viernes, 20 de agosto de 2021

Ciudad dormida


 

 

Estoy triste y busco la causa de mi tristeza.
Quiero saber por qué es tan dulce tu palidez, amiga mía.
Por qué, como nieve en el lago, es tan hermosa tu mirada.
Por qué me acuerdo de tus ojos si no te he conocido nunca.

(Leopoldo Panero – Ciudad sin nombre)

 

Caen las flores sobre el tejado

que baja a un paraíso oscuro y ceniciento,

cae la noche

como el recuerdo de un hombre gris

que se quedó colgado en el árbol del camino.

 

¿Por qué no siento la libertad

bajo el manto transparente de tus alas caídas

sobre su quietud errante?

¿Por qué encuentro en mi puerta la sombra tenebrosa

que ha quedado de mí mismo?

¿Por qué amo a la que fuiste en tus momentos amargos?

 

Como una toalla arrojada desde una esquina

la ciudad me muestra su rostro sanguinolento,

entre los gritos, las banderas y el mar

se hunde en la camisa vestida de un domingo carcelario,

y tú no vuelves

para impedir que me convierta en la estatua

que gime ante la altura de tu encanto

o en la orquídea que derrama su aliento y su dolor

sobre el olvido de una palabra antigua y harapienta.

 

Inconclusa, como la carta de un amante

que no encuentra un mensajero en su deriva,

tu mirada se pierde en las líneas de un poema mutilado

y escrito con torpeza,

en los coches abandonados junto a las muñecas rotas

y en las fábricas sin pulso cuyas chimeneas

tienen la misma dirección

de unos labios que huelen a licor y a despedida

mientras reconstruyo el requiebro

que no sabré decirte cuando vuelvan las hadas,

cuando la nube roja se apodere del levante

y detenga la elegancia de tu rostro

en el cielo que surcan los halcones

cerca del Mirador que mece el barco perdido

del arroz

que agoniza desde entonces en la lengua de la gente

inundando la tierra empinada y dura que mira con fijeza

a los ojos temblorosos del Estrecho.

 

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.