Siempre quise saber a quién miraba
la chica de la foto,
de quién lleva en las cejas un umbral de flores amarillas
y por dónde respira el fanal de su inocencia,
su candidez exacta.
(Vicente Martín)
1
El destino del poeta
Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista,
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
Desconozco la consideración literaria de Brassens o Brel en Francia o la
de Bob Dylan y Leonard Cohen en la América anglosajona en estos días,
solo el tiempo nos podrá decir donde estarán sus poemas cuando les
quiten la música y tengan que danzar sin acompañamiento ni luces de
candilejas.
Yo no podré verlo casi con toda seguridad porque estaré discutiendo con
Plutón; la poesía ha sido expulsada a un lugar donde no existe la
sonrisa, pero no me cabe la menor duda de que ellos estarán ahí en lo
alto cuando transcurra el tiempo y se hable del nuestro porque no solo
escribieron con una calidad arrolladora sino que supieron extraer muchas
de las contradicciones intemporales del ser humano y las supieron
encajar con emoción y acierto en la época que les tocó vivir.
Centrándonos en Cohen podemos observar que siempre se puso serio cuando
trataba con la palabra y la música y el misterio de su combinación, que
en la genial y escalofriante variación del "Pequeño vals vienés" de
Lorca (Take this Waltz – Toma este waltz) tuvo un amago de depresión
profunda, y es un poema maravilloso que merecía la pena que se intentara
transmitir a los muchachos nuevos y, al menos en español, lleno de una
intrínseca musicalidad. Hace ya mucho tiempo que descubrí que el arte no
es entretenimiento, aunque lo pueda tener, y que la poesía tiene muchos
caminos, que este poeta es imprescindible porque encontró el suyo
mirándose hacia dentro como un pájaro que se arrastra en los cables,
como un borracho sereno que ha olvidado su nombre en un tugurio
portuario de una isla asustada que es la mía y llora su soledad en las
noches de levante y de zozobra.
Si yo hubiera pensado un poco más probablemente no habría escrito ningún
poema, me habría acordado de mi propia intrascendencia, me habría
puesto melancólico acuciado por los años que llevaba esperando un
momento como ése; estar a pocos metros de uno de los ídolos de mi lejana
juventud y tocarlo con la mirada. Recuerdo que empecé este poema en el
tren el día anterior al concierto. Simplemente quise reflejar mi asombro
y mi agradecimiento ante el encuentro con uno de esos mitos que se
mantienen a pesar de la inconsistencia afectiva de un período
precipitado a devorar a los ídolos y sepultar su recuerdo, insistí en su
poesía porque en ella encontré la esencia de un hombre que había vivido
intensamente la verdad y la mentira, que llevaba continuamente puesto
un sombrero gris para evitar que se le viera el cabello canoso y ya
escaso.
Quedé sorprendido por la duración del concierto y por cómo se condujo
sobre el escenario en algunas canciones, aún lo veo agradecido a un país
que le transmitía hermosas vibraciones y tragedias; español era aquel
artista callejero que le enseñó una nueva forma de abrazar la guitarra y
el poeta que le había obsesionado hasta el punto de ponerle a su hija
como nombre su apellido. No podré nunca olvidar que se arrodillara al
cantar “Hallelujah”, allí, con setenta y ocho años y un pasado que no
podría abandonar nunca aunque lo había intentado, aunque tuvo que volver
a la carretera y los estudios arruinado por su representante, consejera
y, quizás, amante.
Volvió a recordar un repertorio cuyas mejores piezas tenían mucho
tiempo, era una suerte inmensa que fuera así, que rindiera un amplio
tributo a sus primeros escarceos en el mundo de la música, creo que
intuía con la sabiduría otorgada por una vejez esplendorosa que sus
mejores versos serían recitados cuando hablaran de este tiempo confuso
entre la revolución marchita de las flores y la Guerra del Vietnam, de
este mundo arbitrario que se arrastra entre las cenizas de un
pensamiento angustiado por la hipocresía que se muestra ante los
diferentes conflictos y regímenes políticos.
Aunque no cantó mi canción favorita; "Uno de nosotros no puede estar
equivocado", ésta no dejó de sonar para mí en las casi cuatro horas que
duró el concierto. Sí, también yo torturé el vestido que ella llevaba
por el mundo para olvidar, no hizo falta que la cantara para que yo
sintiera como sería ese momento, no me importa que casi todos la hayan
olvidado, mi corazón me dice que es una obra maestra incuestionable.
2
Fotografías de Hydra
I
Regresé de la muerte para hablarle a la soledad
y sentir en tu desierto
el miedo y el aullido de un profeta olvidado,
para hundirme en las islas abandonadas
que emergían
entre los edificios exangües y ruinosos
de una ciudad antigua que no podía abrazarme
sin las sábanas húmedas
que mecieron nuestros cuerpos
ni creer en la esperanza de los santos amortajados.
Escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu nombre
y no esperaba a nadie entre la gente solitaria
que pasa por la calle
y no encuentra calor ni fuerza en el camino.
Sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa
por el desapego que sentiste
de tu propia imagen en el cuarto de mi desvelo,
por las ideas
que ya no cultivabas en el jardín
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba
entre las notas de una canción perdida en el olvido
y un corazón
roto y desesperado.
II
Ya no conoces el rumor del viento
en el alma fugaz de los jazmines,
la sangre clara y nueva que brota en los veneros,
ya no miras las nubes que se escapan
mientras la tarde oscura
se pliega en el silencio de tu rostro
y esa niña en grisalla con lazos en el pelo
siente con amargura mi derrota anunciada,
sufre la soledad del hombre ante la muerte,
solloza en los relojes
por la eterna crueldad del tiempo con Saturno;
ya no escribe mi nombre en el camino
devastado en los bordes de tu huella
y en su candor
no vuelve a las sandalias profundas de tu canto,
a la sonrisa
tierna que llora entre los sauces.
III
Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios
y de justicia
en los tugurios donde la bruma se detiene,
estás en mis brazos cuando sueñas
con el deseo de amarte por encima de las hojas
y de la muerte
cuando respiras en mis labios,
estás con mi sombrero azul de fieltro en mis rodillas,
caminas por el nácar de un negativo oscuro
como la nube de polvo que mecía
cada mañana tu almohada con mis manos
y el vestigio de una plegaria perseguida
por la virgen sin luz
de la capilla cerrada
que con la
sangre perdía el clavel del Mentidero.
IV
El poema manchado de tu silla
y el vino de la noche
descienden a tu rostro de sirena exiliada
por el vuelo nervioso de una alondra
que no pliega las alas y emprende otro camino,
como un hueco en el salón
que golpea en las ramas de una puerta
porosa, ebria, torpe, atormentada
como la juventud que no fue nuestra
y llora
cada vez que me asomo a la veranda de tus labios,
al amargor de los helechos
de un niño ciego amortajado por el amor
que no supo quererme cuando llegó la noche larga.
3
La nueva revolución
El amor nunca llega cuando hierve mi cuerpo
y no veo tu rostro en la sección de cultura
de una revista apagada en el quiosco de la esquina
y no puedo pedirte
que actúes cuando te siento
en la vitrina perseguida por la lluvia de agosto,
en la memoria errante de una rosa tatuada
que no quiso esperarte en el balcón,
que traigas a mis pasos las calles perdidas del recuerdo,
la nube ensoñadora que envolvía tu barrio,
que liberes a los guionistas que yacen en el sótano
de todas las represiones,
que muestres orgullosa la huella
de lo que nunca he sido
en el laberinto irresistible de tu piel,
que abras la revolución que aún espera al hombre
por quién nadie pregunta en la oficina
y el corazón que no creía en la muerte de los ángeles
pero pensaba en ti cada vez que llegaba
la oscuridad del silencio a su latido,
la angustia de un viernes quebrantado en el tormento
de un profeta vencido y postergado
que no volvió nunca a caminar sobre las aguas.
4
Playa de la Almadraba
He prendido una herida que recuerda tu nombre en la playa,
bajado a las arenas y oído el rumor del muro
en la rendija donde anidan los aviones
y el clamor de tu paso alborota el agua
que golpea en los riscos limosos
y penetra en el muelle que solo conserva una hilada
tortuosa que muestra
la fragilidad de los costados invadidos
por la memoria acordonada que nunca llega a la orilla.
Vuelvo a un poema esparcido en la arena
que llega de otro tiempo
como una promesa que no ha perdido el aliento
de la procesión callada y dolorosa
que incrusta los claveles en los regueros de tu alma,
al campanario que se olvidó del vuelo y se arrodilla,
al Vía Crucis
que impregnaba de dolor los derrumbes en el camino
y arrancaba la espina de cada pensamiento del arroyo
cuando vivir era un pecado,
un cilicio sujeto a la ceniza posada en tu frente,
el estigma de un amor que nunca abandonó
las pulsaciones nerviosas de tu pecho
ni el bálsamo de luz que me turbaba en tu mirada.
