I
Terminó todo olor en la sombra
Me acerco a Cesare
Pavese en estos terrenos destinados a no hacer concesiones, que quizás haya
hollado anteriormente aunque no tenga el recuerdo, con la intención de
rendir un homenaje íntimo a un poeta crucial en mi vida[2].
Para moverme en la
senda de Pavese tuve que reflejar mi repulsa hacia el perfil más perverso y
brutal que, demasiadas veces, exhibe el hombre medio[3] que, amparado en el
anonimato de la mediocridad, deja naufragar en su isla a aquellos que no
comprende por más que los reconozca bellos y cargados de sinceridad, y no tiene
el menor sentimiento de culpa ante una tragedia que ha estado presintiendo
durante mucho tiempo. Es la norma lo que le mueve, el poeta, en cambio, es un
extraño que no sabe adaptarse al mundo de todos los días.
El hombre de la
calle, para quien reclamaba un destino
que no podía medir[4],
carecía de la sensibilidad que le acercara a un drama que había que vivir con
uno mismo, nadie puede comprender la soledad en el amor cuando se convierte en
una necesidad obsesiva que no se alcanza[5]. Aquí podríamos añadir que
tampoco tuvo mucha ayuda en el ambiente literario.
El amor siempre lejos, esquivo y angustiado.
aunque fuera en la distancia
de los libros que nunca había querido leer.
(F.E. León)
Pavese sentiría un
amargo desasosiego y la repulsa hacia sí mismo cuando veía a las parejas que
regresaban de un paseo por el campo en el que, quizás, hubiera habido un
encuentro amoroso que delataban los cabellos desordenados, las briznas de
hierba sobre una humilde blusa con un botón desabrochado y un rostro que sentía
una satisfacción que no podía ocultar aunque bajara los ojos en un intento de
no querer transmitir lo que acababa de vivir y se añadía a las hojas de un
cuaderno apenas escrito que vibraba con caricias ante el vacío plagado de
palabras de su diario que cada vez estaba más lejos de la calle y de la vida.[6]
Nada sabe del viento la mujer que duerme
y respira; la tibieza de su cuerpo
es la misma de la sangre que murmura en nosotros[7].
Pero la realidad
vino a decirnos que ninguna de las mujeres con las que intentó mantener una
relación era una de aquellas muchachas de su pueblo; empieza la leyenda de sus
fracasos, en Turín, con una compañera de instituto que no le hizo caso y sigue con
dos modestas bailarinas. A partir de ahí las mujeres que aparecieron en su vida
solían ser cultas y, en algunos casos con delirios de grandeza, a veces
justificados; Fernanda Pivano y Bianca Garuffi resisten por sí solas dignamente
en las enciclopedias, que no propiciaron un acercamiento humano a un genio cuya
característica más acusada y en la que tenía un talento tan inmenso que
emulaba con el literario, era la tristeza.
Sin que haya un
acuerdo en los detalles se cuenta que fue marcado para siempre por el tragicómico
desdén de la segunda bailarina, a la que fue desviado por una compañera que no
soportaba la pesadez del poeta; la cita y el plantón bajo la lluvia es todo un
hito para los intelectuales italianos; se cuenta que, sin resguardarse, con qué
sentido, estuvo allí desde las seis de la tarde en que habían quedado hasta más
de la medianoche, cuando ya había dejado pasar el último tranvía. Las consecuencias
tampoco encuentran una medida; hay quien dice que le provocó una bronquitis
crónica, la misma que le eximió de ir a la guerra años después, para defender
el honor del Duce, hay quien habla de un mes de reposo y quien reduce los
daños, que no fueron pocos, al impacto que esta historia tuvo en su autoestima.
Sea como fuere, Pavese siempre estará a las puertas de un café que,
ocasionalmente servía como teatro, sin techo bajo la lluvia, reservándose un
castigo que pudiera aligerar su herida, esperando que cumpliera su
promesa una bailarina.
