interés a los avatares de la política, sus pensamientos y sus sentimientos estaban volcados en la búsqueda del Hombre con un idealismo al que supo arrancar los delirios de perfección absoluta y trascendente que dimana de la enseñanza platónica la que supo atemperar a través de la realidad que le proporcionaban sus experiencias. Acusado por su origen aristocrático, su admiración por Nietzsche y los héroes de sus dos primeras novelas[25], para muchos sus únicas obras que pueden considerarse como tales, quedaba claro que el Hombre de Saint-Exupéry está dentro de cada hombre; no se llega a ser Hombre por privilegios heredados de cualquier tipo, está al alcance de cualquiera que cumple con su obligación, a través del esfuerzo y la dedicación, y cuyo fin es entregarse a los demás. Para ilustrarlo nos habla del pastor que, de repente, se descubre centinela.

            Hay que saber desarrollar al hombre que vive en el interior de cada uno, ayudarle a hacerse y orientarle, a través de una pedagogía[xviii] adecuada, a sacar lo mejor que lleva dentro para que consiga su realización, a través de la acción, superándose a sí mismo y entregándose a la humanidad[26]; el superhombre de Nietzsche[xix], en cambio, está convencido de su superioridad, tanto física como espiritual, tiende a la soledad de las alturas ante el convencimiento de que no puede ser ayudado y, quizás camine hacia la locura sin capacidad para hacerse comprender por la gente corriente a la que detesta. Un poco de amor abre más caminos que la fuerza, le replicaría Saint-Exupéry que cada vez tenía más claro que solo de esa manera el hombre podría crear a Dios, a quien empezó a ver necesario en la última etapa de su vida aunque dudara seriamente de su existencia.

            No estaba, desde luego, en perfecta sintonía con los intelectuales de izquierdas[xx]a los que la ambigüedad mostrada en los artículos de su visita a Moscú no les gustaba, a pesar de que ensalzó varios aspectos de aquella sociedad, especialmente el trabajo que realizaba el individuo por el bien común, y que la opinión que se mantiene es que extrajo sensaciones positivas y además bendijo el pacto entre los dos países firmado por Pierre Laval que había acudido allí como representante del gobierno francés. La moderación de Saint-Exupéry hizo que en los momentos cruciales de su vida no satisficiera  a nadie. Los comunistas le reprocharon la mala impresión que le produjo la figura férrea e impasible de Stalin, y eso que Saint-Exupéry, probablemente, no podía ni imaginar los crímenes que ya había cometido, y la descripción gris, apática y desmoralizada con la que mostraba el pueblo ruso en los actos oficiales que contrastaba con la alegría, resultante de manifestaciones musicales espontáneas, que le recordaba a una celebración del 14 de julio en Francia.

            Para los comunistas los Acuerdos de Múnich eran una debacle estruendosa ante la apoteosis agresiva de Hitler y el abandono a su suerte de Checoslovaquia[xxi]. Estos mismos izquierdistas estaban cada vez más radicalizados y no comprendían que estas mismas potencias que preconizaban el apaciguamiento, el diálogo y la defensa de la libertad se hubieran desentendido del trágico destino del gobierno legítimo de España que ya veía acercarse los vengativos pasos de una derrota incondicional.

Pero no podemos enjuiciar los grandes momentos históricos sin tener en cuenta las circunstancias en los que se desarrollan; muchos franceses no habían dejado atrás los terribles recuerdos de la carnicería de la I Guerra Mundial, caracterizada por el uso irracional del gas mostaza y las tumbas de las trincheras, ni “los alegres 20” que, en Europa, no lo fueron tanto, embargada por la dura reconstrucción y, más tarde, por los efectos diferidos de “la Crisis del 29” que cubrieron de pesimismo los años anteriores a la nueva guerra y provocaron que Saint-Exupéry clamara contra sus efectos describiendo la repatriación de unos trabajadores polacos en un admirable artículo.

Por todo ello, el sentir general de los franceses, tenía el convencimiento, y llevaba razón, de que no había nada peor que la guerra, pero aquí vemos vacío de contenido el dicho que sentencia que dos no pelean si uno no quiere. Francia no estaba por la contienda, entre otras razones porque estaba convencida de la superioridad militar alemana como se demostraría. Hitler y los suyos se las ingeniaron solos para desencadenar el conflicto.

Saint-Exupéry acabó defendiendo la línea por la paz aunque fuera encajando provocaciones, la misma que le pedía que siguiera el diario que le había contratado, France-Soir[27], pero ponía tantos reparos, transmitía tantas sensaciones sombrías en sus palabras pesimistas y doloridas, tanto convencimiento de que el diálogo no serviría para apagar la espiral de locura colectiva en la que había entrado la Alemania de Hitler, que tenemos que acabar pensando que no creía, no sentía como una  paz verdadera ese compás de espera en el que acabó alineándose por mantener la esperanza de no ver a Europa sumida en la lucha fratricida que había visto en España y que tanto le había impresionado.

Podríamos decir que se movía, sin capacidad de decisión en su caso, en la línea de Daladier[xxii] que había firmado la paz pero era consciente de que Hitler seguiría empujando hasta convertir la situación en insostenible. No quería ser responsable directo de que se repitieran las trágicas escenas que había visto en la I Guerra Mundial, pero sabía que la guerra era inevitable. Las ideologías perniciosas, surgidas de las heridas de tanta injusticia y abandono que condujeron a los hombres a estar sumidos en un marasmo estoico del que despertaron ebrios de gloria, avivaban su llama.

            No es casualidad que Saint-Exupéry justifique sus ansias de paz ilustrándolas con sus experiencias en la Guerra Civil Española, ni que insista con una tristeza infinita en que la aviación se había convertido en una eficaz máquina de guerra que implicaba a la población civil[28] en el sufrimiento y en la devastación, y lo utilice con imágenes poéticas con el objetivo de reforzar su impacto, como ejemplo concluyente para mostrar su rechazo a la guerra.

II – 4.- Saint-Exupéry en la Guerra Civil española.

            La presencia de Saint-Exupéry en la Guerra Civil Española, se redujo a dos visitas, en la primera, en Agosto de 1936, al poco de estallar la contienda, enviado por L'Intransegeant, visitó Barcelona y el Frente de Lérida, esta experiencia distó mucho de ser positiva y, probablemente, en ella esté el origen de la aparente falta de compromiso explícito[29] con la República de la que sería acusado por colegas más comprometidos ideológicamente ya que no dudó en criticar con espanto los métodos expeditivos de los milicianos revolucionarios, en quienes resaltaba el heroísmo[xxiii] y el arrojo ante el peligro, pero no aceptaba de ninguna forma la obsesión enfermiza que tenían por masacrar a los religiosos o fusilar como fascistas a toda persona con una mínima sospecha de serlo, arrastrando a familiares y personas que trabajaban a su servicio.

            En la segunda, contratado por el Paris-Soir en abril de 1937, estuvo en Madrid y en el Frente de Carabanchel, y se encontró con una imagen igualmente terrible pero más convencional de la guerra, poniendo a aquellos hombres separados por las trincheras, muchas veces por azar y sin saber en realidad el motivo de su lucha, como pertenecientes al mismo árbol y, en el fondo, cercanos en sus momentos de debilidad cuando no les servía el ardor ideológico para mantener intactas las fuerzas para querer matar al enemigo.

            Estas incursiones con fines informativos van a ocupar una parte importante en estos artículos, quizás porque ilustren a través de su experiencia personal los horrores de la guerra que presiente cada vez con más fuerza, la falta de un lenguaje que definitivamente lleve al entendimiento entre los seres humanos, el comportamiento irresponsable de quienes la provocan y la alteración profunda que sufre quien se ve inmerso en ella y que, en muchos casos, tiene una actitud severa e inflexible apoyado en el culto fanático de una ideología.

            No faltaría, la virtud más hermosa de Saint-Exupéry y que tan favorablemente impresionó a André Gide y a André Malraux desde su aparición en el contexto turbio y desesperanzador del ambiente literario francés de la época; siempre creyó en el hombre[30], desplazado como estaba por los regímenes totalitarios que lo convertían en títere. Tampoco faltan los guiños al calor humano y la ternura que se producen en situaciones límites cuando una sonrisa, compartir un cigarrillo o el pulso débil de una conversación casi ininteligible que nos llega desde el otro lado sirven como vehículo para recordar que en el enemigo hay una persona que nos recuerda a nosotros mismos y siente el mismo dolor ante la barbarie.

II – 5.- Tiempos modernos.

            Otro aspecto de gran importancia es aquel en el que se muestra crítico con la sociedad industrial que se había desarrollado, a la que otorga una parte de culpa en la escalada militar que compromete, incluso a las democracias, en carreras armamentísticas y una mayor intervención en la política de los estamentos militares. Como cualquier hombre de nuestros días, tenía el convencimiento, a pesar de los problemas de las crisis y de las desigualdades, de que nunca se había logrado un nivel de bienestar parecido en la historia del hombre. Pero clamaba por el alto precio que se estaba pagando por ello y que afectaba, fundamentalmente, en una merma significativa al culto del espíritu, en una de esas digresiones metafóricas que le eran tan queridas nos recuerda la interpretación de la vida en el mundo rural sustentada por valores que se transmiten de generación en generación, donde los niños que juegan en el patio recogerán la llama de la sabiduría,  y la opone a los termiteros sin sustancia de los barrios obreros en un contexto urbano. Hay quien no duda aquí en tildar a Saint-Exupéry de reaccionario y prefiere no ver al hombre que había patentado varios inventos para mejorar la seguridad en los aviones, que creía en el progreso pero no lo identificaba con esa forma de vida que, según él, llevaba a la esclavitud al abandonarnos al objetivo de conseguir bienes materiales en cuyo esfuerzo concentrábamos todas nuestras fuerzas, critica la aglomeración, la automatización y la pérdida de la individualidad creativa, asuntos que le preocupaban hondamente y que volvería a utilizar más tarde en la última obra que publicaría en vida, "Carta a un rehén".

            Y vuelve a aparecer Chaplin, con quien apenas se le relaciona, y sus "Tiempos Modernos", hay puntos de conexión evidentes entre lo que uno y otro denuncian y lamentan en sus lenguajes respectivos fuera de toda norma. No se puede tildar de reaccionario a quien denuncia y describe los síntomas evidentes de desorientación y caída moral que produce la sociedad de consumo. Hay otras posibilidades de progreso que oponer a la que conocemos y que lleva al hombre a ser manejado por unas nuevas formas de opresión.     

            No resulta fácil comprender la indiferencia y el olvido que sufre la faceta periodística  de Saint-Exupéry, ya que cualquier acercamiento serio a ella demuestra que lejos de haber sido una rémora para su desarrollo creativo, achacado a la motivación económica que para él supuso esta dedicación[xxiv], sirvió para consolidar una nueva orientación a su temática que ahora era infinitamente más diversa y no se concentraba en la aviación, una deriva ascendente de un estilo poético único e irrepetible que ya nos dejó su visión peculiar y siempre enriquecedora de algunos de los acontecimientos más importantes de aquellos años[xxv]. Convencido de la insuficiencia de la palabra que se sustentaba en un lenguaje caduco que necesitaba una nueva síntesis para poder expresar el malestar de nuestro tiempo y, a partir de ahí, encontrar los planteamientos para superarlo. No abandona la facilidad asombrosa que estaba consiguiendo para narrar, en ese nuevo lenguaje surgido de un lirismo emotivo, incluso los hechos más sórdidos y terribles.

            El recuerdo vívido de sus experiencias personales en la contienda española lo utiliza para intentar convencer a los lectores de que la guerra es el fracaso más rotundo al que puede llegar el ser humano, ahora que presiente que se ha llegado a un punto en que la paz no parece posible, ahora que tantos ciudadanos están siendo arengados y fortificados en sus convicciones más irracionales por la pertenencia a un grupo, a un país determinado, a una raza, a una ideología considerada como la única verdadera y que no admite el mínimo atisbo de disidencia.

II – 6.- Conclusiones sobre “¿La paz o la guerra?”

            Estos artículos[31] suponen un hallazgo inesperado, sabiendo como sabemos que hay escritores buenos que han fracasado en un género tan difícil, aunque infravalorado, en el panorama literario, como el periodismo[32]. Saint-Exupéry ha superado las expectativas y nos ha mostrado que derramó en sus artículos las mismas bondades literarias que en el resto de su obra.

En los artículos que nos ocupan, nos detenemos especialmente en "Hay que encontrar un sentido a la vida de los hombres", una de sus cumbres en este cometido, de una densidad asombrosa que permite en unas pocas páginas ponernos en unos antecedentes muy valiosos de unos tiempos a la deriva, atravesar un entramado social y psicológico en su intento logrado de comprender a aquellas sociedades que se habían echado en brazos de los totalitarismos agresivos. Representa unas rutinas que nos empapan de la tensión del momento, especialmente se detiene en una población alemana cuya ebriedad de gloria había hecho que se entregara a una ideología y a unos dirigentes que anunciaban la caída en las fauces de la guerra como medio para poder conseguir sus aspiraciones. Hay que subrayar que Saint- Exupéry era coherente porque reflejaba con fidelidad las dudas que habitaban en lo más profundo de su ser, verdaderamente era un combate lo que se disputaba en su mente entre las dos opciones y el resultado acababa estando más cerca de la alternativa que perdía en su pronunciamiento; la guerra, por más hermosura y pasión que derrochara en nombre de la paz.

            Pero los otros artículos no le quedan muy lejos, La disección del hombre de guerra es admirable, Saint-Exupéry expresa su falta de empatía con el estamento militar atrapado por el honor y siempre proclive a la intervención armada que le proporciona medallas y laureles. Aun así le concede el beneficio de la duda que, de ninguna forma, el hombre de guerra le concedería a él. La pregunta final es impactante, una invitación valiente y directa para intentar saber por qué se lucha para eliminar ese deseo.

            Quizás el menos brillante de estos artículos sea el de las trincheras, en el que prevalece la acción sobre la reflexión, pero no deja indiferente por la profundidad de su mensaje, por representarnos al hombre llano que se ve atrapado por una guerra y, a poco que las circunstancias lo propicien, piensa que al otro lado puede haber alguien de su pueblo, algún amigo, alguien con quien disputó un partido de fútbol.

            Por último queremos resaltar la belleza terrible con la que describe, con apenas unas pinceladas precisas que no pueden ser impresionistas por la atmósfera gris y decadente, a aquellos hombres de Alemania que se amontonaban para escuchar a Hitler, guiados por un estado de euforia colectiva, obnubilados por el sistema de propaganda que había edificado Goebbels, que  apelaba a los sentimientos y anulaba la razón y alcanzaba su cénit en los discursos histriónicos de Hitler avalados por un sistema económico pujante, alimentado, principalmente, por la carrera armamentística y la creación de infraestructuras viarias e industriales  que casi alcanzaban su tope y, por lo tanto, no podía ir mucho más allá, a corto plazo anunciaba un estancamiento cuando no un retroceso.

 

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[1] Sus últimos años fueron una búsqueda de Dios que no llegó a buen puerto. Cercano a la agonía de Unamuno y la melancolía de Antonio Machado por ver si se hallaba en algún sitio entre los hombres. Ellos buscaron a Dios desde dentro mientras que él estuvo fuera desde la adolescencia después de su experiencia poco satisfactoria en un colegio jesuita.

