I
Siempre quise saber a quién miraba
la chica de la foto,
de quién lleva en las cejas un umbral de flores amarillas
y por dónde respira el fanal de su inocencia,
su candidez exacta.
(Vicente Martín - La chica de la foto - II)
Regresé de la muerte para hablarle
a la soledad
y sentir en tu desierto
el miedo y el aullido de un profeta olvidado,
para hundirme en las islas abandonadas
que emergían
entre los edificios derruidos
de una ciudad antigua que no podía acogerme
sin las sábanas húmedas
que acogieron nuestros cuerpos
ni creer en la esperanza de los santos amortajados.
Escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu nombre
y no esperaba a nadie entre la gente solitaria
que pasa por la calle
y no encuentra calor en el camino.
Sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa,
por el desapego que sentiste
de tu propia imagen en el cuarto de mi desvelo,
por las ideas
que ya no cultivabas en el jardín
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba
entre las notas de una canción perdida en el olvido
y un corazón roto y desesperado.
II
Ya no conoces el rumor del viento
en el alma fugaz de los jazmines,
la sangre clara y nueva que brota en los veneros,
ya no miras las nubes
mientras la tarde se pliega en tu rostro,
y esa niña en grisalla con lazos en el pelo
siente con amargura mi derrota,
sufre la soledad del hombre ante la muerte,
solloza en los relojes la crueldad de Saturno;
ya no escribe mi nombre en el camino
devastado en los bordes de tu huella
y en su candor
no vuelve a las sandalias profundas de tu canto.
III
Cuando alcances el instante de aquella fotografía
que jugaba en las arterias de las sombras
llegarás a la soledad de un pensamiento
que se aleja en el mar,
de una mirada
que se cierra entre los muros con tristeza
y encontrarás la huella del rimmel encarnado
de una cantante que derrama su melancolía en los escaños
abruptos que perdieron los laureles
y vuelan en la sangre
de una mariposa que se embriaga en silencio
con el último verso de un poema perdido
que podría ser el mismo que recitaste
mientras te amaba
y que sigue cayendo
en tu alma cada vez que vuelvo a amarte
con la desesperación de una estrella que canta su amargura,
con la agonía de las farolas que se refugian en el olvido de las brumas.
*** *** *** *** ***
I
Siempre quise saber a quién miraba
la chica de la foto,
de quién lleva en las cejas un umbral de flores amarillas
y por dónde respira el fanal de su inocencia,
su candidez exacta.
(Vicente Martín - La chica de la foto - II)
Regresé de la muerte para hablarle a la soledad
y sentir en tu desierto
el miedo y el aullido de un profeta olvidado,
para hundirme en las islas abandonadas
que emergían
entre los edificios ruinosos y cansados
de una ciudad antigua que no podía abrazarme
sin las sábanas húmedas
que acogieron nuestros cuerpos
ni creer en la esperanza de los santos amortajados.
Escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu nombre
y no esperaba a nadie entre la gente solitaria
que pasa por la calle
y no encuentra calor ni fuerza en el camino.
Sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa
por el desapego que sentiste
de tu propia imagen en el cuarto de mi desvelo,
por las ideas
que ya no cultivabas en el jardín
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba
entre las notas de una canción perdida en el olvido
y un corazón roto y desesperado.
II
Ya no conoces el rumor del viento
en el alma fugaz de los jazmines,
la sangre clara y nueva que brota en los veneros,
ya no miras las nubes
mientras la tarde se pliega en tu rostro
y esa niña en grisalla con lazos en el pelo
siente con amargura nuestra derrota anunciada,
sufre la soledad del hombre ante la muerte,
solloza en los relojes
por la eterna crueldad de Saturno con el tiempo;
ya no escribe mi nombre en el camino
devastado en los bordes de tu huella
y en su candor
no vuelve a las sandalias profundas de tu canto,
a la sonrisa tierna que llora entre los sauces.
III
Cuando alcances el instante de aquella fotografía
que jugaba en las arterias de las sombras
llegarás a la soledad de un pensamiento
que se aleja en el mar,
de una mirada
que se cierra entre los muros con tristeza
y encontrarás la huella del rimmel encarnado
de una cantante callejera
que derrama su melancolía en los escaños
abruptos que perdieron los laureles
y vuela con la torpeza en la sangre
de una mariposa que se embriaga en el silencio
con el último verso de un poema angustiado
que podría ser el mismo que recitaste
mientras te amaba
y que sigue cayendo
en tu alma cada vez que vuelvo a amarte
con la desesperación de una estrella que entona su amargura,
con la agonía de las farolas que se refugian en el olvido
de los muelles torturados por las aguas y el tiempo.