Pero yo soy un hombre que prefiere mejor perder que ganar con métodos
desleales y despiadados. ¡Es mi gran culpa, lo sé!
Lo bueno es que tengo el arrojo de defender tal culpa por considerarla casi una
virtud…
( Pier Paolo Pasolini - Cartas luteranas - 1974 - Traducción; F. E. León)
1
Llanto por dos poetas
Yo seré aún joven,
con la camisa clara,
y los dulces cabellos lloviendo
sobre el amargo polvo.
(Pasolini - El día de mi muerte - Versión de Delfina Muschietti)
Para ver que todo se ha ido
dame tu mudo hueco, ¡amor mío!
Nostalgia de academia y cielo triste.
¡Para ver que todo se ha ido!
(Lorca - Nocturno del hueco)
Te escribiré mis deseos en los pétalos marchitos
cuando se apague el resplandor
de la ventana abierta
y vuelva la soledad en los recuerdos de la brisa,
cuando aparezca en tu cuaderno
la proclama que hierve en la frente de un profeta
abandonado y muerto
en el misterio corrompido de una playa violenta ,
cuando mida el calor de la luciérnaga perdida
el paso de los amantes mutilados
que envuelven
en una queja plagada de sombra y polvorienta
el mástil de las farolas que declinan
acogiendo en una prédica angustiada los nocturnos de los huecos
de una mirada oscura que nos halla en los escombros
de un Pierrot apasionado y triste,
de un mártir que se emociona con la gravedad de una pluma,
con el recuerdo de tu voz,
con la mirada de una gacela herida
detrás de unas rejas,
con un llanto desnudo a los pies de una guitarra desangrada.
2
Recuerdo de la eterna juventud
Lo
bueno es que tengo el arrojo de defender tal culpa por considerarla casi una
virtud…
( Pier Paolo Pasolini - Cartas luteranas - 1974 - Traducción; F. E. León)
Ya no encuentro felicidad en gozar ni sufrir por ello:
ya no siento ante mí la vida entera.
(Pier Paolo Pasolini – Al príncipe - Versión - F. E. León)
He perdido la inconsciencia del muchacho
que sueña un imposible y gobierna su caos
sorprendido por las agujas de la esfera,
acorralado por el fuego de su cuerpo
que hierve por la tarde
cuando vuelven los niños a la escuela
y un padre piensa en los trabajos perdidos.
Arrebatado estoy por el ritmo de la vida,
la voracidad del tiempo
que se alarga y me lacera,
por el hilo que ahogó la eterna juventud
fugaz y evanescente
aunque palpite trémula en las ramas
de los álamos que vieron
marchitarse los recuerdos en mi alcoba.
Ahora vivo abandonado por la lira del poeta,
obnubilado por el candor que tuve
en el primer encuentro con la lluvia de unos ojos,
desconcertado por el sollozo del amor que sangra.
No volverá el llanto a los laúdes
que tañen el fulgor que tuviste en las horas
de las reminiscencias de la playa
herida en lontananza entre los farallones
cubiertos de poniente,
no volverán los pájaros que cruzaron las nubes
y la higuera de caricias
que perdieron sus alas en redes de un otoño
tierno de carteleras, herido de esperanza.
¿A qué país te fuiste que no pude encontrarte?
¿Qué rostro traspasó los espejos del viento?
¿Qué jazmín aspiró
tu suspiro de seda en la noche más triste
de tu sonrisa intacta en los últimos juegos?
Se han abierto los versos en la memoria esquiva
y las banderas vierten, sombrías, sin descanso
el aliento fragante en tu sombra de ayer
y el nido de la antena que colgaste en la fuente
que no tiene memoria
ni mantiene erguido el orgullo del canto
que mata el funeral
de los besos asustados
y el corazón se pierde cuando llega la noche,
cuando intenta sonreír
y el sufrimiento gime,
al evocar las prisas de una juventud perdida,
la camisa sin mangas que quemé una mañana
y no ha vuelto a encontrarme susurrando en la aurora.
