Ya no mueren los labios lejanos que tuviste
en el rubor sin rostro de una lágrima amarga
que cae en el espejo
de una sonrisa triste,
de una sonrisa triste,
una fragancia muerta, una esperanza herida,
un árbol arrastrado por las hojas del tiempo.
He perdido tu gracia, el ritmo de tus brazos,
los libros que guardabas en el desván del viento,
tengo sangre en las alas,
el corazón perdido
y una corona mustia que insiste en los reflejos
de aquellos versos largos que huyeron de mi alma.
Ya no busco en las sombras el aura de tu rostro,
tu cintura prendida en un deseo que hiere,
la luz de tu recuerdo en las calles vacías,
pero sigo surcando
el mar de tu mirada.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.