sábado, 9 de junio de 2018

Atardecer en la Playa Blanca




Se fueron los veleros y aún te estoy esperando
en el silencio gris de la espesura,
tanto tiempo en mis labios y no tengo tu nombre
en esta soledad
que castiga las horas que surcan la Bahía,
y apaga la memoria que no tuvimos nunca
de un tiempo perseguido,
de fuego aletargado que te busca muriendo
en la lóbrega Fragua de mi infancia,
en los caminos huecos de la Vía y del Puente
que acarició la huella del payaso afligido
que ronda por tu calle con la guardia bajada
y un rostro amoratado que los golpes no siente.

Y la Laja se hunde en la orilla
ebria del cementerio de los montes
con su rumor de espinas que vierte los escombros
persiguiendo el vestigio de un testamento amargo
y el corazón sombrío se adormece en tus manos
y regresa a la Vía trémula por tu ausencia,
cegada por el brillo de tu aroma
cubierta de cenizas que no saben rendirse
en la lengua del bardo que canta a la tristeza,
herida de azucenas que te aguardan
en el recuerdo grave entre la blanca sombra
que guarda tus secretos
en mares que no vuelven a besarse y se cruzan
como si regresaran a la muerte del aire.

Tu mirada y la mía solas en Punta Blanca
esparcen por sus venas una herida de amor
y se llaman sonriendo con un gesto angustiado
porque apagan sus velas, abren en una esquina
la oscuridad del triunfo, la luz de la derrota.


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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.