sábado, 27 de agosto de 2016

El último vuelo sin brújula de Antoine

  


            Setenta y dos años después de su desaparición, en su caso este tópico pierde su marcado sentido metafórico[i], Antoine de Saint-Exupéry está más vigente que nunca y ha alcanzado la categoría de los mitos más perdurables de nuestro tiempo. Como todos ellos sufre de un cierto arrinconamiento que lo sitúa en posiciones asumidas e inamovibles, de una forma u otra, en la memoria colectiva hasta el punto de que los trabajos minuciosos de sus estudiosos más pertinaces no han logrado echar abajo una serie de clichés que se tienen como ciertos por más que la verdad documentada nos diga, a las claras, otra cosa.

         Pero eso no debería producirnos asombro; Marilyn será siempre una rubia sensual y atractiva, poco menos que estúpida, sin que, casi nadie, se pase por sus escritos que testimonian una sensibilidad especial para la poesía, una compulsión por la lectura para superar las carencias culturales de su niñez que no fue una fábula de fuentes, para estar a la altura de sus amigos del Teatro del Método, y una tendencia obsesiva con el sentido de la vida que la llevó a reflexiones profundas e intrincadas sobre la soledad y la muerte.

         Saint-Exupéry no habría de ser distinto; el espíritu puro, ingenuo y melancólico de su personaje más emblemático, con quien se suele asociar al propio escritor cuando era niño, no ha facilitado que los mensajes extraídos de sus biografías más rigurosas hayan encontrado el eco necesario para que disfrutemos de su calidad como hombre que estaba muy por encima de la media a pesar de sus caídas, creo, sinceramente, que poco numerosas pero muy sonoras y con consecuencias más desagradables[ii] de lo que se pudiera pensar. "El pequeño príncipe" no comprende las preocupaciones sin sentido en la que malgastan el tiempo los adultos y la falta de ternura y atención que le dedican a las cosas verdaderamente importantes, aunque siente un respeto reverencial por un farolero que vive en un planeta donde siempre es de día porque cree que lo que hace es necesario y rechaza con estupor y tristeza el vacío existencial de un vanidoso. El escritor no solo sucumbió al atractivo de lo trivial y prescindible sino que le consagró un culto excesivo cuando se trataba de satisfacer sus inclinaciones hedonistas mientras descuidaba y ajaba, simplemente por matar el tiempo, el alma de la rosa.

         Tras la ruptura traumática con su primera novia, Louise de Vilmorin, provocada por la negación obsesiva y militante de los padres de ella a que se casara con un aviador expuesto a los peligros, se convirtió en un conquistador impenitente hasta el final de su vida sin que fuera un obstáculo su matrimonio con Consuelo Suncín, mujer independiente y de mentalidad avanzada que no dudó, con menos frecuencia de la que se suele comentar, en pagarle con la misma moneda.

         La sencillez, más aparente que real, con la que nos transmitió sus preocupaciones y la belleza trascendente que desplegó en sus frases y aforismos han logrado que sea el filósofo que más ha conectado con el sentir popular, cuando ni siquiera lo era, pues no tenía un corpus de doctrina extenso y articulado; Ciudadela, que, por esos caprichos insondables del destino podría convertirse con el pasar del tiempo en su obra más estudiada y perdurable[iii], corrobora la impresión que, a día de hoy, se tiene con respecto a ella y que suele orientarse a indicar que Saint-Exupéry se involucró con persistencia en una empresa que no era su camino, hallado felizmente en otras vías y en otras encrucijadas. Su proyecto más ambicioso y el que le ocuparía, con diferencia, más tiempo, se convertiría, con su publicación en 1948, cuando ya había muerto, en el único fracaso crítico con sus novelas[iv]. Pero es indudable que llevado por una sensibilidad moderna, fuera de toda duda, involucra como nadie al lector en sus planteamientos y le facilita compartir sus puntos de vista logrando plenamente impresionar con sus máximas que se repiten como ejemplo de lo que importa verdaderamente en la vida en los ambientes más diversos y entre la gente más variopinta, aportando además al receptor el convencimiento absoluto de que sabe lo que quería decir... y Ciudadela está plagada de reflexiones que presentan el perfil de verdades irrefutables aunque, en realidad, sea arduo discernir con claridad  las líneas concretas  de su significado.


         Es innegable que no existe autor que haya aportado tantas citas memorables a la memoria colectiva, pero se vio desbordado a la hora de abordar unas ideas que, como en su admirado Platón, penetraran en los aspectos más generales de la vida y los estructurara con respecto al hombre y a la sociedad, aquí tenemos la paradoja de que el aristocrático y conservador ateniense quiso encontrar lo que era posible entre las cosas que no existen para revestirlo de inmortalidad y el demócrata noble que surgió de su amistad sincera con Léon Werth se concentró en la realidad de los sueños para hacernos partícipes del milagro de la vida.

