domingo, 3 de marzo de 2019

Te desearé - 3 de marzo


Te desearé 
en las escalinatas que ya no conoces,
sintiendo la amargura que me traen las nubes
de tus lágrimas vertidas en el mimbre de las sombras 
que se adueñan de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido la paz en el camino
y no encuentra la redención entre el canto de las hojas.

Espero en la puerta del museo 
que no supo guardar en mi memoria
la inocencia añorada de tu blusa
en la soledad del puente donde se ahoga la maleza 
y se envenenan los recuerdos que no puedo desvestir, 
en el arco que mece las cenizas de la tarde 
mientras me hiere el aire que sostiene en su regazo
la sábana perdida con la esperanza de tu rostro.

Me dice que ya no serás la misma,
que pensarás en mí en cada latido,
que llorarás el filo de mi ausencia
cuando las horas se alarguen al ritmo de tu ansiedad
pero no podré verte 
con los labios vencidos y temblorosos
que encendían tu piel con el pasaje de un poema. 

***   ***   ***


Te desearé 
en las escalinatas que ya no conoces,
sintiendo la amargura que me traen las nubes
de tus lágrimas vertidas en el mimbre de las sombras 
que se adueñan de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido la paz en alturas
y no encuentra la redención entre el canto de las hojas.

Espero en la puerta húmeda del museo 
que no supo guardar en mi memoria
la inocencia añorada de tu blusa 
y tus jazmines
en la soledad del puente ahogado por la maleza 
que envenena los recuerdos que no puedo desvestir
en el agua que arrastra la mano del destino, 
en el arco que mece las cenizas de la tarde.

Mientras me hiere el aire que sostiene en su regazo
la sábana perdida con la esperanza de tu rostro,
me dice que ya no serás la misma aunque te busques
en la muchacha ansiosa que me esperaba en la playa,
que pensarás en mí en cada latido,
que llorarás el filo de mi ausencia
cuando las horas se alarguen al ritmo de tu ansiedad
pero no podré verte 
con los labios vencidos y temblorosos
que encendían tu piel con el pasaje de un poema
esparcido en el banco donde tus clases se perdían.

***

Te desearé 
en las escalinatas que ya no conoces,
sintiendo la amargura que me traen las nubes
y tus lágrimas 
vertidas en el mimbre de las sombras 
que se adueñan de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido 
la paz en las alturas de los suelos
y no encuentra redención entre el llanto de las hojas.

Esperaré en la puerta húmeda del museo de las ánforas
que no supo guardar en mi memoria
la inocencia añorada de tu blusa de raso
y tus jazmines
en la soledad del puente ahogado por el musgo y la maleza 
que envenena los recuerdos dolorosos
que no puedo disgregar
en el vientre del agua que arrastra la mano del destino 
ni en el arco profundo que mece las cenizas de la tarde.

Mientras, me hiere el viento que arrastra en su mirada
el milagro de la sábana vestida 
con la esperanza de tu rostro que añora otras praderas
y me dice que ya no serás la misma aunque te encuentre
en la muchacha ansiosa que me esperaba en la playa,
que pensarás en mí en cada latido de tu sangre,
que llorarás en la línea abrupta de mi ausencia
cuando se alarguen las horas  
en la extensión terrible de tu angustia
y vuelvas a la escuela donde nos conocimos
con la emoción incierta
de hallar en los pensamientos de los muros mi huella marcada.

Pero no podré verte, ni hablarte
con los labios cercanos, temblorosos y vencidos
que encendían tu piel con el pasaje aventurero de las barcas
postergadas y perdidas en el banco de piedra
 donde volaba la fragancia de tu anhelo, 
yacían tus libros cerrados y tus clases se perdían. 



Te desearé 
en las escalinatas que ya no conoces,
sintiendo la amargura que me traen las nubes
y tus lágrimas 
vertidas en el mimbre de las sombras 
que se adueñan de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido 
la paz en las alturas de los suelos
y no encuentra redención entre el canto de las hojas.

Esperaré en la puerta húmeda del museo de las ánforas
que no supo guardar en mi memoria
la inocencia añorada de tu blusa de raso
y tus jazmines
en la soledad del puente ahogado por el musgo y la maleza 
que envenena los recuerdos dolorosos
que no puedo disgregar
en el vientre del agua que arrastra la mano del destino 
ni en el arco profundo que mece las cenizas de la tarde.

Mientras  me hiere el viento que arrastra en su mirada
el milagro de la sábana vestida 
con la esperanza de tu rostro que añora otras praderas
y me dice que ya no serás la misma aunque te encuentre
en la muchacha ansiosa que me esperaba en la playa,
que pensarás en mí en cada latido de tu sangre,
que llorarás en la línea abrupta de mi ausencia
cuando se alarguen las horas  
en la extensión terrible de tu angustia
y vuelvas a la escuela donde nos conocimos
con la emoción incierta
de hallar en los pensamientos de los muros 
mi huella marcada con una imagen de Paul Simon. 

Pero no podré verte, ni hablarte
con los labios cercanos, temblorosos y vencidos
que encendían tu piel con el pasaje aventurero de las barcas
postergadas y perdidas en el banco de piedra
 donde volaba la fragancia de tu anhelo, 
yacían tus libros cerrados y tus clases se perdían.

***


Te desearé en las escalinatas que ya no conoces,
sintiendo la amargura que me traen las nubes
y tus lágrimas 
vertidas en el mimbre de las sombras 
que se adueñan de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido la paz 
en las alturas de los suelos
y no encuentra redención en el acanto 
de los corintios que naufragaron en los olivos.

Esperaré en la fachada húmeda del museo de las ánforas
que no supo guardar en mi memoria
la inocencia añorada de tu blusa de raso
y el frescor de tus jazmines
en la soledad del puente ahogado por el musgo y la maleza 
que envenenan los recuerdos dolorosos
que no puedo disgregar
en el cabello del agua que arrastra la mano del destino 
ni en el arco profundo que mece las cenizas de la tarde.

Mientras  me hiere el viento que arrastra en su mirada
el milagro de la sábana esculpida 
en la esperanza del rostro que añora otras praderas
y me dice que ya no serás la misma aunque te encuentre
en la muchacha ansiosa que me esperaba en la playa,
que pensará en mí cada latido de tu sangre,
que llorará la rampa abrupta de mi ausencia
cuando se alarguen las horas  
en la extensión terrible y perversa de la angustia
que vuelve a la escuela donde nos conocimos
con la emoción incierta
de hallar en los pensamientos de los muros 
mi huella marcada con una imagen de Paul Simon 
cantando  a la soledad de las ciudades. 

Pero no podré verte, ni hablarte
con los labios cercanos, temblorosos y vencidos
que encendían tu piel con el pasaje aventurero de las barcas
postergadas y perdidas en el banco de piedra
 donde volaba la fragancia de tu anhelo, 
y yacían tus libros 
cerrados en las hojas mientras tus clases se perdían. 



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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.