1
Avenida de África en silencio
Silencio, ni azucena
de un dios que me consuele.
Vivo para el recuerdo de lo que no he tenido;
he visitado cárceles,
hospitales, cuarteles,
he hablado con los locos, calmado a los perdidos,
pasado por los barrios donde habita la muerte
y entregado mi risa
al coro que no habla, al corazón vencido.
Y tú, que me dejaste el ritmo en la zozobra
y el alma desbocada,
con las dudas me abrigas,
amarras el silencio y el dolor aprisionas
para representarlos como una alondra herida
que canta cuando muere y en el llanto se ahoga.
Y tú que me arrancaste la luz de las farolas
me dejas con las sombras turbias de la Avenida.
2
Quizás prosiga triste por haber olvidado
su sonrisa de invierno despejando la aurora,
sus rosas derramadas en el viento de junio,
sus manos que tuvieron la emoción de las horas.
Quizás prosiga hablando de lugares perdidos,
de sombras que perduran en un temblor sin alba,
de rostros que pasaron bajo la luna errante,
de amor que no fue amor pero me hiela el alma.
3
No puedo detener el llanto de mi alma.
Mi pensamiento lucha por mantenerme erguido,
pero me hunde el cielo, el aire, las palabras.
Ya no puedo cambiar las ruedas que pasaron;
si te quise y no supe sentir cómo me amabas;
me quisiste sin fe,
me llevaste sin gracia.
Ya no puedo enterrar los sueños que murieron.
La muerte me contempla como una sombra ajada,
abrazado a la rosa que ha quedado en tu sangre,
los tordos ya no pasan por las nubes moradas
del invierno que tiembla por nuestro amor dormido
y te sigo queriendo como si me llamaras.
4
Yo quería cantar al amor,
desbordar tu tristeza con brotes de alegría,
acordes luminosos teñidos de pasión
que llenaran tu rostro de luz y de armonía.
Yo quería cantar al amor,
antes de conocerte, sin saber que existías.
Dolor por lo que fue, y lo que no pasó,
voy llorando en la noche la oscuridad del día.
5
¡Cuántas veces te sueño! Desde otra colina
he visto a aquel muchacho que se enamora y vuelve.
Y no pude entender; tu corazón lejano
me arrebató palabras que golpean mi frente.
Pues cómo yo te quise, cómo yo te he vivido
se ha fundido en mi sangre y fluye lentamente
cuando el Poeta arranca del aire los latidos
y el alma que es tu hombre se eleva irreverente.
Pues ya no veo tus costas, ni escucho tu lamento
en esta oscura tierra sin luz que la despierte.
He querido arrastrar la rosa hacia tus vientos
y entregarme a tu aurora que reverbera siempre.
Yo, ateniense,
en las duras mesetas de Esparta
para siempre.
6
He vagado en la noche de tu ardiente tristeza
para poder vestirte de azul como querías.
He llorado sin rumbo tu amor en la mañana
como un loco sin dios, profeta sin desierto.
Pero tú no me dabas ni por piedad la muerte;
me quitabas los ojos; la voz y las palabras
trocabas en espinas henchidas de pasado.
No quedaba un lugar para seguir muriendo.
Los vecinos, las casas que tanto despreciaste
abrieron tu lamento para cerrar mi orgullo.
7
No hablaré de poesía cuando el sol de la tarde
me deje en el instante de los rayos que mueren,
ni hablaré del calor perdido en los balcones,
ni de la longitud de tus manos abiertas.
No podré ni llorar por lo que no comprendo
ni ofrecerte la llama que hierve por tu nombre,
sigo siendo ese río fundido con la piedra
cuando el amor me hiere y no puedo arrancarte.
Me abraso en tu mirada de sueño adolescente
y guardo en la memoria rincones sensitivos,
no me puedo cubrir de aquella soledad
para volver a amarte como si hubieras muerto.
Esta ciudad, que fue cuna de mi agonía,
hoy me lleva hasta el mar profundo de la queja;
se me nublan los ojos cuando escucho tu voz
que inunda el vaporoso gemido de los puertos.
8
Tarde de lluvia en la Avenida.
I
Mi corazón dormido sobre una primavera
que no tiene balcones para colgar tu risa.
Mi luz amortajada por siglos de silencio
agitando pañuelos a un adiós que agoniza.
Llueve en el cielo claro que dibuja tu rostro,
en las calles vacías, en el bosque de piedra.
Me ha dolido tu amor y no puedo negarlo,
me duele hasta esta lluvia que no cae y se aleja.
Llueve en las soledades quietas de la avenida
sobre los institutos que guardaron tu huella.
Me duelen las palabras que no hallan consuelo
en este divagar que llora ante tu queja.
II
Puedo ser en la lluvia un gitano que vuelve
cantando a los caminos su pena y sus caricias,
que sufre entre las flores silvestres del misterio
y agita entre los vientos la luz de su camisa.
