domingo, 3 de junio de 2018

Joaquín Sabina - Postdata



Porque voy caminando sin rumbo hacia tus brazos
y no tengo palabras
hermosas que ofrecerte,
he perdido el pudor de admitir mis errores,

apagado la llama que brotaba en mis labios
ahora que las llagas del pecado se muestran.

       Creo que en la poesía, como en tantas otras cosas de la vida, se trata de tomar decisiones, y uno no sabe nunca si ha tomado la adecuada. Apenas he disfrutado escribiendo, eran nubes de verano que descargaron algún poema y en mi ciudad que no es mía hay agostos que se olvidan de sus gotas nocturnas y refrescantes. Tuve que decantarme entre la poesía y los poetas. No fue fácil pues no supe, sigo sin saberlo, donde está la frontera entre la una y los otros. Mal que bien he comprendido que la poesía no es un fin sino un medio, que su inutilidad es necesaria para que el pobre no pierda la sonrisa aunque no quiera saber de dónde viene, si sonríe para demostrar que vive y devuelva los golpes siempre a Viridiana, nunca a aquellos que provocan y alimentan la pobreza, que la tiranía de la lógica nos ha quitado la razón, que Descartes no ha pasado a la historia por tener un estilo hermoso o haber encontrado a Dios, que un pueblo puede vivir, en la indeterminación que nos castiga, sin políticos pero no sin un poeta. Esto último y las limitaciones morales de nuestros representantes hicieron que me abrazara a la metáfora; he aprendido a ver imágenes con los ojos cerrados.


       Evidentemente nunca me he detenido a pensar lo que pienso, de haberlo hecho no hubiera escrito poesía, me habría dedicado a actividades interesantes como salvar a España sin prescindir de algunos de sus hijos, como despertar a Ceuta de la pesadilla de una oligarquía que saluda y sonríe mientras su cobardía y mantener sus privilegios nos llevan a la muerte mientras a ellos les espera, para mostrar el milagro de la resurrección, una casa al otro lado de este Estrecho tan largo que nos separa del resto de los españoles. Elegimos a los verdugos, nos quejamos de que utilicen la hoguera para apagar nuestro ardor. Al final estamos solos con el rumor del arroyo y la tierra de nuestros mayores que lloraban por alegrías.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.