Insisto
en el aroma tierno de tus caderas
que
se adueñó del aire
y
vendrá adonde vaya,
en
el mirar sonoro que me llevó al abismo,
la
llama que elevaste cerca de mi locura.
Pensaba hace un mes que lo importante era hablar aunque no te
escucharan, pero no lo sentía. Una agonía de más de cinco años me decía que lo
importante era llegar a tu gente, hacer que alguien viviera unas palabras como
si fueran suyas y le trajeran el recuerdo del primer amor.
Después de haberme bajado al lenguaje de las callejuelas y pegar mis poemas en un muro al que llaman olvido y siempre tiene espacio para seguir devorando proyectos, asesinando ilusiones, he pensado en el espíritu irrenunciable del artista. Ser popular no es algo que esté a mano de todos los hombres de la calle. Pero he comprobado que no represento a nadie; ni a los navegantes fenicios, ni a los héroes portugueses, ni a los andaluces que aún cantan su pena en mi memoria, ni a los niños de ayer que jugábamos en la pequeña playa de la Almadraba; hace veinte años me sentía más viejo que ahora y sé, sin ninguna duda, que ahora soy más joven que en el mañana que pasó y nunca fue porque vivíamos engañados por una imagen distorsionada de nosotros mismos.
La Democracia hay que aceptarla con elegancia incluso cuando
te muestra sus miserias y el capricho arbitrario de las masas que encumbran la
vulgaridad y le dan la espalda a una carta de amor cuyo destinatario se ha
quedado sin nombre para hablar de lo perdido.
La burguesía urbana de mi ciudad no sabe distinguir entre los pensamientos y los sentimientos. Hasta ahora ha resistido a todo en el fortín de su estulticia, en la máscara sonriente de su hipocresía ¿Para qué me sirve que esta gente aprenda el lenguaje sibilino de la poesía? ¿Para qué voy a decir que son mis conciudadanos mientras venden la isla para mantener los privilegios?
Pienso que Insistencia en la herida es un buen poema, pero sin la gente no es nada. Ha dejado de importarme, quizás vuelva a sentirme encadenado a las ansias divulgativas y sufra otra vez por ello, mientras tanto y sin saber la razón ha dejado de molestarme que la gente de mi barrio aparte la vista cuando le muestro algunos versos, que piense que ese papel hubiera sido mejor empleado en una pajarita con las alas cortadas y caminando contra el viento.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.