Detrás de un cruel silencio se derrama tu voz
en un alegre canto hundido en la tristeza
y las caricias lloran,
no queda una palabra que pueda sostener
los sentimientos rotos, no queda una salida
que te muestre el amor en el cuaderno
dormido en el armario donde escribes.
Tu cabeza navega en una nube
que no tiene destino
y muere entre las flores
mientras pasan los barcos por las sueños,
por la tumba sin fecha
donde yace el vestigio de los cables
y un niño muestra un lienzo con tu nombre
a muñecas pintadas que no ríen ni mienten.
No queda una elegía para invocar las notas
que suben por tu falda
transida de emoción hasta tus sienes
y espacios que se rompen en barandas que
gritan
los excesos que lloran tus caderas
entre los adoquines que cubren los recuerdos,
marchitan las portadas y nublan las revistas.
En tu martirio abrupto se sumergen los faros
que se mueven sin norte en las esquinas
de los mares oscuros de ginebra
que tiemblan en el vidrio que gime en una mano,
de los labios pintados que marcan las
paredes
y por turbios baúles procesionan
mientras los camisones se destiñen
en el viento perdido que te llama en un
vuelo
y se apaga sin rima en un estanque
que esconden la mirada en los pasillos,
y la luz no aparece con su extraña sonrisa
cincelando los huecos que tus párpados
cierran.
Mientras se inclina el mundo en otras
direcciones
que no tienden sus lazos, que nunca se
detienen.
Un destello perdido en el celaje
te abandona y se aleja como un claro de
espiga
cuando los puentes rasgan los vestidos
y los cabellos hieren en la niebla
las ramas de los puentes que transitan
por los pulsos del aire
mientras los santos vuelven del paseo
que no tiene sentido
y un caballo de mar se ahoga en el asfalto.
El desconcierto sufres, con las pastillas
sueñas,
vives en la amargura con el tono apagado
de quien perdió la senda
de una esperanza inquieta en raíles sin luna,
en vagas estaciones donde no espera nadie
y no tienen respuesta
como un nocturno antiguo que pregunta a los
astros.
Una alfombra que funde tu figura y tus medias
te susurra lo cerca que se encuentra la
muerte.
¡Ya no sé cuántas veces te busqué en el
murmullo
del parque por la noche,
cantante callejera
del muelle humedecido, de la urbe solitaria,
ni cuántas evoqué dolido en el
destierro
a Ginsberg recitando la deriva
de tus manos, la gracia
de tu rostro de ninfa enajenada,
tu aullido irreverente asaltando balcones,
tu cielo de sirena desvelando escaleras!
Miro ahora tu cuerpo,
tu ausencia, tus caídas en el cartel del muro
al que ya nadie escucha en estos días
embriagado en la niebla
de tu frágil farola de silencio,
en tu anhelo angustiado que no encontró una
calle
en los escaparates que tejen el olvido
que cubría tus ojos abiertos a las
sombras,
tus vestigios de cera cerrados al mañana.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.