[2] Es desgarrador aquel escrito en el que confiesa que odia su tiempo, que el hombre muere de sed.

[3] Unos archivos han desvelado que hubo un momento en que el gobierno de los Estados Unidos, barajó la posibilidad de que sustituyera a de Gaulle como máximo representante de la Resistencia francesa.

[4] Sus metáforas son un caso aparte por su proliferación, casi todo lo que dice es un espejo sutil de otra verdad. Por eso he optado por dejarlas tal como él las concibe a menos que la traducción literal en español resulte chocante, no asocie con lo que se quiere representar  y, en vez de ayudar a disfrutar de la lectura, empañe su belleza y su comprensión.

[5] A la altura de Quevedo en belleza y profundidad son aquellas que se alimentan en el efecto turbador de la paradoja; el buzo que asciende eternamente en sus ansias por saber si hay un fondo en el mar o el aviador que se hunde cuando traspasa los límites del cielo en busca de una estrella.

[6] Consuelo fue responsable de la única tensión seria que tuvo Saint-Exupéry con su madre, Marie, con la que tenía una relación exquisita, y le confesó apenada que Consuelo lo estaba alejando de ella.

[7] Con el paso del tiempo llegaría a ser escritora y escultora dejando un poco de lado su intensa vida social, su coquetería provocativa y sus continuos romances.

[8] Por otra parte, Consuelo tuvo una vida intensa con la alta sociedad.

[9] Saint-Exupéry era un melómano empedernido, se cuenta que una tarde mientras escribía no dejó de escuchar ni un solo momento “El bolero de Ravel”.

[10] Algunos de sus últimos escritos, sobre todo los que anotó en sus “Cuadernos de notas"(Carnets), nos muestran su aceptación estoica de la posibilidad de la muerte, esto ha alimentado que, entre las hipótesis que se barajan sobre su muerte, no falte la del suicidio. Creo simplemente que era consciente del peligro que corría cruzando los mares desarmado frente el afán destructivo que siempre se acrecienta en quienes están perdiendo una guerra.

[11]Hay quien llega a afirmar que Saint-Exupéry no realizó, tanto en su primera etapa en la guerra como en la segunda, más que vuelos de reconocimientos sin estar equipado con armas con las que defenderse. 

[12] Algo sorprendente en un hombre de la capacidad intelectiva de Saint-Exupéry que además pasó anteriormente cierto tiempo en los Estados Unidos, tenía que relacionarse con personalidades y asistir a actos públicos, ya que era una celebridad. Su relación con Sylvia Hamilton a partir de 1942 no deja de ser extraña, apasionada y breve como fue su romance, se comunicaban con gestos y sonrisas y cuando se querían decir algo más utilizaban una amalgama de idiomas. Sylvia no fue una amante cualquiera en la vida de Saint-Exupéry, cuando se despidió de ella le entregó el manuscrito de "El pequeño príncipe", curiosamente la obra que contiene la declaración más hermosa de amor que le dedicó a Consuelo Suncín.

 

[13] Se calcula que unos ocho millones de franceses se echaron a la calle, que París quedó, prácticamente, vacía.

[14] Hubo un final feliz en esta historia y pudieron reunirse. Claude, de 15 años, pudo hacer el viaje, con otros jóvenes, casi con normalidad, la estampida general se produjo cuando salieron sus padres. Les estaba esperando en la vivienda veraniega de la familia con una gran preocupación, los acontecimientos no invitaban a la tranquilidad.

[15] Se suele tildar a Léon Werth de comunista, nada más lejos de la realidad. Lo fue en su primera juventud, pero cuando vio la deriva de la Unión Soviética, sobre todo bajo la férrea y cruel disciplina de Stalin, se desmarcó del comunismo. Sin duda era izquierdista pero tendente al anarquismo en su versión pacifista.

[16] Período impresionante por la calidad de las obras que alumbró; Piloto de guerra” y “El pequeño príncipe” serían escritas y publicadas en Nueva York, y allí seguiría perfilando su obra más ambiciosa; “Ciudadela”. 

[17] El viajero, esté donde esté, lleva con él todo lo que deja atrás, el emigrante, en cambio, no tiene raíces.

[18] Sin que tenga demasiada importancia, lo que cuenta es el relato y lo que transmite, parece que Saint-Exupéry confunde la fecha. Su visita a Barcelona coincidió con su primer viaje a la Guerra Civil Española en 1936, por lo tanto tenía 36 años y no 37 como afirma.

[19] Quizás resulte extraño que Saint-Exupéry llegara a pensar realmente que los guardianes no le entendían cuando les hablaba en castellano. Realmente jugaban a no entenderle por el hecho de que no les hablara en catalán.

[20] Saint-Exupéry lo definía como crear lazos, un paso necesario para culminar el ascenso del hombre, desmarcándose de Nietzsche con una claridad meridiana que no justifica que muchos de sus enemigos siguieran reprochándole las similitudes que había podido tener con el deslumbrante y errático filósofo alemán en sus primeros años como escritor.

[21]      Fueron las revistas relacionadas con el mundo de la aviación las que más solicitaron su colaboración, aunque pudo insertar sus experiencias como piloto en la revista política y literaria Marianne que, a pesar de su calidad, tuvo una trayectoria incierta y corta. En ella dejaron su firma escritores de todas las tendencias ideológicas aunque se identificaba con la izquierda.

[22] Sin duda una las creaciones cumbres de Saint-Exupéry como escritor, tiene dos narraciones especialmente famosas; el accidente en el desierto de Libia del que ya hemos hablado y el de su querido compañero Henri Guillaumet en los Andes, verdadero ejemplo de resistencia y lucha contra la adversidad.

[23] Aprovechó su viaje a Nueva York para recoger el premio con un retraso de varios meses.

[24] "Tierra de los hombres" obtuvo el Premio de Novela de la Academia Francesa en 1939, aun así los críticos prefieren hablar de ensayo combinado con artículos periodísticos cuando se refieren a esta obra o, en el mejor de los casos, hablan de “otro escrito inclasificable en la trayectoria de Saint-Exupéry”.

[25] "Correo Sur" y "Vuelo nocturno" son dos novelas que se nutren de sus vivencias como piloto, ensalza a sus compañeros y los representa como héroes, para algunos sin diferencias apreciables con el superhombre de Nietzsche.

[26] Sin la entrega a los demás la vida carece de sentido. La lucha del Hombre por superar los obstáculos, aun cuando sea individual, encuentra su verdadero destino en lo que representa para la comunidad, es decir, la humanidad.

[27] Nos consta que los problemas más graves que tuvo Saint-Exupéry, se debieron a su libertad de criterio, como Albert Camus o George Orwell, acabó con planteamientos que, en la mayoría de los casos, deberían haber gustado a todos y no gustaron a nadie. .

[28] Durante la I Guerra Mundial, el papel de la aviación apenas fue relevante. Tuvo más de leyenda a la hora de hablar de las hazañas de aquellos caballeros que se enfrentaban como en las justas medievales, creando mitos como el Barón Rojo y los demás ases. La Guerra Civil Española tuvo el dudoso privilegio de inaugurar esta era. Coincidiendo con la segunda estancia de Saint-Exupéry en los que describe los bombardeos de Madrid, en abril de 1937 se produce el de Guernica.

[29] Saint-Exupéry no dudó en mostrar su antipatía hacia el régimen del general Franco, quien se lo tendría en cuenta para no dejarle atravesar suelo español cuando se dirigió a Lisboa en 1940 con el propósito de coger el barco que lo llevaría a Nueva York.

[30] André Gide fue un valedor de la obra de Saint-Exupéry que resaltó este punto. Estaba cansado de un tiempo de crisis que se había cebado con el espíritu y que parecía centrarse en resaltar lo peor de la naturaleza humana, El Hombre de Saint-Exupéry resplandecía, hacía creer en el destino de los hombres.

[31] He seguido la presentación más repetida que puede hacer pensar que sean cuatro los artículos. La introducción puede llevar a equivocación y deducirse que "¿La paz o la guerra?" sea el título del primer artículo además del genérico.

[32] En España hay que reconocer que se ha tenido la valentía de reconocer el talento de Larra y su inclusión como uno de los mejores escritores de nuestra historia, sustentándose su fama en sus geniales artículos periodísticos.



[i] He preferido escribir Saint-Exupéry, con guion, en vez de Saint Exupéry, es como se aceptó siempre, pero lo cierto es que él firmaba sus trabajos y los cheques sin él.

 

 

I - Carta a un rehén y otros escritos

 

I – 1.- Un hombre del Renacimiento atrapado en unos tiempos sin alma.

 

            Acercarnos a Antoine de Saint-Exupéry[i] y además hacerlo en tres de sus facetas menos celebradas; un ejemplar ensayo epistolar, unos soberbios artículos periodísticos y un  delicioso relato costumbrista y exótico basado en la realidad dramática de la insurgencia en el Marruecos de los protectorados y la amenaza de Abd-el-Krim, no es fácil y menos aún si se pretende acompañarlo con un intento sincero de comprometer un poco su imagen de místico sin Dios[1] y, para ello enumerar, junto a sus muchas virtudes, los puntos más comprometidos y menos edificantes de su comportamiento en el período de tiempo que comprende, en gran parte, desde los primeros días de octubre  de 1938 a mediados de junio de 1943. 

Estas fechas son las que van desde algunos de sus últimos artículos periodísticos, y la publicación de “Carta a un rehén”, cuando ya estaba luchando junto a los aliados por la libertad de su patria y hacía unos tres meses que había dado fin a su complicado y tortuoso exilio americano.

No es fácil indagar en esta experiencia sin evitar el temor a las equivocaciones, ya que estamos ante un autor implicado, aunque no lo quisiera, con su tiempo[2], uno de los más exaltados y turbulentos que se conozcan, en el que se cometieron los crímenes más espantosos contra la humanidad que recuerde la historia, en el que la mayoría de los hombres no entendían ni respetaban las posiciones que no fueran las suyas propias y las de sus correligionarios. La indecencia de ser diferente que Ortega y Gasset observaba que se decía en Norteamérica en “La rebelión de las masas” había pasado a ser poco menos que un delito; Saint-Exupéry  soportó críticas acerbas por su independencia de criterio. 

Saint-Exupéry no quiso entretenerse en los entresijos enrevesados de la política, desilusionado y aburrido como estaba con el tipo de hombre que la representaba, pero hubo un momento en el que pudo jugar un papel importante en ella[3].

Sus inquietudes como escritor le exigían perseguir la perfección en la que creen los idealistas, llevado por el convencimiento de que el lenguaje por sí solo no podía transmitir un mensaje sin que perdiera sustancia por el camino. Por ello intensificó en sus últimos años el uso de la poesía, el predominio de la metáfora sobre lo comparado y la presencia de la musicalidad en su enunciado, ya que la música habla directamente al corazón. Un último paso lo daría en “El pequeño príncipe” añadiendo la imagen gráfica de sus acuarelas.

            Él solía decir que no forzaba cuando traducía, con brillantez y sentimiento, un mundo plagado de imágenes[4], que se limitaba a reproducir fielmente lo que veía desde el avión. Creaba alegorías[5] con los elementos naturales que destacaban por su carácter simbólico y que parecían cobrar vida y se asociaban  con fluidez con lo que querían representar cuando se contemplaban desde las alturas.

La aviación aparece poco en las obras que hemos elegido, pero cuando lo hace está revestida de un simbolismo trágico que trasciende en mucho aquello que describe, destacaría cuatro pasajes por la significación que tienen; la muerte de Henri Guillaumet[ii], la masacre que sufre su escuadrilla cuando pierde tres cuartos de sus efectivos durante una sola incursión alemana en la Batalla de Francia en 1940, la pasión por cumplir su cometido de Jean Mermoz[iii], cuando ya había muerto y se sirve de ello para enaltecer su memoria en los Andes, escenario de sus grandes hazañas, jugándose la vida sin importarle si llevaba en la saca del correo solo una carta intrascendente dirigida a un tendero. Para terminar dejamos el desasosiego destructivo de los bombardeos sobre la población civil de Madrid y Barcelona con el objetivo de quebrarle la moral y hacerla partícipe de la propagación de la sombra de los aviones que llevaban muerte en sus alas, tan  lejos de aquel mundo ideal que había soñado en el que serían un instrumento idóneo para crear lazos entre los hombres.

No desearíamos pasar por alto aunque sea de forma somera ningún tema controvertido que hayamos podido encontrar en la etapa final de su vida, en ninguno de ellos carecía Saint-Exupéry de justificaciones razonables aunque no se compartan; Vichy y su obstinación en mantener cierto respeto por el viejo mariscal Pétain[iv], el general de Gaulle que nunca le perdonaría que no acudiese a su llamamiento desde Londres para unirse a la Resistencia que encabezaba y cuyos partidarios fueron responsables, con sus acusaciones de que pertenecía al Régimen de Vichy o de que era espía a su cargo, del período más oscuro de su vida pública en el que llegó a tener serios problemas con la bebida, la Guerra Civil española, los Acuerdos de Múnich y su posicionamiento firme contra los totalitarismos, su relación difícil con la colonia de exiliados franceses de Nueva York a la que empezó comparando con un avispero y la acabó tildando de nido de víboras, y las mujeres[v]... planean entre los asuntos más espinosos a los que tuvo que enfrentarse y a los que, alguna vez, desanimado y triste, contestó con el silencio. Tampoco podemos obviar, aunque sus experiencias fueran anteriores al período del que hablamos, su visión un tanto etnocéntrica e inconsciente sobre los efectos devastadores del  colonialismo europeo[vi] contando con el conocimiento de la situación en la Indochina francesa (actual Vietnam) donde realizó reportajes y, sobre todo, en el Norte de África o su labor como periodista en la Unión Soviética de Stalin cubriendo las celebraciones por el 1º de mayo en 1935.

 El asunto de su matrimonio con Consuelo Suncín es volcánico como se decía que era el carácter de esta mujer menuda, atractiva, seductora y con una innegable inclinación artística y debilidad por el placer. No puede calificarse sino de milagro que este matrimonio tan peculiar se prolongara hasta su muerte, trece años con innumerables peleas e infidelidades, separaciones y reconciliaciones a consecuencia de un modus vivendi aceptado o soportado por los dos; cada uno iba por su lado, tenía amistades distintas con las que ocupaban su tiempo y algunas de ellas se convertían en amantes. Sorprendentemente había una dependencia real dentro de aquella locura, que afectó más a Antoine que a Consuelo, significativamente en el suplicio de su periplo neoyorquino que se acentuaría en sus últimos días en  África del Norte y Córcega[vii]. No dieron el paso hacia una separación definitiva que hubiera satisfecho a familiares y amigos[6].

Sin que se llegue a comprender las razones, dados los muchos motivos que hubo en aquella relación tormentosa[viii], solo nos ha llegado un intento serio de divorcio. Fue a cargo de Consuelo que desistió de llevarlo adelante por indicación de su abogado. Sabemos que contaba con la negación rotunda de Antoine. Mientras él, por su parte, escuchaba impertérrito los consejos de su madre, de sus hermanas y la más perseverante de sus amantes, Nelly de Vogüé,  de que se divorciara.