3
… Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia
(Pasolini –Abro a la ventana de un blanco lunes - Traducción: Delfina
Muschietti)
I
Cuando la
luz
ya no ofrece esperanza
y se me adentra el verso de un profeta que muere
en el nocturno inhóspito
de una playa tardía,
envejece mi alma por no saber nombrarle,
por no haber arrastrado
la carga de mi culpa, por ser testigo ciego
del implacable olvido,
de los años que pasan por torvas avenidas
y empañan las vidrieras,
amurallan los cultos, desfiguran los rostros
de los iluminados sombríos y humillados
y alargan los pañuelos
para cubrir la huella de los golpes,
de las flores marchitas que viven en mis venas
y gritan su amargura,
por no reconocer
que la vida ensombrece la memoria
y masacra el estigma eterno de un poema,
agrieta la palabra del rapsoda que calla
en el discurso roto de un instante de amor
que busca, se le escapa y se le pierde
entre los matorrales lóbregos del Leteo[1].
II
Ya no conozco a nadie que añore lo perdido
y solloce en la niebla de una llaga rendida
por los labios que labran la herida de los surcos
que sufren en la sangre,
y el alma mortifica el arrebato brusco
del devenir cansado del sueño de la idea.
Ya no gozo ni sufro en el recuerdo.
ya no siento las flores latir en el futuro
que me cierra su paso
con el telón de piedra de un mar que me conmueve.
En la sombra se pierde
el polvo de un fragmento desolado,
la voz del cementerio de una sonrisa triste
que no tiene memoria
y la lengua anhelante de las termas ardientes
que se ahoga en el Foro[2],
en las temibles velas de la brisa
que ocultan las banderas que lloran en el puerto
que sueña con la barca que no llega a sus brazos
y agoniza temblando en las orillas
donde yace el silencio que aprisiona a los pobres
y el delirio insensato que adoran los poetas.
4
Las adelfas
Llegas a mí ahora sin haberte buscado
sobre la vista cruel de una avenida
donde muere en la noche un árbol solitario
y las adelfas vierten su tristeza
y su veneno
en ilustres borrachos sin futuro
mientras cantan El rey[3] bajo
el latido tenue
de luz de una farola oscurecida en la niebla.
Dejé la rabia
de amor que me mordía
el cuerpo traspasado por la rosa de los mártires,
por una juventud
rasgada por un pacto no firmado,
lastrada por los vientos que me hacían penar
cuando lloraba la calle y vivían
los cementerios
sepultados entre flores
y los viejos morían mirando su ventana.
Decían que era débil, que remar no podría
contra el levante
en un mar caprichoso que yo amaba
al recordar la brisa del verano
y los nombres que ya no volverían,
la soledad de un padre huérfano y obsesivo
que necesita
ser querido mas ya no sabe hablar;
escapa de las aulas cada día,
y afronta por la noche la tormenta,
su orgullo desterrado,
su presencia en las sombras, su destino en la mar.
5
La sombra de un poeta
I will work harder
Trabajaré más duro.
(George Orwell - Animal Farm)
¿Cuándo volverás
a iluminar ese paisaje que sin ti me resulta
el refugio donde la muerte propaga
su abandono más triste
y contigo parecía la melodía profunda
del verso del Poeta de las rimas profanas?
... ... ...
He visto pasar la sombra sin tregua
de los contrabandistas camino de la playa,
por la tumba encalada de inscripciones torcidas,
la soledad del grillo que anuncia su vejez,
el silencio de los campos cuando clama
su agonía entre los matorrales oscuros
que rodean el muro de la cárcel donde los hombres mueren
añorando el verano a la luz de la luna, y tu mirada
no vuelve con el brillo que me hacía vibrar en la locura
de vivir para buscarte.
Por eso, este barrio que arrastra llorando
el esplendor de los élitros alguna vez firmes y robustos
nos deja sinfonías de luz en el recuerdo.
