Hace unos días leí un artículo que una joven redactora.En la reseña decía que Saint-Exupéry había maltratado a su mujer, Consuelo Suncín, no dándole el mínimo beneficio de la duda; los muertos no suelen quejarse.
Acercarse a Saint-Exupéry y además hacerlo en tres de sus facetas más desconocidas; un ejemplar ensayo epistolar, unos estupendos artículos periodísticos y un relato costumbrista y exótico
basado en la realidad dramática del colonialismo franco-español
en Marruecos, no es fácil y menos aún si se pretende
acompañarlo con un intento sincero de comprometer un poco su imagen de santo laico o místico sin Dios[i] e indagar en aquellos puntos menos comprendidos y amables de su comportamiento en el período de tiempo que comprende desde los primeros días de octubre de 1938 a mediados de junio de 1943[ii], que serían los años más amargos
de su vida y luminosos en su obra, a los que debe,
en gran parte, la fuente inagotable en la que
fluye su inmortalidad.
Estas fechas son las
que van
desde algunos
de
sus últimos
artículos
periodísticos, propiamente dichos, y la publicación de “Carta a un rehén”, cuando ya estaba luchando
junto a los aliados, con la oposición radical de Charles de
Gaulle que la justificaba sibilinamente por sus problemas de salud, por la libertad
de su patria y
hacía unos tres meses que
había dado fin a su complicado y tortuoso
exilio americano.
No es fácil indagar
en esta experiencia sin que exista el temor a la equivocación, ya que estamos ante
un
autor totalmente implicado con su tiempo[iii], uno de los más exaltados
y turbulentos que se conozcan, en el que se cometieron los crímenes más espantosos contra la humanidad, en el que la mayoría de los hombres
no entendían ni respetaban las posiciones que no fueran las suyas propias o las de sus correligionarios.
El último
gran amor que perdería el nombre en 1944.
Saint-Exupéry no quiso entretenerse en los entresijos enrevesados de la política,
desilusionado y aburrido
como estaba con ella y
con el tipo de hombre que la
representaba, pero, parece ser, que hubo un momento en el que pudo jugar un papel importante
en ella[iv].
Su proyección como escritor
le exigía dar una vuelta de tuerca más a los recursos comunicativos, llevado por el convencimiento de que el lenguaje, por sí solo, no podía transmitir un mensaje sin que se perdiera
sustancia por el camino. Por eso intensificó el uso de la poesía,
el dominio de la metáfora que arrasaba lo real hasta convertirlo en un sueño perdurable en el
que nadie sabría la procedencia de las palabras sino su verdadero significado en un contexto irremplazable y de la música,
ya que agita corazón y hace llegar en su tono oportuno lo inexplicable.
Un último paso lo daría en “El pequeño príncipe” añadiendo la imagen gráfica
de sus acuarelas.
Él solía decir que no forzaba
la imaginación cuando traducía,
con brillantez y sentimiento, un mundo plagado de imágenes5, que, simplemente, se limitaba
a reproducir fielmente
lo que veía cuando volaba creando alegorías con los elementos humanos y naturales6 que destacaban por su carácter simbólico y que parecían cobrar vida al asociarse
con fluidez con lo que querían representar cuando se contemplaban desde las alturas.
La aviación aparece poco en las obras que comentamos, pero cuando lo hace está revestida
de tragedia y eternidad efímera. Destacaría cuatro pasajes por la significación que tienen; la muerte
de Henri Guillaumetii, la masacre
que sufre su escuadrilla cuando pierde tres cuartas partes de sus efectivos
durante una sola incursión alemana en la Batalla de Francia en junio de 1940, la pasión por cumplir su obligación de Jean Mermoziii, cuando ya había muerto y se sirve de ello para enaltecer su memoria
en los Andes, escenario de sus grandes
hazañas, jugándose
la vida sin importarle si llevaba en la saca azul solo
una carta de amor pasajero dirigida a un tendero
rutinario. Para terminar
dejamos el desasosiego desolador de los bombardeos sobre la población civil de Madrid y
Barcelona con el objetivo de quebrarle
la moral y hacerla
partícipe de la propagación de la sombra de unos
aviones que no llevaban palabras sino sangre en las alas, lejos de aquel cielo
que había soñado en el que habrían de ser los
mensajeros para crear lazos entre los hombres.