Saint-Exupéry, en unas declaraciones que le honran, reconoció, al final de su vida que había sido un pésimo marido, que había dejado demasiadas veces a Consuelo sola y desprotegida. En su cabeza debería desfilar la sucesión continua de amantes y el remordimiento por  no haber disfrutado algo más de su sensibilidad marcada por la esterilidad consecuencia de una enfermedad que contrajo de niña[7] y su proclividad sincera hacia el arte. Hubiera sido aceptada en los círculos literarios más rigurosos[8] donde nunca dejó de ser la mujer de Saint-Exupéry y, a veces, ni siquiera eso, ya que su persistencia en asistir solo a los eventos y reuniones hizo pensar a más de uno que no era un hombre casado. Los que lo sabían obviaban su valía como mujer refinada, independiente y culta, no olvidaban su pasado licencioso y su origen centroamericano; comentaban despectivamente el acento español que tenía cuando hablaba en francés, algo que a él le encantaba porque le parecía sensual[ix].

Quizás la canción[9] que mejor defina a esta pareja que mantenía una relación que no estaba acorde con las convenciones ni con los tiempos y nos recuerde el sentimiento de culpa que se apoderó de Antoine cuando sintió cercana la presencia de la muerte[10] sea “La canción de los viejos amantes” de Jacques Brel. Antoine no llegó a conocer la franqueza con la que el genial y apasionado cantante hurgaba en las llagas de un prolongado amor con infidelidades porque desapareció cerca de las costas de Marsella mientras pilotaba un avión de reconocimiento sin más armas que su cámara fotográfica[11] el 31 de julio de 1944. Un suceso que no ha podido aclararse del todo o, más bien, no se ha querido aceptar una explicación que tiene todos los indicios de ser cierta. La legión de seguidores de Saint-Exupéry, la mayoría más bien de "El pequeño príncipe", no ha sido muy proclive a admitir que su desaparición perdiera el halo romántico de la insistencia agónica en el esfuerzo, como imperativo categórico, de este incomprendido y vilipendiado judío errante[x] que no ofendió nunca a Cristo aunque lo despojara de su divinidad.

Un colofón a su aventura humana triste pero elevado. Acabó como algunos de sus compañeros más queridos y la muerte le sorprendió en las alturas mientras se enfrentaba a sus ansias de superación y a la contradicción eterna de los hombres.

La declaración de un antiguo periodista de 88 años llamado Horst Ripper, que sirvió en la II Guerra Mundial como piloto, venía a desvelar el misterio en 2008 cuando confesó que él había abatido a Saint-Exupéry y que en el momento de hacerlo no sabía que la víctima de su ataque certero había sido el gran escritor a quien admiraba, que empezó a sospecharlo con el transcurrir del tiempo. No lo confesó en cuanto fue consciente de ello porque sentía vergüenza y arrepentimiento. Quizás porque sea más sugerente y atractivo mantener el misterio que ahonda en su leyenda esta confesión no ha sido aceptada como concluyente.

I – 2.- “33 días”, el humanismo irrenunciable de Léon Werth contra las cuerdas.

En octubre de 1940 Saint-Exupéry, ante la situación insostenible que vivía Francia[xi], tenía ya decidido, con el aliento de sus amigos, trasladarse a los Estados Unidos para una estancia que preveía de algunas semanas y que se prolongaría en una agonía moral de veintiocho meses que no haría más que crecer y mostrar sus síntomas; en su transcurso se negaría a aprender inglés[12] después de haberlo intentado, tendría serios problemas con la bebida y llevaría hasta unos límites insospechados su tormentosa relación con Consuelo Suncín, su esposa.

Antes de dar el paso se dirigió a Saint-Amour, en pleno corazón del Jura, donde estaba refugiado Léon Werth, su mejor amigo. En un encuentro lleno de emoción que se vivió con la sensación de una despedida definitiva, recibió su aprobación por su marcha a los Estados Unidos, un país que lo admiraba y que lo acogería con los brazos abiertos y en donde podría desarrollar la misión que se le había encomendado de hacer todo lo posible para que este país interviniera en la guerra, no había nada más importante que pudiera hacer por su país en esos momentos. Era la mejor solución para su situación y la de Francia. Estados Unidos era el único país que podía cambiar el curso de los acontecimientos.

Desde su primer encuentro en 1931 hubo un entendimiento mutuo extraordinario entre los dos hombres, Léon Werth era veintidós años mayor que él y se convirtió en un padre espiritual para su formación intelectual y responsable de la evolución de sus ideales hacia un humanismo abierto y universal que hallaría conclusiones razonadas sobre el fin último del hombre y acabó borrando cualquier atisbo de elitismo y un pensamiento elaborado a la medida de los elegidos que sus detractores vislumbraron en "Correo Sur" y "Vuelo nocturno", precisamente escritas antes de aparecer Léon Werth en su vida y cuando la aviación y la lucha agónica con ribetes heroicos por cumplir con su obligación de los pilotos eran, casi en exclusiva, los temas centrales de su obra.

Léon Werth le entregó el manuscrito de "Treinta y tres días" un relato crudo y lleno de tensión en el que narra el éxodo lento y multitudinario en el que se vio atrapado junto a su mujer, Suzanne y su empleada, cuando salió de París, tras ser ocupada, para llegar a su destino donde permanecía oculto. No olvidaría las carreteras atestadas de millones de franceses[13] que huían sin rumbo en plena conmoción, víctimas del desconcierto y el miedo de caer en poder de los alemanes, y con recelo hacia los vencidos militares franceses.

Léon Werth conoció en el camino lo mejor de la condición humana; un soldado alemán rústico y amable que les echó una mano en una situación comprometida ante los suyos o granjeros que ofrecían alimento y descanso a sus compatriotas fugitivos, y lo peor, cuando describía con precisión y asombro a algunos franceses que simpatizaban ideológicamente con los invasores y sentían satisfacción por la llegada redentora de los alemanes. A todo ello se unió la angustia de no tener noticias de su hijo Claude[14] que había salido unas horas antes. Un viaje que, en circunstancias normales, se cubría en una jornada se prolongó dramáticamente por el período que indica el título, convirtiéndose en una penosa odisea encontrar alimento o abastecerse de gasolina para completar el trayecto, morando continuamente en el miedo que planeaba en cualquier imprevisto que acabara en la detención y en la violencia.

La idea de Léon Werth era clara, ante la imposibilidad de publicarlo en Francia en esos momentos por razones obvias, ya que ni los alemanes ni el régimen de Vichy hubieran pasado por alto el tema que trataba y, menos aún, la forma insobornable y franca en que lo hacía, todo empeorado sensiblemente por el origen judío de su padre, su militancia sentida en el librepensamiento, su izquierdismo[15] y su antimilitarismo.

Le pidió a Saint-Exupéry que se llevara el manuscrito con él, escribiera el prólogo que creyera adecuado y, una vez en Nueva York, le entregara ambos a su editor Brentano's para que los publicara juntos como un testimonio hermoso y perdurable de la comunión que había entre los dos amigos.

Saint-Exupéry cumplió su parte y se permitió dar una opinión muy favorable de la obra de su amigo, "un gran libro" dijo de forma concluyente. Pero, aunque no dudaba de la calidad literaria de "Treinta y tres días", era un poco reticente a su publicación por su crudeza al describir las diferencias y los cambios que se estaban produciendo en el comportamiento de los franceses en relación a los invasores alemanes y, sobre todo, una de sus preocupaciones más constantes y sombrías en la que insistiría hasta su muerte, entre ellos mismos, no podía evitar la marca de la moderación exquisita de Montaigne en su pensamiento. Temía con disgusto y con pavor que se reprodujera entre los suyos el mito del cainismo que había conocido en sus experiencias españolas o que había asolado Francia en las Guerras de Religión de las que tenía una referencia obligada de una orgía de sangre entre hermanos divididos por sus creencias. Aun así, mantuvo su palabra e hizo lo que estaba en su mano para publicarlo.

            Por lo que nos llega de la sinceridad inquebrantable de Saint-Exupéry podemos afirmar que, indudablemente, pensaba que era un gran libro, por mucho que fuera una opinión favorecida por el gran amor que le profesaba a su maestro. Hubo una firma de contrato e, incluso, se le entregó un anticipo ridículo de productos comerciales para Werth. Todo parecía marchar en la dirección adecuada.

Pero Treinta y tres días no habría de publicarse hasta 1992 gracias al entusiasmo de Viviane Hamy una joven editora que quedó impresionada por su lectura y por la lucidez dentro del caos que su autor mostraba en uno de los momentos más terribles y oscuros que Francia recuerde, convirtiéndose de paso en una difusora ardiente del resto del legado literario de Léon Werth.

            En 2014, un editor neoyorquino, Austin Denis Johnson, lo tradujo y volvió a publicarlo y, en un proceso de deslumbramiento similar al de su colega francesa, quedó rendido ante este autor casi olvidado, siguió las huellas de "Treinta y tres días" interesándose vivamente por todo lo que pudiera estar relacionado con un relato que se hundía con crudeza y sin miramientos en la debacle moral  resultante de la derrota francesa y acabó encontrando en una biblioteca de Quebec el prólogo que Saint-Exupéry había empezado a escribir en diciembre de 1940 y conocido como “Carta a un amigo”, y, al fin, pudo publicarlos al año siguiente tal como sus autores hubieran querido desde un principio. Un auténtico acontecimiento literario que ha pasado bastante desapercibido.

            Ante el silencio que se levantó sobre el proyecto de “33 días”. Saint-Exupéry se decidió a madurar la obra que había ido preparando a partir de aquel prólogo publicándose en junio de 1943 cuando ya había abandonado el suelo americano.

 

I – 3.- Carta a un rehén

 

            “Carta a un rehén” es una obra marcada por el exilio americano y la última que publicaría Saint-Exupéry en vida. Es probable que, aunque empezara a escribirla antes de llegar a los Estados Unidos, ya que se admite que su origen estaría en “Carta a un amigo”, su forma definitiva se la dio en ese país y debe ser considerada un producto de esa etapa desgraciada desde un punto de vista humano y fecunda desde un punto de vista creativo[16].

            El relato comienza en Lisboa, el capítulo más largo y mejor articulado, con un valor intrínseco inmenso que avalaría su sentido absoluto como texto independiente, y, sin embargo, simbólicamente relacionado con los otros.

            Saint-Exupéry vive en el desasosiego y se siente corroído por la culpa, incapaz de expresar las verdaderas razones por las que ha decidido dejar atrás Francia.  Así nos lo refleja el presentimiento que tiene en el barco, en el que mira con tristeza a sus compatriotas que huyen para poner a salvo su fortuna en la mayoría de los casos y se pregunta, con un alto grado de exigencia, sobre sí mismo, si es lícito que abandone su país en esos momentos tan delicados donde hay tanta gente que sufre y pasa hambre y hace la bella reflexión sobre las diferencia entre ser un viajero y un emigrante[17].

            Emocionante y lleno de calor humano es el recuerdo que tiene hacia su amigo y compañero en los años dichosos de la Aeropostal, Henri Guillaumet, abatido en noviembre de 1940 en el Mediterráneo, a través de él intenta transmitirnos su convencimiento de la vigencia de los valores que nos pueden transmitir aquellos que mueren luchando por los demás. No se muere cuando lo que has hecho prevalece, pero es inútil y vano fingir que no te has muerto, parece evocarnos en un tono emocionado.

            También narra con pesar inmenso el destino de su escuadrilla, Saint Exupéry tuvo una primera participación en la guerra que fue interrumpida por la derrota sin paliativos en junio de 1940. La 2/33, ese era el nombre operativo de su escuadrilla, fue destrozada en una sola incursión germana. A través de su caída proyecta la de todo un país, poco dado al efectismo aparatoso que esgrimían otros escritores al escribir sobre la guerra, lo narra desde el sentimiento que le producen las pérdidas  y hace un llamamiento profundo a la tristeza contenida.

            Intentando enlazar de alguna forma lo que ve con el recuerdo y buscar el sentido del verdadero desierto hace del Sahara el lugar simbólico donde todo se polariza. La visión que nos entrega del desierto, al contrario de lo que hizo otras veces con singular acierto al situarlo como marco de una historia de superación al límite, está despojada de toda anécdota, de toda aventura, no entra en la lucha desesperada que adornara de tensión y drama la prodigiosa "Tierra de los hombres". Busca la esencia del desierto en sí mismo, sus oasis, sus vientos, sus señales, sus silencios, tan distintos todos entre ellos que nos pueden transmitir las sensaciones de los acontecimientos más diversos que se aproximan, y que acaban provocando que el desierto pueda estar más lleno de vida que la ciudad más bulliciosa que ha perdido su pulso porque no quiere ver la realidad.

            Saint-Exupéry prescinde aquí, como ya hemos dicho, de las aventuras y los sucesos para utilizar el desierto en su geografía concreta y en su realidad espiritual. Nos recuerda, para que no nos olvidemos de lo que hemos visto en Lisboa, que "el verdadero desierto puede estar en un barco lleno de pasajeros".

            Aparece Léon Werth y con él uno de los momentos más emocionantes que nos haya dejado Saint-Exupéry en la memoria. No puede dar su nombre y lo rejuvenece, dice que tiene 50 años, cuando bien sabe que tiene 62, para evitar dar pistas sobre la persona que está detrás de ese amigo.

            El almuerzo de Fleurville a orillas del Saona, poco antes de la guerra, está lleno de luz y esperanza, es un encuentro entrañable que ambos amigos comparten con dos marineros extranjeros que suponen que están allí porque han huido, perseguidos por su religión o sus ideas o no importa lo que sea, porque van a sentir el placer de ser convidados sin más garantía que sus sonrisas.

Fue un día que quedó para siempre en el recuerdo de ambos amigos porque hacía renacer la certidumbre por su recuerdo, ya que Léon Werth lo había comentado extensamente, destacando su calidad de especial con palabras emocionadas, en una carta de febrero de 1940 que le había escrito a Saint-Exupéry.

Todo parecía estar en armonía; el sol sobre los árboles, el aire y la presencia. Hasta la camarera se unía a la fiesta ejerciendo como maestra de ceremonias en la comunión dichosa que se había establecido entre los hombres, se habían creado vínculos sinceros a través de la alegría de compartir un almuerzo. La sonrisa volvía a obrar el milagro de que no eran necesarias las palabras para que los hombres se entendieran y crearan lazos.

            A través de Léon Werth, a quien ve especialmente en peligro por sus circunstancias específicas, Saint-Exupéry se dirige a cualquier francés que ha permanecido en su patria y resiste, a ese amigo cautivo con más de cuarenta millones de almas es a quien, en definitiva, termina por dedicar este canto desesperado que busca la reconciliación y quiere creer que la alegría no se ha perdido para siempre.

            El vínculo con la evocación del Sahara se establece, otra vez, por el recuerdo de los salvamentos que se desarrollaron cuando Saint-Exupéry era jefe de escala en Cabo Juby en el actual Marruecos, entonces bajo la administración española.  La sonrisa articula los sentimientos humanos más hermosos, todos podemos ser náufragos y rescatadores y no hay recompensa más taumatúrgica y reveladora de los valores universales que una sonrisa en un momento crucial.

