Setenta y dos años después de su
desaparición, en su caso este tópico pierde su marcado sentido metafórico[i], Antoine de Saint-Exupéry está más vigente que nunca y
ha alcanzado la categoría de los mitos más perdurables de nuestro tiempo. Como
todos ellos sufre de un cierto arrinconamiento que lo sitúa en posiciones
asumidas e inamovibles, de una forma u otra, en la memoria colectiva hasta el
punto de que los trabajos minuciosos de sus estudiosos más pertinaces no han
logrado echar abajo una serie de clichés que se tienen como ciertos por más que
la verdad documentada nos diga, a las claras, otra cosa.
Pero eso no debería producirnos asombro; Marilyn será siempre una rubia sensual
y atractiva, poco menos que estúpida, sin que, casi nadie, se pase por sus
escritos que testimonian una sensibilidad especial para la poesía, una
compulsión por la lectura para superar las carencias culturales de su
niñez que no fue una fábula de fuentes, para estar a la altura de sus amigos
del Teatro del Método, y una tendencia obsesiva con el sentido de la vida
que la llevó a reflexiones profundas e intrincadas sobre la soledad y la
muerte.
Saint-Exupéry no habría de ser distinto; el espíritu puro, ingenuo y melancólico
de su personaje más emblemático, con quien se suele asociar al propio escritor
cuando era niño, no ha facilitado que los mensajes extraídos de sus biografías
más rigurosas hayan encontrado el eco necesario para que disfrutemos de su
calidad como hombre que estaba muy por encima de la media a pesar de sus caídas, creo,
sinceramente, que poco numerosas pero muy sonoras y con consecuencias más
desagradables[ii] de lo que se pudiera pensar.
"El pequeño príncipe" no comprende las preocupaciones sin
sentido en la que malgastan el tiempo los adultos y la falta de ternura y
atención que le dedican a las cosas verdaderamente importantes, aunque siente
un respeto reverencial por un farolero que vive en un planeta donde siempre es
de día porque cree que lo que hace es necesario y rechaza con estupor y
tristeza el vacío existencial de un vanidoso. El escritor no solo sucumbió al
atractivo de lo trivial y prescindible sino que le consagró un culto excesivo
cuando se trataba de satisfacer sus inclinaciones hedonistas mientras
descuidaba y ajaba, simplemente por matar el tiempo, el alma de la rosa.
Tras la ruptura traumática con su primera novia, Louise de Vilmorin, provocada
por la negación obsesiva y militante de los padres de ella a que se casara con
un aviador expuesto a los peligros, se convirtió en un conquistador impenitente
hasta el final de su vida sin que fuera un obstáculo su matrimonio con Consuelo
Suncín, mujer independiente y de mentalidad avanzada que no dudó, con menos
frecuencia de la que se suele comentar, en pagarle con la misma moneda.
La sencillez, más aparente que real, con la que nos transmitió sus
preocupaciones y la belleza trascendente que desplegó en sus frases y aforismos
han logrado que sea el filósofo que más ha conectado con el sentir popular,
cuando ni siquiera lo era, pues no tenía un corpus de doctrina extenso y
articulado; Ciudadela, que, por esos caprichos insondables del destino podría
convertirse con el pasar del tiempo en su obra más estudiada y perdurable[iii], corrobora la impresión que, a día de hoy, se tiene
con respecto a ella y que suele orientarse a indicar que Saint-Exupéry se
involucró con persistencia en una empresa que no era su camino, hallado
felizmente en otras vías y en otras encrucijadas. Su proyecto más ambicioso y
el que le ocuparía, con diferencia, más tiempo, se convertiría, con su
publicación en 1948, cuando ya había muerto, en el único fracaso crítico con
sus novelas[iv]. Pero es indudable que llevado por una
sensibilidad moderna, fuera de toda duda, involucra como nadie al lector en sus
planteamientos y le facilita compartir sus puntos de vista logrando plenamente
impresionar con sus máximas que se repiten como ejemplo de lo que importa verdaderamente
en la vida en los ambientes más diversos y entre la gente más variopinta,
aportando además al receptor el convencimiento absoluto de que sabe lo que
quería decir... y Ciudadela está plagada de reflexiones que presentan el perfil de
verdades irrefutables aunque, en realidad, sea arduo discernir con claridad
las líneas concretas de su significado.
Es innegable que no existe autor que haya aportado tantas citas memorables a la
memoria colectiva, pero se vio desbordado a la hora de abordar unas ideas que,
como en su admirado Platón, penetraran en los aspectos más generales de la vida
y los estructurara con respecto al hombre y a la sociedad, aquí tenemos la
paradoja de que el aristocrático y conservador ateniense
quiso encontrar lo que era posible entre las cosas que no existen para revestirlo
de inmortalidad y el demócrata noble que surgió de su amistad sincera con Léon Werth
se concentró en la realidad de los sueños para hacernos partícipes del milagro
de la vida.
