Inspirado por la huida de los grandes poetas en las hojas de un canto mi corazón gemía. Son las calles, los sueños tan oscuros sin ti que por no derramarme en la nada me inspiro.
Tu pecho se desmiembra como un charco de sombras cuando pienso en tus ojos sin luz en la almohada, transeúntes de esquinas vomitan el diciembre donde caen palomas en torres de cemento y el pozo del quejío abierto en el quebranto alumbra los acordes de un cíclope en su vientre.
Entonces tu palabra se alimenta de espiga, de tintas que la muerte arrastra a los altares donde los sacerdotes sacrifican a Cristo y tu voz se estremece con un grito de escarcha porque no luce estrella para guiar tu herida, porque no queda tierra que tus venas no escuchen y ya no brota sangre en tu rostro de hielo, ni una frase de amor esbozada en tu frente.
¡Duerme, ay Enrique, duerme, no digas nada, sueña!
Tu corazón gitano, ahora que te has ido y no vuelve la aurora, sigue herido de vida, inspirado de muerte.
¡Pobre corazón mío, ya caminar no puedes,
quién pudiera pasar de números y seres!
(Baudelaire)
Llegó una noche triste con el vinagre amargo
empapando la frente y la mirada
dolorida y sangrante
de la brisa perdida que yo amaba,
no supo terminar su recorrido,
transformarse en el gallo del canto que moría
ronco cada mañana,
y allí tendida como flor marchita
que busca su pasado vertido en la almohada
como un jarrón desierto
mi voz se desgajaba,
mi voz que no tenía normas ni diccionario,
mi voz atormentada,
mi luz de ave sin norte temblando en las paredes
donde el romero ardía, donde la sombra hablaba.
¿Dónde está aquel muchacho que creía en la vida?
¿Dónde el viento del sur que mecía su playa?
¿Dónde mi voz de luna que rimaba los puertos?
¿Dónde la primavera vestida de alborada?
Mi culpa atravesada por un quejido antiguo,
mi corazón perdido en una voz que pasa
y no encuentra el camino de la pasión ardiente
que lleva hasta tus ramas,
la llave del silencio abierta a mi lamento,
mi apetencia de vida muriendo en la distancia
dibujado más lejos cada día, confundido por la belleza que surge de la sinceridad herida de una gacela que sufre por el esfuerzo, el dolor, y por la entrega.
Difuminadas las ansias de amor bajo los árboles y el perfume de colonia de la tarde de verano que selló tu despedida del viento, las cometas, de los cables, del sueño.
Vuelve aquel miedo al vacío que sentías tras su marcha, aquel deseo de subir a la azotea, de mirar los pájaros y el suelo al mismo tiempo con el impulso irracional de intentar alzar el vuelo o estrellarte.
Estás sintiendo su presencia en el silencio de la siesta, los pasos de los niños que regresan de la playa, la huida de la poesía hacia una imagen de Ford, las voces de los muertos, y estás amando sin saber si pueden tomar tu corazón para mostrar la oscilación de sus latidos, un suspiro embargado en el mundo que se te fue alejando envía sus destellos como una estrella sin vida, con aquellos sabores y aquellas plantas que lloran en el exilio de tu memoria enamorada de un artista adolescente, con aquella gente que murió y no lo sabe, con aquellos cines que cerraron, y se quedaron con tus besos y esta sensación tan cierta de que tienes que luchar forzadamente para esbozar la sonrisa que antes te brotaba sin pensarlo, y no sabes que serás siempre hermosa, una muchacha deliciosa de cincuenta años porque tu alma siempre estuvo por encima de la cabeza.
Tu ne souris pas quand tu penses au beau corps
tiré plus loin chaque jour,
confus par la beauté qui naît d'une sincérité blessée
d'une gazelle souffrante
pour l'effort, la douleur et le dévouement.
Diffusé le désir d'amour sous les arbres
et le parfum de Cologne
de l'après-midi d'été qui a scellé tes adieux
du vent, des cerfs-volants, des câbles, du rêve.
Las notas del poema que llegaba a tu oído se acercan a tu paso, se visten de tu aroma, se pierden en tu alma ahora que navega en la tinta borrada por tu propio recuerdo.
Aunque no te lo diga y no busque tus manos sigo pensando en ti como el amor de siempre porque vuelvo a tu piel en el bajel hundido que ha surcado los miedos antiguos que guardamos, porque piso las calles que fueron nuestra vida como un poeta ciego que muere en el destino y canta a la tristeza, porque te reconozco en mi sueño y mis ansias, porque miro la esquina por donde aparecías mostrando dolorido los estragos del tiempo.
Porque voy caminando sin rumbo hacia tus brazos y no tengo palabras hermosas que ofrecerte, he perdido el pudor de admitir mis errores, apagado la llama que brotaba en mis labios ahora que la herida del pecado se muestra.
