jueves, 12 de noviembre de 2020

Levante en Abyla

 
 

 
 
Te besaré en la herrumbre
de los vuelos ruinosos
para llevarte los pulsos que transitan por la muerte
de una ciudad declinante y arbitraria
que no desea
que sigamos su aliento,
nos colguemos sus himnos y sus medallas,
para abrir la cortina que encierra los mensajes
en el rumor del mar que nos castiga
y nos aleja,
en la verja de brumas vaporosas
del Mare Nostrum mustio y desteñido
que extiende un pensamiento por el muro olvidado,
por una prédica que emerge
saturada, perversa y alicaída
que se arrastra en la cumbre lastimera
de una carta caída que ha borrado tu nombre
en mi libro de ruta innortada
y no encuentra medida ni presencia
en mi rostro de lunes que sigue en su cilicio
aletargado y cruel de una oficina.

Tú nunca me dejaste la sombra de las nubes,
la dirección de tu bolso, 
el camino con ligas de tus medias ardientes,
ni el rincón de los lirios sin blancor que agolparon
los fracasos prendidos en un lance
de amor que procesiona
en el templo devorado por las olas y  el viento
que azotan tus caricias y tu vestido 
en el zaguán sin rumbo que las aceras arrastran.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.