domingo, 14 de enero de 2018

El crepúsculo de los montes

II



Hay un jardín que muere en el miedo de los patios
donde canta el jilguero
que lloraba sin luz
en lo turbio y angosto  que vuelve de una infancia
y no encuentra palabras para expresar tu canto,
y entre escombros agolpados
contra el muro
la tristeza se esfuerza
por ofrecer su lecho de raíces a unas plantas de Oriente
que no verán camino en sus primeros pasos nunca más
como tus ojos, 
en un barranco  donde no habita una estrella
que los guíe,
oscuros, deslavazados, apasionados, muertos,
en el libro amarillo que mostrara tu hondura
ante mi asombro de niño,
en la palabra de amor que desplegó tu boca hacia los tristes,
hacia los que nacieron de rodillas
ante el peso infinito del estigma invisible,
hacia los que tienen hambre de amapolas
de montes rotos que imploran su olor a tierra
en la melancolía de su ocaso
que nadie mirará mientras duerman los dioses
entre sábanas blancas tendidas en un mísero cordel
 y la canción que hiere en las tinieblas
de las cinco en punto de la tarde.



sábado, 13 de enero de 2018

Canto

Tuve un amigo,
tuve un poeta
que rimaba las nubes
y el agua quieta.
(Manuel Pareja Obregón)



Por eso canto,
 para recordar la emoción del niño
que mira a sus mayores agradecido
 y obnubilado,
canto por esta senda perdida que cubre la soledad del mar,
los quejidos del monte y el dolor de los recuerdos.

Canto por este eco profundo
cuyo lamento no escucho pero llora y me asalta
en el rostro inundado por la gracia de aquellos
tocados por la caricia que hiere
prendida a la cintura de un torero enamorado,
de una bandera bordada por su Marianita ausente.

Canto para enmarcar la brisa pasajera 
del cómico ambulante,
de los iletrados que llevan en la sangre 
la poesía
de los andaluces que tocaban las palmas con espanto
cuando el Tarajal se entregaba a la muerte,
de mi pequeña calle donde sigue mi madre
aunque digan que cerraron sus ojos 
para no verme
borracho y melancólico sintiendo otra  bandera
que siempre encuentra abrigo en el pecho de los sauces
que lloran a Federico
 triste y muerto, sin sudario,
en la hondura temeraria que el levante no se lleva,
en el poema de luz que se hunde en los estanques
donde Millais se sumerge como una novia ajada
y suspira entre los mirtos mientras los sueños se detienen.



Federico ausente




Yo en este rincón donde no llega
el aire que he buscado con ansia y amargura
pensando en la aspereza
de las lenguas que insisten con medallas de cieno
en esta tierra mía
cansada de llorar por quienes la llenaron de elegancia
y la preñaron de ternura,
en cegar la mirada del jilguero
que no aprendió a volar y cayera en agosto,
encadenar el llanto que derrama
el hombre bueno y libre,
desenterrar las flores, apartar las estrellas,
en manchar la hermosura de tu figura y tu acento,
despojar a los santos de su mensaje íntimo
y masacrar la rosa en los labios del poeta.

jueves, 11 de enero de 2018

Pasolini en el recuerdo (Versión 2018)


Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia

(Pier Paolo Pasolini – Traducción: Delfina Muschietti)

1

Cuando la luz
ya no ofrece esperanza
y se me adentra el verso de un profeta que muere
en el nocturno inhóspito
de una playa tardía,
envejece mi alma por no saber nombrarle,
por no haber arrastrado
el peso de mi culpa, por ser testigo ciego
del implacable olvido,
de los años que pasan
por torpes avenidas y empañan las vidrieras,
amurallan los cultos, desfiguran los rostros
de los iluminados y alargan los pañuelos
para cubrir la huella de la sangre,
por las flores ajadas que viven en mis venas
y gritan su amargura,
por no reconocer
que la vida oscurece la memoria
y masacra el estigma eterno de un poema,
agrieta la palabra del poeta que duerme
en el discurso roto
de un instante de amor que busca y se le escapa
entre los matorrales sombríos del Leteo.

2

Ya no conozco a nadie que añore lo perdido
y solloce en la niebla de una playa rendida
 por los labios que labran la herida de los surcos
que sufren en las llagas,
y el sueño mortifica el arrebato
del devenir cansado de la idea.

Ya no gozo ni sufro en el recuerdo.

En la sombra se pierde
el polvo de un fragmento desolado,
la voz del cementerio de una sonrisa triste
que no tiene memoria
y la lengua anhelante de las termas ardientes
que se ahoga en el Foro,
en las temibles velas de la brisa
que ocultan las banderas del puerto que decae
y sueña con la barca que no llega a sus brazos,
que agoniza temblando en las orillas
donde yace el silencio que aprisiona a los pobres
y el delirio insensato que adoran los poetas.