Para no caer en las rutinarias
y predecibles hagiografías que abundan en la Red he tenido que reprimir mi admiración por Saint-Exupéry y exigirme
un grado alto de objetividad que me guiara a la verdad que él mismo abrazaba
por más que le gustara alimentar su leyenda para impresionar a sus invitados
y avivar el interés
de las muchachas
implicadas en sus amoríos. Puedo decir sin ningún tipo de reparos,
que me parece un hombre excepcional que, incluso, se han reforzado
mi admiración y mi respeto
a fuerza de haber arañado en su perfil humano y frecuentado los callejones sin salida que le tendían los que no soportaban su moderación
conciliadora y le reprochaban su ambigüedad
ante los temas calientes, interpretadas muchas veces como cobardía y falta de implicación, ni su criterio
personal valiente en una sociedad
que tendía a alinearse
con tal o cual idea, sin comprender que había que lograr una síntesis de todas ellas, que todos teníamos razón y todos estábamos
equivocados[v].
Desarrollaré, cuando esté mejor informado, los temas más controvertidos que haya podido encontrar. De momento, en ninguno de ellos carece de justificaciones razonables, aunque no se compartan y, algunas veces, se piense que estaba
muy
equivocado; Vichy, De Gaulle,
la Unión Soviética de Stalin, la Guerra Civil
española, Los acuerdos de Múnich y su posicionamiento frente al fascismo,
su relación con el avispero francés de la Quinta Avenida, su aceptación natural del etnocentrismo romántico de Occidente
en la cuestión
colonial[vi] y las mujeres9... planean entre los asuntos más comprometidos a los que tuvo que enfrentarse y a los que, alguna vez, desanimado y triste, contestó con el silencio
de una decepción inexplicable.
Consuelo Suncín
El asunto de su matrimonio con Consuelo Suncín, es volcánico como se decía que era el carácter de esta mujer menuda, atractiva, sensual, seductora y con una innegable inclinación artística. No puede calificarse sino de milagro
que este matrimonio tan peculiar se prolongara hasta su muerte, trece años con innumerables peleas e infidelidades, separaciones y reconciliaciones. Era un “modus vivendi” aceptado o tolerado por los dos; cada uno iba por su lado, tenían amistades distintas con las que ocupaban
su tiempo y,
algunas de ellas, se convertían
en amantes. Sorprendentemente había una dependencia real dentro de aquella locura, que afectó a Antoine, significativamente en el suplicio de su periplo
neoyorquino que se acentuaría en sus últimos días en África
del norte y Córcegaiv. No dieron el paso hacia una separación definitiva
que
hubiera satisfecho a familiares y amigos.
Consuelo fue responsable de la única tensión seria que tuvo Saint-Exupéry con su madre, Marie,
con la que tenía una relación exquisita, y le confesó apenada que Consuelo lo estaba alejando de
ella.
Sin que se llegue
a comprender las razones, dados los muchos motivos que hubo en aquella relación procelosa[vii], solo nos ha llegado un intento serio de divorcio.
Fue a cargo de Consuelo
que desistió de llevarlo
adelante por indicación
de su abogado.
Sabemos que contaba con la negación
rotunda de Antoine.
Mientras él, por su parte, escuchaba
impertérrito los consejos de su madre, de sus hermanas
y la más influyente
de sus
amantes, Nelly de Vogüé,
de que se divorciara.
Una triunfadora que no quería tener la
sangre roja.
Saint-Exupéry, en unas declaraciones que le honran,
reconoció, al final de su vida que había sido un pésimo marido,
que había dejado demasiadas veces a la rosa desprotegida y sola. En su cabeza habría de estar la sucesión
continua de amantes
y de no haber hecho algo más para disfrutar de su sensibilidad y su cultura[viii], hubiera sido aceptada en los círculos
literarios más rigurosos donde nunca dejó de ser la mujer de Saint-Exupéry, y, a veces ni siquiera eso, ya que su persistencia en asistir solo a los eventos
y reuniones hizo pensar a más de uno que no era un hombre casado.