            Siguiendo en el estilo y en el tipo de experiencias que desarrolló admirablemente en sus artículos periodísticos nos relata el episodio angustioso cuando fue detenido en Barcelona[18] por unos milicianos anarquistas durante la Guerra Civil, reproduce la técnica brillante utilizada en situaciones similares con anterioridad y, si cabe, la supera, este capítulo se encontraría, sin duda, entre los más inspirados artículos periodísticos de Saint-Exupéry, y eso significa mucho más de lo que en un principio pudiera parecer.

            En su desarrollo insiste en condenar la verdad irrefutable de las ideologías, en dudar del sentido de una revolución que reproduce, sin diferencias apreciables, los rasgos más siniestros de aquella tiranía con la que quiere acabar, el fanatismo insano que se apodera de aquel que unos días antes apenas sabía distinguir las diferencias ideológicas entre un bando y otro y, una vez captado por uno de ellos, se cree poseedor de las verdades absolutas y sigue sus enunciados como si fueran un evangelio infalible. Reflexiona, acercándose a los existencialistas, sobre el absurdo protocolario y burocrático que, sin poder defenderse, le lleva al borde de la muerte, sin importar en absoluto que pueda ser ejecutado por el bando al que apoya[xii]. La negación absoluta y displicente que tienen sus guardianes a querer comunicarse con él[19] es paradigma del desprecio que puede tener cualquier persona que apenas tiene nada en la vida civil y se siente importante porque tiene la suerte de otras personas en sus manos y parece gozar con ello y lo fuerza hasta llegar algunas veces a las últimas consecuencias, cuando en circunstancias normales sería seguramente un ciudadano ejemplar que sufriría dócilmente la injusticia de los poderosos.

El milagro, cuando los peores augurios sobrevuelan su cabeza, volvía a producirse a través de una sonrisa, consecuencia de la petición de un cigarro que rompía la sordidez exasperante de un sótano mal iluminado, difuminaba la indiferencia robótica y carente de alma con la que sus guardianes respondían a cualquier intento suyo por hacerse entender. Todo cambia por esa sonrisa que recuerda el perfil más amable, entrañable y esperanzador de la naturaleza humana.

            Difícil como lo tenía, Saint-Exupéry aborda el último capítulo con la intención de superar el nivel evocativo, a veces sublime y entre lo más turbador  que  escribiera nunca. Lo que exponía se iba abriendo paso a través de la comunicación directa con Léon Werth que sufre hambre y frío, que resiste porque sabe que las guerras acaban un día y que habrá que elevarse y convivir por encima de todas las miserias.

            Termina con un pequeño discurso dirigido a todos los franceses. Vibrante y admirable con un grado de emoción que nos recuerda la que nos transmite el del “Gran Dictador”. Aconseja, exhorta, aplaude a unos hombres que para él son verdaderamente los imprescindibles y, desde el sufrimiento y las privaciones, son los que sostienen el espíritu de un país acorralado pero que, con su actitud obstinada, mantienen vivo.

 

II - ¿La paz o la guerra? Un magnífico ejemplo del periodismo de Saint-Exupéry.

 

II - 1.- Entre vuelo nocturno y Tierra de los hombres.

            El periodismo en Saint-Exupéry no fue vocacional, el comienzo de esta actividad estuvo ligado a problemas económicos que afectaron a su aristocrática familia[xiii] y al estrepitoso fracaso comercial de la Aeropostal, compañía con la que soñaba alcanzar las posibilidades que la aviación tendía al progreso del hombre y a sus comunicaciones[20]; tras una desastrosa gestión que la llevaría a ser absorbida por Air France, perdiendo en ese camino el espíritu pionero que la había alentado y sustituyendo sus valores míticos por la frialdad técnica de una compañía con fines meramente comerciales.

Aunque, felizmente templado por sus experiencias y en un proceso de transformación continua que le iba acercando cada vez más al mundo sensible sin abandonar su espiritualidad, Saint-Exupéry era un idealista y donde más lo demostró era en todo lo que rodeaba al mundo de la aviación; el compañerismo abnegado, la superación de los obstáculos, hombres capaces de extraer hasta el último gramo de sus fuerzas para cumplir un servicio. Lo que más le costó conciliar con los postulados universales que iba creando fue convencerse de que estos pilotos con los que compartía fatigas y satisfacciones no eran héroes sino que demostraban la capacidad del hombre en sobreponerse a las adversidades.

            Su labor como periodista comenzó en 1932 y se extendió hasta finales de 1938, durante ese tiempo escribió algo más de cincuenta artículos, mientras orientaba su pasión por la aviación colaborando en revistas especializadas[21], una labor que no le satisfizo como piloto de pruebas, ya que le alejaba de la imagen poética y aventurera que tenía de la aviación, y en intentos por establecer marcas o abrir nuevas rutas cuyos logros reportaban una  compensación económica, empresas que le proporcionaban el espíritu de aventura en los que había que enfrentarse a las adversidades y alentaban el ansia de superación.

Gravísimos accidentes jalonaron esta actividad, el más dramático fue el que tuvo lugar en el desierto de Libia en diciembre de 1935 cuando intentaba batir la marca de la ruta París-Saigón y el avión se estrelló en una meseta rocosa en el desierto de Libia. Fue rescatado, junto a su copiloto y mecánico André Prévot, por un beduino cinco días después del accidente, tres de ellos con un poco de vino y apenas sin comida, sufriendo severas alucinaciones que le hacían pensar en la presencia cercana de la muerte.

También de una gravedad extrema  y con repercusiones que arrastraría toda la vida fue el que se produjo en 1938 en el despegue de la escala en Guatemala en el intento de enlazar Nueva York con La Tierra del Fuego, cinco días en coma y una larga convalecencia en Nueva York que aprovecharía para ultimar la redacción de "Tierra de los hombres[22]", el mayor éxito que gozaría en vida y  que supondría su primer libro en ocho años tras el aclamado, por crítica y público, aunque controvertido ideológicamente, "Vuelo nocturno"[xiv] en 1931.     

En este punto deberíamos resaltar que, por una u otra razón, Saint-Exupéry, no pudo nunca disfrutar de la increíble recepción que su obra iba teniendo, sobre todo a nivel popular. La crítica especializada era muy buena, pero no faltaron colegas que, sinceramente o con un poco de resentimiento por el éxito de un aviador en la literatura, hicieron comentarios en los que se ensañaban con su heterodoxia, ya fuera con su estilo, ya con la forma de plantear las tramas.

Pero lo que realmente le produjo una gran amargura fue la reacción negativa por parte de algunos compañeros pilotos que se quejaron de que se había aprovechado de sus esfuerzos y revelado sus intimidades en su lucha en beneficio propio agriaron los laureles de "Vuelo nocturno". Poco podía afectar tanto a Saint-Exupéry como un rechazo por parte de compañeros de su querida "Aeropostal". La publicación de "Tierra de los hombres" pocos meses antes del inicio de la II Guerra Mundial hizo que se concentrara totalmente en la tragedia humana en la que se había convertido su mundo, poco pudieron hacer para alegrarle los premios de la Academia Francesa y el National Book Award[23] en Estados Unidos compartido, ni más ni menos, que con "Las uvas de la ira" de John Steinbeck y, por último, a pesar de la fe que tenía en "El pequeño príncipe", en los días anteriores a su desaparición se acompañaba con un ejemplar de su obra más conocida que entonces distaba mucho de serlo, ya que no pudo, ni de lejos, imaginar la repercusión que iba a tener.

 

II – 2.-  El periodismo en la obra de Saint-Exupéry

 

            Los escritos periodísticos de Saint-Exupéry demuestran que no pensaba modificar la idea que tenía sobre el arte de escribir, no olvidando, desde luego el asunto para el que había sido contratado, los llevaba a su terreno personal sin tener en cuenta las reglas periodísticas, experimentando y mejorando su estilo narrativo mezclando frases cortas producto de conversaciones con historias elaboradas y largas que sustentaban el peso de su reflexión con una relacionada estrechamente con el espejo concreto que quería que se comparara. Estos artículos son siempre profundos, originales, asentando su propuesta por el hombre, fiándose más de su comportamiento que de sus palabras, afinando el estilo, cada vez más metafórico y poético, y las fórmulas narrativas que culminarían en "Tierra de los hombres".

La paradoja es que hay quien no duda, dado su carácter alimenticio, en situar sus artículos muy por debajo de la consideración que merecen, cuando Saint-Exupéry no dudó, aconsejado por André Gide, en reproducir literalmente pasajes de sus artículos en su magistral ensayo[24] con contenido autobiográfico en unos casos y, en otros, con ligeras modificaciones. Estos artículos que nos ocupan están, precisamente, muy bien representados en lo que decimos, inserto uno de ellos en la luminosa introducción de dicho libro y el resto en la parte final donde nos cuenta el sobrecogedor encanto del anhelo enfermizo de libertad de las gacelas que refleja el ansia irracional de volar de los pilotos en unos tiempos plagados de percances que la muerte visitaba con frecuencia. No era el amor al peligro lo que les impulsaba a buscar las extensas llanuras sino el deseo de ascender y cumplir con su destino o el bellísimo pasaje de la madre provenzal mientras se apaga y su ejemplo de la transmisión de valores en el mundo tradicional en oposición al embrutecimiento alienante en la sociedad industrial ha provocado que algunos críticos hayan querido ver un sesgo reaccionario en el moralismo de Saint-Exupéry.

II – 3.- Resaca dolorosa de los Acuerdos de Múnich

            Estos tres artículos a los que su autor tituló genéricamente "¿La paz o la guerra?" fueron publicados los días 2, 3 y 4 de octubre de 1938 en el diario vespertino "Paris-Soir." Saint-Exupéry se encontraba cubriendo la noticia en Alemania donde tuvo que vivir la resaca dolorosa que le impedía discernir el verdadero alcance de los Acuerdos (o Pacto) de Múnich[xv], entre la euforia de una buena parte de la población alemana que se veía moralmente fortalecida y recuperaba, por un mal camino, su orgullo ante los años de privaciones y humillaciones provocados por la excesiva dureza de los Tratados de Versalles[xvi] y que se había abandonado a los deseos de un líder carismático a quien apoyaba ciegamente en sus políticas xenófobas y exclusivistas y en sus ansias imperialistas más agresivas sustentadas en un indisimulado culto a la fuerza.

            “¿La paz o la guerra?" representa fielmente un momento en el que todo el mundo tiende a posicionarse, apoyándose más en cuestiones ideológicas que en el uso de la razón.

            Juzgado desde una perspectiva histórica no nos queda la menor duda de que tanto Chamberlain como Daladier, los máximos dignatarios de Reino Unido y Francia, cometieron un grave error ya que no firmaron una paz sino que expidieron un permiso de ocupación sin una negociación previa que provocaría una sucesión en cadena. Así hubo países que se aprovecharon de la debilidad extrema de Checoslovaquia y, siguiendo el ejemplo alemán, se anexionaron zonas de este país con el pretexto de que había en ella una población importante de su nacionalidad, lo que, ni siquiera, era cierto en algunos casos, y culpando de todo a los cambios territoriales sin sentido que impusieron los Tratados de Versalles, y, peor aún, llevaba al paroxismo la voracidad de los nazis por devolver su extensión territorial al Imperio por el uso de la fuerza.

             En "¿La paz o la guerra?" Saint-Exupéry se ve obligado, gajes del oficio, a expresar su opinión[xvii] sobre un hecho que habría de tener consecuencias funestas en el futuro sin poseer unas perspectivas de la gravedad del asunto, sin vislumbrar claramente la pertinencia de decantarse por una opción u otra. Por eso no es fácil extraer el mensaje que desea transmitir, ni la opción por la que se decanta.

No se distinguió nunca por una excesiva implicación ideológica, no dedicó un gran interés a los avatares de la política, sus pensamientos y sus sentimientos estaban volcados en la búsqueda del Hombre con un idealismo al que supo arrancar los delirios de perfección absoluta y trascendente que dimana de la enseñanza platónica la que supo atemperar a través de la realidad que le proporcionaban sus experiencias. Acusado por su origen aristocrático, su admiración por Nietzsche y los héroes de sus dos primeras novelas[25], para muchos sus únicas obras que pueden considerarse como tales, quedaba claro que el Hombre de Saint-Exupéry está dentro de cada hombre; no se llega a ser Hombre por privilegios heredados de cualquier tipo, está al alcance de cualquiera que cumple con su obligación, a través del esfuerzo y la dedicación, y cuyo fin es entregarse a los demás. Para ilustrarlo nos habla del pastor que, de repente, se descubre centinela.

            Hay que saber desarrollar al hombre que vive en el interior de cada uno, ayudarle a hacerse y orientarle, a través de una pedagogía[xviii] adecuada, a sacar lo mejor que lleva dentro para que consiga su realización, a través de la acción, superándose a sí mismo y entregándose a la humanidad[26]; el superhombre de Nietzsche[xix], en cambio, está convencido de su superioridad, tanto física como espiritual, tiende a la soledad de las alturas ante el convencimiento de que no puede ser ayudado y, quizás camine hacia la locura sin capacidad para hacerse comprender por la gente corriente a la que detesta. Un poco de amor abre más caminos que la fuerza, le replicaría Saint-Exupéry que cada vez tenía más claro que solo de esa manera el hombre podría crear a Dios, a quien empezó a ver necesario en la última etapa de su vida aunque dudara seriamente de su existencia.

            No estaba, desde luego, en perfecta sintonía con los intelectuales de izquierdas[xx]a los que la ambigüedad mostrada en los artículos de su visita a Moscú no les gustaba, a pesar de que ensalzó varios aspectos de aquella sociedad, especialmente el trabajo que realizaba el individuo por el bien común, y que la opinión que se mantiene es que extrajo sensaciones positivas y además bendijo el pacto entre los dos países firmado por Pierre Laval que había acudido allí como representante del gobierno francés. La moderación de Saint-Exupéry hizo que en los momentos cruciales de su vida no satisficiera  a nadie. Los comunistas le reprocharon la mala impresión que le produjo la figura férrea e impasible de Stalin, y eso que Saint-Exupéry, probablemente, no podía ni imaginar los crímenes que ya había cometido, y la descripción gris, apática y desmoralizada con la que mostraba el pueblo ruso en los actos oficiales que contrastaba con la alegría, resultante de manifestaciones musicales espontáneas, que le recordaba a una celebración del 14 de julio en Francia.

            Para los comunistas los Acuerdos de Múnich eran una debacle estruendosa ante la apoteosis agresiva de Hitler y el abandono a su suerte de Checoslovaquia[xxi]. Estos mismos izquierdistas estaban cada vez más radicalizados y no comprendían que estas mismas potencias que preconizaban el apaciguamiento, el diálogo y la defensa de la libertad se hubieran desentendido del trágico destino del gobierno legítimo de España que ya veía acercarse los vengativos pasos de una derrota incondicional.

Pero no podemos enjuiciar los grandes momentos históricos sin tener en cuenta las circunstancias en los que se desarrollan; muchos franceses no habían dejado atrás los terribles recuerdos de la carnicería de la I Guerra Mundial, caracterizada por el uso irracional del gas mostaza y las tumbas de las trincheras, ni “los alegres 20” que, en Europa, no lo fueron tanto, embargada por la dura reconstrucción y, más tarde, por los efectos diferidos de “la Crisis del 29” que cubrieron de pesimismo los años anteriores a la nueva guerra y provocaron que Saint-Exupéry clamara contra sus efectos describiendo la repatriación de unos trabajadores polacos en un admirable artículo.

