A Jaume Gimbert Tarruellas, de Tárrega.
(Escrito
en Toledo, durante un servicio militar que no sé lo que hubiera dado porque no
me hubieran obligado a hacer, pero en el que conocí a algunas personas que no
olvidaré nunca, entre ellas, a la fascinante Cecilia, aunque hiciera cuatro o cinco
años que una mala jugada del destino nos la hubiera arrebatado.)
Este
rincón frío de mi cuarto
en donde
recuerdo tus canciones,
y en donde, a
veces, parece
que resurges
del olvido.
Mirando el
buzón vacío,
cuando no sé
siquiera
si habrás
leído mis cartas;
¿Es esto el
mundo soñado que me prometiste?
¿Son estas las
manos que habrían de levantarme?
En el aire
quedan mis preguntas,
como el miedo
que me arrastra
a no
responderme a mí mismo.
La soledad
resulta más oscura
entre el resplandor en la hierba,
y más triste
cuando mis ojos
avistan un
horizonte extraño
sin
mar en sus entrañas.
Ya nadie me
pregunta
si alguien se
acuerda de mí,
cómo me llamo,
cuál es mi ciudad,
dónde
mueren mis sueños
cuando
me desenvuelvo en la vigilia.
Es igual; la
cadena se rompe
por los
hombres distintos,
y aquí; el
mismo uniforme,
el mismo
equipaje,
las mismas
palabras…
Es preferible
buscar
algo divertido
en la radio.
Hace unas
horas que unos ojos me observan,
que un pobre
muchacho
permanece
tendido enfrente mía
pagándole
tributo a la bebida
porque quería
pensar que era un árbol
y que se
camuflaba y lograba escapar,
sin número,
sin nombre, sin tarjeta…