En poco más de un día, Leónidas y sus 300 iguales (no así los 1100 honderos ilotas) pasaron de la derrota a la inmortalidad. Eres la reina absoluta de mi mejor poemario, mi poeta favorita.
2
Ya no mueren los labios lejanos que tuviste en el rubor sin rostro de una lágrima amarga que cae en el espejo de una sonrisa triste, un aroma pasivo, una esperanza herida, un árbol receloso de las hojas del tiempo.
He perdido tu gracia, el ritmo de tus brazos, los libros que escondías en el desván del viento, tengo sangre en las alas y el corazón perdido, una corona mustia que insiste en los instantes de aquellos versos largos que huyeron de mi frente.
Ya no busco en las sombras el aura de tu rostro, tus zapatos perdidos en la fiesta que llora, tu cintura vagando en un rumor que siente la luz de tu recuerdo en las calles vacías, ya no espero tu orgullo en la mano que tiembla en la cruz aromada por tu último nombre, pero sigo surcando el mar de tu mirada.
3
Insistencia en la herida
¡Aquella inspiración, aquel pulso sin alma tocaban tus cabellos, tu despertar de dudas, tus piernas de quimera, tu hambre de futuro!
Te amé con mi chaqueta, mi ausencia de ventanas, te amé, te amé sin freno, tamaño ni medida.
Como una herida abierta gocé tu humor de lunes tu reino sin corona, tu voz de sacrilegio, y sufrí tus caricias en la alcoba que tiembla si no tiene tu rostro.
Paso como un olvido, una avecilla, un drama, y no quiero firmar partes con mi fracaso, no quiero acariciar la sombra de mi pecho ni amanecer herido con tu nombre en la frente.
Insisto con tu queja, tus excesos, tu risa, el rostro que llevaste en una tela ardiente, la canción que tejiste del sueño de tus manos.
Insisto en el aroma tierno de tus caderas que se adueñó del aire y vendrá adonde vaya, en el mirar sonoro que me llevó al abismo, en la llama que alzaste cerca de mi locura.
4
Hoy tengo que arrastrar
Hoy tengo que arrastrar esta carga de dudas, este mirar tan triste que se pliega en los astros, sigue la pasionaria verde de los silencios en el puerto vencido sin alba en la pared que esbozas en el antro donde nada te inquieta.
Yo en esta claridad que traspasa mi pecho en la ciudad que sigue sin luz en la memoria, conservo las palabras de amor que me dijiste, enhebro los espejos oscuros de tu rostro, escribo cuando llega el misterio que duele, hurgo en la soledad de los versos sin brillo.
5
Ya escucho aquellos versos como si fueras otra, como si hubieras ido a traspasar las dudas de los mitos de piedra.
Pero yo estoy aquí, en el árbol, en la fuente, en tus ansias de sol, en flores que no hablan, en estrofas que anidan alma de soledad sin buscar un poema que destrone los llantos, sin encontrar el ritmo, sin ver una palabra.
Ya escucho tu sonrisa en el mar que se aleja y busco en otra playa de tu arena la orilla, vivo como un olvido flotando entre las aguas que se alejan de ti, que insisten en tu rostro, sin poder detenerte.
6
A una mujer que escribía un poema
Quizás nunca más vuelvas a llevar el vestido de nuestra madrugada en un campo de luna, ni muestres el sendero en el que ardió la noche, ni evoques la arboleda donde el mirlo reía.
Porque hoy me detienes en el umbral del sueño que se hunde en la duda que crearon los pájaros, porque hoy el carmín tus penas no desborda y hay folios en tu olvido, sin firmas ni palabras, porque busco tu luz en las calles oscuras de tu verso sin rima, el amor en tu estela, la voz en tus fracasos.
Te amo como mujer, como poeta solo te admiro.
7
Nocturno de las Huertas
Insisto en el bolero que expiraba en la noche de tus medias ardientes, de tu balcón al aire y una estrofa asustada, insisto en los teatros empapados de sueño, en la muñeca herida que despierta en el firme donde rimaba Bécquer con un rayo de luna, en las flores perversas de los escaparates donde Brecht esperaba la llave de tu estuche, la soga que rompiste para tejer tu olvido.
Insisto en la pasión de Peckinpah que asalta el último desierto con un lirismo amargo y una tibia sonrisa, de Fassbinder viviendo la angustia de un esquema de tu letra temblando sobre el pájaro herido que abrigaste en tu pecho, en una noche densa, en la triste elegancia negra de tus zapatos, en hojas agolpadas en andenes sin rima que llevaron tu paso hacia ningún destino
8
Mi elegía
¡Oh, ramas de licor que me llevan al borde y salpican las gotas sin dueño de tu esencia!
¡Oh cortina sin velo, serenata sin canto donde amaga tu rostro y muere mi silencio!