Por todo ello, el sentir general de los franceses, tenía el convencimiento, y llevaba razón, de que no había nada peor que la guerra, pero aquí vemos vacío de contenido el dicho que sentencia que dos no pelean si uno no quiere. Francia no estaba por la contienda, entre otras razones porque estaba convencida de la superioridad militar alemana como se demostraría. Hitler y los suyos se las ingeniaron solos para desencadenar el conflicto.

Saint-Exupéry acabó defendiendo la línea por la paz aunque fuera encajando provocaciones, la misma que le pedía que siguiera el diario que le había contratado, France-Soir[27], pero ponía tantos reparos, transmitía tantas sensaciones sombrías en sus palabras pesimistas y doloridas, tanto convencimiento de que el diálogo no serviría para apagar la espiral de locura colectiva en la que había entrado la Alemania de Hitler, que tenemos que acabar pensando que no creía, no sentía como una  paz verdadera ese compás de espera en el que acabó alineándose por mantener la esperanza de no ver a Europa sumida en la lucha fratricida que había visto en España y que tanto le había impresionado.

Podríamos decir que se movía, sin capacidad de decisión en su caso, en la línea de Daladier[xxii] que había firmado la paz pero era consciente de que Hitler seguiría empujando hasta convertir la situación en insostenible. No quería ser responsable directo de que se repitieran las trágicas escenas que había visto en la I Guerra Mundial, pero sabía que la guerra era inevitable. Las ideologías perniciosas, surgidas de las heridas de tanta injusticia y abandono que condujeron a los hombres a estar sumidos en un marasmo estoico del que despertaron ebrios de gloria, avivaban su llama.

            No es casualidad que Saint-Exupéry justifique sus ansias de paz ilustrándolas con sus experiencias en la Guerra Civil Española, ni que insista con una tristeza infinita en que la aviación se había convertido en una eficaz máquina de guerra que implicaba a la población civil[28] en el sufrimiento y en la devastación, y lo utilice con imágenes poéticas con el objetivo de reforzar su impacto, como ejemplo concluyente para mostrar su rechazo a la guerra.

II – 4.- Saint-Exupéry en la Guerra Civil española.

            La presencia de Saint-Exupéry en la Guerra Civil Española, se redujo a dos visitas, en la primera, en Agosto de 1936, al poco de estallar la contienda, enviado por L'Intransegeant, visitó Barcelona y el Frente de Lérida, esta experiencia distó mucho de ser positiva y, probablemente, en ella esté el origen de la aparente falta de compromiso explícito[29] con la República de la que sería acusado por colegas más comprometidos ideológicamente ya que no dudó en criticar con espanto los métodos expeditivos de los milicianos revolucionarios, en quienes resaltaba el heroísmo[xxiii] y el arrojo ante el peligro, pero no aceptaba de ninguna forma la obsesión enfermiza que tenían por masacrar a los religiosos o fusilar como fascistas a toda persona con una mínima sospecha de serlo, arrastrando a familiares y personas que trabajaban a su servicio.

            En la segunda, contratado por el Paris-Soir en abril de 1937, estuvo en Madrid y en el Frente de Carabanchel, y se encontró con una imagen igualmente terrible pero más convencional de la guerra, poniendo a aquellos hombres separados por las trincheras, muchas veces por azar y sin saber en realidad el motivo de su lucha, como pertenecientes al mismo árbol y, en el fondo, cercanos en sus momentos de debilidad cuando no les servía el ardor ideológico para mantener intactas las fuerzas para querer matar al enemigo.

            Estas incursiones con fines informativos van a ocupar una parte importante en estos artículos, quizás porque ilustren a través de su experiencia personal los horrores de la guerra que presiente cada vez con más fuerza, la falta de un lenguaje que definitivamente lleve al entendimiento entre los seres humanos, el comportamiento irresponsable de quienes la provocan y la alteración profunda que sufre quien se ve inmerso en ella y que, en muchos casos, tiene una actitud severa e inflexible apoyado en el culto fanático de una ideología.

            No faltaría, la virtud más hermosa de Saint-Exupéry y que tan favorablemente impresionó a André Gide y a André Malraux desde su aparición en el contexto turbio y desesperanzador del ambiente literario francés de la época; siempre creyó en el hombre[30], desplazado como estaba por los regímenes totalitarios que lo convertían en títere. Tampoco faltan los guiños al calor humano y la ternura que se producen en situaciones límites cuando una sonrisa, compartir un cigarrillo o el pulso débil de una conversación casi ininteligible que nos llega desde el otro lado sirven como vehículo para recordar que en el enemigo hay una persona que nos recuerda a nosotros mismos y siente el mismo dolor ante la barbarie.

II – 5.- Tiempos modernos.

            Otro aspecto de gran importancia es aquel en el que se muestra crítico con la sociedad industrial que se había desarrollado, a la que otorga una parte de culpa en la escalada militar que compromete, incluso a las democracias, en carreras armamentísticas y una mayor intervención en la política de los estamentos militares. Como cualquier hombre de nuestros días, tenía el convencimiento, a pesar de los problemas de las crisis y de las desigualdades, de que nunca se había logrado un nivel de bienestar parecido en la historia del hombre. Pero clamaba por el alto precio que se estaba pagando por ello y que afectaba, fundamentalmente, en una merma significativa al culto del espíritu, en una de esas digresiones metafóricas que le eran tan queridas nos recuerda la interpretación de la vida en el mundo rural sustentada por valores que se transmiten de generación en generación, donde los niños que juegan en el patio recogerán la llama de la sabiduría,  y la opone a los termiteros sin sustancia de los barrios obreros en un contexto urbano. Hay quien no duda aquí en tildar a Saint-Exupéry de reaccionario y prefiere no ver al hombre que había patentado varios inventos para mejorar la seguridad en los aviones, que creía en el progreso pero no lo identificaba con esa forma de vida que, según él, llevaba a la esclavitud al abandonarnos al objetivo de conseguir bienes materiales en cuyo esfuerzo concentrábamos todas nuestras fuerzas, critica la aglomeración, la automatización y la pérdida de la individualidad creativa, asuntos que le preocupaban hondamente y que volvería a utilizar más tarde en la última obra que publicaría en vida, "Carta a un rehén".

            Y vuelve a aparecer Chaplin, con quien apenas se le relaciona, y sus "Tiempos Modernos", hay puntos de conexión evidentes entre lo que uno y otro denuncian y lamentan en sus lenguajes respectivos fuera de toda norma. No se puede tildar de reaccionario a quien denuncia y describe los síntomas evidentes de desorientación y caída moral que produce la sociedad de consumo. Hay otras posibilidades de progreso que oponer a la que conocemos y que lleva al hombre a ser manejado por unas nuevas formas de opresión.     

            No resulta fácil comprender la indiferencia y el olvido que sufre la faceta periodística  de Saint-Exupéry, ya que cualquier acercamiento serio a ella demuestra que lejos de haber sido una rémora para su desarrollo creativo, achacado a la motivación económica que para él supuso esta dedicación[xxiv], sirvió para consolidar una nueva orientación a su temática que ahora era infinitamente más diversa y no se concentraba en la aviación, una deriva ascendente de un estilo poético único e irrepetible que ya nos dejó su visión peculiar y siempre enriquecedora de algunos de los acontecimientos más importantes de aquellos años[xxv]. Convencido de la insuficiencia de la palabra que se sustentaba en un lenguaje caduco que necesitaba una nueva síntesis para poder expresar el malestar de nuestro tiempo y, a partir de ahí, encontrar los planteamientos para superarlo. No abandona la facilidad asombrosa que estaba consiguiendo para narrar, en ese nuevo lenguaje surgido de un lirismo emotivo, incluso los hechos más sórdidos y terribles.

            El recuerdo vívido de sus experiencias personales en la contienda española lo utiliza para intentar convencer a los lectores de que la guerra es el fracaso más rotundo al que puede llegar el ser humano, ahora que presiente que se ha llegado a un punto en que la paz no parece posible, ahora que tantos ciudadanos están siendo arengados y fortificados en sus convicciones más irracionales por la pertenencia a un grupo, a un país determinado, a una raza, a una ideología considerada como la única verdadera y que no admite el mínimo atisbo de disidencia.

II – 6.- Conclusiones sobre “¿La paz o la guerra?”

            Estos artículos[31] suponen un hallazgo inesperado, sabiendo como sabemos que hay escritores buenos que han fracasado en un género tan difícil, aunque infravalorado, en el panorama literario, como el periodismo[32]. Saint-Exupéry ha superado las expectativas y nos ha mostrado que derramó en sus artículos las mismas bondades literarias que en el resto de su obra.

En los artículos que nos ocupan, nos detenemos especialmente en "Hay que encontrar un sentido a la vida de los hombres", una de sus cumbres en este cometido, de una densidad asombrosa que permite en unas pocas páginas ponernos en unos antecedentes muy valiosos de unos tiempos a la deriva, atravesar un entramado social y psicológico en su intento logrado de comprender a aquellas sociedades que se habían echado en brazos de los totalitarismos agresivos. Representa unas rutinas que nos empapan de la tensión del momento, especialmente se detiene en una población alemana cuya ebriedad de gloria había hecho que se entregara a una ideología y a unos dirigentes que anunciaban la caída en las fauces de la guerra como medio para poder conseguir sus aspiraciones. Hay que subrayar que Saint- Exupéry era coherente porque reflejaba con fidelidad las dudas que habitaban en lo más profundo de su ser, verdaderamente era un combate lo que se disputaba en su mente entre las dos opciones y el resultado acababa estando más cerca de la alternativa que perdía en su pronunciamiento; la guerra, por más hermosura y pasión que derrochara en nombre de la paz.

            Pero los otros artículos no le quedan muy lejos, La disección del hombre de guerra es admirable, Saint-Exupéry expresa su falta de empatía con el estamento militar atrapado por el honor y siempre proclive a la intervención armada que le proporciona medallas y laureles. Aun así le concede el beneficio de la duda que, de ninguna forma, el hombre de guerra le concedería a él. La pregunta final es impactante, una invitación valiente y directa para intentar saber por qué se lucha para eliminar ese deseo.

            Quizás el menos brillante de estos artículos sea el de las trincheras, en el que prevalece la acción sobre la reflexión, pero no deja indiferente por la profundidad de su mensaje, por representarnos al hombre llano que se ve atrapado por una guerra y, a poco que las circunstancias lo propicien, piensa que al otro lado puede haber alguien de su pueblo, algún amigo, alguien con quien disputó un partido de fútbol.

            Por último queremos resaltar la belleza terrible con la que describe, con apenas unas pinceladas precisas que no pueden ser impresionistas por la atmósfera gris y decadente, a aquellos hombres de Alemania que se amontonaban para escuchar a Hitler, guiados por un estado de euforia colectiva, obnubilados por el sistema de propaganda que había edificado Goebbels, que  apelaba a los sentimientos y anulaba la razón y alcanzaba su cénit en los discursos histriónicos de Hitler avalados por un sistema económico pujante, alimentado, principalmente, por la carrera armamentística y la creación de infraestructuras viarias e industriales  que casi alcanzaban su tope y, por lo tanto, no podía ir mucho más allá, a corto plazo anunciaba un estancamiento cuando no un retroceso.

 

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[1] Sus últimos años fueron una búsqueda de Dios que no llegó a buen puerto. Cercano a la agonía de Unamuno y la melancolía de Antonio Machado por ver si se hallaba en algún sitio entre los hombres. Ellos buscaron a Dios desde dentro mientras que él estuvo fuera desde la adolescencia después de su experiencia poco satisfactoria en un colegio jesuita.

[2] Es desgarrador aquel escrito en el que confiesa que odia su tiempo, que el hombre muere de sed.

[3] Unos archivos han desvelado que hubo un momento en que el gobierno de los Estados Unidos, barajó la posibilidad de que sustituyera a de Gaulle como máximo representante de la Resistencia francesa.

[4] Sus metáforas son un caso aparte por su proliferación, casi todo lo que dice es un espejo sutil de otra verdad. Por eso he optado por dejarlas tal como él las concibe a menos que la traducción literal en español resulte chocante, no asocie con lo que se quiere representar  y, en vez de ayudar a disfrutar de la lectura, empañe su belleza y su comprensión.

[5] A la altura de Quevedo en belleza y profundidad son aquellas que se alimentan en el efecto turbador de la paradoja; el buzo que asciende eternamente en sus ansias por saber si hay un fondo en el mar o el aviador que se hunde cuando traspasa los límites del cielo en busca de una estrella.

[6] Consuelo fue responsable de la única tensión seria que tuvo Saint-Exupéry con su madre, Marie, con la que tenía una relación exquisita, y le confesó apenada que Consuelo lo estaba alejando de ella.

[7] Con el paso del tiempo llegaría a ser escritora y escultora dejando un poco de lado su intensa vida social, su coquetería provocativa y sus continuos romances.

[8] Por otra parte, Consuelo tuvo una vida intensa con la alta sociedad.

[9] Saint-Exupéry era un melómano empedernido, se cuenta que una tarde mientras escribía no dejó de escuchar ni un solo momento “El bolero de Ravel”.

[10] Algunos de sus últimos escritos, sobre todo los que anotó en sus “Cuadernos de notas"(Carnets), nos muestran su aceptación estoica de la posibilidad de la muerte, esto ha alimentado que, entre las hipótesis que se barajan sobre su muerte, no falte la del suicidio. Creo simplemente que era consciente del peligro que corría cruzando los mares desarmado frente el afán destructivo que siempre se acrecienta en quienes están perdiendo una guerra.

[11]Hay quien llega a afirmar que Saint-Exupéry no realizó, tanto en su primera etapa en la guerra como en la segunda, más que vuelos de reconocimientos sin estar equipado con armas con las que defenderse. 

[12] Algo sorprendente en un hombre de la capacidad intelectiva de Saint-Exupéry que además pasó anteriormente cierto tiempo en los Estados Unidos, tenía que relacionarse con personalidades y asistir a actos públicos, ya que era una celebridad. Su relación con Sylvia Hamilton a partir de 1942 no deja de ser extraña, apasionada y breve como fue su romance, se comunicaban con gestos y sonrisas y cuando se querían decir algo más utilizaban una amalgama de idiomas. Sylvia no fue una amante cualquiera en la vida de Saint-Exupéry, cuando se despidió de ella le entregó el manuscrito de "El pequeño príncipe", curiosamente la obra que contiene la declaración más hermosa de amor que le dedicó a Consuelo Suncín.

 

[13] Se calcula que unos ocho millones de franceses se echaron a la calle, que París quedó, prácticamente, vacía.

[14] Hubo un final feliz en esta historia y pudieron reunirse. Claude, de 15 años, pudo hacer el viaje, con otros jóvenes, casi con normalidad, la estampida general se produjo cuando salieron sus padres. Les estaba esperando en la vivienda veraniega de la familia con una gran preocupación, los acontecimientos no invitaban a la tranquilidad.

[15] Se suele tildar a Léon Werth de comunista, nada más lejos de la realidad. Lo fue en su primera juventud, pero cuando vio la deriva de la Unión Soviética, sobre todo bajo la férrea y cruel disciplina de Stalin, se desmarcó del comunismo. Sin duda era izquierdista pero tendente al anarquismo en su versión pacifista.