He visto en su espejo de edificios en ruinas
cabalgar sobre mis hombros
al caballo que aún tira de nuestras ansias de volar
aunque esté extenuado de tanto amar sin fruto,
como mi viejo e infatigable Boxer[4] antes
de caer al suelo
para no volver a levantarse
llevándose en sus ojos aún abiertos el corazón de una lágrima.
5
El milagro de la vida
La luz y el silencio tendrán
un orgullo apasionado cuando todo decline
mientras sientes que la vida se te escapa
y se han perdido los cielos de la infancia.
Ya no quiero ser un mártir,
ya no muero por el alma de la rosa,
no miro las vidrieras
ni las puertas del Paraíso,
me quedo en este hombre que llora
por un pájaro muerto o un lobo enjaulado,
que ha pecado por amor y lo haría
en cada momento
que se le ofreciera como si fuera el último.
Ya no quiero unas alas en los hombros colgadas
ni ofrecerles a los santos mis palabras ocultas.
Quiero ser prisionero de una tierra que amo
entre aquellos que abrazan sin fronteras ni signos
el milagro de la vida, la tristeza de la muerte.
6
Fotografía de púgil pensativo
Te amo y te odio al mismo tiempo.
Me preguntarás cómo puede ser así.
No lo sé.
Pero es lo que siento, lo que me crucifica.
(Catulo – Variación: F. L, León)
I
No guardaste el libro de latín
con tu firma en la solapa,
con mi nombre perfilado
en los trapos rojizos de la muñeca polvorienta
que dejaste arrumbada en la sangre perdida
del bosque de los miedos.
Entonces sonreías, a ese soldado desarmado
que no supo amarte, a pesar de que el Leteo
había desembocado para siempre
en los ateridos labios del puerto de Algeciras.
Después llegaron los días cenicientos
del marasmo
mientras mi sonrisa fracasaba en las ruedas obstruidas
de un vagón empeñado en destrozar los carriles
de la ineludible y asertiva ruta que se hunde
en la oscuridad del tren de los acasos.
II
Ya no asoma en tus mejillas la hora
de los besos irreflexivos
ni te embarga la muerte
del pajarillo tierno que volaba dichoso a tu regazo
mientras yacía en las brumas de las reminiscencias
un tembloroso y solitario corazón
con un soplo venerado que resistía en la esquina
la agresividad de los segundos
esperando que los golpes se olvidaran de su rostro
y tus lúbricas plegarias,
implorando que sonara, entre las cuerdas,
el ansiado crepúsculo del último combate,
el halo redentor de una campana compasiva
que detuviera el sufrimiento
de un amor extinguido junto a los Baños árabes,
la levedad de un siglo de martirio prorrogado
por el silencio de la catedral
cuando se marchaban los muertos
y volvía la sombra de la humedad a los estancos
que vendían las caricias
convertidas en telúrico humo de alquitrán en la mañana
movida por la resaca ahogada por el Levante,
en himnos sagrados forjados a golpe de uniformes laicos
y toques militantes de nostálgicas cornetas.
Derribaron el ring en cuyo nítido centro
danzábamos como niños entre las vides
con un juego de piernas grácil y despreocupado
que esquivaba la caída de los sueños,
de la elegancia y la ternura
cuando no podía la vida sepultarnos en su tristeza,
cuando arrojábamos la herida desde el rincón
de los triunfos dolorosos, abrasivos y amargos
que caminan en el óbito del verdor y no se olvidan.
IV
Las estatuas de mármol han perdido su placa
y no saben a qué dios invocar
para calentar las balaustradas agrietadas
que resisten el abrazo inclinado al desencuentro
de los mares antiguos en el Paseo de la Marina,
para detener la imagen surgida de una copia rutinaria
que agrede el dramatismo patético, sangrante y obnubilado
que se entrega,
como el sauce de las hojas que amabas,
a la noche y al dolor
como una hetaira que no encuentra
la frescura de su rostro,
la firmeza de sus senos,
el hechizo de su voz
y frustrada por el tiempo castiga enritada[5]
la soledad de un eterno perdedor hundido en su pensamiento
y la agonía
de unos ojos hinchados
que no pueden ver la oscuridad de los soles entre la niebla.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.