jueves, 2 de junio de 2022

Carta a un rehén


 

Cuando en diciembre de 1940 llegué a Portugal en mi camino hacia los Estados Unidos, Lisboa se me representó como una especie de paraíso claro y triste. Se hablaba mucho entonces de una invasión inminente, y Portugal se aferraba a la ilusión de su dicha. Lisboa, que había levantado la exposición más brillante que hubiera habido en el mundo , sonreía con una sonrisa algo pálida, como aquella de las madres que han dejado de tener noticias del hijo que fue a la guerra, y tienen que guardarla para alentar su confianza: “Mi hijo sigue vivo puesto que sonrío...” Mirad, decía también Lisboa, lo alegre, tranquila e iluminada que estoy...” Todo el continente oprimía a Portugal como una montaña agreste cargada de tribus de presa; Lisboa en fiesta desafiaba a Europa: “¡Cómo van a tomarme como objetivo cuando muestro tan poco interés en esconderme! ¡Cuándo soy tan vulnerable!”...

Las ciudades en mi patria eran cenicientas durante la noche. Allí había perdido el hábito a sentir cualquier resplandor, y esta capital radiante me producía un malestar inexplicable. Si las inmediaciones del barrio están oscuras, los diamantes de un escaparate iluminado atraen con más fuerza a los maleantes. Se les siente cuando pasan. Yo sentía sobre Lisboa el peso de la noche de la Europa infectada de manadas errantes de bombarderos, como si éstos hubieran olfateado desde lejos su tesoro.

Pero Portugal no veía el apetito de la bestia. Rehusaba creer en los malos augurios. Conversaba sobre el arte con una confianza desesperada. ¿Se atreverían a aplastarla a pesar de su culto al arte? Había sacado a la calle todas sus maravillas. ¿Se atreverían a aplastarla con todas ellas? Mostraba sus hombres ilustres. A falta de ejércitos y cañones había adornado todos sus centinelas de piedra contra la metralla del invasor: los poetas, los exploradores, los conquistadores. A falta de ejército y de cañones, todo el pasado de Portugal empalizaba el camino. ¿Se atreverían a aplastarla con su herencia de un pasado glorioso?

Yo vagaba con melancolía cada noche entre los logros de esta exposición de un gusto exquisito donde absolutamente todo rozaba la perfección, así la música, tan discreta y elegida con sumo tacto, manaba sobre los jardines dulcemente, sin estridencia, como si fuera el canto de una fuente. ¿Iban a arrancar del mundo ese maravilloso gusto por la mesura?

Y yo encontraba Lisboa, detrás de su sonrisa, más triste que mis ciudades descoloridas .

He conocido, quizás también vosotros lo hayáis hecho, a esas familias un poco extrañas que seguían, cuando se sentaban a la mesa, conservando el sitio de uno de sus miembros ya muerto. Se rebelaban contra lo irremediable. A mí no me parecía que ese reto les sirviera de consuelo. Los muertos son muertos. Entonces, en ese papel, encuentran una manera distinta de estar presentes. Pero estas familias aplazaban su regreso. Los convertían en ausentes eternos, huéspedes que retrasan su cita con la eternidad. Ellas cambiaban el duelo por una espera sin sustancia. Y estas casas me resultaban sumergidas en un malestar inevitable mucho más agobiante que la pena. Del piloto Guillaumet , el último amigo que he perdido y que fue abatido durante el servicio postal aéreo, ¡Dios mío!, he aceptado llevar el luto. Guillaumet no cambiará nunca. No estará nunca presente, pero tampoco estará nunca ausente. He sacrificado su cubierto en mi mesa, engaño inútil, y lo he convertido en un auténtico amigo muerto .

Pero Portugal intentaba creer en su alegría, reservándole sus cubiertos, sus farolitos y su música. En Lisboa se jugaba a ser feliz con el propósito de que Dios tuviera a bien creer en ello.

Lisboa adquiría también su clima de tristeza por la presencia de ciertos refugiados. No me refiero a proscritos en busca de asilo. No hablo de inmigrantes a la búsqueda de una tierra que fecundar con su esfuerzo. Hablo de aquellos que huyen lejos de la miseria de los suyos para poner a buen recaudo su fortuna.

No habiendo podido alojarme en la propia ciudad, lo hacía en Estoril, al lado del casino. Yo venía de una guerra intensa: mi grupo aéreo, que durante nueve meses no había jamás interrumpido sus vuelos sobre Alemania, había perdido entonces, en el transcurso de una única ofensiva germana, las tres cuartas partes de sus efectivos. Había conocido, al regresar a casa, la atmósfera sombría de la esclavitud y la amenaza del hambre. Yo había vivido la noche espesa de nuestras ciudades. He aquí que, a dos pasos de mi alojamiento, el casino de Estoril se llenaba de espectros cada noche. Cadillacs silenciosos que parecían ir a algún lugar los depositaban sobre la arena fina del porche de la entrada. Se habían vestido de gala para cenar, como antaño. Mostraban sus plastrones o sus perlas. Se habían invitado los unos a los otros como figurantes en unas cenas en las que no tendrían nada que decirse.

Después jugaban a la ruleta o al bacará según sus fortunas. Yo iba, a veces, a verles jugar. No sentía indignación ni sentimiento de ironía sino una angustia vaga. La misma que nos incomoda en un zoológico delante de los supervivientes de una especie extinguida . Se colocaban alrededor de las mesas. Se agolpaban contra un crupier austero y se esforzaban en sentir la esperanza, la desesperación, el miedo, la envidia y la alegría como seres vivos. Se jugaban unas fortunas que quizás, en ese preciso momento, no tenían sentido. Usaban monedas probablemente caducadas. El valor de sus cofres quizás estaba avalado por fábricas ya confiscadas o a punto de ser aplastadas, amenazadas como estaban, por las escuadrillas aéreas. Sacaban sus cheques en la Luna. Se empeñaban en creer, aferrándose al pasado, como si nada hubiera empezado a temblar sobre la tierra, en la legitimidad de su ardor, la cobertura de sus talonarios, lo eterno de sus convenciones. Era irreal como un ballet de muñecas. Pero era triste.

Sin duda no sentían nada. Yo les dejaba allí. Me iba a respirar a la orilla del mar. Y este mar de Estoril, de ciudad marítima, mar sometido, me parecía como si entrara también en el juego. Empujaba al golfo una suave y solitaria ola, reluciente de luna, como un traje de cola fuera de temporada.

A mis refugiados los volví a encontrar en el barco . Este barco desprendía también una ligera angustia, transportaba de un continente a otro a estas plantas sin raíces. Yo me decía a mí mismo: “Quiero ser un viajero, no un emigrante. He aprendido tantas cosas en mi patria que en otra parte serían inútiles.” Pero he aquí que mis emigrantes sacaban de sus bolsillos sus agendas, sus vestigios de identidad. Todavía jugaban a ser alguien. Se aferraban con todas sus fuerzas a cualquier significado. “¿Sabéis? Yo soy tal, decían... de tal ciudad, amigo de Mengano… ¿conocéis a Mengano?”

