de aquel día luminoso que se vistió de gris,
de aquellos ojos que derramaron una lágrima,
de la tristeza que se agolpa en el recuerdo.
Decían los periódicos que una equilibrista cayó al vacío
y no volvió a intentar el más difícil todavía.
Tendría que haberla amado aunque no me dejara
ni me conociera,
que haber llorado por una canción confusa,
despertado en una voz hiriente que sufría,
olvidado el sentido de la muerte.
Déjame escuchar las palabras de amor
que no supieron aflorar desde tu silencio
en las horas más tristes, cuando más las necesitaba,
los poemas abandonados en la calle
por donde nadie pasa en estos días,
déjame recordarte por encima de todos los fracasos
en el último templo que quede de la arrogancia ante la vida,
en tu primer deseo perdido entre los árboles,
en la carta apasionada de un muchacho confundido
que nunca te olvidó entre los muertos
y vive en tu memoria.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.