Tienes en la cabeza aquel aire de amor
que aún palpita en mi pecho,
eres de la quietud que no arrastró el olvido
y acoges tibiamente la última elegancia.
Todas tus cosas saben a primavera antigua
cuando cruzan las calles
amarillas de Abyla en la frente,
más vivas que los nombres,
más raudas que la luz de una tronera.
Eres ese milagro que se recuerda siempre,
eres el horizonte que alienta cada búsqueda,
la sábana que tiende la esperanza perdida,
la oscuridad del alba.
(Abril 1991)
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.