Nadie es libre. Hasta los pájaros están encadenados al cielo.
(Bob Dylan - traducción: Sara Castelar)
Pensé que mi novia de
siempre se ponía el vestido de la que nunca tuve; su rostro adquiría otro misterio y ya no era mío, ni siquiera era de ella. Es
mi vida tan monótona que pienso en el tren que nunca pude tomar cuando compruebo que las ruedas se torcieron y me siento indefenso ante los
sentimientos descarrilados. Se me vino a las entrañas una canción de Dylan que escuché en 1976 y que
siempre me gustó aunque sea de las consideradas menos brillantes del magistral
y desesperado "Sangre en los caminos". Imaginé que esa mujer que
duerme y sueña a mi lado pudo dejarme alguna vez cuando la adolescencia se
apagaba y volvía a aparecer años más tarde cuando era toda una mujer para perderme, y ya no podía verla ni
acariciarla porque había cambiado de nombre y de acento, ya no quería hablar de
poesía; no volvería a amarme, aunque llorara como un lobo herido que se desangra bajo la luna,
aunque le llevara flores de las que crecen en el sendero azul donde nos besamos
por primera vez. Ahora, que su cuerpo había encontrado las aceras donde se
instalaban sus curvas y su libido, solo podía tocarla con la mirada.
No me hagáis caso, quizás
el trovador más grande de Duluth no supo despertar de una pesadilla en la que
su mujer lo abandonaba. Dylan dejó un trabajo digno de estudio minucioso narrando su desventura en un tono confesional y sombrío que hizo, en un buen número de intentos, que no pudiera grabar las canciones con una cierta ambigüedad, como él anhelaba, que contrastara un ritmo festivo con poemas deprimentes, como él quería y tuviera que dejarlo todo para un último y agónico intento, en el desechó algunas tomas mejores que la definitiva con tal por no quebrarse más la cabeza. Después de muchas vueltas, grabó el disco en apenas unos días. Aquel
tormento lo calmaría el tiempo, como diría Voltaire, pero dejó huellas sangrantes que
encumbraron su penúltima obra maestra, destacando la escalofriante y enérgica “Perdido en la tristeza”. Después de aquella locura, de la que se empeñó en arrancar hasta la última espina del dolor, solo quedaría el deseo, con la luz de una corta reconciliación, y un billete sin vuelta hacia el olvido.
El poeta y el loco participan del mismo delirio y apego a la grandeza de las miserias pero el loco se libra de la soga, muchas veces, por azar o por la consideración que tienen los cuerdos de su propio estado, y el poeta casi siempre arrastra las cadenas del destino que él mismo se ha labrado. ¿Para qué quiere alas quien no sabe volar?
El poeta y el loco participan del mismo delirio y apego a la grandeza de las miserias pero el loco se libra de la soga, muchas veces, por azar o por la consideración que tienen los cuerdos de su propio estado, y el poeta casi siempre arrastra las cadenas del destino que él mismo se ha labrado. ¿Para qué quiere alas quien no sabe volar?
Como decíamos ayer, Francisco, cuando “hablábamos” de la melancolía, en este tu escrito está plenamente presente aunque la evoques en pasado. Creo que forma parte no solo de tu manera de escribir, sino de sentir, junto a determinada música y poetas. Bob Dylan, sin duda, lo fue (un poeta), lo fueron también, aunque en otra dimensión, Woody Guthrie y Gieco, un hombre eminentemente de izquierdas y el resto del grupo del folk…(todos tocados del ala), pero nadie ni nada me llega tanto como las letras de Dylan.
ResponderEliminarSobre los rostros, el prosopón, máscaras y desnudos…incluido los amores y los trenes cogidos, perdidos o descarrilados…, ¿quién mejor puede contarlo y cantarlo que los juglares, trovadores y poetas?
Tengo claro, Tara, me he liado un poco con la etimología, que el artista, es decir artesano mayor que busca no solo la forma sino también el fondo y la visión personal, me ha jugado una mala pasada con esta entrada, tendré que volver a ella para fracasar de nuevo.
ResponderEliminarLa situación que vivía Dylan cuando compuso este disco era desoladora; su mujer, seguramente harta de aquel músico que solo creía en el culto a sí mismo, lo abandonó y, por lo visto, se fue a Tangier donde, por lo que dice, otro amante la esperaba. Hubo después una pequeña reconciliación que solo fue un juego de artificio durante el que compuso "Sara", una canción que me gustó mucho en su día y que ahora casi nunca se me apetece escuchar.
Me gusta mucho el Dylan que posa sus pies sobre el suelo, me gusta creer que puedo ponerme en su piel y que me puede afectar su dolor e inundarme su fracaso. Creo que todos hemos tenido en nuestras vidas momentos amargos relacionados con el amor y podemos pensar que la fama ni el talento te salvan de sentirte indefenso ante tu propio corazón, de desgarrar en soledad las cortinas verdes de los celos.