miércoles, 19 de febrero de 2014

Ella




Ella me mira, me ha llamado, pero no dice nada.
Cada vez que se agacha
a recoger el poema esculpido en el suelo,
sujeta los tirantes del vestido,
negándole a mis ojos aquellos pechos
que tantas veces,
tras un velo transparente, me mostraba,
cuando no podía amarla, y todos lo asumían,
también ella.

Quizás sea porque ya no se siente tan bella como antes,
o porque le asalte el pecado
del que le hablaron en aquella juventud
que se desmorona en el más firme recuerdo.

Ella desea que esta culpa sea tan sólo mía,
sin comprender que, en su caso, no llegaría a sentirla,
ahora que dudo de todo lo que me contaron
dejando a un lado esta estúpida manía
que coarta mis ansias de vivir y me avergüenza.

Lo que no soportaría es su rechazo;
creo que volvería el muchacho herido
cuando llueve sin consuelo
sobre el sol de la mañana,
tal es mi fragilidad en estos días,
aunque llegara a decirme alguna vez
que fue contra sus propios deseos
y por la paz en nuestro mundo…

Ella espera que sólo yo arda en este infierno,
ya que es mi costumbre, no la suya,
cuando, cruel paradoja
que me lleva a reír y llorar, a hablar como una radio
o al profundo silencio, en la misma mañana,
posiblemente sea la única mujer
con la que podría yacer toda una noche
sin sentir remordimientos, y por la que verdaderamente
sufra cuando muera , por no haberla amado.

18/06/2011

2 comentarios:

  1. Me has emocionado mucho con este poema.No hay cosa que me conmueva más que un amor sacrificado en aras de los convencionalismos, para vivir en una falsa paz.
    De manera excelente me haces sentir esta herida del alma, la profundidad del amor y la huella que una relación frustrada deja de por vida.
    Tu lenguaje es sencillo y lo combinas con tanto acierto y sentimiento, que consigues un lirismo muy bello.

    Mi felicitación, Enrique. ¡¡Qué hermoso poema!!

    Un abrazo.

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  2. No me importaba que no fuera un buen poema. Lloré de impotencia cuando supe que aquella que me amaba me dejaba con las ganas de disfrutar de su cuerpo, de atravesar los laberintos de sombras y alguna luz de su alma, y un día radiante se convirtió en lluvia para mí.

    Un abrazo.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.