martes, 8 de mayo de 2018

Antonio Machado - Paco Ibáñez



No extrañéis, dulces amigos,
  que esté mi frente arrugada:
         yo vivo en paz con los hombres
     y en guerra con mis entrañas.
(Antonio Machado)




Lorca y yo somos poetas, de él podríamos estar hablando durante horas sin haber abarcado más que una ínfima parte de lo que dijo y si me compararan con él yo acabaría perdiendo de una forma abrumadora en casi todo lo que tiene de elevado y místico ser poeta. Hasta ahí estaríamos de acuerdo, y, sin embargo, hay factores en los que yo le llevo una ventaja considerable, la más importante es que yo lo conozco a él y él no me ha conocido a mí, él no dispuso de un vehículo comunicativo inmensurable  como Internet, tan mal utilizado que hiere hablar de la levedad patética de su trascendencia, él tuvo que vivir, no demasiado bien, de lo que escribía, yo puedo vivir perfectamente sin escribir y sin tener que recurrir a la buena situación económica de la familia como en su caso.

Decirle esto a muchas personas sería tan estéril como creer que te apoyarían los que  enarbolan tu bandera cuando hubiera intereses mundanos o dogmáticos por medio o esperar que llegue un Mesías que nos salve de la infamia en un país donde casi todo el mundo se cree un elegido. Podría parecer trivial lo que acabo de decir y, sin embargo, pienso que es uno de los síntomas más reconocibles de la nueva era para esta España que se sigue buscando en la llaga abierta de las contradicciones; en el Procés, aquellos que profanan la libertad lo justifican en su nombre, aquellos que defienden la legitimidad de la ley han permitido su violación constante en otros ámbitos y esos otros que han arengado a favor de una unidad constitucional que oponer a la propiciada por el fanatismo que supone en una sociedad diversa tener un único objetivo llamando inferior a todo el que es diferente la rompe posiblemente por intereses electorales. Cualquier persona despierta un día y cree que es poeta, que esa magia indescriptible que es escribir un buen poema o vivir un gran amor le ha sido entregada por designio divino con la huella irreconocible del azar, que, como en el caso de Moisés o Sargón, el suyo es un origen predestinado y difuso, que de la miseria del abandono se puede llegar a la gloria de la soledad.  

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.