En una sociedad cobarde como la nuestra, consagrada a
lograr el triunfo apartando la moral si es preciso en la persecución del
objetivo, nos parecemos más a los estadounidenses de los 50 de lo que
creemos, el relativismo ha cobrado una gran importancia a la hora de debatir y
comprobar que estamos faltos de criterios sobre algo concreto. Pero hay que
admitir que el triunfo y el fracaso son términos relativos. Phil Ochs, Tom
Waits y Jeff Buckley nos lo dirían a las claras, debemos aceptar que la falta
de ventas y aceptación popular por parte del tejano están muy bien definidas,
¿qué hace un cantante comunista con un repertorio socio-político en la América
que vive la resaca dolorosa de la Guerra Fría?, a Tom Waits no lo conozco
suficientemente como para haberme hecho una opinión sobre el desapego que le brindan los amantes de la música. Con Jeff
Buckley suele ocurrir que se considera un fracaso lo que en otros sería un
triunfo considerable. De esta forma se hace justicia a quien tenía todos los
atributos para convertirse en una leyenda, y quién sabe, aún podría ocurrir cuando los oídos despertaran.
Los críticos suelen coincidir en que fue culpa suya el que
no lograra tener un éxito multitudinario dado que el potencial enorme que
atesoraba en todas las facetas no podía desembocar sino en una gran repercusión
a nivel popular. Se afirma que, de una manera consciente y asumida, no quería
caer en el mismo error que su padre que lo sacrificó todo, incluida su familia,
para obtener la fama y halló una muerte temprana en el desenfreno.
Su aspiración era hacer una gran música, no el reconocimiento. Jeff era incómodo para una discográfica que no encontraba cómo promocionar a un cantante orgulloso que quería controlarlo todo en cada canción secundado por su virtuosismo y conocimiento de los pasos que llevan a cada creación a ser algo único y trascendente, a un excelente músico que prefería tocar en pequeños locales antes que en grandes auditorios y que no se ofrecía a dejarse manejar por asesores que solo buscaban fines publicitarios y objetivos comerciales ya que pensaba que estos repercutirían negativamente en la calidad excelsa que buscaba y que quería ofrecer. Se sentía más que satisfecho con los halagos desmedidos que había provocado en monstruos sagrados como Bob Dylan y Van Morrison o en compañeros casi desconocidos que habían compartido escenario y miserias con él, sin poder precisarse cuál de las dos vertientes de admiradores valoraba más. Un cantante genial, un tipo raro, triunfó como él quería, con lo que verdaderamente tenía, aunque la opinión general prefiera hablar de fracaso.