Y os contaban la historia de un amigo, de una responsabilidad, o la historia de una ausencia, o no importa qué otra historia que les pudiera relacionar con algo concreto. Pero nada de ese pasado, ya que se exiliaban, les podría servir. Todavía todo era cálido, reciente, vívido, como son al principio los recuerdos de amor. Se hace un fajo con cartas tiernas. Se anudan todas ellas con suma delicadeza, y la reliquia, al principio, desprende un melancólico encanto. Después pasa una rubia con los ojos azules, y la reliquia muere . De igual forma, el amigo, la responsabilidad, la ciudad nativa, los recuerdos de la casa palidecen, ya no sirven.

Lo creían firmemente, de la misma manera que Lisboa jugaba a ser feliz, ellos lo hacían a pensar que pronto regresarían. ¡Qué dulce es la ausencia del hijo pródigo! Es una ausencia ficticia ya que, detrás de él, permanece la vivienda familiar. Que se esté en la casa de al lado o en la otra punta del planeta, la diferencia no es esencial. La presencia de un amigo que, en apariencia, se ha alejado, puede hacerse más densa que una presencia real. Es como una plegaria. Nunca he querido más a mi casa que cuando estaba en el Sahara. Nunca unos prometidos han estado más cerca de sus novias que los marinos bretones del siglo XVI cuando doblaban el Cabo de Hornos envejeciendo contra el muro de los vientos contrarios. Empezaban a volver desde su partida . Es el retorno lo que preparaban al izar las velas con sus manos robustas. El camino más corto desde el puerto de Bretaña hasta la casa de la novia pasaba por el Cabo de Hornos. Pero está claro que mis emigrantes no se parecían en nada a los marinos bretones a los que se les había privado de sus novias. Ninguna prometida bretona encendía en la ventana su humilde lámpara por ellos. No eran hijos pródigos, de ninguna manera. Eran hijos pródigos sin casa a la que volver. Entonces empieza el verdadero viaje, ese que está fuera de uno mismo.

¿Cómo reconstruirse? ¿Cómo edificar en uno mismo la pesada madeja de los recuerdos? Este barco fantasma estaba cargado, como el limbo, de almas que aún debían nacer. Sólo parecían reales, tanto que se apetecía tocarlos con las manos, aquellos que, miembros de la tripulación y ennoblecidos por funciones auténticas, portaban las bandejas, enlucían los objetos de cobre, lustraban los zapatos y, con un desprecio difuso, servían a estos muertos . No era, desde luego, la pobreza lo que provocaba el ligero desdén del personal de a bordo hacia estos emigrantes sino la densidad. No era el dinero lo que les faltaba, sino lo esencial. Ya no eran los hombres de tal casa, tal amigo o tal responsabilidad. Representaban ese papel, pero no era verdadero. Nadie los necesitaba, nadie se precipitaba a llamarles. Es maravilloso ese telegrama que te sobresalta, te levanta en medio de la noche, te arrastra hacia la estación: ¡Ven! ¡Te necesito! Descubrimos pronto a los amigos que nos ayudan. Necesitamos mucho tiempo para merecer a aquellos que nos exigen que le ayudemos. Ciertamente, a mis aparecidos, nadie los odiaba, nadie los envidiaba, nadie los molestaba. Pero nadie los amaba con el único amor que importa. Yo me decía: serán admitidos, desde su llegada, en los ágapes de bienvenida, las cenas de celebración: Pero, ¿quién llamará a su puerta exigiendo ser recibido? “¡Ábreme! ¡Soy yo!” Hay que alimentar mucho tiempo a un niño antes de que exija . Hay que cultivar mucho tiempo la amistad de un amigo antes de que reclame su derecho a ella. Es preciso haberse arruinado durante generaciones reparando el viejo castillo que se resquebraja para aprender a amarlo.

II

Yo me decía entonces: “lo esencial reside en algún lugar en el que se ha vivido. En las costumbres. En la fiesta familiar. En la casa de los recuerdos . Lo esencial es vivir para el regreso...” Y me sentía amenazado en mis entrañas por la fragilidad de los polos lejanos de los cuales dependía. Corría el peligro de conocer el verdadero desierto, y empezaba a comprender un misterio que me había intrigado durante mucho tiempo.

He vivido durante tres años en el Sahara. He soñado como tantos otros con su magia. Cualquiera que haya conocido la vida en el Sahara, donde todo es, en apariencia, soledad y pobreza, añora, sin embargo, esos años como los más hermosos de su vida. Las palabras “nostalgia de la arena, de la soledad, del espacio” no son más que fórmulas literarias que no explican nada. Pues aquí, por primera vez, en un barco atestado de pasajeros hacinados los unos contra los otros, me parecía entender el significado del desierto.

Ciertamente, el Sahara no ofrece, hasta donde se pierde la vista, más que arena uniforme, o más bien, ya que las dunas son escasas , unos lechos pedregosos. Allí nos sumergimos permanentemente en las condiciones propias de la rutina. Sin embargo, divinidades invisibles construyen una encrucijada de caminos, pendientes y señales, una articulación secreta y vívida. Entonces ya no hay uniformidad. Todo encuentra su norte . El propio silencio se diferencia de otro silencio.

Hay un silencio de paz cuando las tribus están tranquilas, cuando la noche nos ofrece su frescura, cuando parece que se descansa con las velas plegadas en un puerto apacible. Hay un silencio del mediodía cuando el sol hace que los pensamientos y los movimientos se aletarguen. Hay un silencio engañoso cuando el viento del norte decae y la presencia de insectos arrancados como el polen de los oasis del interior anuncia la tormenta del este cargada de arena. Hay un silencio de complicidad cuando se sabe que una tribu lejana está inquieta. Hay un silencio de misterio cuanto se entrelazan entre los árabes sus indescifrables conciliábulos. Un silencio tenso cuando el mensajero tarda. Un silencio agudo, durante la noche, cuando se contiene la respiración para escuchar. Un silencio melancólico cuando se recuerda a la persona que se ama.

Todo se orienta. Cada estrella señala una dirección verdadera. Todas se convierten en la Estrella de los Magos. Cada una de ellas adora a su propio dios. Esta señala el camino de un pozo lejano de difícil acceso. Y la distancia que te separa de ese pozo es tan inmensa como una muralla. Aquella señala la dirección de un pozo agotado. Y la propia estrella parece seca. Y la extensión que os separa del pozo sin agua no tiene pendiente alguna. Otra estrella sirve de guía hacia el oasis desconocido que los nómadas te han cantado, pero que la disidencia te prohíbe. Y la arena que te separa del oasis es como el césped de un cuento de hadas. Alguna otra señala aún la dirección de una ciudad blanca en el sur, llena de sabor, al parecer, como un fruto cuando se muerde. Otra, la del mar.