5
Pétalos escritos
La noche se sumerge en las luces que se ahogan en el agua,
apenas una palabra me acerca al amor
profundo que me diste
y que camina entre el miedo y los rescoldos
que marcan la travesía imponente de la Piedra del Pineo.
Quiero volver al mundo de tus manos temblorosas
y escribir sobre tu falda
pétalos sentidos en la densidad del humo
que se hunde en la techumbre de caña de los bares
y rodea los candiles de los huecos
que se apagan en la orilla donde agoniza la espuma.
Era todo más cálido bajo la sombra de tus alas,
más abierta la vida en el corazón de la calle
que llenaste de caricias, miradas y canciones
mientras las gaviotas graznaban su rabia entre las olas
y el muelle nos acogía encadenados
a una farola que luchaba con su grito de luz adormecida
contra el llanto de la luna que viajaba entre la niebla
6
Elegía urbana
A Luigi Tenco (Plegaria en enero)
... en mis brazos estás cuando duermes,
en el deseo de amarte por encima de las parras,
del muro encalado y de la muerte,
cuando respiras en mis labios,
en mi sombrero, en el olvido de mi camisa.
(Francisco Enrique León - Fotografía)
La ciudad se ha ido alejando de la que conocimos,
las calles no parecen tener el mismo color,
las mismas camisas ofrecidas al viento,
apenas quedan vidrieras en las que reflejar nuestras emociones
y nuestra añoranza de lo que nunca ocurrió,
caminamos entre las cenizas de un pensamiento
que no llegamos nunca a poseer,
entre árboles extraños que perdieron sus raíces
y ya no distinguen
las sombras de los geranios blancos
que reman lentas en la mirada del crepúsculo
de los estantes que arañan el antiguo resplandor
de la huella de Camus sobre los adoquines
plegada en el papel que nunca llegué a enviarte.
Unos besos atravesados que se ocultan en las ramas
de las arterias caídas que sufren las direcciones de los puentes
me recuerdan
que los amantes que fuimos se fueron a buscar otra espesura
cuya penetrante melancolía
se derrama en la urna oscura de los himnos elegíacos
que no encuentran unos labios para que vuelvan
a ser besados en la túnica abierta
de los paseos cenicientos que los sauces aroman,
para que puedan entonar en el pasado una palabra de amor
que ahogue un largo poema de resentimiento
en la tarde más triste adonde huía el invierno más cruel.
7
Fotografía de púgil pensativo
Te amo y te odio al mismo tiempo.
Me preguntarás cómo puede ser así.
Pero es lo que siento,
lo que me crucifica.
(Catulo - Variación: F.E. León)
I
No guardaste el libro de latín con tu firma en la solapa,
con mi nombre perfilado
en los trapos rojizos de la muñeca polvorienta
que dejaste arrumbada en la sangre perdida
del bosque de los miedos.
Entonces sonreías, a ese soldado desarmado
que no supo amarte, a pesar de que el Leteo
había desembocado para siempre
en los ateridos labios del puerto de Isla Verde.
Después llegaron los días cenicientos
del marasmo
mientras mi sonrisa fracasaba en las ruedas obstruidas
de un vagón empeñado en destrozar los carriles
de la ineludible y asertiva ruta que se hunde
en la oscuridad del tren de los acasos.
II
Ya no asoma en tus mejillas la hora de los besos irreflexivos
ni te embarga la muerte
del pajarillo tierno que volaba dichoso a tu regazo
mientras yacía en las brumas de las reminiscencias
un tembloroso y solitario corazón
con un soplo venerado que resistía en la esquina
la agresividad de los segundos
esperando que los golpes se olvidaran de su rostro
y tus lúbricas plegarias,
implorando que sonara, entre las cuerdas,
el ansiado crepúsculo del último combate,
el halo redentor de una campana compasiva
que detuviera el sufrimiento
de un amor extinguido junto a los Baños árabes,
la levedad de un siglo de martirio prorrogado
por el silencio de la catedral cuando se marchaban los muertos
y volvía la sombra de la humedad a los estancos
que vendían las caricias
convertidas en telúrico humo de alquitrán en la mañana
movida en la resaca ahogada por el Levante,
en himnos sagrados forjados a golpe de uniformes laicos
y toques militantes de nostálgicas cornetas.
III
Derribaron el ring en cuyo nítido centro
danzábamos como niños entre las vides
con un juego de piernas grácil y despreocupado
que esquivaba la caída de los sueños,
de la elegancia y la ternura
cuando no podía la vida sepultarnos en su tristeza,
cuando arrojábamos la herida desde el rincón
de los triunfos dolorosos, abrasivos y amargos
que caminan en el óbito del verdor y no se olvidan.
IV
Las estatuas de mármol han perdido su placa
y no saben a qué dios invocar
para calentar las balaustradas agrietadas
que resisten el abrazo inclinado al desencuentro
de los mares antiguos en el Paseo de la Marina,
para detener la imagen surgida de una copia rutinaria
que agrede el dramatismo patético, sangrante y obnubilado
que se entrega,
como el sauce de las hojas que amabas,
a la noche y al dolor
como una hetaira que no encuentra la frescura de su rostro
la firmeza de sus senos,
el hechizo de su voz
y frustrada por el tiempo castiga enritada
la soledad de un eterno perdedor hundido en su pensamiento
y la agonía
de unos ojos hinchados
que no pueden ver la oscuridad de los soles en la niebla.
8
No me hagas hablar de Anyera con la
boca cerrada. Has hecho con tu amor irreflexivo de bolero que de mi
silencio surjan palabras, de mi alegría tu tristeza.
(Conversaciones con Laura - A los demagogos - 2019)
Hydra es un sueño,
un pájaro abierto en la mañana
que no conoce nombres, ni sirenas,
que no hunde los puñales
ni siquiera en las serpientes que conducen a los patios.
Retardo sin conciencia la civilización de los sentidos
porque vuelvo a sentir aquella sed de ti en los embarcaderos
eres una isla y yo el peregrino que camina en tu sangre,
llego a tus guirnaldas con el polvo del último vencido,
con la llamarada
de aquellos atenienses caídos por ninguna gloria
que zozobraron en Sicilia
con Anacreonte del amor en el recuerdo
allí viajan todas las soledades deshilachadas
del alma de la gloria, las sandalias del profeta,
los deseos que encallaron en tu playa
cuando me dijiste que tu nave había partido
y encendí las velas negras por un amor apagado. 9
Recuerdos de Barcelona
I
Estuvimos tanto tiempo juntos
que hasta llegamos a amarnos
en el crepúsculo de los dioses que morían
porque sufríamos
la estulticia faraónica de los viejos gobiernos,
las cadenas libertarias de las nuevas revoluciones.
He comprendido que no puedo engañarte,
que cuando te miento
sobre los himnos y consignas de nuestra juventud
el amor se derrumba
en el infierno de las explicaciones,
en las palabras gloriosas que no tienen sentido
cuando se funden en un beso sin recuerdos ni labios,
en unos brazos cuya esperanza se pierde
en una calle de sombras con farolas apagadas,
en una barca que no llega a la orilla de los templos,
a los estigmas candentes de los mártires postergados.
Estuvimos tanto tiempo juntos
que comprendo que tenga tu cuerpo bendecido
aunque no estés a mi lado,
que sea tu herida la sangre de mis venas,
las llagas de mis manos, las uñas de mi derrota.
II
Y ahora, solo, triste, sin amor
voy del puerto hacia la niebla.
(En el Poblado Marinero)
Me humillas como si de repente
te acordaras de que no soy el amigo
infatigable del viento que declina
y murió en tus brazos y te llamaba,
como si hubieras enterrado en un deseo
una orquídea marchita
y el sueño del poeta que adoraste en la alboradaarrinconado en una esquina,
como si ondearas tu lúbrica banderadiciendo que no puedo acariciar
su aliento y sus mejillas
cuando despliega su emoción en ráfagas abiertas
y llega a tu recuerdo
y te ilumina,
como si me mintieras cada vez
que me dices te quiero
y me llevaras como una carga de soledad y espinasque virtiera la sangre derramada
entonando la oda fugitiva
que nació entre tus manos y se perdió en el mástil
y ya no puede ser mía
sino para la boca
que navega en tu tristeza y gobierna los adentrosde una copa derramada y coercitiva.
III
Que me acoja el dolor
humano de los vivos,
que me lleve la suave
tristeza de los muertos.
(El fajador)
Ni siquiera alguien como yo
podrá salir indemne del dolor que me causas,
cayeron otras torres sobre la soledad
del Metro por la noche,
otros muros acogieron el amor que te daba
y guardan tu recuerdo como una flor que siente
en el papel que tiembla y arrasa mi candor.
Cambiaron los espejos del mar que nos miraba
y el aire no es azul
entre el himno de los coches
y el rumor del tabaco en labios juveniles
que nunca aprendieron
a creer en el ayer y no creen en el mañana.
Y supe encajar los golpes en el ring de la vida,
refugiarme en tu rostro
ante la incomprensión del mundo enrevesado
de las rosas de plástico y las canciones fingidas
que atravesaban calles sin melodía y sin voz.
