Antonio siempre tuvo que llevar al hombro, para los más
escépticos que dudaban de su valía intrínseca como músico, las flores de su
apellido. Su debut fue muy elogiado y obtuvo buenas ventas. "No
dudaría", así se llamaba su primer disco grande, contenía la canción del
mismo nombre que se convertiría en uno de los éxitos más sonados que consiguió
en su carrera. Pero el segundo y tercero de sus elepés apenas tuvieron
repercusión en su momento, y no dejó canciones que aparecieran en las listas o
sonaran en la radio si exceptuamos la brillante y convincente versión de
"Pongamos que hablo de Madrid" de Joaquín Sabina, aunque a raíz de su
muerte alcanzaron un gran reconocimiento, sobre todo, entre los críticos que,
al fin, se descubrían ante un músico que supo plasmar a unos niveles
escalofriantes de realidad vivida la paradoja de un país y una ciudad que preconizaban el día más
feliz de la Movida por haberse sacudido, en cierta forma, el tétrico espectro
de una larga dictadura sombría, y se encontró con
el desenfreno errático de la noche más amarga que vivieron los poetas más
sensibles.
Su obra maestra llegaría en 1994 y desde un primer momento
fue reconocida como una de las joyas del pop-rock español. La confesional y
apasionada "Siete vidas" pertenece a este trabajo que se convertiría
en el último, una canción al alcance de muy pocos en la que supo definir el
huracán sentimental de amante desquiciado en el que había derivado sus ansias
involuntarias de tormenta.
Su vida estuvo, como la de algunos de los músicos más
grandes de su generación, marcada por las drogas, a ellas, y a que derivó,
quizás equivocadamente, su talento a varias incursiones en el mundo del cine,
les debe que no se prodigara en exceso en la composición, aunque también de ellas, como buen
artista que sabe crear a partir de sus experiencias, circunstancias y emociones,
supo extraer canciones que se han convertido en un documento único y
convincente por su cruda sinceridad sostenida por un personal lirismo desgarrado y la sombra de sus continuos viajes por el
mundo de la frustración y del dolor en el que no quedaban ni gotas del placer de los primeros momentos. Reflejó, como un mártir urbano de un
tiempo que debería haber sido despreocupado y dichoso, las contradicciones a
las que lleva la tortuosa y atormentada convivencia entre las adicciones y el amor.