martes, 10 de diciembre de 2019

En el bosque de Brent


Sigo siendo ese río fundido con la piedra
cuando el amor me hiere y no puedo arrancarte.
(No hablaré de poesía)

Cuando llega la sombra a tu rostro de cera
tus manos se retiran torpes a los cuadernos
donde dejaste hundida 
la mesura borrosa de un poema maldito
que desconcierta el ritmo de los ramajes huecos
donde van los acordes 
y la sonrisa oscura y pensativa 
de la alcoba sin llave que yace en la floresta
donde duerme la niña que llora en tu recuerdo.

La libertad enhebra sin saber las razones
el velo luminoso de una herida 
que grita en tu mirada
 con un himno que cierra las ansias de tu vuelo,
con banderas vencidas que devoran el mástil,
los marcos, el perfil y los acantilados
del pintor miserable 
marcado por los labios que abren una gacela.

El hombre que dibuja tu olvido en una sábana
esparce los fragmentos sentidos de tu angustia
en el Bosque de Brent
con la luna y el sueño que no tuvieron rostro
y un beso desgarrado que ha perdido la firma
y penetra en la brisa amarga de los puertos
cuando vuelven las barcas que nunca llegarán, 
que plegaron los lienzos que surcan el pasado
y el lazo de tu blusa que duerme en la escollera
de los puentes perdidos
en la caricia blanca de los parques de ayer
donde sufren los lirios que llevaron tu nombre
y cubren los carteles de la esquina del Morro
las palabras que ahogan el canto de la fuente,
la inmensidad del mar que cabe en una lágrima.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.