sábado, 17 de noviembre de 2018

Pavese bajo la lluvia


I



Terminó todo olor en la sombra
y a la ciudad solo nos llega el viento[1].

Me acerco a Cesare Pavese en estos terrenos destinados a no hacer concesiones, que quizás haya hollado anteriormente aunque no tenga el recuerdo,  con la intención de rendir un homenaje íntimo a un poeta crucial en mi vida[2].

Para moverme en la senda de Pavese tuve que reflejar mi repulsa hacia el perfil más perverso y brutal que, demasiadas veces, exhibe el hombre medio[3] que, amparado en el anonimato de la mediocridad, deja naufragar en su isla a aquellos que no comprende por más que los reconozca bellos y cargados de sinceridad, y no tiene el menor sentimiento de culpa ante una tragedia que ha estado presintiendo durante mucho tiempo. Es la norma lo que le mueve, el poeta, en cambio, es un extraño que no sabe adaptarse al mundo de todos los días. 


El hombre de la calle, para  quien reclamaba un destino que no podía medir[4], carecía de la sensibilidad que le acercara a un drama que había que vivir con uno mismo, nadie puede comprender la soledad en el amor cuando se convierte en una necesidad obsesiva que no se alcanza[5]. Aquí podríamos añadir que tampoco tuvo mucha ayuda en el ambiente literario.

El amor siempre lejos, esquivo y angustiado.
 aunque fuera en la distancia
 de los libros que nunca había querido leer.
(F.E. León)

Pavese sentiría un amargo desasosiego y la repulsa hacia sí mismo cuando veía a las parejas que regresaban de un paseo por el campo en el que, quizás, hubiera habido un encuentro amoroso que delataban los cabellos desordenados, las briznas de hierba sobre una humilde blusa con un botón desabrochado y un rostro que sentía una satisfacción que no podía ocultar aunque bajara los ojos en un intento de no querer transmitir lo que acababa de vivir y se añadía a las hojas de un cuaderno apenas escrito que vibraba con caricias ante el vacío plagado de palabras de su diario que cada vez estaba más lejos de la calle y de la vida.[6]

Nada sabe del viento la mujer que duerme
y respira; la tibieza de su cuerpo
es la misma de la sangre que murmura en nosotros[7].  

Pero la realidad vino a decirnos que ninguna de las mujeres con las que intentó mantener una relación era una de aquellas muchachas de su pueblo; empieza la leyenda de sus fracasos, en Turín, con una compañera de instituto que no le hizo caso y sigue con dos modestas bailarinas. A partir de ahí las mujeres que aparecieron en su vida solían ser cultas y, en algunos casos con delirios de grandeza, a veces justificados; Fernanda Pivano y Bianca Garuffi resisten por sí solas dignamente en las enciclopedias, que no propiciaron un acercamiento humano a un genio cuya característica más acusada y en la que tenía un talento tan inmenso que emulaba con el literario, era la tristeza.


Sin que haya un acuerdo en los detalles se cuenta que fue marcado para siempre por el tragicómico desdén de la segunda bailarina, a la que fue desviado por una compañera que no soportaba la pesadez del poeta; la cita y el plantón bajo la lluvia es todo un hito para los intelectuales italianos; se cuenta que, sin resguardarse, con qué sentido, estuvo allí desde las seis de la tarde en que habían quedado hasta más de la medianoche, cuando ya había dejado pasar el último tranvía. Las consecuencias tampoco encuentran una medida; hay quien dice que le provocó una bronquitis crónica, la misma que le eximió de ir a la guerra años después, para defender el honor del Duce, hay quien habla de un mes de reposo y quien reduce los daños, que no fueron pocos, al impacto que esta historia tuvo en su autoestima. Sea como fuere, Pavese siempre estará a las puertas de un café que, ocasionalmente servía como teatro, sin techo bajo la lluvia, reservándose un castigo que pudiera aligerar su herida, esperando que cumpliera su promesa una bailarina.