Ni siquiera yo, que fui el aroma
de la resistencia de los perdidos sin causa,
que sostuve en la deriva
el alma del perdedor que no sabe rendirse
e insiste en evocar cada derrota,
que atravesé el desierto de tu indiferencia,
la cruz de aquellos ojos que suben el Calvario
y no pueden rezar con palabras que niegan
un pasado festivo que marchitó tu mano,
las garras de tu olvido para volver a amarme,
podré alzar los brazos
ante esa serpiente sonriente que me muerde en el rostro
alentada por el veneno de tu rencor,
por el sabor lejano de la fruta que mordiste en secreto.
Terminó todo, después vendrá la noche
a despejar las sombras de los claros,
a enamorarse de la tristeza de los días dichosos.
10
Nueva elegía urbana
No sé si volveré desde esta tristeza
a mirar los lugares que frecuentabas por la tarde,
si podré escribir sobre la imagen de tu vuelo
ahora que no la reconozco
en las mismas mareas que remontamos,
ahora que estoy perdido en una nube que no sueña
como un espejo roto que se ha quedado sin luna,
como una mirada que no puede ver la aurora por el llanto,
un candelabro sin luz en un pasillo sin ventanas.
Porque la ciudad se ha ido alejando de nuestros pasos
las calles ya no tienen la misma dirección
que tuviera la alegría
y el viento parece soplar siempre del Este
con el ritmo espeso y anodino de los poemas mutilados
entre la sombra entrecortada
de una carta de amor que no encuentra
sentimiento en el remite y un corazón de papel
con su ruido de cristal entre los cortes de la tierra.
Caminamos por aceras
que ya no levantan la voz de una memoria
entre los pétalos de los claveles consumidos en las rejas del pasado,
entre veleros que buscan la sangre
renovada y esparcida en los rumores de otros atracaderos.
Unos versos caídos en el alma de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no encuentra tus labios.
11
Calles de Hydra
I
La eternidad del amor dura lo que un recuerdo
cuando todo se ha perdido,
cuando agonizan las calles atormentadas de Hydra
y se apagan las farolas
porque se levantan los postes con la lentitud del abandono
y no hay sueño que anide en los cables
o se arrastre por la tierra que sigue esperando
su pavimento, su manto y sus aceras.
Una canción permanece
mientras haya alguien que quiera escucharla,
un salmo si lo escribe un refugiado
en unos labios que mantengan la ruptura
de su promesa o un templo con tus mórbidas columnas
que haya querido ser profanado con toda su alma
y se sostiene
en la luz crepuscular de los embarcaderos
mientras se derrumba para acariciar
sus ruinas en la oscura colina por la que nunca caminaron los dioses.
II
Aquí estoy, yendo de las flores al silencio
capturado por el instante de una fotografía
que olvidó, al revelarse, que tú no estabas
en las ramas de la inconsciencia advertida,
sin saber descender al suelo de tu enigma telúrico
que aún juega con la golondrina que se adentró
en el cielo oculto por la niebla
que derramaste en el último tugurio del puerto
donde soñaba una guitarra
mientras la vida se detenía para escucharte
y contemplar las sienes de tu olvido.
Aquí estoy con un lápiz y un sombrero,
esperando que llegue la magia al papel
desierto, sin espejo ni destino,
navegando en la resaca que me dejó la marca
permanente de tu piel en los pasillos,
edificando un sentido rítmico con acordes que pasaron
por mis manos y mi mirada
y no pudimos pronunciarlos cuando cantaste
el himno que atenuaba nuestra culpa
por haber dado la espalda a los edificios
que alentaban el aullido que había salido a la calle
y llevaban escrito en sus paredes
la rabia de haber dejado escapar los poemas
perdidos en las manifestaciones
hondas y compulsivas que arrastran la tristeza.
III
Soy yo quien enciende un cigarrillo
en una habitación cerrada para pergeñar en el humo
el primer sentimiento que desencadena en un poema sin luz
que termina en tus brazos para desterrar el miedo,
quien transita ansioso por los caminos abiertos
en el desfiladero de una memoria adolescente,
quien no podrá sentir nunca más la tristeza de tus ojos
de levante altivo y contagioso
mientras te refugias en los espigones de los besos
para que no sea borrado tu nombre de las piedras
por la lucha del tiempo con la mar.
Soy quien sobrevuela la belleza resplandeciente de tu rostro
cuando amanece confuso y maquillado
en la cabecera de la cama que algunas noches
y tantas mañanas se adueñó de nuestros cuerpos,
quien huye del amor
porque desea sentirlo siempre
como si acabáramos de conocernos
cada vez que nos miramos,
y nunca hubiera escuchado el latido nervioso
y penetrante de tu pecho, la libertad gritando en tus entrañas,
ahora que ya no sientes resquemor
por las cartas que nunca me escribiste,
que dejo que se apague mi desesperación
en las serpientes de tierra que recorríamos
entre el licor, los candelabros y el rumor
de los embarcaderos que aún lloran
sobre las palabras que sostenían tu camisa
y perseguían tu huella,
que ya no saben en qué cajón guardé la cinta de tu pelo,
el candor de tu vestido de los viernes,
que vagan por la orilla de la ensenada
que se pierde dos veces al día
atravesada por la voracidad de la canción de las mareas,
que ya no saben
cómo era tu acento ni pronuncian
en tu mirada el nombre de la isla,
ni la ternura de la tarde en que nos encontramos
y tú te habías entregado a la amargura de una lágrima.
12
Nunca supimos cómo dejarlo
Unos versos caídos en el cielo de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no puede desplegarse
cuando no encuentra el camino de tus labios.
(Elegía urbana)
No volveré a ser aquel que te esperaba
en el sol declinante de los embarcaderos
con la gracia de los dioses en la frente
con la esperanza atada a tu cintura,
seguiré otro camino entre los matorrales
y las ansias de vivir
en las arterias lentas de una isla
que avanzaba en la memoria de los mitos
con el reloj de sombra aletargado.
No somos los primeros
que se dijeron adiós mientras se amaban,
que plegaron las velas
sin esperar que llegaran los vientos favorables,
que invocaron el infierno durante los días dichosos
mientras fundían las risas con las lágrimas.
Nuestros besos no son los únicos
que se borraron
en las mejillas caprichosas del alma de los tiempos,
en el polvo del interior de las Siete Colinas
que perdieron el camino en el vientre del agua.
Pero nuestro dolor de espinas atravesadas
no conoce a los mártires
que desgarraron sus huellas en el altar de los verdugos;
volveremos a sonreír
cuando el ocaso ascienda en la remembranza de la muerte.
El amor que ilumina, a veces encadena
y hace que te sientas
un faro apagado en la distancia
cuando llega el silencio a tu rostro afligido
y te enfrentas al dolor cinerario de la urna
de Keats arrebatada en la tormenta de la calma.
No somos los únicos que pecaron por amor,
que enfilaron su barca contra las escolleras
de los versos enmarañados,
que escribieron sus promesas en la puerta de la playa
mientras subía la marea del deseo de los perdidos.
No somos el paradigma del peregrino ciego
que murió en la vereda
y siguió caminando,
voy hacia aquel vestido rasgado en una fiesta taciturna,
hacia el clavel de cenizas que tuviste en la boca
como un recuerdo que no encuentra su rostro,
que ha olvidado su nombre
en una cuesta abrupta
que no puede subir entre los cables y los pájaros
aunque se acuerde de tu olvido
y llore en la noche profunda del fulgor en tu mirada.
13
Los amantes desconocidos
Quiero llevarte el amor que queda
en una ciudad abandonada
y erigir una canción en los labios del viento
que recuerde una caricia sobre un muro derruido
con la presencia de un nombre que nunca supe escribir
y que nunca sabré borrar.
Cuando llegue el corazón perdido de la noche
te preguntaré
si queda un beso para que te recuerde,
para saber cómo llamarte
cuando la escena haya concluido
en la oscuridad profunda que se anuda
a los árboles torcidos de las aceras
mientras tiembla en los pasajes el alma de los pájaros
que perdieron las notas, la caricia, los refugios
y las sombras celestes de los vuelos de ayer.
Te abrazaré en las herrumbres de las calles ruinosas
para llevarte el amor que encuentre
en una ciudad torpe y abandonada,
para abrir una cortina que deje tu mensaje
en una enredadera
que lleve una caricia sobre el muro enternecido
por un canto angustiado
que se arrastre en el suelo desierto de una hoja caída
en la que nunca me dejaste la dirección de tu voz y tus poemas.
He arrancado palabras en las esquinas del silencio para buscarte,
he clavado un lamento sobre un recuerdo derruido para tenerte,
una rosa en la ventana donde la luz se quiebra
ante las cruces quejumbrosas,
ante la soledad de las alas
que no encontraron en los labios la quietud de la brisa.
14
Nocturno en la escollera
(José Emilio Pacheco)
empaña las vidrieras
y destroza los labios yertos sobre las algas
que anhelan que regresen
los amores perdidos en nuestras tempestades,
los besos que cayeron en los labios cerrados
de los viejos fantasmas que lloran en la esquina.
