Ahora, por vuestra culpa, los ojos de mi niña
enrojecen sin tregua hinchados por el llanto.
(Catulo – Carmen III – Tr.: F.E. León)Ya no podrás volver a la arena mojada
de luna sin recuerdo,
a las barcas cansadas que muerden otra orilla,
a las redes tendidas que no esperan tu paso,
al barrio ceniciento que muestra sus ruinas.
Ya no podrás volver a la escena que muere
con el dulce candor
de un beso primigenio,
al corazón sin huella que buscaba tu mano
y sigue caminando por la senda perdida
de tu primer poema,
de tu alma constante
ahora que la llama oscurece en el patio
y la música vaga por otra melodía.
El pajarillo gris que anida en otro sueño
se precipita al Orco del que nadie regresa
ahora que sin tregua enrojece tu alma
por un amor herido,
por un carmen inmenso que no encuentra tus labios
de luna sin recuerdo,
a las barcas cansadas que muerden otra orilla,
a las redes tendidas que no esperan tu paso,
al barrio ceniciento que muestra sus ruinas.
Ya no podrás volver a la escena que muere
con el dulce candor
de un beso primigenio,
al corazón sin huella que buscaba tu mano
y sigue caminando por la senda perdida
de tu primer poema,
de tu alma constante
ahora que la llama oscurece en el patio
y la música vaga por otra melodía.
El pajarillo gris que anida en otro sueño
se precipita al Orco del que nadie regresa
ahora que sin tregua enrojece tu alma
por un amor herido,
por un carmen inmenso que no encuentra tus labios
Aún te veo emerger en la magia de un verso suspendido que se hunde en un poema de amor que no ha sido escrito, en un tiempo que no sabías amarme y vuelve a mis pupilas siempre que no siento tu calor en la alcoba sin luz de los recuerdos, siempre que mido la distancia que se abre entre tú y yo en una cama, la extensión de una herida que permanece en tu rostro como una película sin título ni firma que no sabe mentir, como un tren innortado que atraviesa la llanura escarpada de tu nombre entre la niebla, la soledad del mundo que te ignora, de las palabras que no supieron expresarse y murieron en el Leteo.
ResponderEliminarJugamos a extraviar lo perdido con el corazón temblando en una estrofa de Brel, con la humillación que niega la alegría de los días azules en la voz de un barítono ardiente, en unos pasos renqueantes que se niegan a ser arrastrados por el olvido; siguen brillando en mi alma rebelde con la persistencia de la belleza en el recuerdo y con el esplendor en la hierba.
ResponderEliminarHe pensado mucho en el cine, aunque sea desde el alejamiento, Marisa. Sé que me arrullaba en mis verdes años y que me emocionaba, tuve un sueño de amor e insistí en su presencia, tan alto era que no llegó al suelo en su caída. Sé que cada día se me hace más difícil alimentar los recuerdos, pensar en la bala que atravesó el cuerpo de Liberty Valance, enamorarme de una escena perdida en un poema, evocar la palabra en los labios de Kane. Lucho a mi manera, quizás sea una oda a las equivocaciones, pero me reafirmo en ver la poesía en unos labios que tiemblan, en un camino de baldosas amarillas.
ResponderEliminarPor una vez no hablaré de lo que se ha perdido sino de lo que queda; el mundo no regala nada, pero no puede quitarnos la sonrisa de nuestras primeras tardes de cine cuando ella era poesía.
Llego a ti con el ansia que me entrega el querer expresarme, en el Terramar vi cómo Tom Doniphon quemaba la casa que había edificado, cuando supo que la chica se había perdido. Sé que esa escena se había fijado en tu mente, era como una metáfora perdida en el corazón de un poema.
ResponderEliminarNo he podido olvidarme de la tristeza de un poema que hablaba de una soledad hiriente como la tuya, intransferible, única, que avanza sin respuesta. Tú eres la vencedora, querida, tu derrota fordiana es más importante que mi triunfo, flirtea con el paso del tiempo, permanece en la memoria, en la soledad de Tom Doniphon en el amor.