Como curiosidad podemos decir que el último intento de encontrar el amor de Pavese no fue una bailarina. Sin embargo, la Pierina poética, de nombre Romilda Bolleti, es muy probable que estuviera bailando cuando se conocieron, como una chica de la alta sociedad que era, liberada y adelantada a su tiempo. Mantuvo con ella una correspondencia intensa y de gran valor literario en la que Pavese volvió a evidenciar, dramatizando en exceso sus miserias emocionales y comunicativas, su torpeza en el trato con las mujeres. Es posible, hay quien afirma que quedó registrada en la recepción del hotel, que la última llamada que realizó antes de su suicidio fuera la destinataria y que fue bastante desconsiderada al rechazarla. Maruja Torres llegó a decir en un artículo que Pavese era un plasta, cada uno tiene su forma de interpretar el desparpajo, yo prefiero decir que era demasiado profundo, como Nietzsche, y que pocas personas quisieron asomarse a sus abismos.

A la incomprensión en la poesía en una Italia lacerada por la grandilocuencia de una gloria anhelada o la persecución estética de un futuro que ya había pasado[8],  Pavese opone, cercano a los existencialistas, un pensamiento que habla de la angustia de vivir. Plaga su diario de citas breves, que miran a la cara la realidad tortuosa y mística del amor; las palabras solo aroman unos segundos y después se convierten en el humo que nunca dejaron de ser cuando hablamos de un sentimiento que no ha llegado a nacer, esta contradicción sentida con sinceridad sigue siendo un muro para acercarnos a  un poeta como Pavese que no acabó nunca de mostrar en su verso los rasgos de modernidad superficiales[9], su experimentación estaría en el fondo, son relatos que no están exentos de lirismo su propuesta en el único poemario que publicaría en vida. En estos poemas sorprendentes realistas y tiernos radica una de las razones que lo mantienen vigente para el público, cada vez menos numeroso, que ama la poesía y el hecho de que hoy día se le dé más valor a una obra poética que tuvo una repercusión modesta que a su narrativa que triunfó plenamente.

Es difícil saber si hemos interpretado bien a nuestros poetas, aunque creo que lo importante es abordar con pasión lo que se nos ha quedado en la memoria y sigue vivo en nuestro deambular por los recuerdos inextinguibles de las calles vacías de una infancia cualquiera, ese lugar donde transitarían en su caso las frustraciones que determinaron su carácter reservado y taciturno; su madre era severa hasta la inflexibilidad, llevada por la amargura de tener que arrastrar sus celos ya que su marido la engañaba frecuentemente. Nada hace a un hombre más vulnerable con las mujeres que haber tenido a un padre mujeriego y una madre que, amargada, no supo mostrarle su cariño[10].


  En Cesare Pavese observo la soledad de un hombre bueno e íntegro que no podía comprender los intereses mundanos porque nunca tuvo lo que cualquier persona tiene[11], nunca pudo cotejar su sombra hacia otro olvido que no fuera el de su sangre[v], la dificultad extrema en entablar una relación amorosa del solitario que amaba a las mujeres con una devoción enfermiza; su misoginia[12], reflejada en “El oficio de vivir” no sería sino una reacción de su fracaso con las mujeres, lastrado como estaba por la timidez y el miedo que le provocaba su impotencia[13], sus remordimientos por no haberse echado a los montes donde algunos amigos murieron y otros no regresaron nunca aunque conservaran la dirección y el nombre.

Vale la pena estar solo
para estar siempre más solo aún.

La poesía que buscaba como un sueño indefinido que solo le visitaría de tarde en tarde a raíz del desengaño, la desaprobación y la indiferencia que le supuso su único poemario publicado en vida, Lavorare stanca[vi], uno de los más destacados que se recuerden.


Supongo que él no hubiera podido imaginar que se le recordaría por sus últimos versos, esos que surgieron de un deseo no realizado, esos que no nos advertían que trabajar cansa pero nos decían que la muerte tiene los ojos color avellana y que ningún hombre se quita la vida por el amor de una mujer mientras los gatos saben que nunca acaba la espera de aquel que se consume por un sentimiento que no podrá morir en un último encuentro que ya pasó[vii].
II
Basta algo de silencio y todo se detiene
en su lugar real, igual que está mi cuerpo[14].
(Manía de soledad)

