miércoles, 17 de noviembre de 2021

Cuando mueran los poemas

Me dejó a solas con mi triunfo y su muerte.

(José Emilio Pacheco)



Ya escucho tu sonrisa en el mar que se aleja
y busco en otra playa de tu arena la orilla,
vivo como un olvido flotando entre las aguas
que se alejan de ti, sin poder detenerte.
(Ya escucho aquellos versos)
 

Cuando mueran los poemas en mi cuaderno

y aparezcan contigo en la calle de la ausencia

no será culpa del rapsoda que llore entre los muros

sino mía

para siempre, solo mía y derramada

como un templo abandonado

en el crepúsculo

que ya no escucha la caída de los dioses,

como la mano que un día me ofreciste

cuando ya no podía

fijarla en los tabiques densos y supurantes

 de una sombra profunda y corrompida

que no supo cerrarse en mi memoria;

era una hoja grave en un diario

que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,

la palabra de un amante sepultada

por las cenizas de un jardín y un limonero,

un sueño agonizante

que alentar no quisiste con los labios,

una espera

cuando ya había pasado el último tranvía

con el corazón de Chopin en una urna túrbida

envuelta en el levante, las notas y los recuerdos,

en una queja que se movía bajo la sangre de una verja.


Allí seguía latiendo perdida y pesarosa

la huella que borraste en la luz de mi mirada

que sufría el gesto caprichoso,

las ansias peregrinas

que dejaste que anidaran en un balcón de mi costado

y nunca los arrancaste del laberinto de mi alma.


Te quise y no sé si me arrepiento

cuando te veo emerger

de nuestros espigones como si fueras otra,

como si nunca hubieras vuelto del exilio

al que tú misma te desterraste

mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.

 

domingo, 19 de septiembre de 2021

Rosa

 

 

Sé que puedo abrazarte esta noche que muere

en el gris tembloroso y mustio de los faros,

 en un rincón perdido del muelle de las brumas

que escucha los lamentos de un hombre atormentado.

 

Llegas desde la orilla y me das el instante

que habla de una sonrisa que se adentra en los labios

que tuvieron el nervio de un guiño iconoclasta

y penetra en las almas con un verso incendiario. 

 

Sientes cada mirada en un rincón sin norte,

cada sonrisa loca es un grito pausado

que despierta el amor, ilumina el ensueño

y se deja arrastrar por el ritmo y los brazos.

 

Te hablaré de las fuentes lejanas que te guían

y llenan de memoria la esperanza de antaño,

eres cada palabra que hiere dulcemente, 

cada deseo triste que perdura llorando

y mantiene los pulsos sensitivos del vuelo,

una estrofa cautiva, un verbo postergado,

eres cada secuencia que extiende la fragancia

de una rosa en la frente de un soplo venerado

que se abre en el silencio, exhala los latidos,

vive para soñar y muere en el milagro.

 

 

martes, 14 de septiembre de 2021

Archivo atravesado

No te envié ningún archivo
atravesado por un sueño.

*** *** ***

He llegado al silencio oscuro de tu rostro
para desenterrarlo
de las simas profundas de los bosques perdidos
que guardan tu fulgor en un sudario,
en una despedida cenicienta
que rompió mis entrañas en el viento de marzo,
para poder abrir el camino sin huellas
que amabas en los mares azules y lejanos,
para recuperar el requiebro de amor
que no escuchaste nunca y yacía en mis brazos
cuando en tu amarga ausencia te llamaba,
en los labios la luz, la sombra en el costado.

La fiebre turbulenta de mi sangre
inunda tus mejillas y grita en el armario
de tu ropa tortuosa de los viernes
que recoge los aires dolidos del pasado
y sufre en los balcones la amargura,
el nerviosismo ansioso de tus manos,
la inmensa soledad de un verso ante la muerte
que vaga en mi recuerdo y se borra en tu diario.

 

viernes, 20 de agosto de 2021

Ciudad dormida


 

 

Estoy triste y busco la causa de mi tristeza.
Quiero saber por qué es tan dulce tu palidez, amiga mía.
Por qué, como nieve en el lago, es tan hermosa tu mirada.
Por qué me acuerdo de tus ojos si no te he conocido nunca.

(Leopoldo Panero – Ciudad sin nombre)

 

Caen las flores sobre el tejado

que baja a un paraíso oscuro y ceniciento,

cae la noche

como el recuerdo de un hombre gris

que se quedó colgado en el árbol del camino.

 

¿Por qué no siento la libertad

bajo el manto transparente de tus alas caídas

sobre su quietud errante?

¿Por qué encuentro en mi puerta la sombra tenebrosa

que ha quedado de mí mismo?

¿Por qué amo a la que fuiste en tus momentos amargos?

 

Como una toalla arrojada desde una esquina

la ciudad me muestra su rostro sanguinolento,

entre los gritos, las banderas y el mar

se hunde en la camisa vestida de un domingo carcelario,

y tú no vuelves

para impedir que me convierta en la estatua

que gime ante la altura de tu encanto

o en la orquídea que derrama su aliento y su dolor

sobre el olvido de una palabra antigua y harapienta.

 

Inconclusa, como la carta de un amante

que no encuentra un mensajero en su deriva,

tu mirada se pierde en las líneas de un poema mutilado

y escrito con torpeza,

en los coches abandonados junto a las muñecas rotas

y en las fábricas sin pulso cuyas chimeneas

tienen la misma dirección

de unos labios que huelen a licor y a despedida

mientras reconstruyo el requiebro

que no sabré decirte cuando vuelvan las hadas,

cuando la nube roja se apodere del levante

y detenga la elegancia de tu rostro

en el cielo que surcan los halcones

cerca del Mirador que mece el barco perdido

del arroz

que agoniza desde entonces en la lengua de la gente

inundando la tierra empinada y dura que mira con fijeza

a los ojos temblorosos del Estrecho.