Sé que puedo abrazarte esta noche que muere
en el gris tembloroso y mustio de los faros,
en un rincón perdido del muelle de las brumas
que escucha los lamentos de un hombre atormentado.
Llegas desde la orilla y me das el instante
que habla de una sonrisa que se adentra en los labios
que tuvieron el nervio de un guiño iconoclasta
y penetra en las almas con un verso incendiario.
Sientes cada mirada en un rincón sin norte,
cada sonrisa loca es un grito pausado
que
despierta el amor, ilumina el ensueño
y se deja arrastrar por el ritmo y los brazos.
Te hablaré de las fuentes lejanas que te guían
y llenan de memoria la esperanza de antaño,
eres cada palabra que hiere dulcemente,
cada deseo triste que perdura llorando
y
mantiene los pulsos sensitivos del vuelo,
una estrofa cautiva, un verbo postergado,
eres cada secuencia que extiende la fragancia
de una rosa en la frente de un soplo venerado
que se abre en el silencio, exhala los latidos,
vive para soñar y muere en el milagro.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.