En fin, unos polos casi irreales imantan este desierto desde la lejanía: la casa de la infancia que sigue en pie en el recuerdo, un amigo de quien no se sabe otra cosa excepto que es un amigo.

Así te sientes con energía y vivificado por el campo de fuerzas que te atraen o te rechazan, te solicitan o se te resisten. Y aquí estás, bien asentado, determinado y fundamentado en el centro de las direcciones cardinales.

Y como el desierto no ofrece ninguna riqueza tangible, como no hay nada que ver ni escuchar en el desierto, se ve uno obligado a reconocer, ya que la vida interior lejos de languidecer se fortifica, que el hombre se siente alentado, en un primer momento, por impulsos invisibles. El hombre se rige por el Espíritu . En el desierto valgo lo que valen mis divinidades.

Por eso si me sentía rico en direcciones todavía fértiles a bordo de mi triste crucero, si me sentía en un planeta aún lleno de vida, era gracias a algunos amigos que había dejado atrás en la noche de Francia y que comenzaban a ser esenciales para mí.

Francia no era decididamente para mí una diosa abstracta ni un concepto histórico, sino un cuerpo al que me aferraba, una red de lazos que me regía, un conjunto de polos que fundamentaba las inclinaciones de mi corazón. Yo experimentaba la urgencia de sentir, más sólidos y perdurables que a mí mismo, a aquellos a quienes necesitaba para orientarme. Para saber adónde volver. Para existir. Todo mi país residía en ellos y por ellos vivía en mí mismo. Para quien otea un continente mientras navega, éste llega a ser solo el resplandor de algunos faros. Un faro apenas mide la distancia. Simplemente su luz se mantiene en los ojos. Y todas las maravillas del continente residen en esa estrella.

En este momento que Francia, como consecuencia de la ocupación total , se ha paralizado en el silencio con todo su cargamento como un navío con las lámparas apagadas del que no se sabe si aún resiste a los peligros de los mares, es por esto que la suerte de cada uno de aquellos a los que amo me atormenta más aún que una enfermedad que hubiera contraído. A consecuencia de su fragilidad me doy cuenta de que estoy amenazado en mi esencia.

Aquel que esta noche está presente en mi memoria tiene cincuenta años. Está enfermo. Es judío . ¿Cómo va a sobrevivir al terror alemán? Para imaginar que aún respira necesito creer que el invasor ignora su existencia, protegido en secreto por las bellas murallas de silencio de los habitantes de su pueblo. Solamente entonces creo que sigue vivo. Solo entonces, al deambular a lo lejos en el imperio de su amistad que no tiene fronteras, se me permite no sentirme un emigrante, sino un viajero. Pues el desierto no está allí donde se piensa. El Sahara tiene más vida que una capital y la ciudad más rebosante se vacía si los polos esenciales de la vida se descargan.

III

¿Cómo construye la vida esas líneas de presión en las cuales vivimos? ¿De dónde viene la fuerza que me arrastra hacia la casa de este amigo? ¿Cuáles son los momentos determinantes que han hecho de su presencia uno de los polos que necesito? ¿Con qué acontecimientos secretos están, pues, amasadas las ternuras específicas y, a través de ellas, el amor al país?

¡Los milagros verdaderos hacen muy poco ruido! ¡Los acontecimientos esenciales son muy simples! Sobre el momento que deseo contar hay tan poco que decir que hace falta que lo viva en sueños, y hablarle a este amigo.

Era un día, antes de la guerra, en las orillas del Saona, al lado de Tournus. Habíamos elegido, para almorzar, un restaurante cuyo balcón de madera dominaba el río. Acodados sobre una mesa muy sencilla, grabada a cuchillo por los clientes, habíamos pedido dos Pernods . Tu médico te había prohibido el alcohol, pero tú le engañabas un poco en las grandes ocasiones, ésta era una de ellas. No sabíamos por qué, pero lo era. Lo que nos alegraba era más intangible que la calidad de la luz. Tú habías elegido entonces el Pernod de las grandes ocasiones. Ya que dos marineros estaban descargando una barcaza a algunos pasos de nosotros les habíamos invitado. Les voceamos desde lo alto del balcón y vinieron, vinieron sin más. Encontrábamos tan natural invitar a dos compañeros provocado, quizás, por esa fiesta invisible que se celebraba en nosotros. Estaba claro que ellos responderían a la señal. ¡Brindamos por lo tanto!
El sol era agradable. Su miel tibia bañaba los álamos de la otra orilla y la llanura hasta el horizonte. Cada vez estábamos más alegres, todavía sin saber por qué. El sol nos tranquilizaba por su brillar, el río por su fluir, el almuerzo por ser almuerzo, los marineros por haber acudido a la llamada, la criada por atendernos con una especie de amabilidad dichosa como si hubiera presidido una ceremonia eterna. Estábamos completamente en paz, bien insertados al resguardo del desorden dentro de una civilización definitiva.

Degustábamos una especie de estado perfecto en el que todos los deseos estaban cumplidos, a nada más teníamos que confiarnos. Nos sentíamos puros, rectos, luminosos e indulgentes. No habríamos sabido decir la verdad que se nos manifestaba en su evidencia. Pero el sentimiento que nos embargaba era claramente el de la certeza, una certeza casi arrogante.

Por lo tanto el universo, a través de nosotros, demostraba su buena voluntad. La condensación de las nebulosas, el endurecimiento de los planetas, la formación de las primeras amebas, el trabajo gigantesco de la vida que encaminó a la ameba hasta llegar al hombre , todo había convergido felizmente para llegar, a través de nosotros, a esta calidad de placer. Como logro no estaba nada mal.

Así saboreamos nuestro silencioso acuerdo y esos ritos casi religiosos. Arrullados por las idas y venidas de la criada sacerdotal, los marineros y nosotros brindamos como fieles de una misma Iglesia, aunque no habríamos sabido decir cuál. Uno de los marineros era holandés, el otro alemán. Éste había huido del Nazismo, perseguido como estaba allí por comunista, o por trotskista, o por católico, o por judío. (Ya no me acuerdo de la etiqueta con el nombre por la que estaba este hombre proscrito) Pero en ese instante el marinero era algo diferente a una etiqueta. Era el interior lo que contaba. La pasta humana. Era un amigo, simplemente. Y nosotros estábamos de acuerdo, entre amigos. Tú estabas de acuerdo, yo estaba de acuerdo. Los marineros y la criada estaban de acuerdo. ¿De acuerdo sobre qué? ¿Sobre el Pernod? ¿Sobre el significado de la vida? ¿Sobre la dulzura de la jornada? Tampoco habríamos sabido decirlo. Pero este acuerdo era tan pleno, tan sólidamente construido en su profundidad, tan evidente la biblia que llevaba en su sustancia, aunque impronunciable con palabras, que habríamos gustosamente aceptado fortificar este pabellón, mantener un sitio y morir detrás de las ametralladoras para salvar esta sustancia.