Puedo ser en la lluvia un trovador que sufre
y abraza las canciones tristes que me cantabas
persiguiendo las rosas turbias de tus estanques,
sufriendo entre tus muros que no tienen ventanas.
III
Tus celos apagaron los versos de Neruda
y la mueca de Brel que gritaba en mi alma.
Tu rabia me ha dejado el corazón sin arte,
te busco en el recuerdo y no avivo su llama.
Llueve sobre los muros quietos de la avenida,
sobre el parque mojado que ha perdido su luna.
Llueve sobre los charcos que acogen el destierro
de aquella soledad que no me deja nunca.
9
Cuesta del Gallo
Tus ojos y tus manos
por la cuesta subían,
por la cuesta del alba
de mi loco recuerdo.
Ya no serás querida
como en los callejones
que cruzan por mi mente
cuando pienso en tus medias.
¡Ay, corazón de seda
que desgarré y sufría!
¡Ay, tormenta de besos
que atravesé sin cura!
Dame tu despedida
para seguir llorando,
mariposa de luz
de un tiempo que moría.
Dame tu olvido entero
para romper mi lira
si no puedo tocar
las cuerdas de tu aliento.
10
Martes de carnaval en el recuerdo
Oscura y mórbida
es la llama de tus ojos
cuando llora,
de ti cuando me cantas.
Si yo rezara sobre tu amor inerte
como una tumba abierta
sobre tu voz quebrada,
como una primavera con el cielo apagado
que buscara tu olvido,
tu amor y tus palabras,
para verte en la calle como si fueras otra,
sería un libro ciego que busca una plegaria
para hundir en tu cuerpo
extraño la mirada
y no saber reír, llorar, ni aparecerme
en el hombre de siempre que siempre te abrazaba.
Si yo rezara sobre tu amor inerte
la sombra de la muerte se llevaría mi alma
para desenterrarla
en el último verso
que me hablara de ti, que tu rostro llevara.
Arlequín volvería a entregarte mi risa
junto a la Plaza Vieja
con flores y guirnaldas
para darle el aliento que le arrancó tu olvido
en la esquina del mar en donde te esperaba.
¡Oh, eterno Pierrot del anhelo encallado
que sufre en los rincones
y por la luna vaga,
no vengas esta noche a llevarte mi pluma,
la música no arranques del pecho que la llama!
¿Por qué mi amor es triste?
¿Por qué lloro en silencio?
¿Por qué llevas la muerte prendida en la mirada?
¡Ay, triste carnaval de sueños y pasiones
que muere cuando reza y llora cuando canta!
11
Las cartas
Como un poema mal escrito
somos versos sin rima,
estrofas sin ritmo
en un compás entrecortado.
(Paul Simon – Conversación en el aire – Traductor desconocido)
Quizás no se abra paso el paseo nocturno
en nuestra vieja calle cubierta de geranios
ni entre los farallones de la playa de Azuara
y los montes sombríos de tu primer misterio
que me hablan y me acusan
de haber dejado
que tus cartas buscaran el Leteo
y, lentas, se perdieran
entre los autobuses de una cita nostálgica
sin huella en el camino,
y sin embargo
deseé hasta la muerte las palabras
que llevaran mi nombre y nunca me escribiste.
Las busqué en el recuerdo de la aurora,
en el invierno gris del templo oscuro
cuando hilan las lóbregas pavanas
el manto de las nubes,
asalté los peldaños de los tragos amargos,
pregunté por las sendas, me hice amigo del aire
intentando escuchar en sus entrañas
lo que nunca pasó, lo que no me dijiste.
Ahora de tu voz busco las sombras,
la calma del vencido que arroja la toalla
en el viento del Este que azota las quimeras
de nuestro amor dormido,
en la cometa azul que se enredó en tu blusa,
en las manos de marzo
que movían tu pelo en las tardes dichosas
de un Cádiz que lloraba en el barrio La Viña
la alegría de Carlos viva en La Habana Vieja.
Y no sentí tu aliento de novia apasionada
que portara la herida de un pétalo en la frente,
ni impedí, por mi orgullo,
que acabara en la orilla la palabra precisa
que nervioso esperaba,
quedó entre tu boca y mis caricias
como un papel mojado que no encontró tu aliento,
como la barca hundida en la arena olvidada
o el viejo pescador que abraza la derrota
de los vientos perdidos
y no vuelve a la mar.
12
Ya no sé qué decirte,
he ahondado en mi duda y me veo como siempre,
como un novio amputado del tumulto y las flores
que no encuentra calor
en sus miembros perdidos,
como un tonto exiliado del amor y el deseo
que añora la fragancia de un verso temerario.
Ya no sé qué decir de tu perfil sin sombra;
esta lengua de fuego ha de esperar dormida.
He surcado tu herida con palabras que eran
confesiones que nunca
quise haber pronunciado.
