El rodaje de
"Vidas rebeldes" acabaría siendo una tortura para los tres
protagonistas, el guionista y el director, aunque es posible que este último, John Huston, disfrutara
en el sufrimiento con aquella explosión auténtica de vida que encajaba con su
aliento existencial; malgastó en el casino incluso lo que no era suyo[1] mientras fumaba y bebía compulsivamente. No importaba que esa vida se
estuviera apagando en los ojos de los protagonistas, porque ese ocaso
traspasaba los límites de la ficción para convertirse en un testimonio
desolador de la belleza entre el desierto caluroso pero oscuro y el espíritu
irrefrenable de la decadencia humana. Probablemente el genial director no
volvería a encontrar esa senda en el vientre de la melancolía hasta
“Dublineses” cuando ya se estaba muriendo mientras pagaba el tributo a una ruta
plagada de excesos que había provocado que muchas veces no pudiera exhibir su
inmenso talento. Para él la vida estaba demasiado por encima de la gloria.
El guion de
"Vidas rebeldes", película que, desde mi punto de vista, llegará a
ser mítica algún día por sus valores cinematográficos intrínsecos no solo por
ser una leyenda, iba siendo modificado en la medida que Arthur Miller se
convencía de que Marilyn no iba a cambiar nunca aunque fuera distinta, no
llegaría a ser como él quiso alguna vez que fuera antes de su pregonado romance
con el actor y cantante francés Yves Montand, él no sería una excepción que
cercenara su naturaleza enamoradiza y con tendencia a la infidelidad. Marilyn
era aquella muchacha de belleza explosiva que había deslumbrado en una parada
de autobús, ligera de cascos, sin familia y, lo más peligroso, sentimental. Sus
personajes no tenían ataduras emocionales cuando no quedaba amor, a veces
incluso cuando no era así, ni sociales, ya que nunca habían tenido una
reputación que proteger o un hogar que mantener en pie. Pero acababan
vendiéndose por un gesto de comprensión o una caricia con la mirada.
De aquel duelo
involuntario de perdedores se deduce, nunca se confirmó, que Marilyn cayó
prendida por el atractivo otoñal y la sonrisa entre cínica y tierna de Clark
Gable, y ahí se resuelve el extraño y profundo magnetismo que desprenden las
escenas que comparten. Es posible, de ser cierto, que ahí radicara la causa
principal de la ruptura[2]; la paciencia de Miller tenía unos límites. Pero también se afirma que el
matrimonio ya había naufragado; los devaneos y las tendencias depresivas de
Marilyn no mejoraban con esta relación que fue celebrada por la prensa,
haciéndole poca justicia a Marilyn, como la unión del cerebro y el cuerpo, a
esto habría que añadir un aborto que la llevó a un pasaje del agua sin retorno. Se
rumorea que el hijo que esperaba no era de Arthur Miller sino de Yves Montand. Pero ni siquiera es seguro que hubiera estado embarazada. Esto es otra historia que la prensa menos rigurosa no ayuda a
esclarecer; llega a hablar de que la actriz tuvo en su vida cuatro abortos,
todos ellos involuntarios.
Miller desnudó
el alma de su mujer y, aparentemente, acabó siendo indiscreto y cruel, tenía
motivos sobrados para ambas cosas ya que había sufrido un castigo duro,
excesivo incluso para un hombre abierto y liberal como él que pertrechado en su
inteligencia sabía beber sin embriagarse los sorbos amargos del drama de la
vida. A pesar de todo le acabó sirviendo en el aire el papel que ella siempre
había buscado como a una Salomé inconstante, errática y sin ninguna concesión a la prudencia, eso sí cargada de buenas intenciones. Siempre se ha
dicho que el pecado más grande de Marilyn era su incapacidad para mentir.
El resultado de
“Vidas rebeldes” no acabó de satisfacer a la crítica aunque la considere un
documento mítico y único por desvelarnos en primera plana el destino que
esperaba a los protagonistas; Clark Gable parecía presagiar su cercano final,
con la mirada introspectiva, la respiración profunda y el cansancio en su
rostro. Marilyn estaba desquiciada por sus amores perdidos, por el alcohol y el
Nembutal, y, para empeorarlo todo, cayó enferma. Montgomery Clift seguía
hundido en su tormento y enredado en las drogas que lo arrojaban en el regazo
de sus ansias autodestructivas, ya que no podía superar el terrible accidente
que lo desfiguró y lo entregó al dolor, a lo que se añadía su sempiterno drama
por no asumir su más que probable homosexualidad. La película tampoco contó con
la mirada condescendiente del público que no supo apreciar en un primer momento que nunca la tristeza había desprendido, desde el gris,
tanto resplandor, nunca había la belleza profanado con tanta sensualidad y
telúrica morbidez los templos ruinosos y sombríos de la desesperanza. No fue, sin duda, el último
western como dijo Arthur Miller, pero sí la última película para dos mitos y el
crepúsculo prematuro y tortuoso para otro.
[1] Huston
había recibido dinero adelantado para gastos de la película por parte de la
productora y la cantidad que había gastado era superior a sus emolumentos.
[2] Hoy
día se tiende a pensar que lo que Marilyn sintió por Clark Gable era algo
parecido al complejo de Electra pero, extrañamente, sin implicaciones sexuales en su caso; el mítico actor
sería el padre aventurero, soñador y cariñoso que siempre quiso tener. Por otra
parte es más que probable que Arthur Miller ya hubiera arrojado la toalla antes de que empezara el rodaje, era
demasiado duro afrontar el último idilio, que llegó a ser público, de la actriz
con Yves Montand, además conoció a Inge Morath, una fotógrafa que, junto a
otros muchos, hacía la cobertura de la película y, ante la evidencia del
distanciamiento con Marilyn, intimó con ella. Se casarían poco tiempo después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.