¿Qué sustancia? … ¡Está claro que es difícil de explicar! Me arriesgo a captar solo reflejos, no lo esencial. Las palabras insuficientes dejarán escapar mi verdad . Sería obtuso si pretendiera que nosotros hubiéramos combatido a gusto por salvar una determinada calidad de la sonrisa de los marineros, de tu sonrisa y de la mía, y la de la sirvienta, un determinado milagro de este sol al que le había costado tanto lograr, después de millones de años, a través de nosotros, la calidad de una sonrisa que había sido tan bien lograda.
Lo esencial, muy a menudo, apenas tiene peso . Lo esencial aquí, en apariencia, no fue más que una sonrisa. Una sonrisa es a menudo lo esencial. Se nos paga con una sonrisa. Se nos recompensa con una sonrisa. Nos animamos por una sonrisa. Y la calidad de una sonrisa puede hacer que muramos por ella . Sin embargo, ya que esta calidad nos liberaba tan bien de la angustia de los tiempos presentes, nos concedía la certeza, la esperanza, la paz, hoy necesito, para intentar expresarme mejor, contar también la historia de otra sonrisa.

IV

Fue en el transcurso de un reportaje sobre la Guerra Civil Española . Había cometido la imprudencia de asistir furtivamente, hacia las tres de la madrugada, a un embarque de material secreto en una estación de mercancías. La agitación de las cuadrillas y una cierta oscuridad parecían propiciar mi indiscreción. Pero a unos milicianos anarquistas les resulté sospechoso.

Fue muy sencillo. Yo no había advertido nada aún de su acercamiento ágil y silencioso cuando ya se estrechaban contra mí, suavemente, como los dedos de una mano. El cañón de una carabina se apretó ligeramente contra mi vientre y el silencio me pareció solemne. Al final levanté los brazos.

Observé que se fijaban, no en mi cara, sino en mi corbata (la moda de un suburbio anarquista desaconsejaba este objeto de arte). Mi cuerpo se contrajo. Esperaba la descarga, era el tiempo de los juicios expeditivos. Pero no hubo ninguna descarga. Tras algunos segundos de un vacío absoluto en el transcurso de los cuales las cuadrillas de trabajo parecían bailar una especie de ballet de ensueño en otro universo, mis anarquistas, con un ligero movimiento de cabeza, me hicieron una señal para que les siguiera y nos pusimos en marcha a través de las vías del tren. La captura se había realizado bajo un silencio idóneo y con una economía de movimientos extraordinaria. Así actúa la fauna submarina.

Pronto me vi hundido en un sótano convertido en cuerpo de guardia. Otros milicianos dormitaban con sus carabinas entre las piernas apenas alumbrados por una deficiente lámpara de petróleo. Intercambiaron algunas palabras con los hombres de mi patrulla con unas voces neutras. Uno de ellos me registró.

Hablo español , pero no sé catalán. Sin embargo, comprendí, que me pedían los papeles. Los había olvidado en el hotel. Respondí: « Hotel… Periodista… «sin saber si mi lenguaje comunicaba algo. Los milicianos se pasaron de mano en mano mi cámara fotográfica como si fuera una prueba de culpabilidad. Algunos de ellos, hundidos en sus sillas cojas, bostezaron y se levantaron con una suerte de tedio para apoyarse en la pared.

Pues la impresión dominante era la del aburrimiento, del aburrimiento y del sueño. Me parecía que la capacidad de sorpresa de estos hombres estaba gastada como una mecha. Casi hubiera deseado una muestra de hostilidad como forma de contacto humano. Pero no, no me honraban con alguna señal de ira, ni siquiera de desaprobación. Intenté protestar en español varias veces. Mis protestas cayeron en saco roto. Me miraron sin reaccionar, como hubieran mirado a un pez chino en un acuario.

Esperaban. ¿Qué esperaban? ¿La vuelta de uno de ellos? ¿El alba? Me decía yo «Quizás esperen a tener hambre…»

Yo me decía también: « ¡Van a cometer una estupidez! ¡Esto es terriblemente ridículo!... El sentimiento que yo experimentaba, más que un sentimiento de angustia era de reprobación hacia el absurdo. Yo me decía: « ¡Si se reaniman, si quieren actuar, dispararán!»

¿Estaba o no estaba verdaderamente en peligro? ¿Ignoraban ellos que yo no era un saboteador ni un espía sino un periodista? ¿Que mis documentos de identidad se encontraban en el hotel? ¿Habían tomado una decisión? ¿Cuál?

Yo no sabía nada de ellos salvo que fusilaban sin un gran cargo de conciencia. Las vanguardias revolucionarias, del partido que sean, practican la caza, pero no a los hombres (ellas no miden al hombre por su sustancia) sino a los síntomas. La verdad opuesta se les representa como una enfermedad epidémica . Cuando un síntoma es dudoso se traslada al contagiado al lazareto del aislamiento; el cementerio. Es por esto que me resultaba siniestro este interrogatorio que caía sobre mí con monosílabos vagos, de vez en cuando, y del que no entendía nada. Una ruleta ciega giraba sobre mi piel. Es también por esto que yo tenía la extraña necesidad, con el fin de sopesar una presencia real, de gritarles, sobre mí, algo que impusiera mi verdadero destino. ¡Mi edad, por ejemplo! Ella resume toda una vida. Ella forja lentamente la madurez que le pertenece. Se forma contra tantos obstáculos superados, contra tantas enfermedades graves sanadas, contra tantas penas calmadas, contra tanta desesperación sometida, contra tantos peligros cuya mayor parte ha escapado a la consciencia. Ella se ha formado a través de tantos deseos, tantas esperanzas, tantos remordimientos, tanto olvido, tanto amor. Representa una hermosa carga de experiencias y de recuerdos, ¡la edad de un hombre! A pesar de las trampas, los baches, los agujeros, se sigue avanzando, a pesar de todo, trabajosamente, como una buena carreta. Y ahora, por una convergencia obstinada de suertes afortunadas, se está ahí. Uno tiene treinta y siete años. Y la buena carreta, si Dios lo quiere, llevará más lejos aún su cargamento de recuerdos. Yo me decía entonces: «He aquí donde estoy. Tengo treinta y siete años…». Hubiese querido aportar esta confidencia a mis jueces… pero ya no me preguntaban.

Fue entonces cuando ocurrió el milagro. Un milagro muy discreto. Yo no tenía cigarrillos. Ya que uno de mis carceleros fumaba le pedí con un gesto que me diera uno y esbocé una vaga sonrisa. Primero se estiró, después se pasó una mano sobre la frente, levantó la mirada en la dirección ya no de mi corbata sino de mi rostro y, para mi asombro, esbozó también una sonrisa . Fue como una salida de sol.

