Las
ramas de laurel que se me alejan
y
anudan los temblores de los montes perdidos
donde
sueña sin sueño
la
noche más oscura del llanto de los pájaros,
me
llevan a la angustia
de
perseguir tu huella,
de
hurgar en recovecos sombríos y sinuosos
para
encontrar tu herida.
El
resplandor que abriga una corona oscura,
la
fuente de mi barrio perdida en una copla
anuncian
el adiós a la colina,
su
quejido ahogado entre los matorrales
y
el amor que me diste cuando no me querías.
La
brisa del recuerdo que inunda la Almadraba,
se
funde con sus muros y empapa su silencio
donde
gritan los versos de un trovador dormido.
El
llanto se resuelve entre sábanas blancas
que
extienden tu misterio y cubren mi mirada,
y
buscan su descanso, su olvido para siempre.
Mujer
de alma y deseo, caricia que me rompe,
corazón
que me busca, me hiere y no me llama,
me
dejas desterrado en el miedo y las sombras
a
solas con el mar de dolor que me cubre,
en
esas olas negras que arrastran a la playa.
Querido amigo: Alguna vez me gustaría, porque tus versos lo merecen, hacerte un auténtico comentario de tu poema, ortodoxo y argumentado. como aquí no procede, te hablo de la profunda emoción que transmites y de la belleza de tu verbo que es sí misma una explicación como todo lo hermoso. El halo elegiaco y dulce, el recuerdo hecho poesía, incluso la nostalgia que se expresa en las imágenes poéticas, todo me lleva a confirmar que, escribir es un acto de amor, presente o ausente, pero siempre amor.
ResponderEliminarVaya contigo mi sincero abrazo y mi admiración.
No puedo, María, evitar recrearme en lo que me dices. Sé que tuve suerte el día que nos cruzamos, me gusta tu heterodoxia gaditana llena de sal y de palabras hermosas, has alcanzado altas cotas cuando las has envuelto en ese dramatismo sentido que dominas de forma natural. Me encantan tus comentarios y así sería aun en el caso de que no los mereciera.
EliminarUn abrazo.