sábado, 17 de noviembre de 2018

Fabrizio De André - Súplica en enero.


 

Deja que florezca

su camino Señor,

cuando tengas su alma

y el mundo su recuerdo,

habrá que volver

a entregarla

¿Cuándo llegará a tu Cielo?

Allí donde brillan

las estrellas

a plena luz del día.

 

¿Cuándo cruzará

el último puente viejo?

Les dirás a los suicidas,

besándolos en la frente

que vayan al Paraíso

donde yo voy también

porque no hay infierno

en el mundo del buen Dios

 

       Cada comentario es un reto, tal como lo veo en este momento, y no siempre tengo las mismas fuerzas para afrontarlo, sé que poco a poco me he ido alejando de las pretensiones un poco alocadas e incluso un tanto narcisistas, según algunos criterios a los que tengo mucho respeto, de los primeros momentos y soy consciente de que cada vez toma más cuerpo de diario aquello que, al principio, solo eran palabras de agradecimiento.

         No sé si he aprendido que no se puede ser un niño cuando se tienen tantos años, que el talento hace callar muchas veces a aquellos que creen saber más de lo que saben, pero crea muchos enemigos entre esos otros que ni siquiera sabes que existen y, peor aún, entre quienes aparentan no serlo. Creo que ahí podríamos encuadrar la muerte de Pasolini y el que cada vez sea más difícil aclarar algo.  Siento deseos de advertir a los demás sobre la pertinencia de tal o cual poeta; pienso que el olvido en el que se ha sepultado a Arturo Maccanti, mientras se premia a poetas que parecen que viven en otro mundo que no existe, es lacerante y absurdo, que el estupor y la controversia, incluso entre personas que escriben poesía, que ha supuesto la concesión del Nobel a Dylan no pueden ser más desafortunados; su poesía, de una calidad arrebatadora, es el testimonio sentimental de una época que ha marcado de sueños incongruentes e inanes la ebriedad del barco en el que naufragamos.

         Pasolini sigue avivando la polémica en Italia, ha estado presente en la línea de salida de otros poetas reputados, con Fabrizio De André en lugar de privilegio, para los más exquisitos ha sabido escapar, hasta cierto punto, de su aparatosa muerte. Hablando tanto de Europa a través de lo que veía en su país no ha encontrado como poeta el eco que merece en otros países, España entre ellos, el problema en mi país no es que la gente no sepa sino que no quiere saber. Algunas de sus proclamas lo emparentan intelectualmente con algunos espíritus libres a través de los tiempos. Desde mi punto de vista pienso que habría que leer sus escritos para conocer su agonía creadora llena de vida, y obviar un poco sus salidas de tono en las entrevistas, muchas de ellas radiadas o televisadas y en las que hacía temblar al oyente por el contraste entre aquella lengua tan dulce, aquel tono que sometía a la belleza y aquellas palabras crudas, desafiantes y apasionadas con las que pedía justicia, y con las que, a veces, se equivocaba.
 

Luigi Tenco, a pesar de su juventud, era una realidad consolidada en el panorama esplendoroso de la canción italiana de los sesenta, se suicidó de un disparo en un hotel. Según cuenta la leyenda, poco creíble desde mi punto de vista, la causa fue su fracaso en el festival de San Remo, Luigi acababa de romper con su novia de siempre y paseaba, aparentemente feliz, con la desdichada Dalida a quien le unió una amistad, nunca un romance aireado por la prensa rosa. Presentó en el festival una buena canción romántica a la manera de las que le habían llevado al éxito. Pero estaba ebrio mientras la defendía y se fue de tono varias veces. El jurado no permitió que superara la primera criba. 
 
Fabrizio De André se sentía muy ligado a él, los dos eran originarios de provincias del Nordeste italiano, aunque el entonces joven Fabrizio, ya estaba orientado a canciones pocos convencionales, de difícil digestión, y alejadas de la corriente reinante en aquellos días en la que Luigi se integraba plenamente, aunque no renunciaba a un izquierdismo que le hiciera escribir auténticas canciones protesta. La elegía para despedir a su amigo, de todas formas, se cuenta entre los grandes logros de la canción italiana, en ella Fabrizio habla a un Dios en el que no creía, por respeto a Luigi que era católico. La injusta falta de popularidad del cantante, casi absoluta fuera de Italia, es un ejemplo más de lo abrupto que está siendo crear una conciencia sin fronteras nacionalistas dentro de Europa; tanto en la música como en la letra o en las versiones de Cohen, Dylan y Brassens  fue un artista de primer orden. A pesar de ser acusado de un excesivo apego a su Génova natal (cantó un álbum entero en dialecto genovés) y al atavismo sempiterno de Cerdeña que le costó un secuestro a manos de los independentistas sardos, junto a su mujer de entonces, angustia que reflejó en su mejor canción: Hotel Supramonte. Habló de problemas permanentes en el hombre, y de Cristo, como lo hizo Pasolini, teniendo, en su caso, como referencia los Evangelios Apócrifos.

    El reconocimiento que más le hubiera turbado es que varios versos suyos se han convertido en eslóganes en las manifestaciones, cuando se pide justicia y se duda de la imparcialidad de los jueces.

17 de noviembre de 2018

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.