Este milagro no desenredó el drama, simplemente lo borró como la luz, como la sombra. Este milagro no cambió nada que fuera visible. La pésima lámpara de petróleo, una mesa con papeles esparcidos, los hombres apoyados en la pared, el color de los objetos, el olor, todo persistía. Pero todo fue transformado en su propia sustancia. Esa sonrisa me liberaba. Era una señal casi definitiva, tan evidente en sus consecuencias subsiguientes, tan irreversible como la aparición del sol. Creaba una nueva era. Nada había cambiado y todo estaba cambiado. La mesa con los papeles dispersos había cobrado vida. La lámpara de petróleo vivía. Las paredes estaban vivas. El aburrimiento salpicado por los objetos muertos de esta cueva se aliviaba por encantamiento. Era como si una sangre invisible hubiera vuelto a circular uniendo de nuevo todas las cosas en un mismo cuerpo y les restituyera un significado.

Los hombres tampoco se habían movido, pero mientras que, un segundo antes, me parecían más alejados de mí que una especie antediluviana, ahora nacían a una vida cercana. Experimenté una extraordinaria sensación de presencia. ¡Bien dicho: de presencia! Y sentía a mis parientes.

El muchacho que un segundo antes me había sonreído no era más que una función, una herramienta, una especie de insecto monstruoso, y ahora se me revelaba un poco torpe, casi tímido, con una timidez maravillosa. No es que fuera menos brutal que cualquier otro, ¡ay, este terrorista! Pero la llegada del hombre a él iluminaba muy bien su parte vulnerable. Los hombres nos damos muchos aires, pero en lo oculto de nuestro corazón sabemos de la vacilación, de la duda, de la pena…

Nada se había dicho aún. Sin embargo, todo estaba resuelto . Le puse al miliciano la mano sobre el hombro en señal de agradecimiento cuando me dio el cigarro. Una vez que el hielo se hubo roto los otros milicianos también volvían a ser hombres, penetré en sus sonrisas como en un país nuevo y libre.

Penetré en sus sonrisas como alguna vez lo hice en las de nuestros rescatadores del Sahara. Los camaradas, habiéndonos localizado después de unos días de búsqueda, habían aterrizado lo más cerca posible y caminaban a marchas forzada balanceando visiblemente los odres de agua con los brazos extendidos. Me acuerdo de la sonrisa de los rescatadores cuando era náufrago, de la sonrisa de los náufragos cuando era rescatador, también me acuerdo de una patria en la que me sentía completamente feliz . El verdadero placer es el de convidado. El salvamento no era más que una oportunidad para ese placer. El agua apenas tiene el poder de encantar si no es primero un regalo de la buena voluntad de los hombres.

Los cuidados prestados a un enfermo, la acogida ofrecida a un proscrito, el perdón no valen sino por la sonrisa que ilumina la fiesta. Nos reunimos gracias a una sonrisa por encima de las lenguas, de las castas, de los partidos. Somos los fieles de la misma Iglesia; tal y sus costumbres, yo y las mías.

V

Esta calidad de la alegría ¿no es el fruto más precioso de nuestra civilización? Una tiranía totalitaria podría también satisfacernos en nuestras necesidades materiales. Pero no somos ganado de engorde. La prosperidad y la comodidad no bastarían para llenarnos . Para nosotros que fuimos educados en el culto del respeto al hombre pesan más los simples encuentros que, a veces, se convierten en fiestas maravillosas…

¡Respeto al hombre! ¡Respeto al hombre! ¡Ahí está la piedra de toque! Cuando el nazi respeta exclusivamente a quien se le asemeja se respeta solo a sí mismo; rechaza las contradicciones creadoras, arruina toda esperanza de ascenso y cimenta para miles de años, en lugar de un hombre, el robot de un termitero. El orden por el orden castra al hombre de su poder esencial; el de transformar el mundo y a sí mismo. La vida crea el orden pero el orden no crea la vida.

Nos parece, al contrario, que nuestro ascenso no ha terminado, que la verdad de mañana se nutre del error de ayer y que las contradicciones a superar son el propio abono de nuestro crecimiento . Reconocemos como nuestros incluso a aquellos que difieren de nosotros. ¡Qué extraña familia! ella se funda sobre el futuro, no sobre el pasado. Sobre el objetivo, no sobre el origen. Nosotros somos, el uno para el otro, peregrinos que, a lo largo de diferentes caminos, penamos por el mismo encuentro.

Pero he aquí que hoy el respeto al hombre, condición de nuestro ascenso, está en peligro. Los movimientos del mundo moderno nos han involucrado en las tinieblas. Los problemas son incoherentes, las soluciones contradictorias. La verdad de ayer ha muerto, la de mañana está todavía por construir . No se entrevé alguna síntesis valiosa y cada uno de nosotros no posee más que una parcela de la verdad. Las religiones políticas hacen una llamada a la violencia a falta de evidencia que las imponga. Y he aquí que dividiéndonos sobre los métodos corremos el riesgo de no reconocer que nos precipitamos hacia el mismo objetivo.

El viajero que asciende una montaña en la dirección de una estrella, si se deja absorber por los problemas de la escalada, puede olvidarse de la estrella que lo guía. Si no actúa más que por actuar no irá a ninguna parte. La sillera de una catedral, preocupándose severamente por la ubicación de sus sillas, corre el riesgo de olvidar que sirve a un dios. Así, encerrándome en alguna pasión partisana, me arriesgo a olvidar que una política no tiene sentido si no es para estar al servicio de una evidencia espiritual. Hemos probado, en las horas del milagro, una cierta calidad en las relaciones humanas; Ahí está la verdad para nosotros.

Cualquiera que sea la urgencia de la acción , nos está prohibido olvidar la vocación que debe alentarla, de lo contrario esta acción permanecería estéril. Queremos crear el respeto al hombre. ¿Por qué no nos odiamos en el interior de un mismo campamento? Ninguno de nosotros posee el monopolio de la pureza de intención. Puedo combatir, en nombre de mi camino, el camino que otro ha elegido. Puedo criticar los planteamientos de su razón. Los planteamientos de la razón son inciertos. Pero debo respetar a este hombre en el plano del Espíritu si él se esfuerza por alcanzar la misma estrella .

¡Respeto al Hombre! ¡Respeto al Hombre! Si el respeto al hombre es creado en el corazón de los hombres, los hombres acabarán por crear a su vez el sistema social, político o económico que consagrará el respeto. Una civilización se fundamenta primero en la sustancia. Ella es, al principio, en el hombre un deseo ciego por un poco de calor. El hombre después, de error en error, encuentra el camino que lleva al fuego.

VI

Es por esto, sin duda, amigo mío, que tengo esta necesidad de tu amistad. Tengo sed de un compañero que, por encima de los litigios de la razón, respete en mí al peregrino de aquel fuego. Necesito disfrutar, con antelación, el calor prometido y reposar, un poco por encima de mí mismo, en esta cita que será nuestra.

