Quiero llorar porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.
(Lorca - Poema doble del lago Eden)
1
Ya no quiero estanques, alaridos ni sueño.
No quiero despertar la despedida de las horas
y los besos de arcilla que cayeron,
ni voz que se derrame en el cielo de tu boca,
en la estampida quieta
que rompa los semáforos sin luces de la derrota.
Quiero mi libertad, que transita por las venas,
el amor de los deseos en la boca
que sin ti no se entiende
en los Campos de fresas, en la Antorcha,
en los jardines de la Argentina,
quiero la sed de las carencias atravesadas
en el Hadú que nunca duerme y llora
en el rincón oscuro de la brisa
que ya no quiere a nadie y anuncia otra victoria
amarga en los pliegues del tren de la esperanza
que nunca llega a tus costas.
¡Mi amor, mi sangre, mi muñeca que solloza,
mi efímero Paraíso de bohemia,
de lujurias, de polvo reventado,
de ansias locas
buscando la mirilla de los sueños
y embajadas de papel en tu promesa rota!
Mi canto entre las rejas
de mis zapatos blancos y las olas,
la estela del óbito de tu sonrisa
en una estrella inerte y redentora
que hierve en las alturas,
en la multitud que lleva en las entrañas
la incomunicación febril de las farolas,
los arrabales
perdidos entre los puentes de piedra
que atraviesan la memoria
que grita enamorada sobre el mar
de los excesos, de las sábanas negras
y la muerte anunciada por tu boca.
2
Mi polvo no está en el aire,
ni en la palabra
que amargamente
se enamoró de tu boca.
¿Cómo era mi soledad antes de que estuvieras
navegando en mi errática
pronunciación
del letargo?
La vi sobre mis hombros,
en mis manos,
la vi en el sudario
que esperaba la sombra del dolor,
aquella sombra
que se enamoró de mí,
que nunca me dejaba...
Mi soledad vestida en un suspiro
cautivo, interminable.
Mi soledad masacrada por discrepancias antiguas
que a comprender no alcanzo,
que no hablan, no gritan, que no entienden.
¿Cómo era mi soledad antes del día que fueras
al río sin retorno de la ropa desterrada
en el armario sin fondo que escondía tus anhelos,
a la madrugada de los ojos sin máscara y sin dueño
que lloran y aún te buscan
en las ruinas imborrables de tu adiós a las muñecas?
Mi polvo no está en el aire,
no está en tus pensamientos
ni está en las escaleras abiertas de tu casa,
que está en los candelabros donde murió el olvido
que abrió los entresijos sin rumbo de tu risa.
3
Para beber la huella de tu rostro
4
Arde el viento en los cables
Nocturno del Paseo de las Palmeras
La amada de la muerte
te has vestido de muerte.
Tienes
eres el horizonte que alienta cada búsqueda.
Tendré tu falda abierta en mis ruinas
intensas sensaciones que nunca florecieron.
Amor que no fue
Fotografía
13
y mariposa ahogada en el tintero.
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!
(Lorca – Vuelta de Paseo (Fragmento)
dónde se desesperan, en qué boca,
la rabia y los bramidos.
¿Qué lágrima tendrá de un cartel la sonrisa
que atraviesa los lechos
que hieren los rescoldos del mañana?
¿Qué lápida me espera para olvidar tu cuerpo,
para enterrar los senos de escultura
qué enturbiaron mi orgullo en el llanto del alba?
Destroza un corazón y sírvelo a la noche,
prende en tu propia llama los recuerdos
para ver descarnados los desnudos,
mece en tu negra espuma el fulgor de los astros
que aprisiona tu espalda
y memora en tus piernas la herida de los lirios.
Ahora me pregunto dónde mueren tus ojos,
dónde planchas tu blusa, tu leyenda y la falda
que no encuentra la voz
para abrir el camino ebrio de tu perfume,
para llevar al mar los vientos del deseo,
para inundar tu pluma caprichosa
con la palabra intensa
que reza melancólica en el templo
que rinde un culto amargo a los vestigios
perversos de tu sombra
mientras el aire gime cálido en tu caricia.
