miércoles, 13 de junio de 2018

16 de julio





me dejas desterrado en el miedo y las sombras
a solas con el mar de dolor que me cubre
en esas olas negras que arrastran a la playa.

         (Las ramas de laurel)

En tu dolor me hieres, sin saber el motivo
castigas lo que amas en la ruta obstinada
del calderón que abraza tus orillas
y muere pensativo, varado en las arenas,
                                       provocas lo que sigue      
en el pasaje estrecho sombreando las flores
de tu vestido alegre que no llegó a a los claros
 en la fiesta de ayer,
caminas por el Cuadro abierto que engalana
la acera que retiene
un sitio sensitivo en la memoria
de la niña descalza que vuelve de la escuela
y se pierde en el aire con las rosas marchitas.

Despiertas en la calle como un árbol que sufre
y acoge su destino en la sombra exiliado,
como una enredadera que no alcanza los muros
de la noche vacía, de tu primer poema.

Eres alma de nube peregrina y cansada
como las remembranzas de un poeta apagado
que arroja la toalla de sangre en el camino
entre las Cuatro Higueras y una tumba encalada,
entre los pensamientos del arroyo
y el rostro amortajado de los sueños sentidos.

Vienes desde la muerte de una pasión lejana
que llenaron los pájaros que emigraban al Sur
y buscas la estación
que rompe el horizonte tenue de Cabo Negro,
así te desmadejas en folios y revistas
rotos por un deseo que te llama y te vive
en las fotografías sedientas de pasado
entre las escolleras de la fábrica
que no vuelve del sueño, que no torna a la vida
sobre la fuente intensa de tu boca
que canta su agonía y el alma del quejío
que lleva a la almadraba la herida de los mares,
la luz de la avenida entre los pasadizos
del templo desterrado que perdió la palabra
del galileo
y sufre en el calvario
de mujeres de negro con un himno en la frente
    que mueve la quietud de tu voz y el recuerdo.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.