¡Estoy tan cansado de polémicas, de exclusividad, de fanatismos! Puedo entrar en tu casa sin ponerme un uniforme, sin someterme a recitar versículos del Corán, sin renunciar a lo que sea de mi patria interior. A tu lado no tengo de qué disculparme, de qué defenderme, no tengo que demostrar nada; encuentro la paz, como en Tournus. Por encima de mis torpes palabras, por encima de razonamientos que puedan engañarme, tú consideras en mí simplemente al Hombre. En mí haces honor al embajador de creencias, de costumbres, de amores específicos. Si difiero de ti, esto, lejos de perjudicarte, te mejora . Tú me preguntas como se le pregunta a un viajero.

Yo siento como cualquiera la necesidad de ser reconocido, me siento puro en ti y hacia ti voy. Necesito ir allí donde me siento puro. No son mis fórmulas ni mis razonamientos los que te han instruido jamás sobre quien soy. Es la aceptación de quien yo soy la que te ha hecho, por necesidad, indulgente con estos razonamientos y con estas fórmulas. Te estoy agradecido porque me recibas tal como soy. ¿Qué puedo hacer con un amigo que me juzga? Si acojo a un amigo en mi mesa, le pido que se siente, y si cojea no le pido que baile.
¡Amigo mío, te necesito como a una cumbre en la que se respira! Necesito acodarme a tu lado, una vez más, a las orillas del Saona, a la mesa de un pequeño albergue de maderas irregulares e invitar allí a dos marineros en compañía de los cuales brindaremos con la paz de una sonrisa similar al día.

Si lucho todavía lo haré un poco por ti. Te necesito para creer mejor en el advenimiento de esta sonrisa. Necesito ayudarte a vivir. Te veo tan débil, tan amenazado, arrastrando tus cincuenta años durante horas, para subsistir un día más, sobre la acera de alguna tienda mísera tiritando al refugio precario de un abrigo raído. A ti, tan francés, te siento dos veces en peligro de muerte, por francés y por judío. Experimento el alto precio de una comunidad que ya no autoriza los litigios. Pertenecemos a Francia como a un árbol y serviré a tu verdad como tú hubieses servido a la mía. Para nosotros, los franceses que estamos fuera, se trata, en esta guerra, de desbloquear las semillas heladas por la nieve de la presencia alemana. Se trata de ayudaros a vosotros, a los que estáis allí. Se trata de haceros libres en la tierra en la que tenéis el derecho fundamental de germinar vuestras raíces. Sois cuarenta millones de rehenes. Es siempre en las cuevas de la opresión donde se preparan las nuevas verdades: cuarenta millones de rehenes meditan allí su verdad nueva. Nos sometemos, por adelantado, a esta verdad.

Pues bien, está en vosotros enseñarnos. No está en nosotros aportar la llama espiritual a quienes la alimentan ya con su propia sustancia como una vela . Quizás no leáis nuestros libros. Quizás no escuchéis nuestros discursos. Probablemente nuestras ideas os repugnen. Nosotros no fundamentamos Francia. No podemos sino servirla. No tenemos derecho, no importa lo que hayamos hecho, a ningún reconocimiento. No hay medida común entre el combate libre y el aplastamiento nocturno. No hay medida común entre el oficio de soldado y el oficio de rehén. Vosotros sois los santos.


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1 - Cerca de un mes debió pasar Sain-Exupéry en Portugal antes de embarcar hacia los Estados Unidos, ya que la exposición a la que hace referencia terminó el 2 de diciembre y llegaría a Nueva York el 31 después de una travesía de dos días.

2 - Parecía de mal gusto la exhibición megalómana y reivindicativa de un pasado glorioso por un régimen dictatorial herido de saudade mientras el mundo se había enzarzado en una cruel contienda.

3 - Esa tristeza inexplicable tiene un paralelismo profundo con la suya. Lisboa en su culto por la belleza cuando Europa estaba herida de muerte, y él, por considerar que le había dado la espalda a la tragedia de su país. Una y otro sabían que no estaban haciendo lo que debían.

4 - Hacía apenas unos días que había muerto Henri Guillaumet, el amigo del mundo de la aviación con el que más había intimado.

5 - Saint-Exupéry tenía concebido que una persona no muere si lo que ha hecho permanece y continúa siendo válido su ejemplo para la comunidad. Sobre ello articuló una teoría interesante sobre una inmortalidad que sigue aunque no sea eterna.

6 - Cadillac: Marca de coches de lujo estadounidense poco apropiada para las condiciones de las carreteras europeas de aquellos años, aun así la clase alta los usaba por prestigio.

7 - Bacará: Juego de naipes en el que se emplea la baraja francesa y que se juega principalmente en los casinos; el banquero interviene contra los demás participantes repartiendo dos cartas a cada uno y comparando los puntos de sus cartas con las de aquellos; gana quien se aproxime más a nueve puntos.

8 - El barco se llamaba “Siboney” como un barrio de la Habana o la canción, el azar hizo que su compañero de camarote fuera el gran Jean Renoir, un director de cine de bien ganado prestigio, con quien congenió y mantendría una excelente amistad. Pero estaba impresionado por la falta de vida que desprendía la mayoría del resto de sus compatriotas.

9 - Es de sobras conocido que Saint-Exupéry era un enamoradizo impenitente. Pero tuvo una pasión por encima de todas; vivir, desalentado como estaba de la mediocridad de la vida burguesa y de los empleos que ejerció a mediados de los veinte en un intento estéril por satisfacer las exigencias de la familia de su novia de entonces, Louise de Vilmorin.

8 - Cabo de Hornos: nombre que recibe el cabo más meridional de la isla de Hornos y del archipiélago de Tierra del fuego, en la zona austral de Chile.

9 - Una forma hermosísima de decirnos que el camino de regreso está en la partida. Un ejemplo más de la pertinencia de sus disgresiones, dominadas e introducidas con precisión y armonía dentro del texto.

10 - Bretaña: una de las regiones administrativas del noroeste de Francia.

11 - Quedaba claro que Saint-Exupéry no participaba del clasismo recurrente, hiriente y desfasado de la clase social a la que pertenecía.

12 - Conociendo lo que pensaba sobre ello, sabemos que se refiere también a ese alimento que favorece la formación socrática y hace crecer el espíritu, faro de la civilización.

13 - Se sentía satisfecho de su conocimiento de primera mano del desierto más grande del mundo y echaba a tierra uno de los mitos más aceptados sobre el Sahara en el imaginario de los occidentales. En efecto, en el Sahara apenas hay dunas.

14 - Orientarse, en nuestro hemisferio, es encontrar el norte, es uno de los dichos recurrentes en Geografía. Georges Brassens, con su tierna ironía, decía en su testamento que desorientarse era perder el norte, es decir, enamorarse.

15 - Del beduino que le rescató en diciembre de 1935 en el desierto de Libia Saint-Exupéry dijo que podría olvidar su nombre, no recordar su rostro, pero nunca olvidaría su sonrisa.