[16] Período impresionante por la calidad de las obras que alumbró; Piloto de guerra” y “El pequeño príncipe” serían escritas y publicadas en Nueva York, y allí seguiría perfilando su obra más ambiciosa; “Ciudadela”. 

[17] El viajero, esté donde esté, lleva con él todo lo que deja atrás, el emigrante, en cambio, no tiene raíces.

[18] Sin que tenga demasiada importancia, lo que cuenta es el relato y lo que transmite, parece que Saint-Exupéry confunde la fecha. Su visita a Barcelona coincidió con su primer viaje a la Guerra Civil Española en 1936, por lo tanto tenía 36 años y no 37 como afirma.

[19] Quizás resulte extraño que Saint-Exupéry llegara a pensar realmente que los guardianes no le entendían cuando les hablaba en castellano. Realmente jugaban a no entenderle por el hecho de que no les hablara en catalán.

[20] Saint-Exupéry lo definía como crear lazos, un paso necesario para culminar el ascenso del hombre, desmarcándose de Nietzsche con una claridad meridiana que no justifica que muchos de sus enemigos siguieran reprochándole las similitudes que había podido tener con el deslumbrante y errático filósofo alemán en sus primeros años como escritor.

[21]      Fueron las revistas relacionadas con el mundo de la aviación las que más solicitaron su colaboración, aunque pudo insertar sus experiencias como piloto en la revista política y literaria Marianne que, a pesar de su calidad, tuvo una trayectoria incierta y corta. En ella dejaron su firma escritores de todas las tendencias ideológicas aunque se identificaba con la izquierda.

[22] Sin duda una las creaciones cumbres de Saint-Exupéry como escritor, tiene dos narraciones especialmente famosas; el accidente en el desierto de Libia del que ya hemos hablado y el de su querido compañero Henri Guillaumet en los Andes, verdadero ejemplo de resistencia y lucha contra la adversidad.

[23] Aprovechó su viaje a Nueva York para recoger el premio con un retraso de varios meses.

[24] "Tierra de los hombres" obtuvo el Premio de Novela de la Academia Francesa en 1939, aun así los críticos prefieren hablar de ensayo combinado con artículos periodísticos cuando se refieren a esta obra o, en el mejor de los casos, hablan de “otro escrito inclasificable en la trayectoria de Saint-Exupéry”.

[25] "Correo Sur" y "Vuelo nocturno" son dos novelas que se nutren de sus vivencias como piloto, ensalza a sus compañeros y los representa como héroes, para algunos sin diferencias apreciables con el superhombre de Nietzsche.

[26] Sin la entrega a los demás la vida carece de sentido. La lucha del Hombre por superar los obstáculos, aun cuando sea individual, encuentra su verdadero destino en lo que representa para la comunidad, es decir, la humanidad.

[27] Nos consta que los problemas más graves que tuvo Saint-Exupéry, se debieron a su libertad de criterio, como Albert Camus o George Orwell, acabó con planteamientos que, en la mayoría de los casos, deberían haber gustado a todos y no gustaron a nadie. .

[28] Durante la I Guerra Mundial, el papel de la aviación apenas fue relevante. Tuvo más de leyenda a la hora de hablar de las hazañas de aquellos caballeros que se enfrentaban como en las justas medievales, creando mitos como el Barón Rojo y los demás ases. La Guerra Civil Española tuvo el dudoso privilegio de inaugurar esta era. Coincidiendo con la segunda estancia de Saint-Exupéry en los que describe los bombardeos de Madrid, en abril de 1937 se produce el de Guernica.

[29] Saint-Exupéry no dudó en mostrar su antipatía hacia el régimen del general Franco, quien se lo tendría en cuenta para no dejarle atravesar suelo español cuando se dirigió a Lisboa en 1940 con el propósito de coger el barco que lo llevaría a Nueva York.

[30] André Gide fue un valedor de la obra de Saint-Exupéry que resaltó este punto. Estaba cansado de un tiempo de crisis que se había cebado con el espíritu y que parecía centrarse en resaltar lo peor de la naturaleza humana, El Hombre de Saint-Exupéry resplandecía, hacía creer en el destino de los hombres.

[31] He seguido la presentación más repetida que puede hacer pensar que sean cuatro los artículos. La introducción puede llevar a equivocación y deducirse que "¿La paz o la guerra?" sea el título del primer artículo además del genérico.

[32] En España hay que reconocer que se ha tenido la valentía de reconocer el talento de Larra y su inclusión como uno de los mejores escritores de nuestra historia, sustentándose su fama en sus geniales artículos periodísticos.



[i] He preferido escribir Saint-Exupéry, con guion, en vez de Saint Exupéry, es como se aceptó siempre, pero lo cierto es que él firmaba sus trabajos y los cheques sin él.

 

[ii] Henri Guillaumet: (1902-1940) Entrañable compañero y excelente piloto. Le dedicó “Tierra de los hombres”, que también incluye un episodio en el que narra su hazaña en Laguna Diamante en la cordillera de los Andes argentinos donde colisionó su avión y llegó andando, durante cinco días, a un pequeño pueblo entre el hambre y la nieve. Deseaba, al menos, sintiéndose en los brazos de la muerte, que su cuerpo fuera hallado en un lugar accesible para que su mujer pudiera cobrar el seguro y no tuviera que esperar 20 años para ello si era dado por desaparecido. Su hazaña ha quedado como ejemplo de entereza, espíritu de lucha y afán de superación. Murió derribado por un caza italiano, se piensa que por error, cuando trasladaba a Siria al nuevo alto comisario de la zona Jean Chiappe.

                                                                                                                              

[iii] Jean Mermoz: (1901-1936) Compañero de Saint-Exupéry y Guillaumet, rivaliza con este último como mejor piloto de la Aeropostal. Héroe en Argentina y Francia, sus grandes hazañas tuvieron como escenario los Andes. Murió en el Atlántico Sur, en las costas de Brasil, cuando pilotaba el hidroavión “La cruz del sur”.

 

[iv] Su ambigüedad hacia el viejo mariscal Pétain le llevaría a declarar ya en 1943, cuando con la vuelta de Pierre Laval, impuesta por los alemanes, se cometieron innumerables crímenes y deportaciones, que había salvado los muebles y a Francia como nación. Pero en ningún momento simpatizó con el régimen de Vichy ni con su colaboracionismo, de hecho su exilio americano fue provocado porque no comulgaba con ninguna de las opciones que Francia le ofrecía.

 

[v] Las mujeres, no podía ser de otra forma en un mujeriego impenitente como Saint-Exupéry, fueron un aspecto importante en su deriva emocional neoyorquina. Sus conquistas, la mayoría de las veces, no tenían otro objetivo que el disfrute carnal sin implicaciones sentimentales y parece ser que ni siquiera la barrera idiomática supuso un problema para sacar partido del magnetismo que desprendía su fama, la brillantez de su oratoria y la ternura de su sonrisa. Más importante fue la simultaneidad con los tres amores más importantes de su vida (nos quedaría la duda de su primera novia, Louise de Vilmorin) que llegaron a compartir su presencia en la ciudad de los rascacielos; Consuelo Suncín, su esposa, que tardaría en aparecer y lo hizo para alojarse en el mismo bloque de apartamentos pero  varios pisos debajo de él,  Nelly de Vogüé, su amante más persistente e influyente que cruzaba el océano cada vez que podía para verlo y Sylvia Hamilton que habría de ser su último gran amor. No podemos olvidar la importancia que tuvo la ausencia de su madre durante todo el exilio.

 

[vi] Saint-Exupéry no dejó un testimonio valiente en defensa de los pueblos sometidos como Léon Werth en "Conchinchina", 1926 o Joseph Conrad en "El corazón de las tinieblas". Pero lo cierto es que dio muestras de su gran humanidad en una carta a su madre en la que le contaba el intento de comprar la libertad de un esclavo negro, horrorizado por la forma en la que eran tratados los de su condición en el actual Marruecos y en su contacto hombre a hombre con los musulmanes, pero no creía en una religión que ni siquiera había empezado a dar los pasos liberadores de la Escolástica y que no recordaba la recuperación del pensamiento clásico en Córdoba y, en menor medida, en Granada. Para él era una sociedad postrada a lo que se escribió en un único libro, admitiendo como refuerzo la Sunna y poco más. La imagen que transmitió Saint-Exupéry con respecto al colonialismo estaba más cerca del aventurero romántico,  humanitario y bien intencionado que del intelectual implicado en el avance para evitar las diferencias entre los hombres.

 

[vii] En ellos le escribió a Consuelo cartas de amor desesperadas. Se sospechaba de ella que seguía en su idilio con el escritor y filósofo suizo Denis de Rougemont que había compartido en Nueva York partidas de ajedrez y disertaciones sobre el amor interminables con Antoine. Consuelo apenas le respondía y cuando lo hacía era con breves cartas y asépticos telegramas.  A pesar de sus cartas de amor desesperadas Saint-Exupéry siguió escribiendo  tanto a Sylvia Hamilton como a Nelly de Vogüé. La última carta de Saint-Exupéry que se conserva fue a esta última y está fechada el 30 de julio de 1944, el día anterior a su muerte.

 

[viii] Con los datos de que disponemos podemos afirmar sin miedo a la equivocación que Saint-Exupéry desencadenó los truenos de las infidelidades coincidiendo con el éxito de “Vuelo nocturno” en 1931, el mismo año de su boda, y ya no pararía hasta el final. Sentía preferencia por las mujeres altas y rubias, pero la que más le gustó de todas, Consuelo, era bajita y morena, con un enorme atractivo exótico y ensoñador que ni siquiera sus enemigos negaban.

 

[ix] Especialmente Nelly de Vogüé que sentía unos celos enfermizos por ella. Casada con un noble desde 1927, ella aportó el dinero a aquel matrimonio y se aburrió del apellido y del marido. En 1934  empezó su relación amorosa con Saint-Exupéry, aun así se sospecha que el motivo principal por ocultar todo aquello que lo relacionara con él fue su papel de espía. Esta mujer de gran belleza se movía con facilidad en todos los territorios y hay un expediente de 17 páginas del servicio de inteligencia americano, el anterior a la CIA, que da fe de ello. Ante todo, con su silencio u omisión, quería proteger a Tonio, que era como lo llamaban a Saint-Exupéry sus allegados.

 

[x] El admirable Tomás Ramírez Ortiz afirma en la introducción de "Antoine de Saint-Exupéry en la Guerra Civil Española y en Rusia" que su familia era, probablemente, de origen judío, pero no aporta los datos con los que apoyar esa extraña conclusión. Parece incluso más probable, aunque un tanto novelesca, la tesis más aceptada, aquella que remonta el origen de la familia a los tiempos de las Cruzadas.

 

[xi] Tras la derrota sin paliativos ante los alemanes, Francia se precipitaba en el pozo más profundo de su historia reciente. Dividida en una zona de ocupación alemana que incluía París y la parte más rica e industrial y otra, sensiblemente más pequeña donde predominaba lo rural, controlada por el Régimen de Vichy que había basculado vergonzosamente a la colaboración con los alemanes y que, después del entusiasmo inicial por el prestigio del mariscal Pétain, se veía más como un problema que una solución. De Gaulle estaba en Londres desde donde contactaba con todos aquellos que quisieran unirse a su causa y los izquierdistas optaban por una resistencia personal conscientes de que serían una víctima preferencial para todos ellos.

 

[xii] El posicionamiento de Saint-Exupéry respecto a la Guerra Civil española ha dado mucho que hablar, hay quien afirma que mantuvo una postura distante y fría sobre lo que estaba en juego; democracia o dictadura, y le dio una importancia absoluta a los hombres que muchas veces no sabían a lo que jugaban ni por qué lo hacían. Democracia, con todos los fallos que tuviese ante la inmadurez política de una buena parte del pueblo español que había pasado, sin transición apenas, de procesionar fervorosamente detrás de la Virgen a tirotearla o prenderle fuego, la persistencia del caciquismo asfixiante en el medio rural, una clase alta industrial de perfil católico que no quería perder sus privilegios en la gran ciudad, el único sitio donde había una clase media representativa, y unos militares que nunca aceptaron que se les apartara de las decisiones políticas, o Dictadura que, aunque no propiamente fascista ya que en realidad prevalecían las actitudes tradicionales, religiosas, raciales, reaccionarias y de exaltación de los valores militares (aunque no fuera un régimen militar) careciendo de ideales aunque fueran negativos, congeniaba perfectamente con Hitler y Mussolini y estaba decidida a erradicar violentamente lo que consideraba la mala hierba, a los que llamaba genéricamente "Rojos", aunque comunistas propiamente dicho nunca fueron demasiados, sin embargo detentaron el poder y el destino de la República en los últimos meses, se deduce echando mano de archivos, documentos y crónicas que no fue lo mejor que le pudo pasar a un régimen moribundo. Se dice que Saint-Exupéry congeniaba con la política no intervencionista de Daladier, de ser cierto sería sin duda una de sus actitudes más reprobables.

 

[xiii] Desde la temprana muerte de su padre, su familia nunca estuvo bien económicamente. A pesar de ello, su madre; Marie, pudo criar a sus hijos en castillos y mansiones que pertenecían a sus familiares rodeados de un clímax de felicidad que se vio cercenado por la muerte de su hijo François a los 15 años en 1917. Era un hogar en el que se rendía culto al arte, semilla que germinó en todos los hijos, aunque evidentemente fue en Antoine donde más se reflejaron los desvelos didácticos de su madre. Más tarde, Marie veló por la situación económica de Antoine cuando llegó a edad adulta  proporcionándole dinero cuando estaba apurado, hiriéndole en cierta forma en su orgullo ya que él siempre quiso vivir por su cuenta. Los problemas de Saint-Exupéry serían ocasionados por uno de sus defectos más evidentes; derrochaba en lujos que, por otra parte, no le proporcionaban una satisfacción especial, vivía por encima de sus posibilidades en resumidas cuentas. 

 

[xiv] En uno de los personajes más logrados de toda su carrera, Rivière, duro e inflexible, para él lo más importante era llevar a buen término el servicio encomendado por encima de los problemas personales y profesionales de los pilotos. Los enemigos de Saint-Exupéry no quisieron ver diferencias entre Saint-Exupéry y su personaje, ni el fin último de éste que estaba convencido de que la inflexibilidad era la forma más eficaz de evitar accidentes. Inspirado, con poco interés en ocultarlo, en Didier Daurat, jefe de explotación de la Aeropostal, por quien sentía una admiración sincera, ha servido para cimentar, entre algunos autores, ciertas similitudes entre el pensamiento de Saint-Exupéry y la ideología fascista, al menos en ese momento determinado de su vida, ya que sabemos que, desde una primera toma de contacto con la Alemania de Hitler en su labor como corresponsal, fue rotundo al expresar la aversión que le producía el autoritarismo irracional y violento de los nazis.

