domingo, 21 de octubre de 2018

Palabras a Constance (V) - I


Es preciso encontrar, en la maraña de lo que nunca escribiste, las palabras que mejor te representen para encontrar una salida a tus equivocaciones, para decirle a los vientos cuando recorran su calle que pasabas por allí, que, aunque nadie lo recuerde, alguna vez viviste, que tuviste una amante aunque nunca yacieras con ella.




Ya no puedo ascender
a la falda plisada del alfiler prendido
como un broche angustiado,
tu huella se perdió en la última fuente
y arrastra otros pasos, otra rosa de nube,
entre los calendarios olvidaste mi fecha,
ya no hablaré de amor cuando diga tu nombre,
sintetiza la muerte el color de tus ojos,
me equivoqué, lo sabes, y no me lo dijiste,
me dejaste soñar en un azul confuso.


Ahora
sé que la muerte
lleva otro vestido,
tiene otra mirada,
miente con otros labios.


***


Sé que ahora la muerte
lleva otro vestido,
tiene otra mirada,
miente con otros labios.


Ya no puedo ascender
al alfiler prendido de la falda plisada  

que cierra tu cintura como una despedida
en un broche angustiado.


Tu huella se perdió en la última fuente
y otros pasos arrastra, 

otra rosa de nube
hacia un camino incierto que ilumina tu rostro
en parcas direcciones que rompen nuestros lazos.

Entre los calendarios olvidaste mi fecha;
ya no hablaré de amor cuando diga tu nombre,
ha bordado la muerte el color de tus ojos,
me equivoqué, lo sabes, y no me lo dijiste,
me dejaste soñar en un azul confuso

y me quedé en la calle de la sonrisa amarga 
con un geranio roto, rostro de primavera.


***   ***   ***

La muerte tiene ojos color avellana.
(Manuel Vicent)

I

Me equivoqué, Constance, 
al pensar que tus ojos eran un cielo, 
en una mañana espesa de engañosa primavera
de ideas descontroladas,
una habitación abierta a sombras desiguales,
un estanque tenso, anclado 
en los ejes de un diario dolorido
que no quería seguir y manchaba las palabras,
las fechas, las fotografías, la tinta, los borrones...

Así  tu mirada muestra en tu rebeca
la muerte cuando piensas
en los cánticos que rompen con una melodía
la fragilidad de la noche del amante
adolescente 
en su primera cita con Georgia en el recuerdo, 
así la primavera parece recortarse
en un grito lejano donde las flores brillan
cuando luces tu vestido por las calles antiguas
que sueñan con tu paso y acarician tus pecados.

Ya no habrá queja alguna,
el sol hierve despacio y sonríe la última
luminiscencia de tu acento 
distante, estanco, seco,
perdido al pie de una nota, 
de algún verso suelto
en una canción sin vida.

Ya no podré negarte en la firma de esos días,
ya no podré fingir
el amor entre tus piernas,
este limo del Tíber se olvidó de estas cruces
que vigilan sin tregua los gigantes de piedra, 
pienso en mi pueblo quieto, párvulo de llanura,
allí recordarán a un triste apasionado
que no se echó a los montes y murió en esa pena
ebria de remordimientos.

Callas, y en torno a ese silencio se derrama el amor
que las columnas del pórtico no sostienen,
el amor que los transeúntes tocan, torturan
y no guardan
pues no lo reconocen en la claridad de la fiesta 
oscura que crepita cuando planeas otro vuelo,
pues temen los suspiros de mujeres de negro
que siguen en la guerra, estallan, se enamoran 
de los ángeles caídos, de los hombres sin noticia.

Eres como una isla que se me aleja y canta
con el perfume ciego de una rosa cortada,
como el ayer de una comparsa que se oculta
en la máscara suave de un carnaval extinguido
que sigue con sus quejas
sin mirar el calendario.

No era azul el cielo que descubrí en tus ojos,
no era roja la herida que esbocé en tu pecho,
quizás solo la carne me arrastra cuando hablo
cansado de latir,
quizás solo el deseo sabe cuánto he amado
el color de tus medias, la muerte en tus ojos.

Escucho en la penumbra de este cuarto velado 
mi último requiebro, 
tu blusa ajustada,
tu pelo ordenado y quieto de esos días
de brillantina y laca,
tu determinación
de hundirme en el olvido
de arrastrarme en la Troya 
que hieres y arrebatas a mis anhelos;
quedarán mis palabras
tus imágenes dormirán en los archivos
aunque cambien de nombre y te duela. 

Te fuiste en abril, el año
lo he olvidado,
estarás en mi mente
y serás un recuerdo
en la llama de agosto, en las calles de Turín
en sombras bajo el sol que me empuja a la nada.

Ha pasado el amor, la muerte tiene hoy
lo que fue del silencio,
desde el silencio vuelve tu voz esta mañana,
tus ojos avellana son el triste sudario 
de un sueño interrumpido que mantuve despierto
y no supe mirarte aunque, sin duda, te amaba.






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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.