Para romper los brazos del mar que no se abrieron,
la puerta de tus labios decadentes
y la ventana oscura de tus muslos errantes,
para perder la huella de las horas perdidas
y escribir en los árboles sin rastro ni raíces
la amarga sinrazón de los te quiero
cuando no queda amor, Reina de corazones,
en el jardín sombrío que naufraga en tu frente.
Para hacerte divina en tus rasgos humanos
y mostrarte una estrella
que pueda protegerte cuando nadie te busque
ni anhele tu misterio que amenaza en las ruinas
de un desastre infinito,
temible y asustado
que asalta el corazón de tu ardiente silencio.
Porque quiero quererte sin amor,
porque quiero quererte sin reparos,
encenderme en tu llama
y atravesar la ausencia siniestra de tu túnica
que fervorosa cae en el pasado.
Pero los ojos siguen en la cuesta empinada
que agolpa los murmullos,
los delirios y el aire de amores que pasaron
como si hubieran muerto en tu perfil tardío,
en normas encalladas,
en llanto con espinas que recorre las venas,
Reina de corazones.
si no encontré lo que buscaba.
(F. G. Lorca - Cielo vivo)
Yo no podré quejarme
por no haber buscado tus ojos verdes,
en el fondo del parque
al que iban los gitanos.
Por no haber en tu oído derramado
las palabras ardientes que sentía,
por no haber perseguido
en la alborada
lo lírico y eterno de tu rostro,
por pintarte en la luna
con el pliegue y el vuelo
de tu blusa y tu enagua.
Por haber permitido
escapar
los veranos sin fruto,
el sol por la cancela
Por no horadar tus recuerdos,
por no escribirte canciones.
Porque entonces vendría
la llama de tu olvido
quizás de entre los muertos,
y me regresarías
la huella de tu alma
que busca en los cristales
la locura del beso
que excitaba
los cipreses, el deseo y las líneas
azules de la noche.
¡Oh, vestigios de ausencia
que tus brazos forjaron!
Porque tú ya no estás,
y no estás,
para siempre
pergeñando ese pulso
que se aleja y se ahoga,
presagiando esa muerte.
Así mi fatigado corazón
podrá, sin un latido,
descansar
en el párvulo y frío cementerio
derruido por el viento,
castigado por la sal y las olas,
erigido
por tristes ilusiones.
y la agonía
de unos ojos hinchados
que no pueden ver la oscuridad de los soles entre la niebla.
(Fotografía de púgil pensativo)
Van pasando las noches, sin vida, ni recuerdo,
van rodando los coches monótonos sin pausa.
Enfrente, en el puerto,
el edificio blanco retoza con el agua.
Las farolas no tienen otra luz que el silencio.
Ha pasado el amor, como tú, como el agua,
como todos los días que estuve en este muro,
pienso que infranqueable
porque me despedía de las voces calladas
que tuvieron tu risa, pienso que indefinido
porque a todas las nubes les dije que te amaba
y ninguna de ellas me trajo una respuesta.
Ya sé que infranqueable, ya sé que indefinida;
ningún coche es el tuyo, ninguna luz se para.
Patio a la derecha de la calle.
que por no derramarme en la nada me inspiro.
Quiero besar tu frente
y bebo tu amargura.
Tu pecho se desmiembra como un charco de sombras
cuando pienso en tus ojos sin luz en la almohada,
transeúntes de esquinas vomitan el diciembre
donde caen palomas en torres de cemento
y el pozo del quejío abierto en los quebrantos
alumbra los acordes de un cíclope en su vientre.
Entonces tu palabra se alimenta de espiga,
de tintas que la muerte arrastra a los altares
donde los sacerdotes sacrifican a Cristo
y tu voz se estremece con un grito de escarcha
porque no luce estrella para guiar tu herida,
porque no queda tierra que tus venas no escuchen
y ya no brota sangre en tu rostro de hielo,
ni una frase de amor esbozada en la frente.