En las imágenes que se cubren ante mis ojos,
en los recovecos de la brisa que no tengo
y nunca se ha perdido,
en el camino sinuoso donde dejaste la lluvia y hundiste los deseos
mi amor se desespera
como un caballo que gime en la cuchara de madera que lo arrastra
a la soledad de la neblina que no quiere saber de las sombras que te escribo
en los arbustos que resisten en el desierto
y funden en una lágrima
sobre el paisaje roto, hueco y acordonado
II
Busco ese algo que perdí y nunca tuve,
una canción que me llegó adentro navegando
en el flujo de las venas
de una memoria ausente, apartada y deprimida,
busco la poesía que los dioses me entregaron
y no pude atravesar
en el desván sin puertas de un vestigio inerte, seco y amortajado
para dejar que mi barca se hunda en la melancolía de las sirenas
que perdieron las ansias viajeras de tu canto
y me alejo del hombre que cruzaba la avenida con la luz en el costado,
en las vetas azules de la sangre derramada sobre las azucenas
que levantaste con el perfil de tu mano y un pañuelo afligido
en los hilos sedientos de caricias de tu jersey de plumas apenado.
III
Tu corazón un sueño sin latido,
mi alma la ilusión de una quimera,
por la cuesta del Gallo van penando como una lumbre oscura
que alienta la mirada del sol entre las nubes
con la nostalgia ardiente que se adueñó de los roces peregrinos de tu gesto,
con la alondra que sufre la muerte del mañana
y muestra en la tristeza mórbida de su vuelo
la gracia de una sonrisa que sufre en la cadencia de los brazos
que imprimieron la arcilla de tu huella en el destierro del mar de mi alegría.
Ahora tiemblo como un romance abortado en la alborada,
como si no volviera la risa a los hondos veneros de tu boca,
como si las antenas, el mundo, los milagros,
la noche y las revistas
cubrieran mi cintura y no quisieran verme,
y los pájaros aullaran encadenados a los espinos
que rasgaron tu falda plisada en la amargura sentida
de la frontera imprecisa entre tu voz, mi alma y tu silencio.
Aquí, donde rompo las canciones que mostramos en las esquinas
y solo queda un grito que empaña las paredes
sufro como un pastor que no eligió su paso y no encuentra sus montes,
como un árbol que llora en los bordes del camino.
Te veré alguna vez cuando la golondrina ahogue su amargura en el polvo
de un salón mortecino agazapado en la oscuridad de una lira,
cuando la alambrada se abra a una bandera que represente a los perdidos,
cuando no hayas muerto
en la misma manzana que muerde
las llamas del Paraíso,
la piedra helada que arde en las entrañas del Infierno.
V
Aún espero que vuelva tu nombre entre la yedra
de la casa encalada,
tu corazón al puerto que moría con los mitos
de tu imagen transida
sobre la carretera de las calas dolientes,
de tu sombra en los labios que aguardan la palabra
que sigue en el recuerdo como si fuera tuya
y siempre inundará las garras del olvido.
VI
Hay una estatua de cera en el patio que aún te espera
en la cortina transparente de luz al mediodía,
hay un libro caído donde se yergue un sueño interminable,
un ciprés con un recuerdo en sus raíces enredado,
un cuarto oscuro donde asusta la nada y la muerte
se adueña de mi rostro
cuando te alejas de mí y no miras la cuerda
que se ha roto y me desgarra la frente y la garganta.
mi desesperación por este puerto,
y derrame el licor en vestidos de fiestas,
y busque un qué sé yo entre sombras que hablen,
y recuerde el amor que alguna vez me diste
no puedes pedirme ahora que me asome a tu mirada
y salga a las calles
con una rosa blanca en la mano de tu espejo,
que desee volver a la niebla
luminosa de tus mares,
a las velas encendidas de un naufragio anunciado.
Salgamos por la noche; busquemos lo perdido
en el rumor del puerto,
en la soledad de la taberna cuando la música se apaga,
pensemos en la espuma que azotaba la escollera
cuando me amaste sin saberlo
ese agosto que encallaron tus encantos
en la cálida lujuria de mi alma atormentada.
La voz de las farolas ya no podrá dañarme,
desvelaré que tuve el resplandor
de tu vestido ardiente en una esquina,
el silencio de tu piel mortificando mis labios
cuando podía mirarte en el zaguán de los deseos
con la esperanza firme
de que tus pensamientos me buscaran
y las nubes me llevaran al encaje caído de tus medias.
Ahora vuelven los vientos al llano escarpado
que emite tu latido más denso y entrañable,
a la verbena desgajada de tu barrio
que recoge el pergamino
de tu mensaje ahogado por las olas y las lágrimas
en los acantilados donde el mar busca la muerte.
Y no encuentro la cruz de tus brazos en el camino,
no se ha tejido un manto de recuerdos
para entregarte las manos que acariciaron tus copas,
para cubrir la capilla desangrada de tu culto.
es abrir un balcón donde se escucha el silencio de los pájaros."
(Vicente Martín - La Chica de la foto (II))
Es triste que no vuelvas a mover el destello
tibio de la colina en tus brazos que guardan
la voz apasionada
que muere entre los álamos heridos
camino de la Huerta cada día
y el cálido capricho de unas manos desiertas
en tu camisa clara entre los pensamientos
que arrastra la miseria del arroyo
aventando las ramas profundas del azul,
la palabra que sufren los labios de los vientos,
la humildad entrañable de la higuera
donde juegan sonriendo los niños que perdimos.
Es triste que no vuelvas con tu sonrisa amplia
a dejarnos la imagen
cansada y fugitiva de la muchacha oscura
que ahoga la verdad, la fuerza y los sentidos
del forzado que nunca tuvo alas
y vuelve a sus caídas relatando la crónica
nocturna del amor cada mañana
abrupta como un paso que lo espera
en un Estrecho extraño que vierte su amargura
al Poniente que acecha a la alegría
cuando la tarde muere entre las rampas,
palidece y no llega a la orilla del templo
mientras muge en el Hacho la sirena
en el taró de agosto que se arrastra en diciembre
cuando las niñas penan la copla del naufragio
que gime en sus entrañas
y mustia volotea en la puerta entreabierta
que empuja Punta Almina hacia los duelos
en las ruinas del faro, en la voz de la muerte
que se adentra en los ojos vacíos de la sombra.
II
Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
(Lorca – Paisaje de la multitud que orina)
Pienso que esa muchacha del alba que no llega
llevará entreabierta en el regazo
la sábana de un mártir
que no supo morir entre los muertos
y vuelve a su dolor en sus pupilas,
el grito de una hoguera que rompe los vestigios
de la luz de los presos torturados
que aparecen llorando en la voz de la Luna,
el drama del atún que tiembla en la bodega
y tiene el mismo nombre de un torpe marinero
y colgada en el mástil
la misma dirección que lo delata
y siente Europa cerca, amarga y sumergida,
y la turbia marea se mueve en el arroyo,
en la Laja inundada
por la nube y los sueños de un poeta
que busca las palabras de amor en las orillas
y encumbra la añoranza de un ósculo en los charcos,
en la arena desierta
con un decir de ritmo alargado que hiere
y atraviesa la huella que mora en una rada
y muere en la memoria
del almacén de redes que aprendió otro rezo
que prende y no ilumina,
y la sonrisa estrecha
que añora su pasado en la fuente callada
y no puede alentar un barrio moribundo
arrastrado en la alcoba de los niños
mientras las barcas buscan del monte la bandera
que no tiene color,
que agita en los periódicos los látigos del mundo,
y un cementerio blanco por la rabia azotado,
por la yerba, la cal y la injusticia
que ahoga en el misterio del cante su quejío
en las velas que sufren su olvido en la Fragua
del dios de los gitanos que proclama en los brazos
de la noche su agonía y vaga en el destierro,
la angustia del viajante
que no halla la puerta de los lazos que puedan
amarrar las soledades
en los signos borrados por la senda del agua,
en el delfín que sufre las dagas de los botes
que huyen de la ruina.
El aullido del puerto perdido en los papeles
inunda y acorrala
la evocación sentida de los nichos sin nombres,
de los santos de piedra que pasaron
entre flores y lágrimas meciendo la locura.
III
He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.
Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.
(Lorca - Navidad en el río Hudson)
Esa niña que muestra
el manto de su olvido y su ignorancia,
el vuelo desvelado de su imagen rendida,
el llanto de la Virgen
acosada por el fervor postrero
de salmos que acorralan su capilla
recogerá las sábanas de los cuerpos ardientes
y el rumor de eucalipto que embriaga la Bodega
donde sufren los lirios
bajo el graznido torvo de los cuervos
el doce de diciembre,
bajo el púrpura gris envuelto a los fenicios
que rompieron su ruta en la esquina de un beso.
de lo requiebros rotos, sumisos y angustiados
que sus venas no encuentran en el curso
callado de las olas donde vagan los pobres
que no muerden ni hablan en la orilla
cuando las amapolas abandonan la sangre
y arde negra la copla en la noche más densa.