Como curiosidad
podemos decir que el último intento de encontrar el amor de Pavese no fue una
bailarina. Sin embargo, la Pierina poética, de nombre Romilda Bolleti, es muy
probable que estuviera bailando cuando se conocieron, como una chica de la alta
sociedad que era, liberada y adelantada a su tiempo. Mantuvo con ella una
correspondencia intensa y de gran valor literario en la que Pavese volvió a
evidenciar, dramatizando en exceso sus miserias emocionales y comunicativas, su
torpeza en el trato con las mujeres. Es posible, hay quien afirma que quedó
registrada en la recepción del hotel, que la última llamada que realizó
antes de su suicidio fuera la destinataria y que fue bastante desconsiderada al
rechazarla. Maruja Torres llegó a decir en un artículo que Pavese era un
plasta, cada uno tiene su forma de interpretar el desparpajo, yo prefiero decir
que era demasiado profundo, como Nietzsche, y que pocas personas quisieron
asomarse a sus abismos.
A la incomprensión
en la poesía en una Italia lacerada por la grandilocuencia
de una gloria anhelada o la persecución estética de un futuro que ya había
pasado[8], Pavese
opone, cercano a los existencialistas, un pensamiento que habla de la angustia
de vivir. Plaga su diario de citas breves, que miran a la cara la realidad
tortuosa y mística del amor; las palabras solo aroman unos segundos y después
se convierten en el humo que nunca dejaron de ser cuando hablamos de un
sentimiento que no ha llegado a nacer, esta contradicción sentida con
sinceridad sigue siendo un muro para acercarnos a un poeta como Pavese que no acabó nunca de
mostrar en su verso los rasgos de modernidad superficiales[9], su experimentación estaría en el fondo,
son relatos que no están exentos de lirismo su propuesta en el único poemario
que publicaría en vida. En estos poemas sorprendentes realistas y tiernos
radica una de las razones que lo mantienen vigente para el público, cada vez
menos numeroso, que ama la poesía y el hecho de que hoy día se le dé más valor
a una obra poética que tuvo una repercusión modesta que a su narrativa que
triunfó plenamente.
Es difícil saber si
hemos interpretado bien a nuestros poetas, aunque creo que lo importante es
abordar con pasión lo que se nos ha quedado en la memoria y sigue vivo en
nuestro deambular por los recuerdos inextinguibles de las calles vacías de una
infancia cualquiera, ese lugar donde transitarían en su caso las frustraciones
que determinaron su carácter reservado y taciturno; su madre era severa hasta
la inflexibilidad, llevada por la amargura de tener que arrastrar sus celos ya
que su marido la engañaba frecuentemente. Nada hace a un hombre más vulnerable
con las mujeres que haber tenido a un padre mujeriego y una madre que,
amargada, no supo mostrarle su cariño[10].
En Cesare
Pavese observo la soledad de un hombre bueno e íntegro que no podía comprender
los intereses mundanos porque nunca tuvo lo que cualquier persona tiene[11], nunca pudo cotejar su sombra hacia otro olvido
que no fuera el de su sangre[v], la dificultad extrema en entablar una
relación amorosa del solitario que amaba a las mujeres con una devoción
enfermiza; su misoginia[12], reflejada en “El oficio
de vivir” no sería sino una reacción de su fracaso con las mujeres, lastrado
como estaba por la timidez y el miedo que le provocaba su impotencia[13], sus remordimientos por
no haberse echado a los montes donde algunos amigos murieron y otros no
regresaron nunca aunque conservaran la dirección y el nombre.
Vale la pena estar solo
para estar siempre más solo aún.
La poesía que
buscaba como un sueño indefinido que solo le visitaría de tarde en tarde a raíz
del desengaño, la desaprobación y la indiferencia que le supuso su único
poemario publicado en vida, Lavorare stanca[vi], uno de los más destacados
que se recuerden.
Supongo que él no
hubiera podido imaginar que se le recordaría por sus últimos versos, esos que
surgieron de un deseo no realizado, esos que no nos advertían que trabajar
cansa pero nos decían que la muerte tiene los ojos color avellana y que ningún
hombre se quita la vida por el amor de una mujer mientras los gatos saben que
nunca acaba la espera de aquel que se consume por un sentimiento que no podrá
morir en un último encuentro que ya pasó[vii].
II
Basta algo de silencio y todo se detiene
en su lugar real, igual que está mi cuerpo[14].