Es preciso encontrar, en la maraña de lo que nunca escribiste, las palabras que mejor te representen para encontrar una salida a tus equivocaciones, para decirle a los vientos cuando recorran tu calle que pasabas por allí, que, aunque nadie lo recuerde, alguna vez viviste, que tuviste una amante aunque nunca yacieras con ella, y un amigo aunque hayas olvidado su rostro y su nombre pero recuerdes su sonrisa en los días grises y un pueblo que recitará tus versos de mala gana porque te has convertido en la única posibilidad de que algunos se ganen la vida ayudando a estudiosos y periodistas a recorrer la pequeña senda de un poeta que, casi siempre, vivió en la ciudad, pero no dejó nunca de soñar en las colinas, la vieja torre, la calle silenciosa en la tarde del verano…
 
III
Tendido en mi sudario 
se apagará conmigo
el muchacho que tiembla en la colina
con el polvo cegándole los ojos.
(Segunda Guerra- F.E. León)

El delicado estado de salud[viii] que padecía hizo que Cesare Pavese no estuviera en el frente durante la Segunda Guerra Mundial, hubiera sido terrible combatir al lado de los fascistas. Pero eso no fue suficiente para evitar que la viviera con una angustia intensa y que floreciera en su alma un sentimiento de culpa que le corroía y en el que invocaba a compañeros perdidos que se echaron a los montes. A pesar de los años y las dificultades implícitas a un tiempo de guerra seguía pensando en Battistina Pizzardo[15].


Todo encierran tus ojos.
De salobre y de tierra
son tus venas, tu aliento[ix].

Intento reconstruir mi relación con Pavese, lo considero un poeta imprescindible, sus poemas me han acompañado desde 1981 y he tenido la suerte de que José Agustín Goytisolo estuviera entre sus traductores.

De vez en cuando hablo de su soledad con Laura, y cotejo sus errores con los míos y no hay manera de que pueda acercarme a su drama cotidiano. Era taciturno, silencioso, grave, sus flores no nacían en un recuerdo claro que atrajera a los ojos alegres que pasaban por su vida y temían enamorarse de él por su tristeza. No fue un niño feliz y lo mostraba en cada gesto, en las calles desiertas caldeadas por los soles del estío.
 
En el corazón
tienes silencio, tienes palabras
sumergidas. Eres sombría.
Para ti el alba es silencio[x][16]

Pienso que Pavese y yo jugamos con un margen de error pequeño por diferentes motivos, por circunstancias dispares; él era sincero cuando decía que el triunfo de una persona era medido por las cosas más elementales de la vida; satisfacer a una mujer, conservar a un amigo, mezclarse con la gente de su ciudad  y tener las mismas aspiraciones que las personas que luchan por mantener un trabajo o una relación gastada que, aun así, a él le colmaría. Yo ni siquiera he podido malvivir de lo que escribo y ha sido una de las reglas con las que he medido la soledad del mar cuando lo inundan de banderas que no nos representan en el viento. Pero he tenido el amor, aunque, casi nunca, he sabido verlo.

IV
No conoces los montes
donde corrió la sangre[17].

Tanto tú como yo, Elda, tenemos la suerte de no haber vivido una guerra, eso no quita que no podamos tener una percepción de ella a través de lo que hemos visto o leído. Estos versos tienen mucho que ver con la lectura de los que Cesare Pavese escribió en 1945, me impresionaron en su día y no han dejado de hacerlo, coincidían la guerra y la falta de amor.

El silencio y la noche mordían con su abrazo 
mi alma en la litera
y ardía el mundo de los tiernos y de los tristes
devastado por los celos de la espera que no muere.
(F.E. León)

Quise acercarme todo lo que pude a un poeta honesto que llevaba con amargura no haber participado en la contienda al lado de los partisanos por problemas de salud.

V


El 11 de Abril de 1950 se produjo la última ruptura amorosa del poeta. Constance Dowling, así se llamaba la actriz norteamericana de la que se enamoró quizás no haría olvidar a Pavese del que fue el gran amor y la gran decepción de su vida; Battistina Pizzardo,“la mujer de la voz ronca y dulce que no vuelve del silencio frío", pero pudo haber sido una tabla a la que asirse para vencer esa manía de soledad que le corroía.