Esa niña que agita su bandera en el agua
se enamora del hombre
que acude cada día a la oficina
y archiva los misterios
pensando que el amor no se ha perdido
aunque hunda sus lágrimas
en el mástil de un Wall Street sonriente
mientras los tiburones socavan los cristales
y escupen el cemento en las fronteras,
en el regazo roto del Hudson que se encoge
y gime por la estatua que entregó las cadenas
al Cristo que no encuentra su camino en el hombre
aunque los crisantemos
mueran cada noviembre mirando las gargantas
rasgadas por los rastros perdidos de los vientos
en las Piedras Mellizas
que acogen la ternura y el olvido
de un niño amortajado en un sudario oscuro
que le cierra los ojos como si fuera un sueño
y le rompe la frente en un lienzo sin marco,
aunque la espuma ahogue los brotes de esperanza
y la sonrisa pierda
su fulgor en un íntimo lamento,
aunque en el Tarajal
resucite la sangre de los muros
y una novia no busque
la senda enamorada de los labios
ni el templo de la playa que rema en el levante
donde posó sin manos, sin saberlo
una frágil corona
de alhucemas en la tumba vacía
donde los altos vuelos encallaron
y los castillos recios de vanos enlucidos
cayeron en el rostro
descarnado de la muerte celosa.
Epílogo
Ahora solo queda ladrar contra el olvido,
encender una vela en el vientre
de los versos que pasaron
mientras sonaban los remos de los luceros en el alba
cegados por la mano de la luna,
mientras la golondrina se adentraba en la tinta que nos aleja
y la muerte escribía una plegaria con sus alas
trémulas sobre la sangre
donde cantaron su última soledad los náufragos
que se ahogaron en el desierto de las aguas.
12 de diciembre de 1948: En esta fecha se produjo el naufragio más terrible que se recuerde en Ceuta. Entre los pescadores se conoce como el naufragio del Lobo, curiosamente este barco salvó a algunos de sus tripulantes, en algunos pesqueros ceutíes y algunos carboneros marroquíes murieron todos.
Tragedia del Tarajal: La denominada «tragedia del Tarajal» refiere a los acontecimientos que, el 6 de febrero de 2014, condujeron a la muerte de 15 personas en la playa del Tarajal, ahogadas mientras trataban de eludir a nado el dique que separa Marruecos de la ciudad autónoma de Ceuta para entrar en España como inmigrantes irregulares. (Wikipedia)
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
(Joaquín Sabina - Amores eternos)
I
No me llames en la noche
callada de tu olvido,
no me dejes soñar con la luz de la alborada
que transita por la estrella que te cubre
con el último grito de un monstruo enajenado
porque en tus entrañas he vivido
la cruz de tu silencio,
la cadena amarrada en los leves esteros de tu nombre,
en una vieja soledad que no envejece,
en una barca sin destino varada en la memoria
de los días dichosos que se fueron.
II
He pisado la isla entre el cielo y las matas
y tengo miedo,
he cantado a los hijos perdidos de la noche
como si fuera un sueño interrumpido
y atracado en los astros de los dioses que penan
en caminos de polvo que perdieron tu nombre.
Ya no puede pensar en ti sin un aullido,
ya no puedo olvidar la furia de tu brisa,
la soledad del mundo que brota en tu mirada
cuando dejas atrás la huella del amor
en tu vestido,
y el silencio del búho que recorre la playa
de mis caídas bruscas y tu muerte
suspendida en el aire, en el leve latido
de la marea tibia, que al alba se recoge
cuando no halla mi alma, perdida en la tristeza.
III
Vives en otro mundo
que para mí
era el más querido de los últimos rayos
que bañan las acacias de tu esquina.
No he dejado de amarte
a pesar de la hondura del proceloso curso
que me encierra, nos cubre y nos disgrega.
Volveré a los huecos de tu olvido
para gritar tu noche tensa y larga,
a los caminos grises para encontrar tu paso.
IV
Quizás vuelva la noche profunda de las calas
y camine en tu rostro
la luz por los estrados y muestres el deseo
de vivir en la tierra
que anidara tus pasos cuando te perseguía
y te entregue la llama amable de mi voz.
Llevas en la mirada el soplo del Poniente,
en los labios la herida del pájaro que tiembla,
los soplos que se esparcen
en la huerta que muere y vuelve en el recuerdo
para hablar en los bancos de la luz apagada
V
He querido la sombra inquieta de tu blusa,
la nube de tu canto,
la hiedra de tus muros,
he colgado un poema en el atracadero,
viste su melodía
la farola en la piedra de un quejido pasado
en la taberna lúgubre de canciones sin rumbo,
en los juegos malditos
que llenaban tu boca y encendían los besos
en los mástiles rotos,
en la herida de niebla cercenando las calas.
Solo puedo buscarte como un sueño perdido
que escucha en la mañana la voz de ese misterio
que se adueña de Hydra,
que grita que aún me amas en su quietud intensa.
VI
No he podido dejar tu pensamiento, Georgia,
en el anochecer
que cubre la presencia de tus brazos,
entregarte el camino del Llano de las Damas,
la higuera que talaron y sigue en tu memoria,
el último autobús que cruza la frontera,
las canción olvidada que te busca en las sombras
y aún escuchas loca
llenando de emoción a la niña que duerme
en un rincón preciso de tu rostro y tus manos.
Porque vuelvo al portal de los besos perdidos,
porque tomo tus labios y te robo la calma,
y sonríes al sol,
llegas con el Poniente
que atraviesa las lágrimas de las muñecas rotas
y me llevas al mar de la agonía
para dejar tu huella en la Peña del Toro
para romper la nube sumergida
en un trozo de cielo desacorde,
en un rayo de luna que vive para el Orco
y no entrega esperanza al pajarillo herido
que acunaste en tu espiga y en tu falda,
en el viento de marzo que atraviesa tu herida
que tu candor amaba.
VII
Quise llegar al puerto con la rosa doliente
que anidara en tu mano,
desenterrar la nube que tocara tus medias,
vivir en la caricia tierna de lo soñado
y sentirte en un claro de luna itinerante,
vivir tus labios puros, esbozar tu mirada.
Presiento en cada gozne la canción perseguida,
la elegancia en las calles, el poema en tu aroma.
Dibujo en la nostalgia la cruz de tu silencio,
el respirar ardiente de tu boca,
Sigo donde estaba después de atravesar
la encrucijada densa y plomiza de la tarde
que no habla, nunca espera
y cierra su cortina frágil de luz en el ocaso,
después de agrietar las linternas cansadas
en la niebla nocturna
de los mares perseguidos que persisten en mi alcoba
y nunca besaron el puerto de mis dudas
cuando penetraba en las líneas verdes, en las pupilas
de unos soles añorados,
de una esperanza angustiosa en la calma.
Porque, después de haber intentado
acometer nuevas empresas, inútiles hazañas
en otros huertos, en otras latitudes,
he comprendido que no sé hacer otra cosa;
escribo
en los pétalos efímeros de la hiedra desprendida
que se abraza a los muros postergados
de la ermita solitaria,
en la huella de la luna que no podrá borrarse,
rubrico
epitafios de amor con un tono lastimero,
con un ritmo desesperado
que arrolla la vereda de un verso subversivo
y una tierna romanza en los labios de una hoja,
respiro
en el aliento de la fuente de la infancia
que se retuerce en las alambradas que fluyen
y cierran su mensaje en las manos del acero
que han ido sembrando en el agua los relojes de humo
que me llaman, me empujan, y se alejan del niño
que no puede esconderse en el espejo
menguante de mi esfera,
ni en la estancia que sufre la ira de un desahucio,
ni derramar las flores que aromaron
el milagro fugaz de una sonrisa en el alba.
II
Me abruma un mundo que juega en los andamios
con el error y la fatiga de poseer la verdad,
yo sé que estoy equivocado.
He roto la cuerda de mi esperanza
pero sigue oprimiéndome la garganta y la sangre
cada vez que se escribe mi rostro en un pañuelo,
reniego del pasado
con una plegaria sincera cada noche
que me asusto de mí mismo
pero vuelve a aparecer en la lengua de la sierpe
escondida en la piel de una manzana que persiste
en el hombre que afronta la marea y la rutina
y no cree en el ángel que anuncia la mañana,
no he dejado atrás al cómico que fustigó a la risa
y llegó a una meta, que marcada no venía
en el libro de ruta, con la montura reventada,
que creía que el talento redimía de la culpa,
mas no apagó el dolor
sin tregua arrinconado en los surcos
que el maquillaje de los escenarios apagados
exponía la herida en la trastienda de una sesión
vacía, sola, triste, desesperada.
Me dejaré llevar por las raíces
hacia la blanca orilla de la sombra de los álamos.