¡Duerme, ay Enrique, duerme, no digas nada, sueña!
Tu corazón gitano, ahora que te has ido
y no vuelve la aurora,
sigue herido de vida, inspirado de muerte.
quién pudiera pasar de números y seres!
(Baudelaire)
empapando la frente y la mirada
dolorida y sangrante
de la brisa perdida que yo amaba,
no supo terminar su recorrido,
transformarse en el gallo del canto que moría
ronco cada mañana,
y allí tendida como flor marchita
que busca su pasado vertido en la almohada
mi voz se desgajaba como un jarrón desierto,
mi voz que no tenía normas ni diccionario,
mi voz atormentada,
mi luz de ave sin norte temblando en las paredes
donde el romero ardía, donde la sombra hablaba.
¿Dónde está aquel muchacho que creía en la vida?
¿dónde el viento del sur que mecía su playa?
¿dónde mi voz de luna que rimaba los puertos?
¿dónde la primavera vestida de alborada?
Mi culpa atravesada por un quejido antiguo,
mi corazón perdido en una voz que pasa
y no encuentra el camino de la pasión ardiente
que lleva hasta tus ramas,
la llave del silencio abierta a mi lamento,
mi apetencia de vida muriendo en la distancia.
ni los volatineros
de la plaza de España
guiarán tu alegría
a la iglesia sin nombre.
No vendrá el rocío
anidado en tus labios,
perdido en tu desvelo
para desenterrarte
de la muerte que llevas
en el pecho prendida.
No vendrá la palabra
que te busca sin suerte,
ni el murmullo del mar
que arrinconó tu aroma,
ni el aire ensimismado
que mueve tus cortinas
para hacer un capote
que tiemble entre las manos
del último esplendor.
Ya nunca el torerito
culminará la tarde
que atraviesa la herida
de mayo en tu mirada.
Ya nunca los aplausos
rodarán por la arena
porque sigue sin rumbo
la pena inquebrantable.
El alma de Arlequín
la llevaré prendida
para que tú me sientas
como si fuera un lirio,
como si despertara
en tus yermos jardines
para llevar la risa
de sueños y praderas.
No vendrán las palomas,
no vendrá la palabra
ni el desierto que gime
sobre tu amor herido,
ni un recuerdo de sombras
en tus ojos de luz.
Pero mi alma vuela
para enterrar la muerte.
que anduve los caminos
formados en el agua,
los geranios abiertos
y la música errante.
Desenterrar la higuera
del muro dolorido
para sentir los barcos
que se van para siempre.
Tu mirada y la mía
navegando en la aurora,
velas que se despliegan
en el azul lejano
para sentir los barcos
que se van para siempre.
oscuras de la taberna,
no llegaron los veleros
que surcaban la bahía.
La playa era un sudario,
una manta de azucena,
donde lloraban las niñas
de los volantes nerviosos.
La guitarra enrabietada
se refugiaba en el patio
donde vagaban los sueños
de los acordes perdidos.
¡Ay, playa de la Almadraba
quién pudiera contemplarte
sin que tuvieras manchadas
tus arenas de alquitrán¡
¡Quién pudiera enamorarse
del levante enarbolado
y contar las caracolas
sobre tu lecho encendido¡
Pero la muerte ensombrece,
siempre enturbia tu destino,
los arenales y el viento
se cubren con amapolas
como en los campos de Flandes.
de tristeza que no atienda a razones
y alimente las cifras del desnudo
que te arranqué sin verte en los salones.
Pero ahora me voy como un ausente
sin calle, sin semáforo, sin coche
como la piedra helada de tu frente
que ya no piensa en mí,
que no late, no llora, que no siente.