 
            Creo que el azar nos privó de un encuentro que hubiera ayudado a superar la angustia, la pérdida de valores y la desgana vital de la post-guerra, Camus, el más idealista y humilde de los existencialistas, llegaría a planteamientos cercanos a Saint-Exupéry partiendo de una base radicalmente distinta, para Camus Dios no era una preocupación sino un problema, por Dios matan los hombres, hablaba de mantener la dignidad en la indefensión ante la muerte y de llegar a ese trance apoyándonos en la moral para encontrar la satisfacción en hacer todo el bien posible, en reconciliar al hombre con su civilización.

            El fracaso de Saint-Exupéry como pensador es intrascendente, es algo que en sí mismo solo buscó en Ciudadela, ya que encontró en la Filosofía, en cierta forma sin pretenderlo,  uno de los aspectos más relevantes y originales de su narrativa y se convierte junto a Voltaire, Unamuno y Erasmo, entre otros, en uno de los autores que ha sabido transmitir más su esencia sin que el lector sea consciente de que está filosofando cuando repite absorto que lo esencial es invisible a los ojos, liberándole de la carga que supone afrontar esta disciplina con la idea de que pertenece a los privilegiados, a las personas con capacidad de abstracción consolidada firmemente por una sólida formación de años y reflexiones.

            Para el hombre de la calle la Filosofía es una tarea muy dura que le crea un desasosiego con sus tratados, plagados de un léxico y unos conceptos exigentes, que se les representan como ladrillos incapaces de edificar una torre de luz sobre las ruinas de una civilización que avanza, sobre la soledad del pensamiento ¿Encontró Nietzsche ese faro? Murió en las tinieblas... y posiblemente fue una de las personas más inteligentes que ha existido.

         Tenemos que admitir que la Filosofía, puede que el factor más decisivo de nuestra forma de sentir e interpretar el mundo, se encuentra totalmente desplazada entre los gustos generales de estos tiempos confusos. Se constata que hay personas que se confiesan marxistas que nunca han leído "El Capital" o "El Manifiesto comunista" y otras que se arrojan a los brazos de una ideología sin tener un conocimiento aceptable de lo que significa realmente aunque se emocionen con los ritos y participen fervorosamente en la parafernalia. Aquí llegamos a la conclusión, lo comprobaron con dolor quienes pudieron convivir de forma natural con otras culturas, como Orwell, de que la Filosofía, cada vez con menos estudiantes y lectores específicos, es el hecho diferencial más importante que ha posibilitado nuestra diversidad y la creación del estado laico con la liberación del yugo opresivo de la religión establecida y organizada para satisfacer a los órganos del poder y beneficiarse de sus privilegios, es la marca más característica de Occidente con sus miserias y sus grandezas. No ha sido suficiente para que dejemos de ser injustos, pero sí ha posibilitado desarrollar un espíritu crítico para denunciar la iniquidad y un marco que hace posible exponer, mal que bien, nuestras quejas y desarrollar la imaginación para estructurar y proponer alternativas más equitativas que están en la mente de cualquier ciudadano.

         Saint-Exupéry era de familia aristocrática, su madre supo conciliar con cierta armonía y sin grandes contradicciones su calidad de noble arruinada, su sensibilidad artística, y una liberalidad[v] muy acusada y extraña en el estrato social al que pertenecía, con un ferviente catolicismo que hubiera querido inculcar a su hijo, pero no pudo y Antoine, se movió entre el descreimiento y el agnosticismo en su juventud. Esto es algo que hay que decir con ciertas reservas pues, hasta el final de su vida, no estuvo absolutamente interesado en la religión y no solía manifestarse sobre ella, le daba un tratamiento similar al de la política, pero siendo consciente de que no se podía vivir sin ellas. Estaba centrado en buscar al hombre, dándole a la acción un papel preferente en la definición de sus virtudes como Hombre. Manifestaba un desapego evidente por la retórica, a la que veía como un instrumento eficaz para ocultar o modificar la verdad[vi], prefería juzgar y ser juzgado por los actos y no por las palabras. Este punto no gustaba mucho a algunos intelectuales de su tiempo que no dudaron en hablar de él como un hombre en el que prevalecía la apetencia por la acción, y lo alejaban de paso de su mundo para acercarlo al del fascismo a través de una de las pautas de comportamiento más socorridas que tenían éstos, para oponerse a la razón que esta ideología perniciosa ponía en práctica convirtiéndola en un culto a la violencia y en luchar contra los que diferían o eran distintos en vez  de buscar  la superación de uno mismo.

         Coincidiendo con la obra que marca el inicio de su madurez personal y literaria, "Tierra de los hombres" publicada en 1939, consolida su acercamiento al Humanismo e irá evolucionando para encontrar una síntesis original y afortunada entre la vertiente laica y la tradición cristiana de esta forma de entender la vida. No faltó quien dijera, a raíz de ello, que era un cristiano sin Cristo para matizar lo cerca que estaba su moral de la verdadera doctrina cristiana en un hombre con una marcada irreligiosidad o un místico sin Dios para resaltar su admiración por aquellos que buscaban el espíritu a través de la vida monacal, a pesar de que nunca aceptó la presencia de Dios como una realidad trascendente y no concebía el sacrificio si no era el paso necesario para alcanzar una meta.