III
He bajado a la playa oscura de las matas
que gritan en las piedras y en los muros
donde habita para siempre la muerte de un cometa
con la bufanda raída que arrastra una ventana de misterio
en el índigo profundo que oscurece
la fábrica abandonada en la escollera,
el muelle destrozado por la lengua del levante,
los escombros en el barranco de la fragua,
para vestir de silencio a la luna
que vuela en la memoria de las nubes,
para liberar del lazo al painico de una infancia
feliz y acorralada entre los arenales de los pasos sonrientes
que juegan en el olvido a las ansias de vivir
entre los crisantemos
que colman la escalera de los días más lentos y más amargos.
IV
No conozco los motivos
por los que me rebelo contra el discurso airado
de una queja adolescente que aún me llama,
por los que sigo en pie después de tantos sueños
en el frente de la vida masacrados por la rabia,
impresos para encadenar mi nombre a una oficina,
después de tantos poemas malogrados,
después de tanta farsa y de tantas caídas.
He olvidado las razones por las que vuelvo a una calle
temible y opresiva que solo cambia
el mástil de su bandera
mientras sigue el puñal agazapado
en la placa escondida en un rincón de sus entrañas.
Ya no sé por qué suelo hablar con los ojos,
por qué confío aún en los pecados de la virtud,
en las flores perdidas
que me llevaron a las arterias del Infierno,
por qué busco la verdad
entre los edificios amontonados y las redes vacías,
por qué siento tu nombre entre las sombras,
la libertad entre las rejas de un anhelo que sufre.
V
He roto los espejos
Me he levantado entre las violetas
mientras aclaraba
cantando un canto olvidado
en la noche serena.
(Pasolini - Versión: Delfina Muschietti)
He roto los espejos que rezan al pasado
en la alcoba que tiembla en el aire dolido
y muerde la querida remembranza
de una lágrima densa caída en tu mirar
y el canto de tus manos
que busca en el desierto la multitud que espera
la sed de tu garganta
herida en las caricias que arrastran los vestigios
de la larga cadena forjada por tu piel.
La cortina rendida en los escaparates
suspira en tu mirada
con un verso extraviado que sufre los agravios
del pensamiento lógico que perdió la razón
y siente tu latido en la espesura
cuando llega la noche profunda de tu ausencia
a los pétalos negros de mi bosque medroso.
He roto la añoranza de un mundo malogrado
que no quiso quererme en su vacuo latido
ni que yo lo quisiera;
ya no soy quien pasó con la luz en la frente,
quien escribe un poema en los labios del viento.
Costana de Ribalta
Llega un rumor
de silencio que se abraza a tu figura
cuando pasa el último autobús de la frontera
y mantengo en la memoria
de tu mirada el misterio del olivo silvestre,
me miro en un espejo asustado
y los muelles se alejan entre la bruma de la noche
y la muerte de los besos
que se hunden en el asfalto de la carretera herida
y en la huella de las farolas
que se imprime en los nombres de las fábricas.
Te amo en este rincón de la ciudad que duerme
y aprisiona los sueños perdidos de un pasado
que sería distinto
sin tu aliento en los carteles y los cristales,
sin la caricia que guardas en el regazo de la luna;
yo no hablaría de los faros que nublan la garganta
con la huella estridente de un canto sobre las tejas,
no hallaríamos las portadas escondidas
en la humareda cargada
de los lunes cenicientos sin papeles y sin rastro,
te acosaría el alma de la primera sonrisa
que no supo esperarte
en la herrumbre que llora la sed de las cancelas
de tu puerto desencajado en los bosques de ladrillo
vencidos por la nostalgia
de tus manos ardientes en el suelo y en las tizas
cuando jugar era serio y nunca hacía daño.
Vago en la quietud atormentada
de los muros encalados
que suben la implacable costana de Ribalta
y en el temblor errante
de las luces encalladas que rezan en los umbrales
de la última puerta que se abre en el olvido.
En ese momento que has llenado de estrellas furtivas
me levanto como un hombre desmaquillado
que se abraza a la cola que tiembla en otra luna
intentando encontrar
tu destello en la noche del índigo caído
que hiere su soledad con una lágrima oscura
para llevar tu timidez antigua a un rincón de los lienzos
que esbozan un corazón amortajado
en una cometa ingenua y desorientada
que nunca llega a alcanzar el lugar alto en donde vibras,
aun así te persigo en un norte sin brújula
que se pierde en el marco del óleo que tú amabas,
te abrazo en la cortina que desgarra el clamor de tu vestido
entre las sombras de los gatos que resisten
en los colchones viejos y en las sillas rasgadas
de la colonia desnuda del taller arrasado,
en el poema que hablabas de la libertad en el viento.
Tu adolescencia
Si oyera resonar la canción
que cantaste en otro tiempo,
amada mía,
se rompería mi pecho
ante el empuje salvaje de mi dolor.
(Heinrich Heine)
I
He vuelto la mirada hacia tu vuelo verde
y he muerto caminando
entre la blusa blanca y aquella falda gris
que adornaban tus libros
y agitaban las velas, el mar y los deseos.
Pero sigue la vida como un sueño que gime,
que desvela un lamento en el jardín que duerme
en tus primeros besos,
lloran las avenidas y los parques se cierran
en el umbral de arbustos con sangre en el ramaje;
¡soledad de murmullo, juegos que no divierten
en la palabra triste de un duelo cancelado!
y aquella adolescencia fresca que nos invade
con la imagen eterna de tu regazo herido.
Era siempre el amor la nube que pasaba
y se nos fue alejando
como la estatua ecuestre que apunta hacia la gloria
y no mira el dolor sin luz de los mendigos
que yacen en el suelo.
II
El refugio añorado de las últimas lluvias
ha muerto como un sauce sin hojas, sin raíces
y llora en Punta Blanca
el mórbido crepúsculo que tiembla
en los bares sin nombre,
en un grito de Dylan
escrito en las paredes de tu firma
mientras la calle plañe por los pétalos muertos,
la galería no abre la esperanza de ayer
cuando cruzo su sombra
con los misma camisa que llevaba
en el ferviente intento de mis ojos
de arrebatarte una sonrisa abierta,
cuando tu rostro ardía entre los soportales
y entraba en la caricia tierna que me arrastraba.
III
Ya no miras atrás,
no miras, ya no sientes
que al perderme tu vida haya encogido.
Como la noche va hacia las sombras
la palabra lejana que vibrara en tu acento
y el pasado se nutre, sin concierto y sin pausa,
de su propia rutina
que atraviesa las horas,
palidece en el alba que lo muestra
como un bajorrelieve gastado por el tiempo,
como el viento que hablaba en tu sueño de vida,
la canción de Serrat que inundaba tu alcoba
y el póster blanco y gris que paraba tus besos.
4
Arrancaron la higuera que desde tu ventana
contemplaba en el aire una caricia triste,
la avenida guardaba tu recital de sueños,
el amor te esperaba en brazos del milagro.
21
Leonard Cohen -- Avalancha
El sempiterno poema de amor es tratado con crudeza y realismo no exento de un romanticismo que se rebela con fuerza contra el fracaso, contra el destino aunque sea en su vertiente escarpada y trágica. El cantante desgrana sus nada complacientes palabras como si el odio pudiera liberarnos de un amor cuando nos duele, como si las cenizas de lo otrora venerado y perseguido pudieran provocar nuestra indiferencia mientras esparcimos su memoria en el viento, como si desear fuera siempre el comienzo de una amarga derrota.
Cohen decía en uno de sus enigmáticos poemas que hablaba del silencio porque sabía mucho de él, que le entregaba a su amante como regalo un poema que había surgido de las entrañas del silencio.
Es muy probable que la amante de la canción fuera otra, dado que en ese tiempo en el que encuadramos "Avalancha" y en el que, posiblemente podemos situar "El regalo", el poeta era un enamoradizo impenitente, pero eso no quiere decir que no viviera cada amor como si fuera el definitivo o que no sufriera la indefensión de quien se siente desnudo y monstruoso ante la mirada de la amante que ha cambiado su discurso, que empieza a ver un alma torturada donde en algún momento vio una estrella resplandeciente, que no hay nada más amargo que cambiar los besos por reproches, una sonrisa por un gesto de desaprobación. Los amigos del amor romántico un tanto ingenuos encontrarán en "Avalancha" un atentado cruel contra sus ideales de la belleza en la poesía, ese tipo de personas difícilmente podría apreciar el valor artístico de un Cristo crucificado de Matthias Grünewald e, incluso, del Guernica aunque no lo dirán porque saben que encontrarán una avalancha de opiniones contrarias ya sea por convicciones sinceras o como un ejercicio de esnobismo mal asimilado. Cohen no buscó nunca satisfacer a ningún público, nunca alcanzó las cotas de popularidad de otros cantantes, pero tenía claro su compromiso de artista verdadero y aquí lucha por sacar algo de luz de las tinieblas, algo de amor en la tortura, algo de belleza en lo grotesco de un contrahecho moral para construir un altar lóbrego con los restos del naufragio.
El título del álbum en el que está inserta es Canciones de amor y odio, uno se pregunta adónde ha ido el amor; Avalancha es sórdida, sombría, una canción de culto para los deprimidos que lo apuestan todo a la sensibilidad, vaga por los recovecos negros de la desesperación, cuando todo ha terminado y no se sabe cómo decir adiós, cuando se odia tanto que todavía se ama.