Los que lo sabían obviaban su valía como mujer refinada, independiente y con gusto
por la literatura.
No olvidaban su pasado
licencioso y su origen centroamericano, comentaban despectivamente el acento español[ix]l que tenía cuando hablaba en francés,
un acento que a él le encantaba porque le parecía sensual
y excitante cuando se enfadaba.
Quizás la canción[x] que mejor defina a esta pareja
que mantenía una relación
que no estaba acorde con las convenciones ni con los tiempos y nos recuerde
el sentimiento de culpa
que se apoderó de Antoine cuando sintió cercana la presencia
de la muerte[xi] sea “La chanson
des vieux amants” de Jacques Brel. Antoine no llegó a conocer
la franqueza con la que el genial
y apasionado cantante
hurgaba en las llagas de un prolongado amor con infidelidades intempestivas porque desapareció cerca de las costas de Marsella
mientras pilotaba un avión de reconocimiento sin más armas que su cámara fotográfica[xii] el 31 de julio de 1944v. Un suceso que no ha podido aclararse
del todo[xiii] o, más bien, no se ha querido
aclarar, ya que hay una explicación que tiene todos los indicios de ser cierta. La legión de seguidores de Saint-Exupéry, la mayoría más bien de "El pequeño príncipe", no ha sido proclive
a aceptar que su desaparición perdiera el halo romántico de la insistencia agónica en el esfuerzo por buscar
la libertad, ni la rebeldía contra una condena interminable de este Judío errante que nunca ofendió a Cristo aunque en la adolescencia lo perdiera y no volviera a encontrarlo[xiv].
Un colofón a su aventura humana triste pero elevado,
a la altura de su aventura humana, de sus sueños y
de su
leyenda. Acabó como algunos de sus compañeros más queridos y la muerte le sorprendió en las alturas mientras se enfrentaba a sus ansias de
superación y a la contradicción eterna
de los hombres.
[i] Sus últimos años fueron una búsqueda
de Dios que no
llegó a buen puerto. Podríamos situar su desasosiego entre la
agonía inagotable de Unamuno y la honda melancolía sentimental de Machado en
este cometido.
[ii] Pero se hace necesario
ir para atrás en
el tiempo, para encontrar las causas de los acontecimientos y, aunque no tanto,
ir hacia adelante
para ver las consecuencias en lo que iba viviendo.
[iii] Es desgarrador aquel escrito en el que confiesa
que odia su tiempo,
que el hombre muere
de sed.
[iv] Unos archivos
han desvelado que hubo un momento
en que el gobierno de los Estados
Unidos barajó la posibilidad de que sustituyera a De Gaulle como máximo representante de la Resistencia francesa.
[vi] Saint-Exupéry estaba más cerca de Lawrence
de Arabia que de Léon Werth y no digamos del Camus que denunciaría con pasión el trato discriminatorio de los franceses
hacia los argelinos en la década
de los 50, también lo sufrieron
los que nacieron en el arroyo. Oficialmente Argelia era un departamento más de
Francia. Se echa de menos su posicionamiento sobre el colonialismo europeo. Las conclusiones que he podido sacar me llegan de sus escritos,
ya que es una cuestión
que ha pasado un tanto desapercibida para sus biógrafos.
[vii] Con los datos de que disponemos podemos afirmar sin miedo a la equivocación, que Saint-
Exupéry desencadenó la tormenta coincidiendo con el éxito de “Vuelo
nocturno” en 1931 y ya no pararía
hasta el final. Sentía preferencia por las mujeres altas y rubias, pero la que más le gustó de todas, Consuelo, era bajita y morena, con un enorme atractivo
exótico y ensoñador que ni siquiera
sus enemigos negaban. Era la Sherezade tropical de
Vasconcelos.