(Manía de soledad)
Es preciso
encontrar, en la maraña de lo que nunca escribiste, las palabras que mejor te
representen para encontrar una salida a tus equivocaciones, para decirle a los
vientos cuando recorran tu calle que pasabas por allí, que, aunque nadie lo
recuerde, alguna vez viviste, que tuviste una amante aunque nunca yacieras con
ella, y un amigo aunque hayas olvidado su rostro y su nombre pero recuerdes su
sonrisa en los días grises y un pueblo que recitará tus versos de mala gana
porque te has convertido en la única posibilidad de que algunos se ganen la
vida ayudando a estudiosos y periodistas a recorrer la pequeña senda de un
poeta que, casi siempre, vivió en la ciudad, pero no dejó nunca de soñar en las
colinas, la vieja torre, la calle silenciosa en la tarde del verano…
III
Tendido en mi sudario
se apagará conmigo
el muchacho que tiembla en la colina
con el polvo cegándole los ojos.
se apagará conmigo
el muchacho que tiembla en la colina
con el polvo cegándole los ojos.
(Segunda Guerra- F.E. León)
El delicado estado de salud[viii]
que padecía hizo que Cesare Pavese no estuviera en el frente durante la Segunda
Guerra Mundial, hubiera sido terrible combatir al lado de los fascistas. Pero eso
no fue suficiente para evitar que la viviera con una angustia intensa y que
floreciera en su alma un sentimiento de culpa que le corroía y en el que
invocaba a compañeros perdidos que se echaron a los montes. A pesar de los años
y las dificultades implícitas a un tiempo de guerra seguía pensando en
Battistina Pizzardo[15].
Todo encierran tus
ojos.
De salobre y de
tierra
son tus venas, tu
aliento[ix].
Intento reconstruir mi relación con Pavese, lo
considero un poeta imprescindible, sus poemas me han acompañado desde 1981 y he
tenido la suerte de que José Agustín Goytisolo estuviera entre sus traductores.
De vez en cuando
hablo de su soledad con Laura, y cotejo sus errores con los míos y no hay manera
de que pueda acercarme a su drama cotidiano. Era taciturno, silencioso, grave,
sus flores no nacían en un recuerdo claro que atrajera a los ojos alegres que
pasaban por su vida y temían enamorarse de él por su tristeza. No fue un niño
feliz y lo mostraba en cada gesto, en las calles desiertas caldeadas por los
soles del estío.
En el corazón
tienes silencio, tienes palabras
sumergidas. Eres sombría.
Pienso que Pavese y yo jugamos con un margen de error
pequeño por diferentes motivos, por circunstancias dispares; él era sincero
cuando decía que el triunfo de una persona era medido por las cosas más
elementales de la vida; satisfacer a una mujer, conservar a un amigo, mezclarse
con la gente de su ciudad y tener las
mismas aspiraciones que las personas que luchan por mantener un trabajo o una
relación gastada que, aun así, a él le colmaría. Yo ni siquiera he podido
malvivir de lo que escribo y ha sido una de las reglas con las que he medido la
soledad del mar cuando lo inundan de banderas que no nos representan en el
viento. Pero he tenido el amor, aunque, casi nunca, he sabido verlo.
IV
No
conoces los montes
donde
corrió la sangre[17].
Tanto tú como yo, Elda, tenemos la suerte de no haber vivido una guerra,
eso no quita que no podamos tener una percepción de ella a través de lo que
hemos visto o leído. Estos versos tienen mucho que ver con la lectura de los
que Cesare Pavese escribió en 1945, me impresionaron en su día y no han dejado
de hacerlo, coincidían la guerra y la falta de amor.
El silencio y la noche mordían
con su abrazo
mi alma en la litera
y ardía el mundo de los tiernos y de los tristes
devastado por los celos de la espera que no muere.
mi alma en la litera
y ardía el mundo de los tiernos y de los tristes
devastado por los celos de la espera que no muere.
(F.E. León)
Quise acercarme todo lo que pude a un poeta honesto que llevaba con
amargura no haber participado en la contienda al lado de los partisanos por
problemas de salud.
