Sabes
que cada canción que
vuelva de la tristeza
dejará un rincón
para que descansen
nuestras almas y sus abismos,
dejará una lágrima que
brinde por los amores muertos
y nos recuerde
que alguna vez
sonreímos entre las sombras
con devoción y amargura,
que nos emocionaba
escuchar
las mismas viejas
palabras que movían nuestros impulsos
aunque no tenían sentido
al vagar por nuestros labios
en un calendario sin
hojas, en una caricia herida.
Sabes
que hablaré de Dylan como
si le conociera,
como si la poesía se
hubiera adueñado de la calle,
de las preocupaciones de
la gente que pasa,
de las caricias, de los
abrazos y del ruido
y cayéramos sin fuerzas
en el lecho primigenio
de una aventura sin
rima,
de un deseo desordenado
porque tú estabas más
allá de mis manos y de mi frente,
alentabas el recuerdo de
lo que nunca fue,
de lo que nunca se ha
ido.
Sabes
que volveré a decirte que
te quiero cualquier tarde
con un poema escrito en
cualquier cielo que se hunda
mientras el mundo se
ensañe con mis ruinas y mis recuerdos
y edifique la gracia que
encontré en la cumbre de tus piernas,
en los abismos mórbidos
que encontré en tus pechos.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.