16 - En teoría, la ocupación total no era cierta, pero muestra su rechazo a la deriva germanófila del régimen de Vichy acusándole de que con su colaboración servil había provocado que los alemanes dispusieran de toda Francia a su capricho.

17 - Entre sus principios irrenunciables también se cuenta la solidaridad.

18 - Pernod: Es una marca de anís francés, siendo la más antigua del país. El Pernod no es técnicamente un “pastis” (otro típico anís francés), aunque a menudo se le denomina como tal, porque, en realidad, contiene muy poco regaliz.

19 - Los conocimientos científicos de Saint-Exupéry eran admirables, más aún lo era su habilidad para sintetizarlos haciéndolos comprensibles para todo tipo de público y narrarlos de una forma que no rompía el pulso lírico del resto del relato.
20 - No debemos descartar en absoluto que Saint-Exupéry dedicara su esfuerzo creativo simultáneamente a “El pequeño príncipe” y a “Carta a un rehén”. Las dos obras tienen objetivos muy diferentes pero se sustentan en la persecución de éstos en las mismas ideas de su autor.

21 - Es posible que aquí tenga en mente a Sylvia Hamilton, el último gran amor de su vida, que apenas podía ser alimentado por las palabras. Fue la sonrisa el vínculo elegido para comunicarse, sin que existiera un acuerdo previo entre los dos amantes. Aunque empezada a escribir en 1940, “Carta a un rehén”, tuvo modificaciones hasta poco antes de su publicación y esa joven divorciada, acomodada y liberal ya había aparecido en su vida.

22 - Se refiere a su visita como corresponsal al Frente de Cataluña en agosto de 1936. Llegó en un avión, pilotado por él mismo, facilitado por el periódico “L’Intransigeant” del que iba como corresponsal de guerra. Esta experiencia fue desoladora y reforzó su rechazo a las ideologías. Su incumplimiento del contrato, firmó por diez artículos y escribió solo tres, le crearía problemas con el redactor jefe de este periódico, Hervé Mille, lo que no sería un obstáculo para volver a trabajar para él.

23 - Un procedimiento que, por desgracia, se convirtió en habitual para llevar a las personas hacia la muerte sin otro cargo que una mínima sospecha basada en presentimientos reales o intuitivos; un signo, una cruz, un carnet de un sindicato, una prenda considerada inapropiada podía ser suficiente para acabar delante de un pelotón de fusilamiento.

24 - He traducido literalmente. Saint-Exupéry aprendió nuestro idioma, lo que no pudo hacer nunca con el inglés, en Argentina y no podía llamarlo de otra forma. El término “castellano” tiene un uso, casi exclusivo, en España, para mostrar un respeto por las otras lenguas de nuestra geografía.

25 - Ya había dicho anteriormente que una guerra civil era una enfermedad o que en España se fusila como se tala un bosque.

26 - El poder redentor de una sonrisa no podía tener una definición más poética inserto en el dramatismo que no auguraba otra cosa sino la tragedia de la muerte.

27 - Resulta sorprendente que un hombre con un don prodigioso para transmitir sus ideas a través de la palabra, acabe dando más trascendencia a la verdad de los gestos, al resplandor prístino de una sonrisa.

28 - La liberación interior se sobrepone al hecho de que está prisionero y que cualquier traspié puede acabar con su vida. Queda sobreentendido que fue el comienzo de su liberación, ya que pudo contarlo.

29 - Lo que dice aquí, lo trasladaba incluso a sociedades evolucionadas y, supuestamente, libres, como la estadounidense. Se sentía abrumado al comprender lo que perdíamos por conseguir los bienes materiales y por enfundarnos en la seguridad de los hábitos insulsos de una vida rutinaria. Queda claro que aquí tiene en mente al Nazismo y su efecto devastador sobre la razón que, de alguna forma, él atacaba por llevar a los hombres a discusiones sin fin en la que demostraban que todos estaban equivocados.

30 - Un pensamiento que tomó consistencia a raíz de su experiencia como aviador, el obstáculo como verdadero estímulo para superar las contradicciones.

31 - Definición de un problema que, difícilmente puede ser solucionado. Trasladándolo a sus preocupaciones por encontrar la eficacia absoluta del lenguaje, éste siempre estará corriendo detrás de las realidades.

32 - Las críticas negativas más frecuentes desde un punto de vista ideológico, en su primera etapa como escritor, se debieron al lugar preponderante que la acción tenía en sus novelas.

33 - Su idealismo no niega los méritos de la razón para llegar a una sociedad a la que reconoce sus logros y critica amargamente, al mismo tiempo, el mal uso que hace de ellos. Pero, para él, hay cosas esenciales que solo pueden comprenderse a través del corazón y no todos los hombres lo tienen, aunque todos pueden llegar a tenerlo.

34 - Saint-Exupéry estaba sinceramente convencido de la supremacía moral de los que habían permanecido en Francia sobre aquellos que, como él, habían decidido abandonar el país. No dejó nunca de sentir remordimientos por exiliarse y la angustia se hizo asfixiante en los últimos meses de su aventura americana. No deja de asombrarnos que, en aquella encrucijada de sentimientos encontrados surgieran y se publicaran dos obras escritas con una pulcritud extrema; “El Pequeño príncipe” y “Carta a un rehén”. “Piloto de guerra”, otra gran obra, tenía un objetivo claro, escrita en 1941, su destino era convencer al público americano de la conveniencia de participar en una guerra justa.

35 - No es extraño que Saint-Exupéry conduzca su ambigüedad al terreno de la moral y reconozca, por mucho que le pese, que es una situación en la que no importa la decisión que hayas tomado porque cualquiera de ellas generará remordimientos.

36 - El problema era de unas dimensiones gigantescas. Los totalitarismos habían lanzado un reto a Europa y a toda la cultura occidental. Se han extendido, con las matizaciones oportunas, aparte de los dos grandes actores, a España, Portugal y Grecia, afectando en buena medida al resto de países.

37 - Saint-Exupéry intuye con acierto que el conflicto va más allá que la pérdida de este territorio por parte de Checoslovaquia. El problema reside en la aceptación de la violencia y la sublimación de los valores que sustentan la guerra.

38 - En el original “L’étoile du bergier” (La estrella del pastor), identificada como Venus en la mayoría de los diccionarios consultados, nuestro lucero del alba.
39 - Para quienes pudieran dudar de la implicación de Saint-Exupéry en el periodismo por ser una actividad que le ayudaba a mantener el ritmo de vida lujoso al que se abandonó desde muy joven podrían servir los últimos párrafos que sirvieron de introducción a “Tierra de los hombres”.

40 - Aquí critica el adocenamiento de la sociedad industrial, por un lado, y el triunfo de una política económica sustentada, en buena parte, por la carrera armamentística.

41 - Muchos alemanes habían abandonado las actividades que les dignificaba y se habían entregado con sumisión a la tarea de construir los sueños faraónicos de sus dirigentes.