V
El 11 de Abril de
1950 se produjo la última ruptura amorosa del poeta. Constance Dowling, así se
llamaba la actriz norteamericana de la que se enamoró quizás no haría olvidar a
Pavese del que fue el gran amor y la gran decepción de su vida; Battistina Pizzardo,“la
mujer de la voz ronca y dulce que no vuelve del silencio frío", pero pudo
haber sido una tabla a la que asirse para vencer esa manía de soledad que le
corroía.
Se conocieron
durante el rodaje de una película y ella se marchó en busca de un sueño que
nunca consiguió; triunfar en el cine en su país de origen. Los poemas escritos por Pavese aquella
primavera son los más recordados y los ojos color avellana de Constance
quedarían asociado a los de su muerte.
Tu alma aún desvela tu cita con
los ángeles
del pórtico que sueña con el amor
eterno;
no vuelve del silencio lo
que nunca dijiste
y ardía en tu mirada,
Cesare nunca tuvo lo que siempre
he tenido;
cuando llega al albergue
siempre escucha la ausencia de la
voz que le hiere.
(F. E. León)
[iii] [iv] La modernidad en la poesía de
Pavese está en el fondo. Ahí radica la aceptación natural que tiene Pavese en
el, cada vez más escaso, público que ama la poesía.
[v] Natalia Ginzburg, quizás un amor
correspondido que Cesare no supo o no quiso ver, afirmaba siete años después de
su muerte al visitar la habitación del hotel en la que se había suicidado, que
nunca tuvo casa propia, que nunca compartió con mujer alguna un despertar
mientras sus ojos enamorados lo miraban.
[vi] Trabajar cansa. Hay quien
considera “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (1950)” un poemario,
particularmente pienso que son poemas sueltos.
[vii] Se piensa que las últimas
llamadas que realizó y quedaron registradas en la recepción del hotel, al menos
un par de ellas fueron dirigidas a Constance Dowling.
[1] Manía de soledad. Todos los
versos de Pavese que se citan en estas cartas fueron traducidos por José
Agustín Goytisolo.
[2] Somos
conscientes de cuando un artista nos llega de una manera especial, nos resulta
difícil explicarlo, pero sentimos una satisfacción profunda de que así sea,
sobre todo cuando observamos en él unos valores consolidados y firmes..
[3] Ese hombre
que pasa de hacer el saludo romano al Duce a levantar el puño para los
partisanos.
[5] Pavese no era
un idealista, no tenía una gran exigencia sobre lo que hubiera llamado amor,
compartir un hogar, una cama, un destino hubiera sido suficiente, sin tener que
arrojarse a los brazos del enamoramiento.
[6] Hay que volver del silencio para
que hable la soledad, eres sólo un vehículo que temes tanto a la muerte que no
podrás permitir que ella se acerque a ti.
[8] Ejercida
con maestría por unos pocos que, además, le quitaban los ropajes de la
intrascendencia, demostrando que la poesía le debe más al estado emocional de
lo que se escribe que a la forma´.
[9] Ejercida
con maestría por unos pocos que, además, le quitaban los ropajes de la
intrascendencia, demostrando que la poesía le debe más al estado emocional de
lo que se escribe que a la forma.
[10] Pavese se
movió sin solución de continuidad entre la misoginia y el amor a las mujeres.
Podemos pensar que la primera era guiada por sus fracasos continuos, por el
recuerdo de una madre que nunca lo quiso (al menos es lo que él creía y, por lo
tanto, lo que sentía fuera o no fuera cierto), era un desahogo en el que
derrochaba ingenio en chistes de mal gusto al alcance, en cuanto a significado,
de cualquier parroquiano insensible, parece más creíble su penetración sincera
en el alma femenina que se desarrolla en sus novelas, especialmente en “La luna
y la hoguera”.
[11] Constance
y Cesare se conocieron durante el rodaje de una película en Roma.
[12] Entre la
ironía y un sarcasmo cercano al de un parroquiano ignorante y convencido se
explaya con algunos comentarios de indudable mérito literario.
[13] En el Diario
de vivir escribe acerca de sus problemas de impotencia, eyaculación precoz en
suma; su incapacidad para satisfacer sexualmente a una mujer.
[15] Terminó todo,
después viene la noche a despejar las sombras de los claros.
...Cada día la breve ventana
se abre, inmóvil, al aire que calla...
(La voz)
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.