¿Estoy despierto o sueño con nombres que pasaron, con cartas que no firmo, con adioses tan dulces que llegan a mi alma y no puedo entender?
Hoy quiero despejar de los muertos la sombra, la voz de tu tristeza, creer en el futuro.
Desvarío en mi rumbo, mi vieja dirección donde aún vagan los patos salvajes de la noche, insisto en mi elegía; nadie quiere leer los poemas que escribo en el viento sin rumbo de tu amor que gemía, nadie quiere llegar al puerto de mis dudas, con la luz ahogada de farolas inquietas oscurece el enigma de tu alma cambiante sobre los adoquines donde suenan los saxos.
9
Insisto en los acordes de una guitarra rota que duerme entre los labios de un trovador que gime, en los muelles que añoran de tus barcos la ausencia, en la torre que muere prisionera en los muros de las alas azules que cortaron tus pájaros.
Pues hoy la tierra gime y no tengo tu acento, pues hoy me precipito sobre la huella inquieta que tu orgullo fingía y tu amor abrigaba sobre la sombra errante del pino solitario que arrinconó el delirio de una rima candente y recogió tu vuelo de palabra encendida.
Quiero romper las nubes que tus ojos miraron, vivirte en la fragancia de las horas que pasan, en la niebla que brilla entre los farallones, arrancar un nocturno de Chopin de tu pecho, acariciar tu herida como si recordaras, como si fueras luz que grita su penar, como si fueras flor o viento enamorado.
10
Antiguo Patio
Te viví sin saberlo y aún me duelen tus lágrimas, aún preguntan mis ojos por un amor herido en los escaparates curvos de los deseos, en las escalinatas de los sorbos vividos.
Ya no puedo arrancar los sueños que pasaron sin temblar en la sombra de tus brazos tendidos, sin pedir la sonrisa tierna que me negaste, sin soltar las amarras del fulgor amarillo dibujado en tu frente en un alto camino que me lleva despacio hacia tus pensamientos y abrocha los cordeles de un firme desvarío.
Ya no puedo mirar los soles de tu herida dejando tus jarrones sin amor, sin olvido, pero vuelvo a tu rostro como una rosa ardiente que llora cuando clama en la vena anhelante de un verso perseguido, que guía hacia tu pecho al último poema que no supe escribirte y siente el resplandor de un sentimiento límpido,
11
Epílogo
Desgarro en mi silencio la voz honda de un bardo, el mar donde soñaste ser una bailarina, los árboles rendidos a cuyos pies penabas, desgarro los deseos donde mi noche hervía.
Este vagar constante que no encuentra tu huella, este trote sin ritmo que me lleva a tu ira, este sentir tu verso sin poder encontrarte, se agolpan en mi mente, se hunden en mi vida.
Enciendo tu farola en un balcón distante y llamo a tus cristales como una golondrina. Me muevo en tu fracaso, perdido en la nostalgia. Me hiere tu misterio solo como una isla, la roca de tu olvido, la miel de tu presencia, sollozo en los laureles donde el mirlo reía, en tu alma rasgada, en tu miedo a la noche, en tu pecho temblando, tu vientre que gemía.
Persisto en la mirada que alentará mi empeño en el amplio salón que guardaste en tu herida, y aquel verso de Frost que irónico miraba a un Yupanqui cansado en tus ansias dolidas de visillos abiertos que secaban las lágrimas, en tus trenes amargos, parados en la vía, en tu amor que me duele, tu sombra que se acerca, la muerte que me busca en una barca hundida.
12
Días de cine
Ahora, por vuestra culpa, los ojos de mi niña enrojecen sin tregua hinchados por el llanto. (Catulo – Carmen III – Tr.: F.E. León)
Ya no podrás volver a la arena mojada de luna sin recuerdo, a las barcas cansadas que muerden otra orilla, a las redes tendidas que no esperan tu paso, al barrio ceniciento que muestra sus ruinas.
Ya no podrás volver a la escena que muere con el dulce candor de un beso primigenio, al corazón sin huella que buscaba tu mano y sigue caminando por la senda perdida de tu primer poema, de tu alma constante ahora que la llama oscurece en el patio y la música vaga por otra melodía.
El pajarillo gris que anida en otro sueño se precipita al Orco del que nadie regresa ahora que sin tregua enrojecen tus ojos por un amor herido, por un carmen inmenso que no encuentra tus labios.
13
No volverás
Y durante un instante, en su rumor, regresa el latido del primer poema de una vida como una música lejana que se apaga en la noche.
Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta y se va la esperanza como una mariposa que atraviesa las nubes y empapa la tristeza de su vuelo con la presencia oscura que guarda los rescoldos de un deseo ferviente que resiste en la sangre.
No volverás, lo sé, pero te espero al alba con la flor en los labios de la mirada quieta en la eterna sonrisa de una estrella fugaz que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.