Creo que el azar nos privó de un
encuentro que hubiera ayudado a superar la angustia, la pérdida de valores y la
desgana vital de la post-guerra, Camus, el más idealista y humilde de los
existencialistas, llegaría a planteamientos cercanos a Saint-Exupéry partiendo
de una base radicalmente distinta, para Camus Dios no era una preocupación sino
un problema, por Dios matan los hombres, hablaba de mantener la dignidad en la
indefensión ante la muerte y de llegar a ese trance apoyándonos en la moral para
encontrar la satisfacción en hacer todo el bien posible, en reconciliar al
hombre con su civilización.
El fracaso de Saint-Exupéry como
pensador es intrascendente, es algo que en sí mismo solo buscó en Ciudadela, ya
que encontró en la Filosofía, en cierta forma sin pretenderlo, uno de los
aspectos más relevantes y originales de su narrativa y se convierte junto a
Voltaire, Unamuno y Erasmo, entre otros, en uno de los autores que ha sabido
transmitir más su esencia sin que el lector sea consciente de que está
filosofando cuando repite absorto que lo
esencial es invisible a los ojos, liberándole de la carga que supone
afrontar esta disciplina con la idea de que pertenece a los privilegiados, a
las personas con capacidad de abstracción consolidada firmemente por una sólida
formación de años y reflexiones.
Para el hombre de la calle la
Filosofía es una tarea muy dura que le crea un desasosiego con sus tratados,
plagados de un léxico y unos conceptos exigentes, que se les representan como
ladrillos incapaces de edificar una torre de luz sobre las ruinas de una
civilización que avanza, sobre la soledad del pensamiento ¿Encontró Nietzsche
ese faro? Murió en las tinieblas... y posiblemente fue una de las personas más
inteligentes que ha existido.
Tenemos que admitir que la Filosofía, puede que el factor más decisivo de
nuestra forma de sentir e interpretar el mundo, se encuentra totalmente
desplazada entre los gustos generales de estos tiempos confusos. Se constata
que hay personas que se confiesan marxistas que nunca han leído "El
Capital" o "El Manifiesto comunista" y otras que se arrojan a
los brazos de una ideología sin tener un conocimiento aceptable de lo que
significa realmente aunque se emocionen con los ritos y participen
fervorosamente en la parafernalia. Aquí llegamos a la conclusión, lo
comprobaron con dolor quienes pudieron convivir de forma natural con otras
culturas, como Orwell, de que la Filosofía, cada vez con menos estudiantes y
lectores específicos, es el hecho diferencial más importante que ha
posibilitado nuestra diversidad y la creación del estado laico con la
liberación del yugo opresivo de la religión establecida y organizada para
satisfacer a los órganos del poder y beneficiarse de sus privilegios, es la
marca más característica de Occidente con sus miserias y sus grandezas. No ha
sido suficiente para que dejemos de ser injustos, pero sí ha posibilitado
desarrollar un espíritu crítico para denunciar la iniquidad y un marco que hace
posible exponer, mal que bien, nuestras quejas y desarrollar la imaginación
para estructurar y proponer alternativas más equitativas que están en la mente
de cualquier ciudadano.
Saint-Exupéry era de familia aristocrática, su madre supo conciliar con cierta
armonía y sin grandes contradicciones su calidad de noble arruinada, su
sensibilidad artística, y una liberalidad[v] muy
acusada y extraña en el estrato social al que pertenecía, con un ferviente
catolicismo que hubiera querido inculcar a su hijo, pero no pudo y Antoine, se
movió entre el descreimiento y el agnosticismo en su juventud. Esto es algo que
hay que decir con ciertas reservas pues, hasta el final de su vida, no estuvo
absolutamente interesado en la religión y no solía manifestarse sobre ella, le
daba un tratamiento similar al de la política, pero siendo consciente de que no
se podía vivir sin ellas. Estaba centrado en buscar al hombre, dándole a la
acción un papel preferente en la definición de sus virtudes como Hombre.
Manifestaba un desapego evidente por la retórica, a la que veía como un
instrumento eficaz para ocultar o modificar la verdad[vi],
prefería juzgar y ser juzgado por los actos y no por las palabras. Este punto
no gustaba mucho a algunos intelectuales de su tiempo que no dudaron en hablar
de él como un hombre en el que prevalecía la apetencia por la acción, y lo
alejaban de paso de su mundo para acercarlo al del fascismo a través de una de
las pautas de comportamiento más socorridas que tenían éstos, para oponerse a
la razón que esta ideología perniciosa ponía en práctica convirtiéndola en un
culto a la violencia y en luchar contra los que diferían o eran distintos en vez de buscar la superación de uno mismo.
Coincidiendo con la obra que marca el inicio de su madurez personal y
literaria, "Tierra de los hombres" publicada en 1939, consolida su
acercamiento al Humanismo e irá evolucionando para encontrar una síntesis
original y afortunada entre la vertiente laica y la tradición cristiana de esta
forma de entender la vida. No faltó quien dijera, a raíz de ello, que era un
cristiano sin Cristo para matizar lo cerca que estaba su moral de la
verdadera doctrina cristiana en un hombre con una marcada irreligiosidad o un
místico sin Dios para resaltar su admiración por aquellos que buscaban
el espíritu a través de la vida monacal, a pesar de que nunca aceptó la
presencia de Dios como una realidad trascendente y no concebía el sacrificio si
no era el paso necesario para alcanzar una meta.