Habrá una aurora nueva en tu silencio,
un mensaje de dudas
en mi buzón de espera,
pues no hubo tregua abrupta en mi vida
que a sangre y fuego labrado no se hubiera
con los rosas muriendo en el tejado
y los gatos hiriendo
el sueño en la maleza adormecida,
con seres de locura enamorados
y besos sin carmín en las mejillas.
Pero me voy como un hueco que grita
en los parajes yermos del espanto
abrigando en mi pecho soledades,
incomprensión de olvido que no acaba,
derroteros del mar que nos inunda
y deja nuestros ojos sin ventanas
y una estrofa temblando en los andenes
de tu pelo perdido en los jazmines.
Pero ahora me voy como un ausente
sin calle, sin semáforo, sin coche,
como la piedra helada de tu frente
que ya no piensa en mí
que no late, no llora, que no siente.
Tu frágil voluntad de novia compungida
que fueron desgarradas
de un escenario lúgubre y violento
que llora en tu memoria todavía
del silencio y el polvo que buscan lo perdido..
Estoy triste y busco la causa de mi tristeza.
Quiero saber por qué es tan dulce tu palidez, amiga mía.
Por qué, como nieve en el lago, es tan hermosa tu mirada.
Por qué me acuerdo de tus ojos si no te he conocido nunca.
(Leopoldo Panero – Ciudad sin nombre)
Caen las flores sobre el tejado
que baja a un paraíso oscuro y ceniciento,
cae la noche
como el recuerdo de un hombre gris
que se quedó colgado en el árbol del camino.
¿Por qué no siento la libertad
bajo el manto transparente de tus alas caídas
sobre su quietud errante?
¿Por qué encuentro en mi puerta la sombra tenebrosa
que ha quedado de mí mismo?
¿Por qué amo a la que fuiste en tus momentos amargos?
Como una toalla arrojada desde una esquina
la ciudad me muestra su rostro sanguinolento,
entre los gritos, las banderas y el mar
se hunde en la camisa vestida de un domingo carcelario,
y tú no vuelves
para impedir que me convierta en la estatua
que gime ante la altura de tu encanto
o en la orquídea que derrama su aliento y su dolor
sobre el olvido de una palabra antigua y harapienta.
Inconclusa, como la carta de un amante
que no encuentra un mensajero en su deriva,
tu mirada se pierde en las líneas de un poema mutilado
y escrito con torpeza,
en los coches abandonados junto a las muñecas rotas
y en las fábricas sin pulso cuyas chimeneas
tienen la misma dirección
de unos labios que huelen a licor y a despedida
mientras reconstruyo el requiebro
que no sabré decirte cuando vuelvan las hadas,
cuando la nube roja se apodere del levante
y detenga la elegancia de tu rostro
en el cielo que surcan los halcones
cerca del Mirador que mece el barco perdido
del arroz
que agoniza desde entonces en la lengua de la gente
inundando la tierra empinada y dura
que mira con fijeza
a los ojos temblorosos del Estrecho.
27
Pesadilla
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
(Jorge Guillén)
de la mano apagada de una estrella,
no escribas tus deseos en la noche que olvida
la terca remembranza de libros y jazmines,
sigue en la ruta ronca de un sueño perseguido
a pesar de los charcos que no dejan salida,
a pesar del silencio
que devora las piedras que mueren en la playa.
Las calles, los poemas me parecen los mismos,
envueltos en la niebla
de un día arrinconado, de una hoja caída,
mientras veo las rocas retorcerse en el fango
como un amor sin nombre que no tiene esperanza.
No se detiene el alma de los astros azules,
no se detiene el sol de la niñez sentida
que vaga por el aire firme de los recuerdos
que no pueden tener tu alegría y tu ombligo.
Porque tú te detienes en la niña perdida
que no mira hacia atrás,
en la angustia y el miedo carentes de equipaje
como un bosque de muerte que altera lo perdido
y deja su mensaje
en un sueño de luz que cubre las cenizas,
en un amor sin suerte que sangra el horizonte.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.