domingo, 18 de noviembre de 2018

Apuntes sobre Brel - J'arrive




Sin poder precisar las razones, para hablar de Brel recurrí a su leyenda y a lo que decía en sus canciones, de hecho abandoné una de sus biografías en el primer capítulo y no he vuelto a encontrarla. Pero Brel nos entrega muchas claves del criterio generalizado que se tiene sobre él a partir de su comportamiento de hombre público, ahí lo veo muy cerca de Sabina; cuando te tomas muy en serio lo que haces y eres honesto, a pesar de ser profesional, estás cimentando las columnas de un mítico espíritu de lucha, cuando lo hace un amateur suele ser tildado de pretencioso cuando no de arrogante. Brel, en su época de esplendor, no tenía tiempo ni paz y escribió canciones inmortales, nunca se achicó ante ningún compromiso, se entregaba con todo lo que tenía al mismo público al que estaba dispuesto a poner a parir.

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Brel era un idealista empedernido, sin embargo sus dosis de realismo en algunos casos estaban fuera del alcance de esos que tienen siempre los pies en el suelo. Quería que llorásemos por ese amor que descarrila en un aeropuerto, pero sabía que, casi con toda seguridad, esos amantes volverían a creer en una nueva aventura y compartirían otros sueños que no querrían controlar aunque, a veces, supieran que eran mentira. Lo que quizás comunicaba era que él había perdido, que el eterno verano no puede evitar que sintamos frío, que es muy fastidioso eso de morirse cuando se tiene la cabeza llena de sueños por cumplir, ¿cómo puede rendirse a la muerte alguien que nunca tuvo una blanca entre sus banderas? Así de pronto parece difícil superar el dramatismo efectivo y sincero de Orly, resulta que en el mismo disco hay canciones que en este aspecto la superan; Voir un ami pleurer, Jojo, Jaurès.

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En su época de esplendor (1959 - 1967), Brel se vio obligado a escribir al fresco, solo había tiempo para pequeñas rectificaciones. El hilo que conducía a una coherencia aceptable aquel torrente creativo, aquella actividad desesperada, era su honestidad. Como otros portentos conseguía logros que excedían lo perseguido y que ocurrían, a veces, sin darse cuenta. No creo que tuviera en mente convertirse en el más europeo de los artistas sintetizando, entre las furias y las penas, los mundos que iban a sustentar un nuevo intento de montar en el mismo tren los mundos latino y germánico. Que los belgas lo eligieran como su hijo más brillante tiene algo de milagroso; nadie arremetió contra ellos y el conformismo de su bienestar con más agudeza, ingenio e hiriente ironía. Supongo, de todas formas, que recibiría más votos de la Valonia que de Flandes, o al contrario, nunca se sabe; cabe la posibilidad de que el masoquismo anidara en el alma de una gente a la que consideraba tranquila y previsible y que había olvidado la inquietud creativa, aunque fuera partiendo de un conocimiento minucioso de las normas, de una de las generaciones de artistas más deslumbrantes que haya habido.

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En Francia solo es superado en ventas de discos por Joe Dassin. Sorprende, aunque me gusta este crooner tierno y simpático, está claro que está muy lejos de Brel. Hubiera comprendido, aunque no compartido, que los franceses se hubieran decantado por Brassens, Piaf o Aznavour. No extraña tanto este tipo de consideraciones si le echamos un vistazo al público que tenemos en España. Yo no digo que la generación de jóvenes postconciliares no fuera proclive a una cierta pedantería, pero se la trabajaban, hoy día la gente suele ejercer de pedante volviéndole la espalda al esfuerzo.

         En Quebec lo tratan con reverencia y es muy frecuente que hagan sus artistas excelentes versiones de sus canciones. En Bélgica es muy difícil precisar la línea entre la veneración y la antipatía.

Entre los anglosajones se le rinde el culto que merece, abundan los ensayos, los artículos, los homenajes, los intentos de someter su realidad a la ficción sin que esta pueda nunca seguir su paso. Músicos de mérito han hecho versiones de sus canciones, entre todas destacan My death de David Bowie con la inestimable ayuda de la letra del desconocido Mort Shuman, a la altura de Life on Mars? y Sons of... de Judy Collins que se queda con todo aquello que puede tener la canción de ternura, ya estaba Brel para aderezarla con la crítica visceral a la estupidez aceptada del mundo de los adultos. El más destacado de todos es Scott Walker a quien, tras una etapa de cierto éxito con canciones pop y una imagen atractiva que lo fastidiaba todo un poco con un carácter retraído rayano a la misantropía, se le cruzó Brel en el camino, y consagró lo que para algunos sería el álbum más importante de su carrera al llevar con esmero sus canciones al inglés, otra vez aparecería Mort Shuman para traducir varias canciones.  En España tenemos una versión en catalán no muy afortunada de Serrat de El amor que vendrá y una variación de Jeff, la tituló Manolo, de Alberto Cortez que tampoco me convenció mucho. La generación del Mayo lo adoraba y le cantaba en francés pero hoy no queda ni una sola flor para él. Ellos se lo pierden.
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Es necesario que tengamos vocación europea, es una asignatura que ni siquiera tenemos pendiente, criticamos, con razón, la cerrazón de los británicos, pero cometemos la barbaridad de ignorar a uno de nuestros grandes poetas porque se expresa en otra lengua; introduce su verso en nuestra propia llaga, acosa nuestra cobardía, asalta los caminos de nuestra indiferencia ante las miserias de los otros y habla con actualidad y frescura de los males eternos del amor y de su imposible cura.

Quizás nadie haya sido más ecléctico que Brel, nadie haya desarrollado sobre un escenario un dramatismo más convincente o cantado al amor como si fuera un sueño que se le reclamara a la vida.

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Una de las satisfacciones más grandes que me he llevado en los últimos días ha sido comprobar que estuve muy cerca del alma de Brel cuando todo lo que escribí estaba basado en lo que él decía en sus canciones. La semana pasada leí no menos de veinte artículos, unos pocos geniales, otros decentes, los más, rutinarios y adornados por tópicos que dada la gran calidad del poeta y de su obra, más bien corta pero de una densidad sobrenatural, exigía propuestas más profundas. Muy pocos han sabido interpretar la caída de un sueño que pasaba en la amargura de lo perdido, con la ternura de la evocación de lo que pudo haber sido, la tragedia de un continente a través de sus experiencias negativas en Bélgica y en Francia podía hacernos presentir la fragilidad de Europa en nuestros días.

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