Está claro que el poema
genuino apenas hace referencias, se trata de reflejar un sentimiento íntimo que
por su propia naturaleza nos identifica con los demás, todos amamos y todos nos
morimos sin saber a ciencia cierta si hemos llegado a nacer, y nos permite buscar la intemporalidad como si fuera lo mismo eterno que infinito. Para ello nos apoyamos en el
lenguaje metafórico ya que es el que más se acerca a aprehender las posibilidades
de un instrumento que no llegará nunca, tan maravilloso como es, a expresar lo
que sentimos. Pero existe el lenguaje lógico que de tal forma lo ha desplazado
que ni siquiera ha resistido su embestida en lugares como Andalucía con una
gran tradición en dichos, coplas y flamenco. Ante un hecho innegable podemos
optar por varias soluciones, en el deseo de recuperar lo que ya se ha perdido,
el más sincero y el único que se lleva a la práctica, sería admitir que se vive
en una isla y acantonarse en ella, y destruir los puentes que nos unen al mundo
de la razón, ser idealista hasta el límite de creer que la poesía existía antes
de que existiéramos nosotros los que la escribimos sin orgullo y sin vergüenza.
Conocer a Georges
Brassens hizo que me acercara a su alternativa, estéril si se quiere, pero
llena de encanto de llevar la poesía al hombre de todas las horas. El cantante de Sète sintetizaba como nadie la cultura y el
conocimiento del sentir popular, de ideas ácratas se manifestaba abiertamente y
con sentido del humor en contra de todo lo que conocía pero no quería ser una isla,
sabía perfectamente que pertenecía al mundo y que en última instancia estaba
con él a pesar de sus injusticias y el despropósito en el que tantas veces
convertimos la razón que, en según qué casos, llega a manifestar más síntomas
de locura que la lengua de un poeta que ya no sabe hablar.
Desconozco si de una forma consciente o
simplemente por una acumulación de circunstancias a cuyas consecuencias intentó
encontrar soluciones, el caso es que el mayor poeta francés del siglo XX empezó
a metaforizar el lenguaje lógico y plasmó la intemporalidad descifrando lo que
veía en su tiempo. La gente llegó a quererlo, y mucho, aunque sea difícil precisar si lo entendía, quizás en estos momentos hubiera fracasado y vivido en los dominios sombríos del ostracismo porque pocas cosas enerva tanto a la gente que empezar a sospechar que entiende a un poeta cabiendo la posibilidad de que no miente cuando habla de las costumbres a las que la encadena su propia libertad.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.