42 - Saint-Exupéry nombra, indirectamente, a los aviones y su nuevo papel destructor.

43 - Una de las escasas referencias que hace Saint-Exupéry al otro gran actor de la guerra que se avecinaba. Antes de que empezara a escala mundial, Japón estaba cometiendo atrocidades en sus ocupaciones en China y otros países asiáticos.

44 - Saint-Exupéry observaba la misma contradicción en la gente de su tiempo que nosotros observamos en nuestros días, podía sentirse más emocionada e implicada, a través del magnetismo de Gary Cooper, con la proyección de “Adiós a las armas” que con las imágenes en blanco y negro que no reproducían el rojo de los tejados en un noticiario de los aviones asesinando el cielo de abril en Madrid. Es difícil comprender la facilidad con la que pasamos de llorar consternados por un niño muerto sobre la arena a no acordarnos de que debemos exigir algo a los de siempre para que deje de haber cementerios marinos.

45 - En el original: “Franco protège contre les valeurs chrétiennes ». Creo que se trata de un error debido a la urgencia habitual en el periodismo.

46 - Es un mensaje claro lanzado a los defensores de la pena de muerte que justifican la muerte de un inocente con tal de haber castigado a los culpables, y a la moral pequeño burguesa que se somete a reglas arbitrarias defendiendo su seguridad, pensando que ellos nunca podrán ser confundidos con delincuentes.
47 - No solía hacer muchas referencias a la religión musulmana, pero se mostraba rotundo en rechazar su uniformidad, su falta de disertaciones sobre el sentido real de la religión con respecto al hombre. No era algo particular, era algo que sentía hacia toda religión seguida sin ofrecer un lugar a la duda.

48 - Saint-Exupéry no dudaba de los ideales elevados con los que los hombres del pueblo luchaban en cada bando. Era consciente que eran los mismos hombres y que, en la mayoría de los casos, su ubicación, sus amistades o una inclinación llamativa por las bondades puntuales de unos y las infamias de los otros que les habían llegado, determinaban su opción por un bando u otro.

49 - Es una claudicación ante la realidad de Saint-Exupéry que puede hacer dudar de su idealismo democrático, pero no se puede negar que, en este caso, llevaba razón, no se llega a una situación de guerra si los ciudadanos mantienen la lucidez de no abandonarse a dirigentes corruptos que les entregan los frutos de un árbol podrido y reservan la ambrosía para ellos y sus amigos.

50 - Estas quejas de Saint-Exupéry seguirían desarrollándose en su ideario y alcanzarían su fulgor durante la II Guerra Mundial cuando cobrarían más importancia ya que afectaban de lleno a su país y eran sangrantes las divisiones que habían producido la política, las ideologías y los credos. Queda lejos de toda duda el amor y las buenas sensaciones que le había dejado España en su etapa de formación como piloto.

51 - Con una economía de medios nos deslumbra al retratarnos a este hombre con unas pocas y certeras pinceladas, imaginamos su físico y, sobre todo, su interior. No deja de sentir admiración por este comisario que, por imposiciones del destino, lucha contra su propia gente y despertando tarde ha sabido situarse en el camino, identificar el gusano que corroe la piel de todo un país.

52 - Saint-Exupéry es testigo y reconoce los desvelos que había en el bando republicano por derrotar el analfabetismo tan extendido en la España rural. Se perdieron muchos ideales en el transcurso de la guerra, pero algunos de ellos, en unas condiciones lamentables, seguían en pie.

53 - Reconocemos en esta escena la huella del “western” que había dignificado John Ford, y que nos aleja un poco de una guerra que ya había surgido en ese tiempo con armas de destrucción terribles y eficaces.

54 - La costa estaba muy lejos para que pudieran escuchar el ruido del mar.

55 - En las suposiciones de ambas patrullas se establece un paralelismo inquietante; los mismos objetivos, las mismas frustraciones planean sobre sus cabezas. Hay una convicción de que pertenecen a una misma forma de entender la vida. Hemingway ya vaticinó en “Por quién doblan las campanas” que en la Guerra Civil Española perdió el hombre del pueblo sin importar en que bando luchara.

56 - Aquí refleja una de las características más acusadas de la idiosincrasia española; el sentido del humor que se usa en las situaciones más comprometidas. Un sentido del humor que, rara vez, hizo que se siguiera con cierta fidelidad los preceptos del realismo italiano de la posguerra.

57 - Amigo: en español en el original.

58 - Hay que destacar la visión de Saint-Exupéry que se alzaba por encima de las fronteras.

59 - Indudablemente tiene en mente el nazismo alemán y el fascismo italiano.

60 - Meharista: soldado de las tropas coloniales del Sahara que montaba un tipo de dromedario veloz y resistente llamado meharí.

61- La actual Tarfalla marroquí, entonces Río de Oro y bajo la administración española.

62 - Un punto muy importante en las inquietudes comunicativas de Saint-Exupéry era constatar la insuficiencia de las palabras para expresar estados emocionales. A pesar de sus prodigiosas imágenes y su exquisito trato la musicalidad emprendió en "El pequeño príncipe" la empresa de acompañar las imágenes literarias con las gráficas para facilitar una comprensión absoluta de su obra más conocida.

63 - Una crítica acerba a los planes de estudio surgidos de la sociedad industrial. Saint-Exupéry lamentaba la pérdida del verdadero espíritu socrático de la enseñanza.

64 - Ya, en 1938, antes de la eclosión humanista que lo llevaría a la inmortalidad, había definido el fin último que da sentido a la vida de los hombres. Cualquiera que afronta su obligación y se ofrece a los demás es un héroe. De esa forma nos representa incluso a aquellos a aquellos que ejercen las profesiones más humildes y peor consideradas socialmente.

65 - Aquí cuestiona el atractivo que para algunos tenían el compañerismo agónico y las situaciones que se daban en las guerras, e incluso, las comprende. El síndrome del soldado que no se acostumbra a vivir en los valores ambiguos que le ofrece la paz fue diseccionado admirablemente por William Wyler en "Los mejores años de nuestra vida" (1946).

66 - Soutier: arcaísmo que se puede traducir por fogonero, pañolero o marinero sin cargo. Pienso que cualquiera de las tres opciones mantiene el sentido de lo que quiere decir.

67 - La acción se sitúa en el sur de Marruecos. En 1924 no había aún una idea clara de las fronteras que habrían de tener los diferentes estados tras su independización. Más aún cuando el líder rifeño Abd el-Krim sostuvo durante tres años unos territorios en situación de independencia administrativa.

68 - Caíd: En ciertos países musulmanes gobernador o juez, o ambas cosas a la vez.

69 - Abd el-Krim: (1882-1963) Verdadero azote de los franceses y, sobre todo, de los españoles (Desastre de Annual), en la época del Protectorado de Marruecos. Al parecer no llegó a tomar Fez, pero produjo unos daños considerables a los franceses y una preocupación manifiesta en los colonos y en el gobierno.


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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.