          Aparece Dios, pero su visión es sumamente original; es su presencia en la vida, en tanto la importancia que tiene en el comportamiento de los hombres y no su existencia, en la que nunca dejará de dudar, la que hará que otorgue a Dios una atención profunda que nunca antes le había dedicado. Pero siempre pensó, incluso en los momentos que estuvo más alejado de él, que no había que matar a Dios en tanto que hay tantas personas que creen en él y lo sienten, y es un hecho que modifica la trayectoria vital y las costumbres.
                     
            Pero siguió volcado  decididamente en el Hombre y, para entonces, ya no había duda, entre sus detractores, en el carácter universal de esta búsqueda, superado felizmente el elitismo de los héroes que se podía observar en la obra más lograda de sus primeros años "Vuelo nocturno", y los puntos que compartía con el pensamiento de Nietzsche, el superhombre de éste no tenía sitio en las ideas de Saint-Exupéry, su aspiración para llegar al Hombre por medio de las ansias de superación se encontraba en cualquier hombre que supiera despertar y, a través del esfuerzo y con los instrumentos adecuados para desarrollar sus capacidades, descubriera un nuevo papel con el que servir a la comunidad que se convertiría en el fin último de la existencia.

         Aunque fuera ateo, algo no muy probable, cuando se casó en 1931, mucho antes de que la presencia del pensamiento de Dios cobrara importancia en su obra, quedó claro, su valiente moderación era proverbial, que no participaba del espíritu iconoclasta de esta tendencia en aquellos años cuando se mostraba un resentimiento muy grande hacia la Iglesia por el daño que había hecho y se ejecutaba a Dios simbólicamente en las plazas de Moscú, lugar de referencia obligada para aquellos que habían dejado de creer en Dios, y aun así querían aniquilar la nada. No tuvo inconveniente en contraer matrimonio religioso un día después del civil. Podemos deducir que lo hizo para  ofrecerle a su madre una satisfacción inesperada. Marie, una mujer admirable, aceptó la boda sin provocar dramas ni tensiones, al percibir la determinación de su hijo, y no quiso insistir, antes de la celebración, en la fama de licenciosa que, justamente, precedía a Consuelo Suncín. En un ejercicio de integridad y entereza zanjó las controversias con sus hijas diciendo que la veía bien ya que era la mujer que Antoine había elegido. Una de las correspondencias más largas que se recuerdan es testigo de la importancia que esta mujer discreta y con unos valores intrínsecos incuestionables tuvo en la formación de su hijo.




I El cuerpo de Saint-Exupéry nunca ha sido encontrado, sin embargo existe una versión bastante creíble de las causa de su muerte; La declaración de un antiguo periodista llamado Horst Ripper, que sirvió en la II Guerra Mundial como piloto, venía a desvelar el misterio en 2008, cuando ya contaba 88 años, confesó que él había abatido a Saint-Exupéry y que en el momento de hacerlo no sabía que la víctima de su certero ataque había sido el gran escritor a quien admiraba y que no llevaba más arma que su cámara fotográfica, que empezó a sospecharlo con el paso de los años. No lo confesó en cuanto fue consciente de ello porque sentía vergüenza y arrepentimiento. Quizás porque sea más sugerente y atractivo mantener el misterio esta confesión no ha sido aceptada como concluyente.

II La más notoria fue durante su exilio en los Estados Unidos (31 de diciembre de 1940- 15 de abril de 1943) cuando fue acusado por los partidarios del general de Gaulle de mantener contactos serios con el Régimen de Vichy. Significó un suplicio en el momento determinado en que le llegaba y llegó a abandonarse al alcohol.

II No dudaría un solo instante de la extraordinaria formación filosófica de Saint-Exupéry.

III Los críticos solo admiten como novelas las dos primeras que publicó Saint-Exupéry; "Correo Sur" y "Vuelo nocturno". Lo normal es que hablen de ensayos, en unos casos; "Tierra de los hombres" solo hasta cierto punto, ya que abundan los artículos periodísticos, y "Carta a un rehén" en mayor grado a pesar de su carácter epistolar y, en otros, de obras inclasificables; "Piloto de guerra", "El pequeño príncipe" y "Ciudadela".

[v] Saint-Exupéry es un ejemplo con su conducta de que tenía superado o, más bien, nunca había sentido, el exclusivismo, el clasismo y el antisemitismo que eran unas características muy acusadas entre la decadente aristocracia francesa.

[vi]No podía evitar pensar con desagrado y temor en el histrionismo iluminado de Hitler o en la grandilocuencia vacua y efectista que Mussolini exhibía al evocar el mito del Imperio romano.



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