Llanto por dos poetas
Te escribiré mis deseos en los pétalos caídos
cuando se apague el resplandor de la antigua ventana
y vuelva la soledad en los recuerdos de la brisa,
cuando aparezca en tu cuaderno
la proclama que hierve en la frente de un profeta
abandonado y muerto
en el misterio corrompido de una playa violenta,
cuando mida el calor de la luciérnaga perdida
el paso de los amantes mutilados
que envuelven
en una queja plagada y polvorienta
el mástil de las farolas que declinan
acogiendo en una prédica angustiada los nocturnos de los huecos
de una mirada oscura que nos halla en la techumbre
de un Pierrot sonriente y apasionado,
de un mártir que se emociona con la gravedad de una pluma,
con la mirada de una gacela herida detrás de unas rejas,
con un llanto desnudo a los pies de una guitarra desangrada.
Ya no puedo tener
la luz de tus columnas, las ansias de vivir
en tu grácil desvelo,
la magia de tus piernas entre mis manos,
el dulzor de sentir tu túnica caída,
tu procelosa voz llamando a mi taberna.
No puedo desmembrar el mástil de los lirios
que velan el milagro fervoroso del Puente
donde mustio padece el Cristo de la herida
que ve partir el barco que no vuelve a la mar.
Regresa a tu retrato el hilo del pasado,
la sangre de la rosa
que recogió tu risa en las calles dolientes
de las Puertas del Campo,
en el levante airado que azota los recuerdos,
en la tierra del dique que aprisionó tu huella
y el golpe malogrado de un perdedor perdido.
Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que hiela mi memoria,
la luna de una lágrima,
la llaga de la luz que brilla en tus tinieblas.
Entre los vendavales que sufren tu agonía
apareces vestida
como un sueño de luz que se impone a la muerte,
eres la rosa errante que no sigue a los vientos,
eres como el silencio que triunfa en el olvido
con palabras escritas en una servilleta
guardadas en el bolso
de la fotografía que inunda tu sonrisa.
Eres como la huella profunda de la playa
que juega con los niños mezclados con las olas,
como la noche intensa de las sillas con nombre,
murmullos y misterios,
como todos los huecos que llenan el vacío
eres como el verano que llegó una mañana
apenas florecido y siempre reverdece
cuando pienso que tú no has perdido los lazos
sufriste mi dolor, me amaste en la derrota.
Anochece en mi rostro
cuando pasa por la alfombra de tu calle
la muchacha de ayer que todavía te busca,
lleva al cuello tu cruz,
brilla en el recuerdo donde apenas sonreías
y envía pétalos de ensueño a los claveles
de un mañana
enclavado en una estatua que guarda una mirada
de amor hacia los tristes
a pesar de los fusiles, el mostaza y las cadenas
que no pueden devastar la palabra
de los santos descreídos
que emergen de las brumas cada día
para seguir viviendo la fe en nuestra sangre.
acorralados,
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera,
al laurel de la India que nunca se marchita,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos;
no recogen la firma de tu mano nerviosa
pergeñando los vuelos profundos de una rima,
vuelvo al patio romano
como si quisiera gritarle a las rosas
que no serán nunca tempranas
cuánto te quería
en los recovecos de los jardines de las murallas,
en el pequeño foso del suicida
que aún guarda los calvarios brunos de nuestra nube
en el velo del mar que atravesaba
la pulpa del naranjo que oscurece
en el paseo crepuscular de Independencia,
y me estremezco
como si quisiera abrazarte de nuevo
en los surcos nostálgicos del agua
que se adentra en la noche de las incomprensiones,
de las barcas perseguidas
que gimen en la canción de tus arenas
como una sirena que ha renunciado al canto
y horada con los ojos la amargura de sus piernas
entre los espigones derruidos por el salitre y su silencio
donde la luna araña al mediodía
tu sombra sobre la tierra del olvido,
el corazón sediento que aún rememora la caricia
del clavel caprichoso que tuviste en la boca.
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien reías y llorabas,
y llorabas
como si volvieras
a otros escenarios del recuerdo y arrancaras
a Marianne de la suave marea que aún mece su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.
A Miguel Aurelio en el Barrio La Viña 1987.
Pavese muere en el abismo de mis ojos
cada vez que te miro y no me encuentro
como el lobo enjaulado de San Amaro
que solloza ante la muerte.
Es agosto y esta ciudad se ha llevado el rumor del río.
Nietzsche vuelve a vivir en tu locura,
sufro en los ramajes
más frágiles del Averno, pero ya ves;
te amo incluso cuando me regañas...
No tengo la culpa de sentirme un chico abandonado
cuando no me sonríes,
hablé con Andrés el día de la mujer mundial
pero no me escuchaba,
no debe atarse un purasangre a una noria.
(Conversaciones con Laura - Turín, 18 de mayo de 2019)
A Lorenzo Perea León (1933-1938).
Sigue la corriente sola.
El lamento de los pájaros
sigue vagando en la higuera
entre la hierba y el barro.
La soledad se alberga en el muelle desierto
hundido en las cenizas de una gloria lejana
que la almadraba vierte entre sus redes
como si fuera el agua de los ritos moderno
que olvida lo sagrado y se ríe de los poetas
y se agolpa en el lecho de una cesta de mimbre.
Otras naves zarparon sin un nombre en el puente,
sin una despedida
buscando tiernas piedras para adornar las flores,
para romper la imagen de un recuerdo
que duerme entre los pliegues
de una estela apagada en la huella de mármol
que detiene su rostro y acaricia su frente
como un poema torpe sin ritmo, sin cadencia,
como un niño perdido en los cañaverales
que ya no puede hablar
y agoniza sonriendo cantando a la tristeza
como una vieja barca que no vuelve al levante
y en la sombra se pierde aireando su olvido
como un libro cerrado, una gota en el mar.
***
Cuando lleguen los días de una nueva derrota
y vuelvas a llevar aquel vestido nuevo
te esperaré en la esquina de la última cita
con flores en la mano, brillantina en el pelo.
(Francisco Enrique León - Cuando lleguen los días)
Miro los edificios de nuestra adolescencia
sabiendo que las mariposas no regresan
a los pupitres de las calles,
a las sobrias arcadas de la librería
donde apareciste como un prodigio entre la lluvia,
que los amigos no siempre lo fueron;
no cruzaron la acera
cuando Bruce Banner lloraba de rabia
enfrentándose al engendro
que había brotado de sí mismo,
no lamentaron
que Kafka no volviera a las vitrinas,
que mi amante no me esperara en el arco de papel
inabordable de su triunfo, inexorable de mi derrota;
ella nunca admitió que las flores mueren
cuando llega la noche
al lamento marchito de sus pétalos destronados,
que cada héroe lleva un monstruo en las entrañas
y el tiempo nos devora
aunque hayamos vivido el despertar de un sueño,
aunque aliente su sonrisa los anhelos de una mirada extraña
y se despliegue
como una danza entrañable
en el candor de los labios que tuvieron su tristeza y su alegría,
aunque persistan los derrubios
edificados por la profundidad de las terrazas,
por las reminiscencias de los paseos en la palma de los rostros
y el pesar perfumado de la adelfa en su agonía,
por el estanque enclavado en la fosa del misterio
de un sentimiento vivo y enajenado que vibra en la nostalgia
de las verjas abiertas en los senderos del mar.
El corazón del mundo que tuvimos
solloza por el llanto esparcido
en las ventanas infinitas que miran al silencio,
a los ojos vacíos que llenan el dolor
sombrío de la angustia, amargo de la ausencia.
Comprendiste con dolor que los hombres nunca lloran,
después llegó el diluvio,
aprendimos a naufragar en la orilla
pero no sabemos lo que hemos aprendido;
el amor siempre es un sueño que nos despierta
y la vida nos sorprende durmiendo
cuando soñar es un privilegio de los atormentados
que no cierran los ojos cuando aparece el destino.
No puedes tener de mí lo que no me pertenece
no puedo tener de ti lo que perdiste
y aún conservas
en un poema de amor que nadie leerá nunca
aunque esté escrito en el muro de las lamentaciones.
Dejas en las arenas el rastro de un recuerdo
que vibra acompasado
en la huella del alma llena que no se pierde
en revistas que llegan vestidas de derrota,
ilusiones sin voz que gritan en el muro
donde esperas que vuelva mi nombre entre las piedras,
y dejas la distancia
de tu olvido a mi alcoba
con el reproche inquieto de una amante exiliada
que borda los deseos de juventud perdida
cuyos cordaje siguen latiendo en una llama.
Entre las flores nuevas que no supe enviarte,
entre los verdes trigos brilla firme la aurora
como un sueño de luz
que se adentra en la calma cuando llega tu imagen
de la playa a la orilla y alienta los deseos.
Sigue abierta en tu rostro la primera sonrisa
entre el mar y los montes que cubren los paisajes,
entre pájaros tercos que cantan al mañana
y te llevan la espiga de un vuelo enmarañado
para tejer laureles
de un sentimiento antiguo.