 

[xv] Los acuerdos de Múnich se firmaron en la madrugada del 1 de octubre de 1938. Considerados posteriormente como uno de los hitos en el desencadenamiento de la II Guerra Mundial, estaban orientados a encontrar una solución a la crisis de los Sudetes, región perteneciente a Checoslovaquia con una gran población alemana que reclamaba que la región fuera anexionada a Alemania ante los éxitos fulgurantes del Führer. Daladier y Chamberlain fueron recibidos en París y Londres por multitudes eufóricas que les saludaban como salvadores de la paz. Chamberlain proclamó que traía "la paz con honor, la paz de nuestro tiempo". La realidad pronto mostró a lo que había llevado la política de apaciguamiento de Chamberlain, en marzo de 1939, Hitler invadió lo que quedaba del inerme estado checoslovaco que había ido cediendo territorio ante países vecinos que encontraron argumentos similares para anexionarse territorios aunque lo sustentaran con unos pretextos que no siempre correspondían a la realidad. Los acuerdos de Munich se convirtieron en el símbolo de la inutilidad de los esfuerzos por apaciguar a estados totalitarios expansionistas.

 

[xvi] Aquí sitúan muchos analistas una de las causas más determinantes en el auge de los totalitarismos en el período de entreguerras. El nazismo alimentaría buena parte de su crédito en el fracaso económico y social de la República de Weimar y el odio hacia unos titubeantes y no del todo igualitarios sistemas parlamentarios que habían impuesto unas indemnizaciones desproporcionadas que no se correspondían con el resultado incierto de una contienda que no se resolvió hasta el último momento gracias a la intervención de los Estados Unidos. El caso de la Italia fascista es distinto, surge de un estado lamentable en el orden social, económico y a una fragmentación política que volvería con fuerza al final de la II Guerra Mundial y se convertiría en una costumbre, una marca de referencia de la política italiana.  Todo ello a pesar de que el país estaba entre los que habían vencido en la guerra.

 

[xvii] Saint-Exupéry no era un periodista académico, no había estudiado periodismo y, es más que posible, que no quisiera desviarse de su proyección como escritor. Impuso una visión propia e interesante que consistía en narrar en primera persona e implicarse siempre en la opinión que le causaban los hechos, muy lejos de la escuela que preconiza, como una cualidad indispensable, la objetividad que, con sus méritos innegables tiene en su contra que, cuando el periodista no es brillante, esa objetividad parece forzada y fría. No implica al lector.

 

[xviii] Una observación de Saint-Exupéry que nos desvela su poderosa modernidad; se estudia más que nunca pero se ha abrazado una formación en la que prevalece el culto a la técnica y se olvidan las humanidades que son el origen de nuestra civilización. Para él la Pedagogía que se practica en su tiempo carece del verdadero espíritu socrático que debe alimentarla, no ayuda a hacer crecer al hombre, a ayudarle a que pueda sacar lo que lleva dentro preguntándose a sí mismo. Con la actitud  de no prestarle al espíritu el cuidado que requiere podemos asesinar a Mozart, clama lastimosamente en uno de sus artículos.

 

[xix] En esto olvidamos que Saint-Exupéry podía admirar en Nietzsche el gran escritor brillante y apasionado que era, con una literatura deslumbrante que supera a muchos escritores de renombre, y leía con entusiasmo juvenil la exposición penetrante de algunos de sus planteamientos sin implicarse en compartir sus teorías más allá de unos puntos. Por otra parte, cuando Nietzsche postula una buena parte de sus ideas más controvertidas ya había mostrado síntomas de la locura que acabaría con él lo que podía haberle precipitado a un delirio iconoclasta. Por último, nadie duda que los exegetas nazis hicieron un uso sesgado de todo aquello que justificara el uso de la fuerza, la sublimación de la violencia y el convencimiento de la superioridad racial. Uno llega a pensar que, con su iconoclastia sentimental y, a su manera, libertad de espíritu, Nietzsche hubiera sido una víctima propiciatoria del nazismo. Está claro que éstos se mostraban satisfechos con lo que decía pero no habrían estado muy de acuerdo con sus conclusiones finales.

 

[xx] Especialmente comunistas que seguían viendo en Stalin un antídoto igualitario contra los totalitarismos de extrema derecha, sin discernir que había llegado al mismo sitio llegaría Hitler por un camino opuesto. Hay dos momentos que determinan que Saint-Exupéry clame en contra de la Revolución que no ve por ninguna parte; su visita a Moscú en 1935 cuando vive un 1º de mayo, y comprueba una sociedad marchita, obediente y postergada, pero no puede sino celebrar la alegría espontánea de un pueblo que conjuraba la tristeza cantando como se hacía en Francia y en todos los lugares del mundo. Peor impresión le provoca Stalin a quien califica de zar rojo. Un ambiente denso y extraño le pone en antecedentes sobre el destino de cualquier tipo de disidencia, y el primer viaje al frente de Cataluña durante la Guerra Civil española, donde no puede comprender que mueran más personas fusiladas, sin apenas pruebas y cuyas víctimas, a veces estaban en el mismo bando que los verdugos, que en el campo de batalla, y los bombardeos indiscriminados de Franco sobre Barcelona, en los que mataba incluso a católicos con tal de matar al enemigo en su defensa a ultranza del catolicismo.

 

[xxi] Podríamos decir que estaba muy cerca de ellos en este punto. Este acontecimiento le cogió a Saint-Exupéry un tanto desprevenido, sin esperar, a pesar de la voracidad de Hitler y el apoyo incondicional de Mussolini que acabaría con la merma territorial de Checoslovaquia. Sus pensamientos extraídos de las ideas, era un pacifista convencido, le orientaron a defender la paz, a querer creer en ella, pero sus sentimientos que se alimentaban de una realidad cada vez más indigesta hablaban de una guerra necesaria, lo que contradice, de alguna manera, su opinión de que todas las guerras son iguales. El periodismo es una profesión de riesgo, más aún cuando se orienta decididamente hacia la opinión, en apenas unas horas ya estaba redactando su testimonio sobre un acontecimiento considerado decisivo en el desencadenamiento de la II Guerra Mundial.

 

[xxii] Daladier no podía engañarse a sí mismo, era consciente de que las concesiones a Hitler iban a tener unas consecuencias terribles e inmediatas. A su vuelta, al bajar del avión, pensaba que la multitud congregada en el aeropuerto estaba allí  para increparle, sorprendentemente empezó a vitorearle y a llamarle "Salvador de la paz". Daladier fue reconocido por su arrojo como soldado en la I Guerra Mundial, pero como político no estuvo a la altura, su exceso de prudencia acabó siendo interpretado como miedo, pertenecía al Partido Radical Socialista, pero fue partidario de interrumpir la ayuda a la República española que se llevó a cabo, durante un breve período, bajo Léon Blum. Después, en consonancia con la política rigurosa de no intervención del primer ministro británico Chamberlain decidió llevarla a cabo hasta el punto que llegó a perjudicar al bando republicano impidiendo que llegaran a través de Francia provisiones poco antes de la batalla del Ebro, que no fue tan decisiva como se mantenía hasta hace poco.  

 

 

[xxiii] El heroísmo es una virtud que había resaltado con devoción para narrar las hazañas de sus compañeros del aire y el esfuerzo que tenían que realizar para superarse a sí mismos con el propósito de franquear los obstáculos, pero que empezaba a detestar al trasladarla a la lógica militar, ya que constataba que había hombres de guerra que encontraban su verdadera vocación buscando la gloria entre el sufrimiento cada vez más indiscriminado que produce la guerra, enfrentándose al peligro y compartiendo cánticos marciales con los compañeros. No fue el único escritor que se levantaba alarmado ante el comportamiento cruel y salvaje de algunos miembros del bando republicano, Hemingway llegó a decir que los comunistas españoles eran unos soldados excepcionales pero unos hombres detestables, y estaba totalmente a favor de la causa republicana. Una diferencia fundamental entre uno y otro bando que, desgraciadamente, Saint-Exupéry, no supo ver con claridad, era que los crímenes cometidos por los nacionalistas contaban con el consentimiento, cuando no el aliento, de los mandos lo que provocó que el número de víctimas, por su parte, fuera sensiblemente más alto, en cambio el Gobierno republicano, con la oscuridad que nos queda de los últimos meses de la guerra presididos por el control doctrinario de los comunistas, nunca permitió tales acciones aunque no tenía medios para impedirlas y no tenía el control en la Cataluña revolucionaria que tanto impresionó al escritor francés.

 

[xxiv] Resulta un poco extraño el hincapié que se hace en el factor económico para subrayar la supuesta falta de compromiso y de empaque literario del periodismo de Saint-Exupéry cuando es comparado con el resto de su obra. Se sabe que realizó muchas actividades y que a todas ellas se acabó dedicando con verdadera devoción en sintonía con sus ideas y su pasión por vivir. Ahí entrarían labores tan diversas como domesticador de animales, jugador de ajedrez, mago con las cartas, negociador de la libertad de los pilotos que caían en territorios ocupados por insurgentes moros en su estancia en Cabo Juby (Río de Oro) con unos resultados excelentes, por cierto, y la música que ocupaba un lugar preferente entre sus aficiones, en ella y su fraternización con la poesía encontró la respuesta al lenguaje que buscaba y en el que importaría tanto lo que decía como la forma en que lo hacía persiguiendo una musicalidad similar a la poesía que se sustentaba en ella. Preguntado por Luc Stang afirmó con naturalidad, alguna vez, que no encontraba diferencia entre ser aviador y escritor, cuanto más, se podría añadir, entre escritor y periodista, actividades que comparten el mismo instrumento para desarrollarse.

           

[xxv] Hay dos palabras claves que avalan la aportación de Saint-Exupéry al periodismo que hacen que esté de completa actualidad; Humanismo y Poesía. Dos de las máximas autoridades en Saint-Exupéry que tenemos en España han escrito ensayos admirables en el intento de hacer accesible su obra a todos los que quedaron encantados con "El pequeño príncipe" pero se quedaron ahí; Pedro Sorela disecciona su Humanismo con dedicación y entrega y lo sitúa como un componente esencial de su obra, sobre todo en los últimos años de su vida, y la periodista Montse Morata  que se atrevió, ni más ni menos, con "La poesía en el periodismo de Saint-Exupéry" saliendo airosa y descubriéndonos el papel, más importante que reconocido, de esta faceta en sí misma y por lo que luego aportó a algunas de sus obras capitales. A su tenacidad debemos que se añadieran cinco artículos que se hallaban perdidos.

 


[ii] Henri Guillaumet: (1902-1940) Entrañable compañero y excelente piloto. Le dedicó “Tierra de los hombres”, que también incluye un episodio en el que narra su hazaña en Laguna Diamante en la cordillera de los Andes argentinos donde colisionó su avión y llegó andando, durante cinco días, a un pequeño pueblo entre el hambre y la nieve. Deseaba, al menos, sintiéndose en los brazos de la muerte, que su cuerpo fuera hallado en un lugar accesible para que su mujer pudiera cobrar el seguro y no tuviera que esperar 20 años para ello si era dado por desaparecido. Su hazaña ha quedado como ejemplo de entereza, espíritu de lucha y afán de superación. Murió derribado por un caza italiano, se piensa que por error, cuando trasladaba a Siria al nuevo alto comisario de la zona Jean Chiappe.

                                                                                                                              

[iii] Jean Mermoz: (1901-1936) Compañero de Saint-Exupéry y Guillaumet, rivaliza con este último como mejor piloto de la Aeropostal. Héroe en Argentina y Francia, sus grandes hazañas tuvieron como escenario los Andes. Murió en el Atlántico Sur, en las costas de Brasil, cuando pilotaba el hidroavión “La cruz del sur”.

 

[iv] Su ambigüedad hacia el viejo mariscal Pétain le llevaría a declarar ya en 1943, cuando con la vuelta de Pierre Laval, impuesta por los alemanes, se cometieron innumerables crímenes y deportaciones, que había salvado los muebles y a Francia como nación. Pero en ningún momento simpatizó con el régimen de Vichy ni con su colaboracionismo, de hecho su exilio americano fue provocado porque no comulgaba con ninguna de las opciones que Francia le ofrecía.

 

[v] Las mujeres, no podía ser de otra forma en un mujeriego impenitente como Saint-Exupéry, fueron un aspecto importante en su deriva emocional neoyorquina. Sus conquistas, la mayoría de las veces, no tenían otro objetivo que el disfrute carnal sin implicaciones sentimentales y parece ser que ni siquiera la barrera idiomática supuso un problema para sacar partido del magnetismo que desprendía su fama, la brillantez de su oratoria y la ternura de su sonrisa. Más importante fue la simultaneidad con los tres amores más importantes de su vida (nos quedaría la duda de su primera novia, Louise de Vilmorin) que llegaron a compartir su presencia en la ciudad de los rascacielos; Consuelo Suncín, su esposa, que tardaría en aparecer y lo hizo para alojarse en el mismo bloque de apartamentos pero  varios pisos debajo de él,  Nelly de Vogüé, su amante más persistente e influyente que cruzaba el océano cada vez que podía para verlo y Sylvia Hamilton que habría de ser su último gran amor. No podemos olvidar la importancia que tuvo la ausencia de su madre durante todo el exilio.

 

[vi] Saint-Exupéry no dejó un testimonio valiente en defensa de los pueblos sometidos como Léon Werth en "Conchinchina", 1926 o Joseph Conrad en "El corazón de las tinieblas". Pero lo cierto es que dio muestras de su gran humanidad en una carta a su madre en la que le contaba el intento de comprar la libertad de un esclavo negro, horrorizado por la forma en la que eran tratados los de su condición en el actual Marruecos y en su contacto hombre a hombre con los musulmanes, pero no creía en una religión que ni siquiera había empezado a dar los pasos liberadores de la Escolástica y que no recordaba la recuperación del pensamiento clásico en Córdoba y, en menor medida, en Granada. Para él era una sociedad postrada a lo que se escribió en un único libro, admitiendo como refuerzo la Sunna y poco más. La imagen que transmitió Saint-Exupéry con respecto al colonialismo estaba más cerca del aventurero romántico,  humanitario y bien intencionado que del intelectual implicado en el avance para evitar las diferencias entre los hombres.

 

[vii] En ellos le escribió a Consuelo cartas de amor desesperadas. Se sospechaba de ella que seguía en su idilio con el escritor y filósofo suizo Denis de Rougemont que había compartido en Nueva York partidas de ajedrez y disertaciones sobre el amor interminables con Antoine. Consuelo apenas le respondía y cuando lo hacía era con breves cartas y asépticos telegramas.  A pesar de sus cartas de amor desesperadas Saint-Exupéry siguió escribiendo  tanto a Sylvia Hamilton como a Nelly de Vogüé. La última carta de Saint-Exupéry que se conserva fue a esta última y está fechada el 30 de julio de 1944, el día anterior a su muerte.

 

[viii] Con los datos de que disponemos podemos afirmar sin miedo a la equivocación que Saint-Exupéry desencadenó los truenos de las infidelidades coincidiendo con el éxito de “Vuelo nocturno” en 1931, el mismo año de su boda, y ya no pararía hasta el final. Sentía preferencia por las mujeres altas y rubias, pero la que más le gustó de todas, Consuelo, era bajita y morena, con un enorme atractivo exótico y ensoñador que ni siquiera sus enemigos negaban.

 

[ix] Especialmente Nelly de Vogüé que sentía unos celos enfermizos por ella. Casada con un noble desde 1927, ella aportó el dinero a aquel matrimonio y se aburrió del apellido y del marido. En 1934  empezó su relación amorosa con Saint-Exupéry, aun así se sospecha que el motivo principal por ocultar todo aquello que lo relacionara con él fue su papel de espía. Esta mujer de gran belleza se movía con facilidad en todos los territorios y hay un expediente de 17 páginas del servicio de inteligencia americano, el anterior a la CIA, que da fe de ello. Ante todo, con su silencio u omisión, quería proteger a Tonio, que era como lo llamaban a Saint-Exupéry sus allegados.