[viii]Con el paso del tiempo llegaría a ser escritora y escultora dejando un poco de lado su
intensa vida social,
su coquetería provocativa y sus romances. Por otra parte, Consuelo tuvo una vida
intensa con la alta sociedad, era tan derrochadora como su marido y siempre había
en las fiestas aristócratas arruinados.
[ix] La insistencia en ello de Nelly de Vogüé no es significativa dados los celos patológicos e injustificados (ella era casada
y no quería dejar de serlo)
que
sentía por ella.
[x] Saint-Exupéry era un melómano empedernido, se cuenta que una tarde mientras
escribía no dejó de escuchar ni un
solo momento “El bolero de Ravel”.
[xi] Algunos de sus últimos escritos,
sobre todo los que anotó en sus “Carnets” (Cuadernos de notas),
nos muestran su aceptación estoica de la posibilidad de la muerte, esto ha alimentado que, entre las hipótesis que se
barajan de su muerte, no falte la del suicidio. Pienso que era un sentimiento que ya había experimentado antes cada vez que se subía, desarmado, en el avión,
durante la guerra.
[xii]Hay quien llega a afirmar que Saint-Exupéry no realizó, tanto en su primera etapa en la guerra
como en la segunda más que vuelos de reconocimientos sin estar equipado
con armas con las que defenderse. La mejor cámara fotográfica que tenía
se la regaló a Sylvia Hamilton junto al manuscrito de “El Pequeño príncipe” y
las acuarelas. Ella le invitaba a los restaurantes caros que a él le gustaban y
le preparaba huevos y patatas fritos a las tres de la mañana.
[xiii] Algunos de sus últimos escritos,
sobre todo los que anotó en sus “Carnets” (Cuadernos de notas) , nos muestran su aceptación
estoica de la muerte,
esto ha alimentado que, entre las hipótesis que se
barajan de su óbito nocturno al mediodía, no falte la del suicidio. Pienso que era un sentimiento que ya había experimentado antes cada vez que se subía, desarmado, en el avión,
durante la guerra.
[xiv] El admirable Tomás Ramírez
Ortiz afirma en su libro sobre la labor periodística de Saint-Exupéry en Rusia y España que su familia era, probablemente, de origen judío, pero no aporta los datos con los que apoyar
esa extraña conclusión. Parece más probable,
aunque un poco novelesca, la tesis más aceptada,
aquella que
remonta el origen
de la familia a los tiempos
de las Cruzadas.
Sus metáforas son un caso aparte y he optado por dejarlas
tal como él las concibe a menos que la traducción literal en español
resulte chocante, no asocie con lo que se quiere representar y, en vez de ayudar
a disfrutar de la lectura, empañe su belleza y su comprensión. Siempre con paradojas conceptuales de una gran imaginación; el buzo se sumergía
en las nubes para encontrar
la gloria y el piloto se hundía en el mar en su cita con la muerte, la montaña
se elevaba hasta tocar
el cielo y la estrella
iluminaba el corazón desde los
campos.
[1] Sus últimos años fueron una búsqueda
de Dios que no
llegó a buen puerto. Podríamos situar su desasosiego entre la
agonía inagotable de Unamuno y la honda melancolía sentimental de Machado en
este cometido.
[1] Pero se hace necesario
ir para atrás en
el tiempo, para encontrar las causas de los acontecimientos y, aunque no tanto,
ir hacia adelante
para ver las consecuencias en lo que iba viviendo.
[1] Es desgarrador aquel escrito en el que confiesa
que odia su tiempo,
que el hombre muere
de sed.
[1] Unos archivos
han desvelado que hubo un momento
en que el gobierno de los Estados
Unidos barajó la posibilidad de que sustituyera a De Gaulle como máximo representante de la Resistencia francesa.
[1] Una máxima de Saint-Exupéry, muy poco utilizada, para aceptar y
rechazar todo tipo de
ideas.