Eres como los astros que ahogan el olvido,
como el árbol que llora la tristeza del mundo,
una sombra que siente
entre los espigones un poema perdido
de asonancia sentida en tus labios de sal,
eres como ese faro que nunca encontró puerto
y busca sin descanso tu mirada en la luz
para sentir que muere el peso de una culpa,
entre libros gastados y un mástil desteñido
penetras en el vientre de una esperanza incierta
porque nunca te rindes ni niegas el pasado.
He inundado con hojas las puertas del recuerdo,
caminado en la esquina
que salta el burladero con un verso de muerte
para poder sentir la llama de tu boca,
el espejo en tus hombros, el brillo en tu mirada,
y no puedo encontrar
la calle de tu sombra, la nube que me hiere
vestida de algodón
mientras los sueños hondos nos alejan
y agoniza tu barca en otros varaderos.
Ya no puedo mirar recogida en el aire
la blusa que llevaste en un carmen cautivo,
la cruz de tu silencio y tu huella en la mar,
y no siento tu rostro
embriagado en los días de las fechas sin nombre,
perdido en la marea de los vientos cambiantes.
de los troncos
caídos en la estrecha acera de las citas
y vuelven las alas
de la cometa azul que se enreda con la noche
y refleja la elegancia de tu rostro en la bruma de los mares.
Nadie podrá decirte que no preguntaras
por lo perdido
con el corazón que latía en los labios del intento
en el balcón donde colgaba el flujo de los geranios.
Nadie podrá negar que cruzaras las nubes solitarias
con tu blusa anudada en la cintura,
que abrazaras el culto
de una mirada penetrante en el silencio
e inundaras con arrojo la lágrima de la rosa perdida
en el interior de los vientos de una derrota inconsolable.
Sigues en mis anhelos
con tu vuelo en mis brazos, el candor en las mejillas
y enciendes en mi mirada
la sombra cineraria de los héroes marchitos
que no encontraron el canto en mi corazón de viajero.
Sigues en mi memoria moviendo los instantes
con el trago doloroso
del primer verso que buscaba tu mirada y tu libreta,
sufro ese momento como si fuera tuyo
y me detengo en tu imagen
cada vez que lo escribo en tus labios todavía.
de los vuelos ruinosos
por llevarte la vida que resida en la muerte
de una ciudad vencida y arbitraria
que no desea
que sigamos su aliento,
sus medallas, su paso o su corona
para abrir la cortina que encierra los mensajes
en el rumor del mar que nos aleja
y nos castiga
en la verja de brumas vaporosas
del Mare Nostrum mustio y descolorido
que extiende una caricia por el muro circundado
por una prédica
saturada, perversa y amarga
que se arrastra en la cumbre lastimera
de una hoja caída que ha borrado tu nombre
en mi libro de ruta desnortada
y no encuentra medida ni presencia
en mi rostro de lunes que sigue en su cilicio
aletargado y cruel;
tú nunca me dejaste la sombra de las nubes,
la dirección de tu bolso y tu risa
ni el rincón de los lirios marchitos que agolparon
los fracasos prendidos en el sueño que reza
en el templo añorado por las olas y el viento.
la palabra oprimida
que firma la crueldad de los acasos
que nunca se han movido de la lengua sombría
que se burla del sino taciturno
y esparce los destellos
de un mundo perturbado que nos hiere y se acerca;
inunda la bahía solitaria
con un marasmo inquieto y persistente
que siempre has paseado en tu locura
prendido en la añoranza húmeda de tu rostro
que navega en las nubes
lúgubres y terribles de tu velo,
surca la soledad de los mendigos
con las aves nocturnas que rezan en tu cruz
y sufren virulentas la amargura
que golpea tu puerta cerrada y subjuntiva
con un ardor confuso
que perece en la muerte de los puertos varados
en tu alma quebrada que susurra en la sombra
y se enciende en las horas
vencidas que traspasan el lazo arrugado
de una cita perdida en una luna blanca
que vaga en la escollera de una blusa menguante
y penetra en tu boca con un turbio suspiro
que mueve los andamios tormentosos
de un sentimiento errante que agoniza
llorando en los balcones,
arrastrado en tu playa por la ira de los vientos.
A Gallardo Chambonnet, por haber llevado tantas veces a Abyla en su pensamiento.
No volverá la savia a recorrer
la profunda estalagmita de las arterias del puerto,
oscurecerá el vestido gris que llevabas en la esquina del otoño,
el gemido taciturno de Machado ante la muerte
en la canción crucificada
de un hombre confundido que no creía en el amor
porque no supo de tus ojos ni te conocía
y sigue en la espesa niebla de las ramas que lloran en el pasado,
en la soledad de una gente
que no recuerda dónde está su memoria,
dónde la excavadora que se llevó las flores del Campillo
y la sonrisa del sol que derramaba su miel
sobre los cabellos escarpados de una mujer amortajada.
..el silencio y la noche mordían con su abrazo
mi alma en la litera
y ardía el mundo de los tiernos y de los tristes
devastado por los celos de la espera que no muere.
(Francisco Enrique León -11 de abril)
Siempre arrastré las llagas de tu culpa
y sufrí por las cartas perdidas que no llegué a leer,
por las llamadas
que no pude escuchar mientras te maldecía,
mientras me acorralaban la ausencia y tu vestido
en una sala oscura que nunca frecuentaste
y amarga me miraba
como si fuera un hijo de las sombras
atrapado en el fulgor hiriente de un recuerdo
que nunca permitiste
que descansara en el temblor de mi almohada.
Lloré por el rechazo que cubría mi rostro
y ahondaba en los rincones
del velo de la luna
que ardía en los espejos de una alcoba sin puerta,
en la espina de miel ensangrentada
de tus gélidas manos
en los días más grises que morían
y desfilaban huecos por las enredaderas
que nunca atravesaste con soltura,
por los escaparates
rotos que me mostraste en un rincón perdido,
en la noche del dolor que mordía las sábanas,
desgarraba mi orgullo y se hundía en mi mirada.
Llevas en la mirada el soplo del Poniente,
en los labios la herida
tierna y ronca del pájaro que tiembla
en la acera caído
entre los transeúntes silenciosos
que asaltan el vacío y rutinario
cristal de la memoria en los escaparates,
el halo transparente de los cines,
el humo de las fábricas,
el rayo que ilumina la caricia distante
en la huerta que muere
y se cubre con lirios de pureza
para hablar de los bancos con un nombre grabado,
con un libro perdido con la letra borrosa
y una firma sentida y olvidada
que no advirtiera nadie en un cuerpo que espera
la llama de tu amor, la magia de tus manos.
Llevas en la mirada el mito del exilio
de las nubes canoras que nunca se han movido
de tu eterna esperanza en los jardines,
del viento de tu imagen venerada
y ardiente
que llena las paredes con un nombre,
que rompe los adagios con un verso medido
y atormentado
que hierve en las esquinas teñidas de silencio,
divaga en la mañana, y sonríe a la muerte.
En el amor me hieres
regresa el latido del primer poema
de una vida
como una música lejana que se apaga en la noche.
(Constantino Cavafis - Voces - Versión: F.E. León)
*** *** ***
Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vuelo
en la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.
No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.
a solas con el mar de dolor que me cubre
en esas olas negras que arrastran a la playa.
(Las ramas de laurel)
En tu dolor me hieres, sin saber el motivo
castigas lo que amas en la ruta obstinada
del calderón que abraza tus orillas
y muere pensativo, varado en las arenas,
provocas lo que sigue
en el pasaje estrecho sombreando las flores
de tu vestido alegre que no llegó a a los claros
en la fiesta de ayer,
caminas por el Cuadro abierto que engalana
la acera que retiene
un sitio sensitivo en la memoria
de la niña descalza que vuelve de la escuela
y se pierde en el aire con las rosas marchitas.
Despiertas en la calle como un árbol que sufre
y acoge su destino en la sombra exiliado,
como una enredadera que no alcanza los muros
de la noche vacía, de tu primer poema.
Eres alma de nube peregrina y cansada
como las remembranzas de un poeta apagado
que arroja la toalla de sangre en el camino
entre las Cuatro Higueras y una tumba encalada,
entre los pensamientos del arroyo
y el rostro amortajado de los sueños sentidos.
Vienes desde la muerte de una pasión lejana
que llenaron los pájaros que emigraban al Sur
y buscas la estación
que rompe el horizonte tenue de Cabo Negro,
así te desmadejas en folios y revistas
rotos por un deseo que te llama y te vive
en las fotografías sedientas de pasado
entre las escolleras de la fábrica
que no vuelve del sueño, que no torna a la vida
sobre la fuente intensa de tu boca
que canta su agonía y el alma del quejío
que lleva a la almadraba la herida de los mares,
la luz de la avenida entre los pasadizos
del templo desterrado que perdió la palabra
del galileo
y sufre en el calvario
de mujeres de negro con un himno en la frente
que mueve la quietud de tu voz y el recuerdo.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.