 

[x] El admirable Tomás Ramírez Ortiz afirma en la introducción de "Antoine de Saint-Exupéry en la Guerra Civil Española y en Rusia" que su familia era, probablemente, de origen judío, pero no aporta los datos con los que apoyar esa extraña conclusión. Parece incluso más probable, aunque un tanto novelesca, la tesis más aceptada, aquella que remonta el origen de la familia a los tiempos de las Cruzadas.

 

[xi] Tras la derrota sin paliativos ante los alemanes, Francia se precipitaba en el pozo más profundo de su historia reciente. Dividida en una zona de ocupación alemana que incluía París y la parte más rica e industrial y otra, sensiblemente más pequeña donde predominaba lo rural, controlada por el Régimen de Vichy que había basculado vergonzosamente a la colaboración con los alemanes y que, después del entusiasmo inicial por el prestigio del mariscal Pétain, se veía más como un problema que una solución. De Gaulle estaba en Londres desde donde contactaba con todos aquellos que quisieran unirse a su causa y los izquierdistas optaban por una resistencia personal conscientes de que serían una víctima preferencial para todos ellos.

 

[xii] El posicionamiento de Saint-Exupéry respecto a la Guerra Civil española ha dado mucho que hablar, hay quien afirma que mantuvo una postura distante y fría sobre lo que estaba en juego; democracia o dictadura, y le dio una importancia absoluta a los hombres que muchas veces no sabían a lo que jugaban ni por qué lo hacían. Democracia, con todos los fallos que tuviese ante la inmadurez política de una buena parte del pueblo español que había pasado, sin transición apenas, de procesionar fervorosamente detrás de la Virgen a tirotearla o prenderle fuego, la persistencia del caciquismo asfixiante en el medio rural, una clase alta industrial de perfil católico que no quería perder sus privilegios en la gran ciudad, el único sitio donde había una clase media representativa, y unos militares que nunca aceptaron que se les apartara de las decisiones políticas, o Dictadura que, aunque no propiamente fascista ya que en realidad prevalecían las actitudes tradicionales, religiosas, raciales, reaccionarias y de exaltación de los valores militares (aunque no fuera un régimen militar) careciendo de ideales aunque fueran negativos, congeniaba perfectamente con Hitler y Mussolini y estaba decidida a erradicar violentamente lo que consideraba la mala hierba, a los que llamaba genéricamente "Rojos", aunque comunistas propiamente dicho nunca fueron demasiados, sin embargo detentaron el poder y el destino de la República en los últimos meses, se deduce echando mano de archivos, documentos y crónicas que no fue lo mejor que le pudo pasar a un régimen moribundo. Se dice que Saint-Exupéry congeniaba con la política no intervencionista de Daladier, de ser cierto sería sin duda una de sus actitudes más reprobables.

 

[xiii] Desde la temprana muerte de su padre, su familia nunca estuvo bien económicamente. A pesar de ello, su madre; Marie, pudo criar a sus hijos en castillos y mansiones que pertenecían a sus familiares rodeados de un clímax de felicidad que se vio cercenado por la muerte de su hijo François a los 15 años en 1917. Era un hogar en el que se rendía culto al arte, semilla que germinó en todos los hijos, aunque evidentemente fue en Antoine donde más se reflejaron los desvelos didácticos de su madre. Más tarde, Marie veló por la situación económica de Antoine cuando llegó a edad adulta  proporcionándole dinero cuando estaba apurado, hiriéndole en cierta forma en su orgullo ya que él siempre quiso vivir por su cuenta. Los problemas de Saint-Exupéry serían ocasionados por uno de sus defectos más evidentes; derrochaba en lujos que, por otra parte, no le proporcionaban una satisfacción especial, vivía por encima de sus posibilidades en resumidas cuentas. 

 

[xiv] En uno de los personajes más logrados de toda su carrera, Rivière, duro e inflexible, para él lo más importante era llevar a buen término el servicio encomendado por encima de los problemas personales y profesionales de los pilotos. Los enemigos de Saint-Exupéry no quisieron ver diferencias entre Saint-Exupéry y su personaje, ni el fin último de éste que estaba convencido de que la inflexibilidad era la forma más eficaz de evitar accidentes. Inspirado, con poco interés en ocultarlo, en Didier Daurat, jefe de explotación de la Aeropostal, por quien sentía una admiración sincera, ha servido para cimentar, entre algunos autores, ciertas similitudes entre el pensamiento de Saint-Exupéry y la ideología fascista, al menos en ese momento determinado de su vida, ya que sabemos que, desde una primera toma de contacto con la Alemania de Hitler en su labor como corresponsal, fue rotundo al expresar la aversión que le producía el autoritarismo irracional y violento de los nazis.

 

[xv] Los acuerdos de Múnich se firmaron en la madrugada del 1 de octubre de 1938. Considerados posteriormente como uno de los hitos en el desencadenamiento de la II Guerra Mundial, estaban orientados a encontrar una solución a la crisis de los Sudetes, región perteneciente a Checoslovaquia con una gran población alemana que reclamaba que la región fuera anexionada a Alemania ante los éxitos fulgurantes del Führer. Daladier y Chamberlain fueron recibidos en París y Londres por multitudes eufóricas que les saludaban como salvadores de la paz. Chamberlain proclamó que traía "la paz con honor, la paz de nuestro tiempo". La realidad pronto mostró a lo que había llevado la política de apaciguamiento de Chamberlain, en marzo de 1939, Hitler invadió lo que quedaba del inerme estado checoslovaco que había ido cediendo territorio ante países vecinos que encontraron argumentos similares para anexionarse territorios aunque lo sustentaran con unos pretextos que no siempre correspondían a la realidad. Los acuerdos de Munich se convirtieron en el símbolo de la inutilidad de los esfuerzos por apaciguar a estados totalitarios expansionistas.

 

[xvi] Aquí sitúan muchos analistas una de las causas más determinantes en el auge de los totalitarismos en el período de entreguerras. El nazismo alimentaría buena parte de su crédito en el fracaso económico y social de la República de Weimar y el odio hacia unos titubeantes y no del todo igualitarios sistemas parlamentarios que habían impuesto unas indemnizaciones desproporcionadas que no se correspondían con el resultado incierto de una contienda que no se resolvió hasta el último momento gracias a la intervención de los Estados Unidos. El caso de la Italia fascista es distinto, surge de un estado lamentable en el orden social, económico y a una fragmentación política que volvería con fuerza al final de la II Guerra Mundial y se convertiría en una costumbre, una marca de referencia de la política italiana.  Todo ello a pesar de que el país estaba entre los que habían vencido en la guerra.

 

[xvii] Saint-Exupéry no era un periodista académico, no había estudiado periodismo y, es más que posible, que no quisiera desviarse de su proyección como escritor. Impuso una visión propia e interesante que consistía en narrar en primera persona e implicarse siempre en la opinión que le causaban los hechos, muy lejos de la escuela que preconiza, como una cualidad indispensable, la objetividad que, con sus méritos innegables tiene en su contra que, cuando el periodista no es brillante, esa objetividad parece forzada y fría. No implica al lector.

 

[xviii] Una observación de Saint-Exupéry que nos desvela su poderosa modernidad; se estudia más que nunca pero se ha abrazado una formación en la que prevalece el culto a la técnica y se olvidan las humanidades que son el origen de nuestra civilización. Para él la Pedagogía que se practica en su tiempo carece del verdadero espíritu socrático que debe alimentarla, no ayuda a hacer crecer al hombre, a ayudarle a que pueda sacar lo que lleva dentro preguntándose a sí mismo. Con la actitud  de no prestarle al espíritu el cuidado que requiere podemos asesinar a Mozart, clama lastimosamente en uno de sus artículos.

 

[xix] En esto olvidamos que Saint-Exupéry podía admirar en Nietzsche el gran escritor brillante y apasionado que era, con una literatura deslumbrante que supera a muchos escritores de renombre, y leía con entusiasmo juvenil la exposición penetrante de algunos de sus planteamientos sin implicarse en compartir sus teorías más allá de unos puntos. Por otra parte, cuando Nietzsche postula una buena parte de sus ideas más controvertidas ya había mostrado síntomas de la locura que acabaría con él lo que podía haberle precipitado a un delirio iconoclasta. Por último, nadie duda que los exegetas nazis hicieron un uso sesgado de todo aquello que justificara el uso de la fuerza, la sublimación de la violencia y el convencimiento de la superioridad racial. Uno llega a pensar que, con su iconoclastia sentimental y, a su manera, libertad de espíritu, Nietzsche hubiera sido una víctima propiciatoria del nazismo. Está claro que éstos se mostraban satisfechos con lo que decía pero no habrían estado muy de acuerdo con sus conclusiones finales.

 

[xx] Especialmente comunistas que seguían viendo en Stalin un antídoto igualitario contra los totalitarismos de extrema derecha, sin discernir que había llegado al mismo sitio llegaría Hitler por un camino opuesto. Hay dos momentos que determinan que Saint-Exupéry clame en contra de la Revolución que no ve por ninguna parte; su visita a Moscú en 1935 cuando vive un 1º de mayo, y comprueba una sociedad marchita, obediente y postergada, pero no puede sino celebrar la alegría espontánea de un pueblo que conjuraba la tristeza cantando como se hacía en Francia y en todos los lugares del mundo. Peor impresión le provoca Stalin a quien califica de zar rojo. Un ambiente denso y extraño le pone en antecedentes sobre el destino de cualquier tipo de disidencia, y el primer viaje al frente de Cataluña durante la Guerra Civil española, donde no puede comprender que mueran más personas fusiladas, sin apenas pruebas y cuyas víctimas, a veces estaban en el mismo bando que los verdugos, que en el campo de batalla, y los bombardeos indiscriminados de Franco sobre Barcelona, en los que mataba incluso a católicos con tal de matar al enemigo en su defensa a ultranza del catolicismo.

 

[xxi] Podríamos decir que estaba muy cerca de ellos en este punto. Este acontecimiento le cogió a Saint-Exupéry un tanto desprevenido, sin esperar, a pesar de la voracidad de Hitler y el apoyo incondicional de Mussolini que acabaría con la merma territorial de Checoslovaquia. Sus pensamientos extraídos de las ideas, era un pacifista convencido, le orientaron a defender la paz, a querer creer en ella, pero sus sentimientos que se alimentaban de una realidad cada vez más indigesta hablaban de una guerra necesaria, lo que contradice, de alguna manera, su opinión de que todas las guerras son iguales. El periodismo es una profesión de riesgo, más aún cuando se orienta decididamente hacia la opinión, en apenas unas horas ya estaba redactando su testimonio sobre un acontecimiento considerado decisivo en el desencadenamiento de la II Guerra Mundial.

 

[xxii] Daladier no podía engañarse a sí mismo, era consciente de que las concesiones a Hitler iban a tener unas consecuencias terribles e inmediatas. A su vuelta, al bajar del avión, pensaba que la multitud congregada en el aeropuerto estaba allí  para increparle, sorprendentemente empezó a vitorearle y a llamarle "Salvador de la paz". Daladier fue reconocido por su arrojo como soldado en la I Guerra Mundial, pero como político no estuvo a la altura, su exceso de prudencia acabó siendo interpretado como miedo, pertenecía al Partido Radical Socialista, pero fue partidario de interrumpir la ayuda a la República española que se llevó a cabo, durante un breve período, bajo Léon Blum. Después, en consonancia con la política rigurosa de no intervención del primer ministro británico Chamberlain decidió llevarla a cabo hasta el punto que llegó a perjudicar al bando republicano impidiendo que llegaran a través de Francia provisiones poco antes de la batalla del Ebro, que no fue tan decisiva como se mantenía hasta hace poco.  

 

 

[xxiii] El heroísmo es una virtud que había resaltado con devoción para narrar las hazañas de sus compañeros del aire y el esfuerzo que tenían que realizar para superarse a sí mismos con el propósito de franquear los obstáculos, pero que empezaba a detestar al trasladarla a la lógica militar, ya que constataba que había hombres de guerra que encontraban su verdadera vocación buscando la gloria entre el sufrimiento cada vez más indiscriminado que produce la guerra, enfrentándose al peligro y compartiendo cánticos marciales con los compañeros. No fue el único escritor que se levantaba alarmado ante el comportamiento cruel y salvaje de algunos miembros del bando republicano, Hemingway llegó a decir que los comunistas españoles eran unos soldados excepcionales pero unos hombres detestables, y estaba totalmente a favor de la causa republicana. Una diferencia fundamental entre uno y otro bando que, desgraciadamente, Saint-Exupéry, no supo ver con claridad, era que los crímenes cometidos por los nacionalistas contaban con el consentimiento, cuando no el aliento, de los mandos lo que provocó que el número de víctimas, por su parte, fuera sensiblemente más alto, en cambio el Gobierno republicano, con la oscuridad que nos queda de los últimos meses de la guerra presididos por el control doctrinario de los comunistas, nunca permitió tales acciones aunque no tenía medios para impedirlas y no tenía el control en la Cataluña revolucionaria que tanto impresionó al escritor francés.

 

[xxiv] Resulta un poco extraño el hincapié que se hace en el factor económico para subrayar la supuesta falta de compromiso y de empaque literario del periodismo de Saint-Exupéry cuando es comparado con el resto de su obra. Se sabe que realizó muchas actividades y que a todas ellas se acabó dedicando con verdadera devoción en sintonía con sus ideas y su pasión por vivir. Ahí entrarían labores tan diversas como domesticador de animales, jugador de ajedrez, mago con las cartas, negociador de la libertad de los pilotos que caían en territorios ocupados por insurgentes moros en su estancia en Cabo Juby (Río de Oro) con unos resultados excelentes, por cierto, y la música que ocupaba un lugar preferente entre sus aficiones, en ella y su fraternización con la poesía encontró la respuesta al lenguaje que buscaba y en el que importaría tanto lo que decía como la forma en que lo hacía persiguiendo una musicalidad similar a la poesía que se sustentaba en ella. Preguntado por Luc Stang afirmó con naturalidad, alguna vez, que no encontraba diferencia entre ser aviador y escritor, cuanto más, se podría añadir, entre escritor y periodista, actividades que comparten el mismo instrumento para desarrollarse.

           

[xxv] Hay dos palabras claves que avalan la aportación de Saint-Exupéry al periodismo que hacen que esté de completa actualidad; Humanismo y Poesía. Dos de las máximas autoridades en Saint-Exupéry que tenemos en España han escrito ensayos admirables en el intento de hacer accesible su obra a todos los que quedaron encantados con "El pequeño príncipe" pero se quedaron ahí; Pedro Sorela disecciona su Humanismo con dedicación y entrega y lo sitúa como un componente esencial de su obra, sobre todo en los últimos años de su vida, y la periodista Montse Morata  que se atrevió, ni más ni menos, con "La poesía en el periodismo de Saint-Exupéry" saliendo airosa y descubriéndonos el papel, más importante que reconocido, de esta faceta en sí misma y por lo que luego aportó a algunas de sus obras capitales. A su tenacidad debemos que se añadieran cinco artículos que se hallaban perdidos.

 

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