Aparece Dios, pero su visión es sumamente original; es su presencia en la
vida, en tanto la importancia que tiene en el comportamiento de los hombres y
no su existencia, en la que nunca dejará de dudar, la que hará que otorgue a
Dios una atención profunda que nunca antes le había dedicado. Pero siempre
pensó, incluso en los momentos que estuvo más alejado de él, que no había que
matar a Dios en tanto que hay tantas personas que creen en él y lo sienten, y es un hecho
que modifica la trayectoria vital y las costumbres.
Pero siguió volcado
decididamente en el Hombre y, para entonces, ya no había duda, entre sus
detractores, en el carácter universal de esta búsqueda, superado felizmente el
elitismo de los héroes que se podía observar en la obra más lograda de sus
primeros años "Vuelo nocturno", y los puntos que compartía con el
pensamiento de Nietzsche, el superhombre de éste no tenía
sitio en las ideas de Saint-Exupéry, su aspiración para llegar al Hombre por
medio de las ansias de superación se encontraba en cualquier hombre que supiera
despertar y, a través del esfuerzo y con los instrumentos adecuados para
desarrollar sus capacidades, descubriera un nuevo papel con el que servir a la
comunidad que se convertiría en el fin último de la existencia.
Aunque fuera ateo, algo no muy probable, cuando se casó en 1931, mucho antes de
que la presencia del pensamiento de Dios cobrara importancia en su obra, quedó
claro, su valiente moderación era proverbial, que no participaba del espíritu
iconoclasta de esta tendencia en aquellos años cuando se mostraba un
resentimiento muy grande hacia la Iglesia por el daño que había hecho y se
ejecutaba a Dios simbólicamente en las plazas de Moscú, lugar de referencia
obligada para aquellos que habían dejado de creer en Dios, y aun así querían aniquilar la nada. No tuvo
inconveniente en contraer matrimonio religioso un día después del civil. Podemos
deducir que lo hizo para ofrecerle a su madre una satisfacción
inesperada. Marie, una mujer admirable, aceptó la boda sin provocar dramas ni
tensiones, al percibir la determinación de su hijo, y no quiso insistir, antes de la
celebración, en la fama de licenciosa que, justamente, precedía a Consuelo Suncín.
En un ejercicio de integridad y entereza zanjó las controversias con sus hijas
diciendo que la veía bien ya que era la mujer que Antoine había elegido. Una de
las correspondencias más largas que se recuerdan es testigo de la importancia
que esta mujer discreta y con unos valores intrínsecos incuestionables tuvo en
la formación de su hijo.
I El cuerpo
de Saint-Exupéry nunca ha sido encontrado, sin embargo existe una versión
bastante creíble de las causa de su muerte; La declaración de un antiguo
periodista llamado Horst Ripper, que sirvió en la II Guerra Mundial
como piloto, venía a desvelar el misterio en 2008, cuando ya contaba 88 años,
confesó que él había abatido a Saint-Exupéry y que en el momento de hacerlo no
sabía que la víctima de su certero ataque había sido el gran escritor a quien
admiraba y que no llevaba más arma que su cámara fotográfica, que empezó a sospecharlo con el paso de los años. No lo confesó en
cuanto fue consciente de ello porque sentía vergüenza y arrepentimiento. Quizás
porque sea más sugerente y atractivo mantener el misterio esta confesión no ha
sido aceptada como concluyente.
II La más
notoria fue durante su exilio en los Estados Unidos (31 de diciembre de 1940-
15 de abril de 1943) cuando fue acusado por los partidarios del general de
Gaulle de mantener contactos serios con el Régimen de Vichy. Significó un
suplicio en el momento determinado en que le llegaba y llegó a abandonarse al
alcohol.
II No dudaría un solo instante de la extraordinaria formación filosófica de Saint-Exupéry.
II No dudaría un solo instante de la extraordinaria formación filosófica de Saint-Exupéry.
III Los
críticos solo admiten como novelas las dos primeras que publicó Saint-Exupéry;
"Correo Sur" y "Vuelo nocturno". Lo normal es que hablen de
ensayos, en unos casos; "Tierra de los hombres" solo hasta cierto
punto, ya que abundan los artículos periodísticos, y "Carta a un rehén" en mayor grado a pesar de su carácter
epistolar y, en otros, de obras inclasificables; "Piloto de guerra",
"El pequeño príncipe" y "Ciudadela".
[v] Saint-Exupéry
es un ejemplo con su conducta de que tenía superado o, más bien, nunca había
sentido, el exclusivismo, el clasismo y el antisemitismo que eran unas
características muy acusadas entre la decadente aristocracia francesa.
[vi]No
podía evitar pensar con desagrado y temor en el histrionismo iluminado de
Hitler o en la grandilocuencia vacua y efectista que Mussolini exhibía al
evocar el mito del Imperio romano.
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