Amparado en la noche,
creyendo que sus manos cubrían mi mirada,
te explicaba las causas de mi huida al vacío
mientras esos milagros que quería invocarte
volvían al sepulcro del que nunca salieron.
Mi lecho, situado detrás de la frontera
aguardaba el dolor de mi cuerpo angustiado,
cuando el corto camino se hacía interminable.
Intuía que la vida debía ser de otra forma
que nunca conocí la calma del vencido.
Mientras nubes y rosas yacían en tu ocaso
no supe qué decir por despertar tu orgullo.
13
Sonrisa en la lluvia de verano
Vives ahora en mí aunque no estés te siento
como luz en mis sombras, un sueño en mis quimeras.
Aquella soledad no se me habrá olvidado,
volverá cada vez
que mi alma se pierda y llueva la canción
en la sombra que hierve
con el aroma intenso de algas y de levante,
del hombre perseguido por tu tierna figura,
por el clamor de barcas
que se ahogan en el muelle afligido
y la playa que sigue esperando tu huella
en el cielo de nubes empapado.
No dirás con los ojos
que soy hombre de luz como dijiste un día,
no habrás desenterrado un pensamiento mórbido
que me enamore siempre
y lleve mi caricia para que te sostenga
entre los edificios oscuros de tu herida.
Estos días de lluvia de verano
que llegan a la alcoba
de una esperanza ausente,
este lento vagar por tu barrio y el mío,
por la escuela que sueña en su letargo
con los pupitres rotos,
los cristales vencidos,
siempre vuelven a mí con tu mirada errante
y el rumor de tu cuerpo que temblaba
con su gentil cuidado
en la cruz del recuerdo que me dio tu sonrisa.
14
Las adelfas
Llegas a mí ahora sin haberte buscado
sobre la vista cruel de una avenida
donde muere en la noche un árbol solitario
y las adelfas vierten su tristeza
y su veneno
en ilustres borrachos sin futuro
mientras cantan El rey bajo el latido tenue
de luz de una farola oscurecida.
Dejé la rabia
de amor que me mordía
el cuerpo traspasado por la rosa de los mártires,
por una juventud
rasgada por un pacto no firmado,
lastrada por los vientos que me hacían penar
cuando lloraba la calle y vivían
los cementerios
sepultados entre flores
y los viejos morían mirando su ventana.
Decían que era débil, que remar no podría
contra el levante
en un mar caprichoso que yo amaba
al recordar la brisa del verano
y los nombres que ya no volverían,
la soledad de un padre huérfano y obsesivo
que necesita
ser querido mas ya no sabe hablar;
escapa de las aulas cada día,
y afronta por la noche la tormenta,
su orgullo desterrado,
su presencia en las sombras, su destino en la mar.
15
Quiero besar tu frente
aún tibia y dolorida
cuando caiga el último
resplandor en mi huerto.
Quiero tocar el verde
silencio de tu olivo
hasta ser sólo mía
el alma de mi queja.
Aún me quema la sangre
que arranqué en tus espinas,
aún me duele tu nombre,
aún surco tu calvario.
Quiero tocar el verde
silencio de tus ojos
entre los azahares
blancos que se me alejan.
Apártame tus ramas,
amor,
cuando quieras dañarme
y no encuentres castigo.
Apártame tu pelo
cuando pienses atarme
a la esquina del sueño
y una cuerda no encuentres.
¿No ves que estoy llevando
la cruz de tu mirada
por otros derroteros
que tú ya no conoces?
Aún espero que vuelvas
con aquella caricia
que dejaste en mi rostro
y en el viento de marzo.
Aún tengo que empezar
mi itinerario abrupto,
aún estoy en tu huerto
y bebo tu amargura.
16
Déjame respirarte
en la última tarde
que no tengan tus ojos
vestigios del amor.
Déjame ascenderte
en mi delirio alado
para que pueda ser
albatros en tu risa.
No he perdido la llama
oscura de tus labios,
no he perdido tu pelo,
no te he crucificado.
Sigo en el camino
donde encontré tu huella.
Son tan largos los clavos,
tan frescas las espinas.
17
Quizás nunca supiste si lloraste mi amor,
si el alba de dolor en sombras derramada
engullía la noche de los embarcaderos,
perseguía al héroe o aclamaba al monstruo.
Mas déjame pensar en ti como no eras
para que pueda amarte en este desvarío,
y sentir esta herida que recorre tu llaga
¡Qué primavera cruel para mis labios!
¡Qué amargo sentimiento
de palabra acosada
ahora que te veo y ya no puedo hablarte,
ahora que te tengo en mis brazos de dudas
y la muerte acaricia mi silencio de espera
por no haber despertado del último suspiro!
Llorabas por aquel que vivía con mi ropa,
que bajaba a la playa desde otro horizonte
y no encontraba el mar azul para mecerte.
El amor y el silencio eran la misma rima,
sombras de corazón en la almohada
donde yace la niña sin recuerdo que fuiste.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.