Se conocieron durante el rodaje de una película y ella se marchó en busca de un sueño que nunca consiguió; triunfar en el cine en su país de origen. Los poemas escritos por Pavese aquella primavera son los más recordados y los ojos color avellana de Constance quedarían asociado a los de su muerte.

Tu alma aún desvela tu cita con los ángeles
del pórtico que sueña con el amor eterno;
no vuelve del silencio lo que nunca dijiste
y ardía en tu mirada,
Cesare nunca tuvo lo que siempre he tenido;
cuando llega al albergue
siempre escucha la ausencia de la voz que le hiere.
(F. E. León)


         


 [iii] [iv] La modernidad en la poesía de Pavese está en el fondo. Ahí radica la aceptación natural que tiene Pavese en el, cada vez más escaso, público que ama la poesía.
[v] Natalia Ginzburg, quizás un amor correspondido que Cesare no supo o no quiso ver, afirmaba siete años después de su muerte al visitar la habitación del hotel en la que se había suicidado, que nunca tuvo casa propia, que nunca compartió con mujer alguna un despertar mientras sus ojos enamorados lo miraban.
[vi] Trabajar cansa. Hay quien considera “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (1950)” un poemario, particularmente pienso que son poemas sueltos.
[vii] Se piensa que las últimas llamadas que realizó y quedaron registradas en la recepción del hotel, al menos un par de ellas fueron dirigidas a Constance Dowling.
[viii] Era asmático.
[ix] De salobre y de tierra.
[x] Tienes el rostro de piedra esculpida.
[xi] No conoces los montes.




[1] Manía de soledad. Todos los versos de Pavese que se citan en estas cartas fueron traducidos por José Agustín Goytisolo.
[2] Somos conscientes de cuando un artista nos llega de una manera especial, nos resulta difícil explicarlo, pero sentimos una satisfacción profunda de que así sea, sobre todo cuando observamos en él unos valores consolidados y firmes..
[3] Ese hombre que pasa de hacer el saludo romano al Duce a levantar el puño para los partisanos.

[4] aunque fuera en la distancia de los libros que nunca había querido leer
[5] Pavese no era un idealista, no tenía una gran exigencia sobre lo que hubiera llamado amor, compartir un hogar, una cama, un destino hubiera sido suficiente, sin tener que arrojarse a los brazos del enamoramiento.

[6] Hay que volver del silencio para que hable la soledad, eres sólo un vehículo que temes tanto a la muerte que no podrás permitir que ella se acerque a ti.

[7] Placeres Nocturnos.
[8] Ejercida con maestría por unos pocos que, además, le quitaban los ropajes de la intrascendencia, demostrando que la poesía le debe más al estado emocional de lo que se escribe que a la forma´.
[9] Ejercida con maestría por unos pocos que, además, le quitaban los ropajes de la intrascendencia, demostrando que la poesía le debe más al estado emocional de lo que se escribe que a la forma.
[10] Pavese se movió sin solución de continuidad entre la misoginia y el amor a las mujeres. Podemos pensar que la primera era guiada por sus fracasos continuos, por el recuerdo de una madre que nunca lo quiso (al menos es lo que él creía y, por lo tanto, lo que sentía fuera o no fuera cierto), era un desahogo en el que derrochaba ingenio en chistes de mal gusto al alcance, en cuanto a significado, de cualquier parroquiano insensible, parece más creíble su penetración sincera en el alma femenina que se desarrolla en sus novelas, especialmente en “La luna y la hoguera”.

[11] Constance y Cesare se conocieron durante el rodaje de una película en Roma.

[12] Entre la ironía y un sarcasmo cercano al de un parroquiano ignorante y convencido se explaya con algunos comentarios de indudable mérito literario.

[13] En el Diario de vivir escribe acerca de sus problemas de impotencia, eyaculación precoz en suma; su incapacidad para satisfacer sexualmente a una mujer.

[14] Manía de soledad.

[15] Terminó todo, después viene la noche a despejar las sombras de los claros.

[16] Tienes el rostro de piedra esculpida.

[17] No conoces los montes.
...Cada día la breve ventana 
se abre, inmóvil, al aire que calla... 
(La voz)


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