[1] Saint-Exupéry estaba más cerca de Lawrence
de Arabia que de Léon Werth y no digamos del Camus que denunciaría con pasión el trato discriminatorio de los franceses
hacia los argelinos en la década
de los 50, también lo sufrieron
los que nacieron en el arroyo. Oficialmente Argelia era un departamento más de
Francia. Se echa de menos su posicionamiento sobre el colonialismo europeo. Las conclusiones que he podido sacar me llegan de sus escritos,
ya que es una cuestión
que ha pasado un tanto desapercibida para sus biógrafos.
[1] Con los datos de que disponemos podemos afirmar sin miedo a la equivocación, que Saint-
Exupéry desencadenó la tormenta coincidiendo con el éxito de “Vuelo
nocturno” en 1931 y ya no pararía
hasta el final. Sentía preferencia por las mujeres altas y rubias, pero la que más le gustó de todas, Consuelo, era bajita y morena, con un enorme atractivo
exótico y ensoñador que ni siquiera
sus enemigos negaban. Era la Sherezade tropical de
Vasconcelos.
[1] Con el paso del tiempo llegaría a ser escritora y escultora dejando un poco de lado su
intensa vida social,
su coquetería provocativa y sus romances. Por otra parte, Consuelo tuvo una vida
intensa con la alta sociedad, era tan derrochadora como su marido y siempre había
en las fiestas aristócratas arruinados.
[1] La insistencia en ello de Nelly de Vogüé no es significativa dados los celos patológicos e injustificados (ella era casada
y no quería dejar de serlo)
que
sentía por ella.
[1] Saint-Exupéry era un melómano empedernido, se cuenta que una tarde mientras
escribía no dejó de escuchar ni un
solo momento “El bolero de Ravel”.
[1] Algunos de sus últimos escritos,
sobre todo los que anotó en sus “Carnets” (Cuadernos de notas),
nos muestran su aceptación estoica de la posibilidad de la muerte, esto ha alimentado que, entre las hipótesis que se
barajan de su muerte, no falte la del suicidio. Pienso que era un sentimiento que ya había experimentado antes cada vez que se subía, desarmado, en el avión,
durante la guerra.
[1]Hay quien llega a afirmar que Saint-Exupéry no realizó, tanto en su primera etapa en la guerra
como en la segunda más que vuelos de reconocimientos sin estar equipado
con armas con las que defenderse. La mejor cámara fotográfica que tenía
se la regaló a Sylvia Hamilton junto al manuscrito de “El Pequeño príncipe” y
las acuarelas. Ella le invitaba a los restaurantes caros que a él le gustaban y
le preparaba huevos y patatas fritas a las tres de la mañana.
[1] Algunos de sus últimos escritos,
sobre todo los que anotó en sus “Carnets” (Cuadernos de notas) , nos muestran su aceptación
estoica de la muerte,
esto ha alimentado que, entre las hipótesis que se
barajan de su óbito nocturno al mediodía, no falte la del suicidio. Pienso que era un sentimiento que ya había experimentado antes cada vez que se subía, desarmado, en el avión,
durante la guerra.
[1] El admirable Tomás Ramírez
Ortiz afirma en su libro sobre la labor periodística de Saint-Exupéry en Rusia y España que su familia era, probablemente, de origen judío, pero no aporta los datos con los que apoyar
esa extraña conclusión. Parece más probable,
aunque un poco novelesca, la tesis más aceptada,
aquella que
remonta el origen
de la familia a los tiempos
de las Cruzadas.
Sus metáforas son un caso aparte y he optado por dejarlas
tal como él las concibe a menos que la traducción literal en español
resulte chocante, no asocie con lo que se quiere representar y, en vez de ayudar
a disfrutar de la lectura, empañe su belleza y su comprensión. Siempre con paradojas conceptuales de una gran imaginación, no tienen la profundidad amarga de Quevedo pero rivalizan en belleza; el buzo se sumergía
en las nubes para encontrar
la gloria y el piloto se hundía en el mar en su cita con la muerte, la montaña
se elevaba hasta tocar
el cielo y la estrellas
iluminaba el corazón desde los
campos.
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